América Central, donde los periodistas pagan con la vida hacer bien su trabajo

América Central y México, una región sacudida por un continuo aumento del nivel de violencia e inestabilidad, pueden ser un lugar letal para ser periodista. En julio de 2015, tres periodistas fueron asesinados en México en una sola semana.

El Comité para la Protección de Periodistas informa que Honduras y Guatemala han sido escenario en los últimos años de “un alarmante aumento en las cifras de asesinatos de periodistas y ataques contra la prensa”.

El Salvador, que recientemente sobrepasó a Honduras como el país con el mayor número de asesinatos del mundo, registró en 2013 ocho agresiones contra periodistas, según datos de la Asociación de Periodistas de El Salvador.

En 2014 esa cifra subió a 28. En abril de 2015 asesinaron a Luis Alonso Rosa López, reportero deportivo de Monumental Radio. Y, en el verano de 2015, al menos tres periodistas del periódico digital salvadoreño El Faro recibieron docenas de amenazas de muerte por sus reportajes.

Desde su fundación en 1998, El Faro se comprometió a hacer una crítica valiente de la violencia y la prevaricación en la región, y a publicar crónicas y reportajes, en profundidad, sobre el crimen, la corrupción y la vida diaria en América Central.

El 22 de julio de 2015, los periodistas de El Faro Roberto Valencia, Daniel Valencia Caravantes y Óscar Martínez –autor del afamado libro La Bestia y director de Sala Negra, un proyecto de El Faro dedicado a sacar a la luz las causas de la violencia en América Central— publicaron una noticia explosiva: que la policía había masacrado a ocho personas, incluidos dos menores. Ese mismo día, anticipando las represalias, Martínez y Valencia huyeron del país y Caravantes se mudó a otra localidad dentro de El Salvador.

La versión oficial de la policía afirma que las ocho muertes ocurrieron como consecuencia de un intercambio de disparos, pero en el artículo La policía masacró en la finca San Blas, Martínez, Valencia y Caravantes ofrecen un relato muy distinto de los acontecimientos.

Una de las víctimas, la joven de 16 años Sonia Esmeralda Guerrero, “murió de un único tiro en la boca,” y los autores explican cómo fueron manipuladas las pruebas en torno a su cadáver. Uno de los forenses consultados por los periodistas explica en el artículo que resulta “imposible que la pistola se haya dado vuelta ella sola durante la toma de las fotografías; probablemente [los policías] montaron esa escena”.

Otra de las víctimas, el joven de 17 años Ernesto Hernández Aguirre, no portaba arma de fuego, “pero terminó con una veintena de tiros en el cuerpo”. Después de la masacre apareció el cadáver de uno de los principales testigos: “los huesos del cráneo estaban destrozados, al igual que los de la cara y la dentadura. Murió de asfixia y como consecuencia de los machetazos”.

Conozco a Óscar desde 2011, cuando mi compañera Daniela María Ugaz y yo comenzamos a traducir su libro, Los migrantes que no importan —publicado en 2013 en inglés como The Beast por la editorial Verso Books.

Desde entonces somos amigos y colaboramos en otros proyectos, como la colección de crónicas recién traducida al inglés, A History of Violence (que también publicará próximamente Verso Books) y en varios artículos, como su reportaje sobre “La crisis de los niños migrantes”, publicado en agosto de 2014 en The Nation.

 

Suscitando polémica

Dado que el periodismo de inmersión que practica Óscar le lleva a encaramarse a trenes de mercancías en marcha, a visitar localidades rurales gobernadas por alcaldes narcos corruptos y sórdidos burdeles donde se trafica con mujeres, resulta imposible que sus amigos y familiares (está casado y tiene una hija pequeña) no teman por su seguridad.

No es la primera vez que Óscar suscita polémica: en mayo de 2015 desveló las entrañas de la extorsión que impregna el centro de San Salvador, en la que “cinco clicas de la Mara Salvatrucha y una tribu del ala Revolucionaria del Barrio 18 son el gobierno del Centro” de la capital salvadoreña.

Por artículos como este, Óscar daba por descontado que padecería un cierto nivel de hostigamiento por parte de las autoridades. Sin embargo, la cadena de agresiones que sufrió en julio y agosto de 2015 suscitaron nuevas cotas de miedo.

Las primeras amenazas de muerte aparecieron el 2 de julio de 2015, tras la publicación del artículo Aquí ya no caben más: Mátenlos, en el que Óscar describe su visita a una delegación de la policía durante la cual los agentes golpearon brutalmente y posiblemente asesinaron a varios sospechosos sin cargos.

Óscar se cruzó con esta historia porque, cuando se disponía a reunirse con algunas de sus fuentes para un artículo distinto, se enteró de que les habían detenido, así que fue a la comisaría de policía para intentar sacarles de la prisión. Presenció las palizas mientras esperaba sentado en la sala de espera porque, según me explicó, los policías no tuvieron ningún escrúpulo en golpear y patear a los detenidos en su presencia.

En el artículo sobre el incidente, Óscar explica que la policía salvadoreña “rondaba con una consigna: agarrar a todo el que parezca pandillero” y que lo que los agentes hicieron aquel día constituye tortura: “El policía flaco del 911 vuelve a patearlo [a un detenido] dos veces. Costillas. Retumba. Cara. Cruje”.

