La diáspora de Gezi

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En junio de 2013 miles de jóvenes protagonizaron las mayores protestas de la historia de Turquía. El parque Gezi ardía en ideales pacifistas entre canciones protesta, clases de yoga, y gases lacrimógenos (que llegaron incluso antes que las protestas).

La respuesta policial fue brutal. Hubo una decena de muertos y miles de detenidos y heridos. Y no sólo nada cambió, sino que las políticas por las que protestaron siguieron su rumbo y se endurecieron y la volatilidad de los conflictos internos y regionales fueron a más.

Tres años después, los chicos de Gezi están yéndose del país. Desesperados.

“Como mujer atea y no tradicional, nunca sentí que perteneciera a mi país, y no vi un futuro feliz para mí allí”, explica a Equal Times Burcum Kesen, hoy estudiante de Máster en Medios y Comunicación en la Universidad de Lund, Suecia.

Esta estambulita de 24 años explica que ya no se sentía cómoda en su barrio de Eyup, un área de musulmanes conservadores que nace en la punta noroccidental del Cuerno de Oro. Abandonó definitivamente el país con una beca en agosto de 2015, después de idas y venidas y un amor sueco.

“Las mujeres en Turquía no tenemos un lugar, somos discriminadas, acosadas de continuo, y no tenemos libertad a menos que tengas ciertos privilegios económicos”, añade Kesen.

Las feministas eran uno de los variopintos grupos entre los más de tres millones de turcos que se manifestaron por todo el país durante meses, junto con ecologistas, izquierdistas, homosexuales, kemalistas (ideología que aboga por, entre otros, la consagración de un Estado moderno, democrático y secular) y minorías como los kurdos o alevíes. Eran en su mayoría estudiantes universitarios o desempleados afectados por la crisis de los refugiados.

Los ánimos se habían empezado a calentar en 2012 con las políticas conservadoras del hoy presidente Recep Tayyip Erdogan. Entre ellas unos impuestos al alcohol, la prohibición de manifestaciones por el Día de la República en octubre y obstáculos a la ley del aborto, seguidas del anuncio de las aspiraciones presidenciales del entonces primer ministro, las primeras detenciones de famosos por supuestas ofensas contra el Islam y la brutal represión de la manifestación del Primero de Mayo.

Desde entonces y durante un mes, las terrazas más liberales del área de Taksim, una de las más turísticas y comerciales de Estambul, fueron gaseadas de forma sistemática por la policía.

 
Protestas pacíficas y creativas

Los defensores de la república secular que Mustafa Kemal Ataturk había instaurado en los años 20 del siglo pasado veían tambalear una forma de vida que había sido pionera incluso comparada con algunos países europeos.

La peculiaridad de Turquía, un país entre Europa y Oriente donde las elites liberales han tenido el poder durante décadas sobre la mayoría musulmana, animó a estos jóvenes a salir a la calle y protestar de manera pacífica y creativa.

El 29 de mayo los primeros manifestantes empezaron a acampar en el céntrico parque de Gezi, adyacente a la plaza Taksim, para proteger los pocos árboles del barrio, que iban a ser talados para dar espacio a un centro comercial.

“El parque significaba mucho para mí y no quería que lo demolieran. Además, como ciudadana, no estaba de acuerdo con las políticas del gobierno, y fui allí para protestar contra eso también”, recuerda Kesen, que ha abandonado el país en busca de una vida mejor porque dice no poder soportar el creciente conservadurismo que siguió a las protestas.

Gökhan Çoğalırlar vivía en la capital, Ankara, cuando empezaron las manifestaciones y acampadas, y se unió cuando pudo, mientras finalizaba su doble máster en Traducción e Interpretación y Relaciones Internacionales.

“La principal razón por la que me fui de Turquía es porque nunca sentí que perteneciera a la cultura y la mentalidad de la mayoría”, explica a Equal Times.

Este esmírneo de 25 años se fue de Turquía en agosto de 2015 para estudiar, también en Lund, un máster en Ciencias Sociales y Comunicación. Desde Suecia Çoğalırlar cuenta que allí no sólo se siente más valorado sino también más a salvo.

“Tenemos suerte de seguir con vida. Cualquiera de nosotros podría haber muerto en cualquiera de los ataques con bomba allí. Si además considero que tenía que hacer el servicio militar obligatorio y la realidad de que hay casi una guerra civil en el sureste de Turquía ahora mismo, y podría haber sido asignado a cualquiera de esas tropas, sí, creo que la situación está empeorando cada día”, dice el joven.

