Europa cierra filas contra el tráfico humanitario de personas

En su último informe sobre la crisis migratoria, Obstacle course to Europe: A Policy-Made Humanitarian Crisis at EU Borders (Carrera de obstáculos a Europa), Médicos sin Fronteras (MSF) compara el viaje de un refugiado sirio a la Unión Europea con el juego de las serpientes y las escaleras, parecido al de la oca.

El jugador, como un refugiado de la vida real, intenta eludir la guerra, los puestos de control y la violencia para huir de Siria. Más adelante se expone a ser detenido.

Si te detienen, pierdes dos turnos. Si cruzas el mar con un traficante, avanzas 28 casillas.

Ya has llegado a Europa. ¿Frontera cerrada? Mala suerte. Te vuelven a detener.

El resultado final es una imagen confusa e inestable, formada por fronteras, arbitrariedad y (como después de todo esto es un juego) suerte.

La crisis en las fronteras europeas ha provocado situaciones parecidas, por lo que las rutas para entrar a Europa no dejan de cambiar. Como el tráfico de personas cada vez se está criminalizando y demonizando más en el Mediterráneo y las fronteras entre los países de la zona Schengen se están controlando de un modo sin precedentes, algunos refugiados están optando por rutas alternativas.

Los refugiados y solicitantes de asilo a veces recurren a sus familiares para que les ayuden. En otros casos, las organizaciones, activistas y ciudadanos preocupados también están asumiendo el papel de los traficantes o facilitadores.

La familia de Mazen, un ciudadano alemán de origen sirio, ha ayudado a sacar a cinco parientes de Siria gracias al sistema alemán de apadrinamiento privado. El padre de Mazen, que es propietario de un restaurante sirio en Alemania, ha desempeñado un papel decisivo para organizar la salida de sus parientes de Siria.

“Obtuvimos los visados [para Alemania] antes incluso de que llegasen a Europa. Normalmente, lo hacíamos en la embajada de Beirut”, asegura Mazen. Asimismo, nos explicó que las autoridades locales alemanas tienen que aceptar a una persona incluso antes de que se le pueda dar una cita en una embajada. “Ahora estamos tratando de conseguir los visados en la embajada de Ankara [Turquía], para que puedan entrar legalmente a Alemania y la UE y no tengan que hacerlo ilegalmente”.

Mazen prefiere permanecer en el anonimato, pues un primo suyo, que sirve actualmente en el ejército sirio, quiere salir de su país y vivir en Alemania en un futuro próximo.

“No hemos cooperado con nadie que traslade ilegalmente a gente a Europa. Pero no lo hemos hecho porque existe este vacío legal o posibilidad jurídica basada en las cuotas que tienen a nivel regional”, explicó a Equal Times.

“El problema es que si quieres traer a alguien a Alemania, tienes que pagarle todo, la asistencia sanitaria, todos los gastos, etc.”. Mazen señala que dichos gastos pueden ascender a un total de decenas de miles de euros. Por tanto, la responsabilidad de mantener a los refugiados recién llegados acaba recayendo en la familia y no en el Estado.

Desde 2013, Alemania ha concedido alrededor de 10.000 plazas más (distribuidas en 15 de los 16 estados del país) a refugiados sirios con familiares en Alemania, a través del apadrinamiento privado y no de cuotas nacionales de reasentamiento ni de reagrupación familiar. Desde 2014, al menos 5.000 personas se han beneficiado de dicho programa.

Varias organizaciones, incluidas Human Rights Watch y el Migration Policy Institute, ya han analizado anteriormente las ventajas del apadrinamiento privado como una de las opciones infrautilizadas para combatir la migración irregular. Los refugiados que huyen de la guerra y la represión se ven obligados con demasiada frecuencia a elegir la migración irregular.

El padre de Mazen se vio empujado a ayudar a sus parientes que sufrían en un país asolado por la guerra. Sin embargo, Mazen reconoce que las reacciones ante este tipo de intervenciones humanitarias han cambiado.

“Ahora, si ayudas a alguien a cruzar una frontera, básicamente te tratan como si formaras parte de la delincuencia organizada”, asegura.

Muy distinto de lo que ocurría en Europa en un pasado no muy lejano.

 

Una larga tradición

Europa tiene una larga tradición del llamado ‘tráfico humanitario de personas’, muy anterior a la actual crisis migratoria y de refugiados que se está desarrollando en las fronteras externas e internas del continente.