Más tarde, vio a otro hombre implorando “Écheme un poco de agua en la cara” (les habían echado gases lacrimógenos) y a un policía haciéndole una oferta: “Si querés, te podemos orinar”. A gritos, el muchacho respondió: “Méame, méame”.

A partir de ese día, Óscar empieza a recibir múltiples amenazas de muerte, todas de fuentes anónimas, en su página de Facebook y a través del email. Una de ellas decía “Óscar Martínez ya se la comió, aténganse a las consecuencias”.

 

Informa y huye

Paralelamente, Óscar, Roberto Valencia y Daniel Valencia Caravantes terminaron su minuciosa investigación sobre la masacre policial en San Blas. Como medida de precaución, los tres hombres abandonaron el país con sus familias el mismo día en que apareció el artículo.

Las amenazas arreciaron después de la publicación: "Espero en Dios poder capturar a una maldita rata empleada de ese periódico basura", escribió un usuario en la página de Facebook de El Faro.

Pregunté a los tres periodistas de dónde pensaban que procedían las amenazas. Caravantes me explicó que, cuando terminó la tregua entre el gobierno y las bandas, en marzo de 2014, la policía endureció sus actuaciones: en abril de 2015, el presidente salvadoreño Sánchez Cerén reconoció que la policía había asesinado a 140 personas sólo en un mes. Como la mayoría de la población salvadoreña está harta desde hace años de la violencia de las bandas, Caravantes me dijo que muchos aplauden “la nueva estrategia [del gobierno] de asesinar pandilleros”.

Caravante me explicó la presunta lógica: como los periodistas están criticando a los policías, se les consideran de parte de las bandas. Por cierto, que desde hace poco la ley salvadoreña las considera “organizaciones terroristas”, una denominación que podría conducir a un mayor uso de tácticas tipo militar para acabar con ellas.

Preguntados directamente, ninguno de los tres periodistas descarta la posibilidad de que algunas de las amenazas proceda de la policía o de antiguos agentes.

Una semana después de que Óscar huyera del país, una fuente confidencial informó a El Faro que se había ordenado específicamente su asesinato.

Al día siguiente, un hombre en una motocicleta estuvo preguntando a un vecino por el domicilio donde vive Óscar. Le dijo que tenía una cita con él para reparar su frigorífico. Pero el frigorífico de Óscar funciona a la perfección...

El Faro acaba de reforzar las medidas para protegerle a él y a su familia. También informó a las autoridades y la Unidad Fiscal de Crimen Organizado de El Salvador inició una investigación y asignó a dos fiscales para investigar las amenazas.

El director de El Faro, José Luiz Sanz, comentó recientemente que: “El clima de dolor y miedo que hay en el país explica que haya reacciones viscerales hacia las pandillas y hacia la denuncia que hizo El Faro, pero es inadmisible que un periodista reciba amenazas por hacer bien su trabajo”.

Óscar intentó desviar el foco de su persona y me aclaró que estas amenazas no constituyen un incidente intimidatorio individual sino que “forman parte de la descomposición general de nuestra sociedad”.

 

“Ejecuciones extralegales”

Pregunté a Óscar qué sentía cuando caminaba por la calle. “Ya apenas camino por la calle”, me respondió, admitiendo que las amenazas habían comenzado impedir su trabajo y a hacer “mucho más complicada su vida familiar”. (Estuvo fuera del país menos de dos semanas y los tres periodistas están ya de vuelta en San Salvador, trabajando).

Lo sucedido “me confirma que este tipo de periodismo es hoy más necesario que nunca”, me dijo Óscar. “Un periodismo que no irrite a alguien es probablemente una basura de periodismo”.

El 27 de julio, el Procurador para la Defensa de los Derechos Humanos de El Salvador, David Morales, comentó el artículo de El Faro sobre la masacre policial en San Blas: “He leído despacio el reportaje y me merece un alto nivel de credibilidad.” Añade que el artículo le parece “una investigación que trasciende el estándar habitual de las investigaciones periodísticas” y considera que las muertes constituyen “ejecuciones extralegales”.

La pasada primavera, cuando pasaba por Arizona, Óscar, Daniela y yo tomábamos un trago sentados a la mesa de nuestra cocina. Nos contó que estaba pensando comprar un arma. Si le atacaban, nos explicó, sacaría el arma y empezaría a lanzar disparos al aire. Había llegado a la conclusión de que era mejor morir de un disparo que ser torturado y sufrir una muerte lenta. Hace poco me dijo: “En un país como [El Salvador], un arma no te ‘regala’ la vida. Te ‘regala’ un determinado tipo de muerte”.

Una forma de contribuir a que no tenga que recurrir a esta suerte de suicidio a manos de una banda o de un policía corrupto, una forma de contribuir a la seguridad de Óscar, Roberto, Daniel, y otros tantos periodistas de América Latina, me explicó, consiste en leer su trabajo.

Léanlo, compártanlo y asegúrense de que, cuando se lance la próxima amenaza contra un periodista en América Central o en México, sus posibles asesinos saben que tendrá consecuencias; que la verdad saldrá a la luz. Por ahora, su mejor plan de seguridad personal parece ser el buen periodismo.

 

Esta es una versión abreviada del artículo aparecido en The Nation; publicado aquí gracias a la amable autorización de Agence Global.

Este artículo ha sido traducido del inglés.