Los desafíos de la ONU en la era Trump

Los desafíos de la ONU en la era Trump
Opinión

¿Logrará el portugués António Guterres, nuevo secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, reafirmar el papel de dicha organización en la escena internacional?

Porque la más democrática y universal de las organizaciones internacionales atraviesa en los últimos años una profunda crisis y no consigue imponerse en asuntos de alcance mundial, como ilustra su impotencia en la crisis siria.

Al contrario que su predecesor Ban Ki-moon, más bien anodino y sometido a los intereses estadounidenses, Guterres atesora mayor carisma y elocuencia. Ha adquirido además una sólida experiencia, particularmente después de haber dirigido durante diez años, entre 2005 y 2015, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Tomando en cuenta que hay más de 65 millones de refugiados en el mundo, esta agencia crucial ha debido hacer frente a la más grave crisis de refugiados desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Pero, ¿qué puede hacer la ONU en el mundo actual, donde se reafirma el unilateralismo de las grandes potencias? Tanto Estados Unidos como Rusia tienden a menospreciar a la ONU y cortocircuitarla, tal como dejara patente Donald Trump en un reciente tuit, al calificar a la organización de un simple “club de gente que se reúne para hablar y pasárselo bien”.

 

Estados Unidos, campeón del veto

Miembro permanente del Consejo de Seguridad y con derecho de veto, el Tío Sam ha ejercido siempre fuertes presiones sobre las decisiones de la ONU: Estados Unidos ha hecho uso más 80 veces de su derecho de veto en la ONU –casi siempre para proteger a su aliado Israel– contra propuestas de resoluciones sobre el conflicto israelo-palestino.

Una notable excepción a esa regla sería la abstención estadounidense durante una votación en el Consejo de Seguridad el 23 de diciembre respecto a una resolución que afirma que el establecimiento de asentamientos por parte de Israel en los territorios palestinos ocupados “constituye una flagrante violación del derecho internacional y un
obstáculo importante para el logro de la solución biestatal y de una paz general, justa y duradera”.

Estados Unidos se ha mostrado además siempre reticente a adoptar los convenios y otras recomendaciones de la ONU. Por ejemplo, no ha ratificado la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, de 1989, debido a que prohíbe el encarcelamiento de menores, que está autorizado en Estados Unidos; tampoco firmó la Convención de la Unesco sobre la diversidad cultural, de 2005, al considerar que la cultura es ante todo un objeto de comercio, mientras que según la concepción de la Unesco, la cultura constituye un patrimonio común de la humanidad al que tiene derecho todo el mundo y que no puede reducirse a quedar regido por las leyes del dinero.

Y en 2003, el Gobierno estadounidense no dudó en invadir Iraq sin contar con el aval de la ONU.

Además, tal como ha observado el sociólogo suizo Jean Ziegler, Estados Unidos, que financia por sí solo cerca del 22% del presupuesto de Naciones Unidas, controla todas las designaciones para ocupar altos cargos en la organización, a través de su agencia de inteligencia, la CIA. Esto desemboca en una “total colonización de la burocracia de la ONU por parte de Estados Unidos”, según indica Jean Ziegler en su último libro, Chemins d’espérance (Caminos de esperanza).

 

Un futuro incierto

Es de todos sabido que, tras la elección de Donald Trump, el próximo Gobierno estadounidense será abiertamente hostil a la ONU. Las recientes declaraciones vertidas por Trump no auguran nada bueno para sus relaciones con la ONU. ¿Qué ocurriría si el nuevo presidente decide retirar a Estados Unidos de distintos tratados y convenciones de la ONU, y dejar de aporta la contribución financiera estadounidense a dicha organización? Esto podría tener un efecto dominó y que otros Estados hagan otro tanto, lo que hundiría a la ONU en una crisis financiera y de legitimidad, dejándola aún más impotente para actuar.

