El Kurdistán turco a sangre y fuego

Cientos de simpatizantes acompañan hasta el cementerio el ataúd de un representante político kurdo, que perdió la vida en el atentado de Ankara, coreando denuncias contra el “Estado asesino”, el lunes 12 de octubre, en Diyarbakir, al sudeste del país.

Por encima de las cabezas de la multitud, media docena de F16, de regreso de Irak, surca el cielo.

El difunto, Abdullah Erol, era uno de los dos representantes electos del partido pro-kurdo HDP (Partido Democrático de los Pueblos) que perdió la vida en la capital turca junto a un centenar de víctimas civiles el pasado 10 de octubre (NdE: en el momento de publicarse el artículo, se habían declarado 102 muertos).

“Es imposible que el Estado no tuviese conocimiento de la amenaza”, asevera dentro del cortejo fúnebre la co-alcaldesa de Diyarbakir, del HDP.

El atentado terrorista perpetrado el 10 de octubre, del que los principales sospechosos son dos jóvenes afiliados al Estado Islámico, tomó como blanco un mitin de organizaciones sindicales, juventudes de izquierdas y simpatizantes de la causa kurda, movilizados reclamando el fin de la violencia en Turquía, tres semanas antes de la celebración de nuevas elecciones.

Desde el sudeste de Turquía, el atentado de Ankara se percibe como la continuación de una campaña punitiva emprendida desde hace meses contra los kurdos simpatizantes del HDP, cuyos recientes triunfos políticos privaron al AKP (Partido de la Justicia y del Desarrollo) de la mayoría absoluta en el Parlamento el pasado 7 de junio.

Dos días antes, una explosión contra una reunión del HDP en Diyarbakir había costado la vida a dos personas. El 20 de julio, un atentado suicida en Suruc, dirigido contra un grupo de estudiantes solidarios con la causa kurda, se saldaría con 34 muertos. Los tres atentados han sido atribuidos a militantes del Estado Islámico radicalizados en Turquía y conocidos de los servicios de inteligencia. Estos últimos han sido acusados de una negligencia cómplice por un sector cada vez más amplio de la opinión pública.

Es en este contexto, todavía más complejo teniendo en cuenta la implicación simultánea de Turquía para combatir al Estado Islámico en Siria y a las fuerzas kurdas en Irak durante el mes de julio, que el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) decidiría retomar la lucha armada tras dos años de una paz relativa en el territorio.

Once localidades del sudeste turco se han convertido desde entonces en el escenario de combates permanentes entre la guerrilla y las fuerzas especiales de la policía. Enfrentamientos acompañados de toques de queda constantes, como en Cizre, cerca de la frontera siria, donde durante el mes de septiembre la población ha estado sometida a disparos de francotiradores y de armamento pesado.

“Las ambulancias no podrían entrar, la municipalidad era incapaz de funcionar”, relata a Equal Times Leyla Imret, co-alcaldesa de Cizre, cesada de sus funciones el 9 de septiembre acusada de “apología del terrorismo”.

“Tuve noticia a través de la televisión de que había sido suspendida por una decisión de los tribunales, durante el toque de queda. ¿Por qué? Porque le dije a un periodista la situación en Cizre podría desembocar en una guerra civil”.

Erigidos por las juventudes armadas del YDG-H (Movimiento de la Juventud Patriótica Revolucionaria, afiliado al PKK), altos y compactos muros de sacos de cemento bloquean aún los accesos al centro de la ciudad, pese a la retirada total de las fuerzas de seguridad, tras un asedio que ocasionaría al menos 21 muertos.

“Cizre ya no es como antes”, comenta una estudiante de bachillerato que acaba de reanudar los cursos ahora, a mediados de octubre. “Todo el mundo teme el regreso de la policía. Miren a su alrededor, el Estado ha invadido las ciudades donde la población vota por el HDP. El presidente quiere acabar con nosotros”.

 

“Nunca antes se había visto violencia como ahora”

Controlada por decenas de carros blindados y centenares de hombres uniformados, Diyarbakir despierta el 14 de octubre tras cuatro días de sangrientos combates, que lamentablemente se cobrarían la vida de una niña, alcanzada en pleno día por un disparo en la cabeza, al día siguiente de los atentados de Ankara.

“Mi hija fue asesinada a la edad de doce años”, se lamenta su madre, el día del funeral. “La calle estaba en calma, no había signos de violencia. Los camiones entraron y empezaron a disparar. ¿Mi hija tenía aspecto de ser una terrorista?”

Varios menores de edad y decenas de civiles han perdido la vida en los tiroteos que vienen sucediéndose desde la reactivación de la guerrilla en las zonas urbanas.

En la prensa y en la calle, los relatos se contradicen en cuanto al reparto de responsabilidades. “Erdogan ha querido que estallase esta guerra interior para mantenerse en el poder”, afirma el candidato del partido de la oposición liberal CHP y antiguo periodista, Naci Sapan, que prácticamente no cuenta con electores en Diyarbakir.

“Pero ha sido un error responder con actos de venganza. El PKK no debería haberse involucrado”.

