El futuro del carbón divide a Alemania

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El 25 de abril, 6.000 personas formaron una cadena humana de más de siete kilómetros en la cuenca minera renana, al Este de Alemania, como protesta contra la utilización del carbón en el país.

Paralelamente, en Berlín, se manifestaban 15.000 personas, convocadas por el sindicato del sector minero Industriegewerkschaft Bergbau, Chemie, Energie (IG BCE), contra el proyecto del ministro alemán de Economía, Sigmar Gabriel, de imponer una exacción adicional a las centrales de carbón más antiguas del país.

Si objetivo: reducir las emisiones alemanas de gases con efecto invernadero. Berlín se ha comprometido a reducir sus emisiones de CO2 un 40%, comparadas con los niveles de 1990, de aquí a 2020. Para lograrlo, Alemania debe aprovechar en mayor medida sus centrales de carbón, según el Ministerio.

Una opinión compartida por las asociaciones ecologistas que ven en este proyecto de ley un primer paso hacia el abandono del carbón, equiparable a la decisión de abandonar la energía nuclear de aquí al 2022.

Alemania es uno de los Estados europeos más avanzados en materia de energías verdes: el 27% de su producción eléctrica procede de las energías renovables.

Pero este buen rendimiento esconde otro mucho menos positivo para el clima: el país continúa obteniendo más del 40% de su electricidad de la combustión de carbón, una energía especialmente contaminante y emisora de gases con efecto invernadero.

“Por un lado, avanzamos en el camino de la transición energética, por otro, continuamos dependiendo del carbón. Evidentemente, ambas opciones están reñidas entre sí”, critica Dirk Jansen, de la ONG medioambiental Bund (Amigos de la Tierra), en una entrevista mantenida en Alemania con Equal Times.

“Y el carbón produce sobre todo para la exportación. No necesitamos carbón para consumo propio”.

Pero el carbón tiene la ventaja de estar masivamente presente en el subsuelo alemán. El país cuenta con tres grandes cuencas mineras de lignito (un tipo de carbón) aún en activo.

Alguna de sus minas a cielo abierto debe funcionar hasta 2045. “El lignito es el enemigo número uno del clima. Ninguna otra fuente de energía produce tantas emisiones de CO2 como esta. Es una tecnología desfasada, que no conviene en el siglo XXI”, insiste Jansen.

“No hay peor agresión que el lignito contra la naturaleza, el paisaje, los sistemas de capas freáticas y las estructuras sociales. Se destruyen pueblos enteros para permitir su extracción y obliga a desplazarse a millones de personas”.

En la cuenca renana, una decena de pueblos de unos 5.000 habitantes esperan ser demolidos para dar paso a la explotación de carbón que se encuentra a varios cientos de metros bajo tierra.

Sus habitantes reciben una indemnización de la compañía RWE, que explota las minas, por abandonar su pueblo y alojarse en un pueblo construido desde cero a varios kilómetros. Unos 300 pueblos han sido destruidos de esta manera en toda Alemania desde 1945, según cifras de la asociación Bund.

Dada la urgencia climática y el desarrollo de las energías renovables, la población cada vez acepta de peor grado esta coerción. El combustible fósil ya no suscita consenso, como antes de la guerra.

 

Las inquietudes de los mineros

Por su parte, lo que más inquieta a los trabajadores de las minas y de las centrales de carbón alemanas son los actuales proyectos del gobierno de limitar las emisiones de CO2.

“Cuando empecé a trabajar aquí, hace 30 años, había 18.000 empleos en las minas de la región. Hoy sólo 5.000 personas trabajan en las minas y las centrales”, explica Klaus Emmerich, delegado de personal de la mina renana de Garzweiler y empleado del grupo alemán RWE.

Este antiguo conductor de excavadora teme que el nuevo impuesto a las centrales de carbón solo conduzca a la eliminación de más puestos de trabajo.

“La gente teme por su empleo”, confirma Manfred Maresch, jefe de la sección regional de IG BCE. “Con esta tasa, las centrales más antiguas ya no serán rentables. Como consecuencia de ello, todo el sistema de explotación de lignito corre peligro de resentirse”.

Ralf Bartels, responsable de las cuestiones relacionadas con la transición energética en el sindicato IG BCE, asegura que su sindicato solo está en contra a largo plazo: “Apoyamos la transición energética. Queremos salir de la energía atómica y hacer una transición hacia las renovables con el carbón y el gas. Queremos, por lo tanto, continuar utilizando el carbón todo el tiempo que sea necesario, pero no más”.

El sindicato critica, sobre todo, los sucesivos cambios de rumbo de la política energética alemana en estos últimos años: “Ya en 2007 hubo un debate sobre cómo podía un país tan industrial como Alemania, que obtiene tanta electricidad del carbón, lograr el objetivo de reducir un 40% las emisiones de gases con efecto invernadero en 2020. Entonces se planteó el proyecto de recurrir a la técnica de la captación-almacenaje de CO2 para lograrlo” (una técnica que permitía almacenar el CO2 en el suelo, en lugar de emitirlo a la atmósfera).

“Pero el gobierno acabó enterrando el proyecto de captación-almacenaje y, en 2010, Angela Merkel decidió alargar los periodos de explotación de las centrales nucleares alemanas”. La catástrofe nuclear de Fukushima, de marzo de 2011, dio un vuelco total a la situación.

Alemania detuvo en seco una parte de sus reactores nucleares y ordenó el abandono de la energía atómica de aquí a 2022. Desde entonces, las emisiones de gases con efecto en invernadero del país empezaron a remontar. Esto es lo que condujo al gobierno a querer imponer ahora una tasa a las centrales de carbón más contaminantes.

“El problema es que el carbón forma parte de un sistema. Si las centrales más antiguas dejan de ser rentables debido a esta tasa, deberán cerrar. Y si las centrales cierran, la mina ya tampoco será rentable” argumenta Ralf Bartels. “Porque las centrales más modernas no pueden, por sí solas, mantener las minas”.

La postura del sindicato IG BCE a propósito de este tema no la comparte el conjunto de los sindicatos alemanes.

El sindicato de servicios Ver.di, que por razones históricas representa a los empleados y empleadas de las centrales de carbón, también se declaró, a finales de abril, del lado a los mineros.

No ocurre así con IG Metall, el sindicato de la metalurgia, que representa a los trabajadores y trabajadoras de la industria de la energía solar y eólica.

El sindicato más poderoso alemán está, de todas formas, de acuerdo sobre un aspecto con sus colegas: los precios de la energía no deben continuar aumentando en Alemania, que están ya entre los más elevados de Europa.

 

Este artículo ha sido traducido del francés.