La implicación de Turquía en el complejo horror de la guerra siria y el cese del proceso de paz con los kurdos desde que en verano Erdogan perdió la mayoría absoluta en la primera ronda se ha traducido en una guerra civil de facto en el sureste del país y en una decena de ataques suicidas en diversas ciudades turcas que el gobierno ha atribuido a los terroristas del Estado Islámico (y a facciones cercanas al PKK).

Los casi 200 muertos que dejaron los atentados de Suruç en julio y en Ankara en octubre tenían por objetivo reuniones y manifestaciones por la paz de jóvenes izquierdistas, seculares y kurdos, algunos de los perfiles de Gezi.

“No quiero ni pensar cómo me sentiría viviendo en Turquía, cuál sería mi condición psicológica si todavía estuviera viviendo en Ankara”, se cuestiona Çoğalırlar.

El resto de atentados supuestamente a manos de radicales islámicos en los centros turísticos de Estambul y el derribo de un caza ruso a finales de 2015 han dejado la ya decadente economía turca más que maltrecha por el recelo del turismo.

“Creo que el sentimiento más aplastante es el de la desesperación. No sólo en Turquía, sino también en lugares del extranjero donde los estudiantes turcos están estudiando, la mayoría de ellos tomaron parte en Gezi”, explica a Equal Times Umut Özkirimli, profesor del Centro de Estudios de Oriente Medio de la Universidad de Lund, a donde se trasladó antes de las protestas, en 2011.

 
Censura política, falta de esperanza, de oportunidades laborales...

El académico desgrana así los motivos de la desesperación: “Censura política, falta de esperanza, falta de oportunidades laborales, limitación de la libertad de prensa y de expresión, mano dura con los académicos”.

A ello hay que añadir la reanudación del conflicto kurdo, la obligatoriedad del servicio militar, la asignación de altos cargos a los partidarios del régimen y la brutalidad del conflicto en Siria, que ha provocado una oleada de casi tres millones de refugiados en Turquía.

Özkirimli, de 45 años, dice que él mismo ya no podría regresar a su país, puesto que sus comentarios políticos en Twitter, donde tiene más de 23.000 seguidores, lo podrían poner entre rejas, como ha sucedido en los últimos meses con académicos y periodistas.

“Ahora tengo problemas políticos en Turquía, no porque haya hecho algo. Te conviertes en un activista si tienes que tratar con asuntos políticos”, explica el profesor, que ha estado analizando el movimiento de Gezi desde la distancia.

Aunque no hay datos estadísticos de la diáspora, Özkirimli asegura que cuando se trasladó a Suecia recibía una o dos peticiones semanales de compatriotas para estudiar en el país escandinavo. Ahora está recibiendo tres veces más.

Çoğalırlar, el estudiante, asegura que hasta un 80 por ciento de sus amigos en Turquía se han ido o están deseando irse. En su campus había una decena de turcos cuando llegó en agosto del año pasado y desde entonces han llegado quince más.

Los chicos de Gezi eran una minoría cuando salieron a protestar, pero no lo sabían. El jarro de agua fría llegó con una decena de muertos, en su mayoría alevíes, a manos de la policía, y con las elecciones locales de ese verano, que dieron de nuevo mayoría absoluta al partido de Erdogan.

Según los resultados electorales más recientes, la ‘generación Gezi’ no representa más de un 7 por ciento de la población (los 3,5 millones que se manifestaron), mientras que los votantes del partido conservador islámico de Erdogan, el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) representan un bloque monolítico y conservador de casi la mitad de una población de 80 millones de habitantes, que dio de nuevo la mayoría a Erdogan en la segunda ronda de votaciones en noviembre pasado.

El resto de la oposición secular está compuesta por los nacionalistas liberales del CHP (Partido Popular Republicano, con un 20-25 por ciento); los ultraderechistas del nacionalista MHP (Partido del Movimiento Nacionalista, 12 por ciento), y los liberales de izquierdas, feministas, homosexuales y kurdos que apiñó el HDP (Partido Democrático Popular, 12 por ciento) que liderado por el carismático Selahattin Demirtas logró por vez primera que los kurdos tuvieran una representación en el Parlamento.