Bien es cierto que Donald Trump ha dado recientemente marcha atrás en relación con ciertos elementos de su discurso durante la campaña electoral. Así, en una entrevista concedida hace poco al New York Times, afirmó que “echaría un vistazo” al Acuerdo de París sobre el clima, firmado en 2016 durante la COP21, mientras que durante su campaña había anunciado pura y simplemente que renunciaría a dicho acuerdo.

Para sacar a la ONU de la crisis y la incierta situación en la que se encuentra, la organización deberá conseguir reformarse, y sus Estados miembros han de conferirle mayor poder.

António Guterres deberá asumir esta tarea y conseguir que la organización sea más eficaz y más democrática:

- Eficaz, porque debe disponer de mayor poder de aplicación práctica de todas sus decisiones, resoluciones, convenciones, que representan muchas buenas palabras, pero a menudo se quedan en letra muerta.

- Democrática, porque la contratación debería ser más transparente, y poner fin a la injusticia del veto, privilegio acordado a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Francia, Estados Unidos, Reino Unido, China y Rusia). Este derecho de veto a menudo bloquea a la ONU, como ocurre actualmente con la crisis siria, respecto a la cual la Rusia de Putin ha vetado hasta en seis ocasiones las propuestas para poner fin a los bombardeos sobre Siria.

Fue para resolver este problema que Kofi Annan, en 2006, y con el apoyo de Francia, propuso la suspensión del derecho de veto en la ONU cuando se traten temas que involucren crímenes de masas. La idea no conseguiría imponerse entonces, pero va abriéndose camino en las mentes.

La ONU tiene un importante papel que desempeñar en el Siglo XXI, teniendo en cuenta que con la globalización numerosos problemas se han convertido en transnacionales: el problema de los conflictos, porque hoy en día el conflicto sirio tiene repercusiones sobre muchos otros países; el problema de las desigualdades en el mundo, que aumentan día a día; el problema de las finanzas, que deberían regularse; el problema de la evasión fiscal, que habría que prohibir, el problema de las mafias; el problema del medio ambiente, etc.

Lejos de perder confianza en la ONU, conviene apoyarla y ayudarla a mejorar, puesto que es la organización internacional más representativa que existe. Con su Asamblea General, donde prácticamente todos los países del mundo están representados (193 Estados miembros), constituye la instancia más universal, mucho más que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que no incluye más que a 35 países, entre los más ricos del mundo, o que el G7, el G8 o el G20 que no son sino clubs de los países ricos.

La ONU, con su sistema de “un Estado = un voto” en la Asamblea General, es además mucho más democrática que organizaciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) que disponen de un sistema de voto ponderado, es decir que los países más ricos tienen mucha más voz.

En lo relativo al mantenimiento de la paz, en particular, la ONU tiene mayor legitimidad y es más universal que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), dominada por Estados Unidos y que tiende a presentarse cada vez más como la agencia más capacitada para regular los conflictos en el mundo. Desde los años 1990, de hecho, la OTAN ha venido intentando cortocircuitar a la ONU: recordemos que sería la OTAN la que contribuyó a reglamentar el final de la guerra civil en la ex Yugoslavia.

La ONU tiene que reafirmarse frente a la OTAN y frente a algunas grandes potencias que deciden actuar solas interviniendo unilateralmente en grandes conflictos mundiales, como haría Estados Unidos desde 2003 en Iraq, o como tiende a hacer la Rusia de Putin hoy en día.

La creación de la ONU en 1945 representó la victoria del espíritu pacifista, la afirmación del multilateralismo, una hermosa idea progresista. Es necesario mantener ese ideal frente a las veleidades del unilateralismo.

António Guterres tendrá por tanto la dura tarea de intentar subsanar esas lagunas, y conseguir que la ONU resulte más cercana a la opinión pública mundial, de manera que esta institución pueda desarrollar realmente su papel, promoviendo la paz, el progreso social y la democracia en el mundo.

 

Este artículo ha sido traducido del francés.