Un barbero, que ha preferido permanecer en el anonimato, afirma estar aterrorizado por las juventudes del grupo armado, YDG-H. Estos jóvenes urbanos revolucionarios, que crecieron en medio del conflicto turco-kurdo y sus 44.000 muertos, se enfrentan a las fuerzas del orden declarándose seguidores de Abdullah Öcalan, pese a que resulta difícil determinar su grado de fidelidad a las órdenes del PKK.

“Obligan a la población a salir huyendo. He vivido todas las tensiones de los años 1990”, continúa este vecino tras la vitrina de su local. “Nunca habíamos visto tal grado de violencia. Nunca hablo de política con mis clientes, no puede confiarse en nadie. Mis padres pasan la noche en un sótano. La gente tiene miedo de encender las luces por la noche”.

Más de 130 policías y militares han muerto a manos de la organización armada kurda desde las últimas elecciones y la escalada de provocaciones por ambas partes.

Antes, en septiembre, la prensa turca se hacía eco de la muerte de tres miembros de la misma familia alcanzados en su domicilio por un misil de las YDG-H.

“Los ataques comenzaron después de que el HDP obtuviese una victoria en el Parlamento”, replica Galip Ensarioğlu, cabeza de lista del AKP en Diyarbakir, que recibe a Equal Times en una villa situada en las afueras de la ciudad, y rodeado de guardaespaldas.

“Todas las localidades donde el HDP cuenta con un electorado importante se han transformado en un campo de batalla. La gente que pensaba haber votado por el partido de la paz (NdE: el HDP, que esgrimía la paz como uno de los principales lemas de su campaña), descubre hoy que lo único que han conseguido es la guerra”.

Esta línea, que sospecha que los kurdos buscan la ruptura con fines separatistas o puramente belicosos, es compartida por toda una serie de medios de comunicación nacionales y de responsables políticos afines al Gobierno, incluyendo al Primer Ministro Ahmet Davutoğlu, que en octubre acusaba al HDP de “esgrimir la pistola por un lado y corear los estribillos de la democracia occidental por el otro.

“La situación actual hace que nuestro trabajo resulte aún más complicado”, comenta el parlamentario de HDP Ziya Pir, cuyo partido no ha cesado de multiplicar sus llamamientos a la unidad desde el inicio de su campaña electoral, pese a que muchas de sus oficinas municipales sigan decoradas con un retrato del líder del PKK, Abdullah Öcalan.

“La reanudación de la violencia por parte del PKK sin duda va a dañar la imagen del partido a nivel nacional y nuestro intento de representar a todos los turcos en las próximas elecciones. Pero en el Kurdistán, la gente comprende mejor la situación”.

 

“Nunca se sabe dónde vendrán las balas”

Pese a las considerables esperanzas aportadas por el proceso de paz negociado entre el Estado y la organización armada desde 2012, el PKK goza de un apoyo considerable de la población civil entre los kurdos de Turquía.

Los distintos intentos de intimidación contra la campaña política del HDP y las detenciones de varios centenares de sus representantes electos desde el pasado verano han acabado por convencer a una parte del electorado kurdo sobre los límites de la acción política en un contexto contrario.

“No son ni el PKK ni las YPG-H quienes suponen un problema, porque ellos están ahí para defendernos”, comenta una institutriz de Diyarbakir embarazada de siete meses y presente el día del atentado contra la reunión del HDP. “Lo que nos da miedo son las fuerzas del Estado. No sólo no nos protegen contra las bombas del Estado Islámico sino que, además, nos disparan”.

Los periodistas locales encuentran dificultades para cubrir la zona y evaluar la responsabilidad de cada una de las facciones armadas.

“Nunca sabemos si volveremos con vida esa noche, ni de dónde llegarán las balas”, comenta Ömer Celik, editor de la agencia regional de información Diha, bloqueada por decisión judicial desde hace varias semanas.

“Pero algo ha cambiado: desde que la prensa nacional turca está bajo presión, las exacciones que denunciamos desde hace años en la región, por fin están siendo tomadas en serio”.

Pocas horas después del atentado de Ankara, el Gobierno turco, que había dejado lugar a dudas sobre la responsabilidad del PKK, intentó prohibir la cobertura de la investigación sobre la doble explosión.

Pero ahora que el presidente Erdoğan ha llegado a reconocer cierta falta de rigor en el seguimiento a los sospechosos islamistas, los llamamientos a la unidad nacional contra el “terror” kurdo han perdido parte de su alcance.

El HDP, que había obtenido durante las elecciones del pasado junio un récord histórico para un partido kurdo en Turquía, debería según las últimas encuestas repetir resultados y privar nuevamente al AKP de la mayoría absoluta en el Parlamento, el 1 de noviembre de 2015.

Sin embargo, por miedo a un nuevo ataque, el partido ha decidido anular todas sus reuniones hasta el día del escrutinio.

 

Este artículo ha sido traducido del francés.

Este artículo fue escrito con el apoyo de la organización P24.

Este artículo ha sido traducido del francés.