Si bien el movimiento de Gezi generó la mayor protesta en la historia de la República y de los ocho siglos de Imperio Otomano, con paralelismos con los Indignados en España o con el movimiento Occupy, los turcos no se dieron cuenta de que en su país eran pocos, quizás debido a la polarización intrínseca de Turquía.

“Tenían una falta de conciencia de ser una minoría”, explica Özkirimli. “Eran jóvenes, inexpertos, operaban bajo la adrenalina, no dormían en una semana, eran muy románticos”. Pero para unificar ese sentimiento necesitas un Podemos como en España o un Syriza como en Grecia. El HDP de Demirtas podría haber desempeñado ese papel, pero el conflicto con el kurdo PKK (Partido de los Trabajadores del Pueblo, considerado un grupo terrorista) lo ha hecho imposible, añade el académico.

 
... y diáspora

Si bien ahora los jóvenes abandonan el país con becas, el nuevo acuerdo entre la UE y Turquía contempla la exención de visados para los turcos bajo diversas condiciones, que el académico cree no se cumplirán.

“Eso es una sandez, exención de visados para turcos… El Gobierno está jugando con esto y sus votantes son tan ignorantes… Ochenta millones de turcos con visa para Europa. Con que un solo país europeo lo bloquee no se producirá, y ya hay varios. Están intentando quitarse de encima a los refugiados, cómo, ¿ofreciendo visado a 80 millones de turcos? Los europeos están ganando tiempo”, opina Özkirimli.

Si bien hace unos años Turquía todavía aspiraba a unirse a Europa, la situación está empeorando y el abismo crece a medida que los ataques del EI se propagan por Europa y crece el flujo de refugiados. Bruselas culpa a Ankara de no frenarlos, Ankara a Bruselas por no aceptarlos.

“Merkel me produce náuseas, (el acuerdo) es una hipocresía. Aquí la gente está acostumbrada a unos estándares de democracia, no se explican por qué Suecia o Alemania apoyan ese acuerdo”, añade el académico. “Ya veremos lo que sucede hasta junio”, cuando está previsto que se aplique la exención de visados.

Las limitaciones de fronteras y el temor a, como turcos musulmanes, sentirse rechazados en Europa son un obstáculo para los de Gezi. Pero también quedan idealistas que quieren seguir luchando en su país.

“No, no he pensado en irme. Porque esta tierra es donde yo crecí, y esta gente con la que comparto el mismo idioma y mis problemas son con quienes puedo resolverlos”, dice rotunda a Equal Times nuestra fuente, una anarquista de 30 años que se unió a las protestas de Gezi “porque era lo que se tenía que hacer” (y que prefiere guardar el anonimato).

La anarquista trabajaba entonces como muchacha de la limpieza y era voluntaria del colectivo anarquista 26A Cafe, en Taksim, al tiempo que escribía para la publicación política Meydan. A los pocos días de las protestas ella y el resto de “camaradas del diario” habían organizado una enfermería, un comedor público, una biblioteca y zonas de descanso y acampada en el parque, mientras sonaban canciones revolucionarias por los altavoces, incluida “Hasta Siempre Comandante” interpretada en español por el Grup Yorum.

Ahora esta anarquista, con 30 años, es madre de un bebé de 20 meses y sigue colaborando con Meydan.

“Ya nos habíamos manifestado por las subcontratas, por el medio ambiente, contra el patriarcado, estábamos ya en la lucha para lograr una revolución social. Nuestras expectativas estaban ahí antes de Gezi, con raíces en las comunas ucranianas de los Machnovistas, de los colectivos libres de España durante la revolución de 1936, por las comunidades sin estado que viven en armonía. Gezi no era algo nuevo para nosotros, pero honestamente, no esperábamos que se uniera tanta gente”, añade.

Nuestra fuente dice que ninguno de sus amigos quiere irse, prefieren continuar con su lucha política, aunque la represión está creciendo cada vez más sobre los ciudadanos. Su esperanza es que esas políticas se acaben volviendo contra el actual gobierno.

“Se van a volver en su contra. La gente empezará a preguntar por esta represión, por esos asesinatos. Todos los dictadores desaparecen cuando llega el momento”, asegura la anarquista, que espera nuevas protestas.

No será un segundo Gezi, asegura, “porque hubo muchos errores en esa experiencia y hemos aprendido de ellos”.