Aunque los políticos europeos hablan constantemente sobre la necesidad de defender el principio de fronteras abiertas de la zona Schengen (el Comisario Europeo de Asuntos del Interior e Inmigración, Dimitris Avramopoulos, advirtió a mediados de enero en el Parlamento Europeo: “Si Schengen se desmorona, será el principio del fin del proyecto europeo”), no hace mucho tiempo, ciudadanos y ciudadanas europeos ayudaban a refugiados a cruzar el telón de acero dentro del continente o desempeñaban el papel de facilitadores o colaboradores.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los llamados Fluchthelfer (‘colaboradores en la huida de refugiados’) facilitaban el movimiento de personas de la Alemania Oriental soviética a la Alemania Occidental. Hay muchas historias que ensalzan a estos facilitadores de base, algunos de los cuales llegaron a colaborar con las autoridades de Alemania Occidental o fueron recompensados por las mismas.

Sin embargo, los recientes fallos judiciales sugieren que la postura oficial hacia este tipo de cruces humanitarios de fronteras es muy diferente en 2016.

El mes pasado, un tribunal francés envió a prisión a una mujer británica de 41 años por intentar meter a un adolescente sirio en Reino Unido desde el puerto de Dieppe en el maletero de su vehículo.

En un caso parecido, una semana antes un activista y ex soldado británico, Rob Lawrie, evitó por poco una pena de prisión por intentar esconder en su furgoneta a un niño afgano de cuatro años, Bahar Ahmadi, para que se pudiera reunir con su padre, que actualmente reside en Inglaterra.

A pesar de los riesgos que conlleva, muchas personas están haciendo lo mismo en otros lugares de Europa.

 

Cada vez más común

En los últimos años, Alemania, un país al que la mayor parte de la Unión Europea mira para determinar su postura (y en especial la de su Canciller Angela Merkel) con respecto al reasentamiento y asilo de refugiados, ha visto un crecimiento de las iniciativas de colaboradores en la huida de refugiados, que varían en los niveles de organización y legalidad. Sin embargo, este hecho es cada vez más incompatible con la postura imperante con relación a la circulación ilegal transfronteriza de personas.

Y aun así, esta forma diferente de “tráfico” (humanitario y sin ánimo de lucro) podría ser cada vez más común si se cierran las fronteras europeas y los flujos migratorios siguen aumentando. De hecho, los cruces transfronterizos improbables, como los que aparecen en el galardonado documental Yo estoy con la novia, en el que un grupo de refugiados sirios y sirio-palestinos viajan de Italia a Suecia con la ayuda de un cineasta italiano y un poeta palestino, no son excepcionales.

En septiembre del año pasado, Al Jazeera English entrevistó a una mujer alemana de 28 años que había ayudado a tres refugiados; llevó a dos a Alemania y a otro a Dinamarca, conduciendo por carreteras comarcales en mitad de la noche. La mujer aceptó la entrevista con la condición de permanecer en el anonimato, pues si revela su identidad corre el riesgo de enfrentarse a una causa penal por la cual puede recibir una condena de 10 años de prisión.

Sin embargo, hay iniciativas más organizadas. El año pasado, activistas del Colectivo PENG, también con sede en Alemania, instaron a más gente a participar en la ‘colaboración en la huida de refugiados’, actos voluntarios de base y ‘desobediencia civil’, en los que los ciudadanos ayudan a refugiados y solicitantes de asilo a cruzar fronteras clandestinamente. La página web de esta iniciativa, Fluchthelfer.in, hace referencia directa a la historia alemana, no tan lejana, de los colaboradores en la huida de refugiados de la Alemania Oriental.

En Grecia (otro lugar crucial en esta crisis migratoria y donde se va a nominar a los habitantes de varias islas para el Premio Nobel de la Paz por la respuesta masiva de sus voluntarios ante la crisis), los activistas han construido una serie de ‘centros solidarios’ que ofrecen refugio, comida y asistencia médica a los refugiados migrantes y solicitantes de asilo.

Todas estas iniciativas son ilegales, aunque unas más que otras. Si descubren a alguien practicando el tráfico humanitario, en teoría puede acabar cumpliendo una dura pena de prisión. Alemania dispone del entramado jurídico necesario para encarcelar a traficantes y colaboradores de refugiados por períodos de hasta 10 años.

En el artículo 1 de la Directiva 2002/90/EC del Consejo (28 de noviembre de 2002), la UE también define el delito de la “facilitación de entrada, tránsito y permanencia no autorizada”. Aun así, de ello no se deriva necesariamente la celebración de un juicio.

“Calculamos que en la mayor parte de los casos los colaboradores en la huida no serán juzgados, incluso si los atrapan. O al menos ‘solo’ serán sancionados con una multa. Especialmente si les atrapan por primera vez”, explican en la sección jurídica de la página web Fluchthelfer.in. “Esto será así si los colaboradores no trabajan para beneficiar a varios refugiados al mismo tiempo y si no reciben dinero ni ninguna otra promesa a cambio de la ayuda”.