Lucha contra la pobreza, ¿tema olvidado en la campaña estadounidense?

Cada día, en el paseo que bordea la costa de Atlantic City, Leslie Lee, veterano de guerra, vende banderitas americanas a la sombra de un casino abandonado: el Trump Plaza Hotel. Leslie va en silla de ruedas “por el baloncesto, que me destrozó las rodillas, no por la guerra”, precisa.

Leslie cumplió 20 años en Da Nang, Vietnam, adonde fue destinado y obligado a combatir, como ocurrió con otros miles de jóvenes más de su generación. Aparte nacer el mismo año, 1946, Leslie no tiene casi nada en común con Donald Trump, el candidato a la presidencia por el Partido Republicano. El millonario logró evitar su reclutamiento gracias a varias cartas de aplazamiento enviadas por la universidad de Wharton, donde estudiaba, y alegando una deformación en el pie.

Trump es blanco y rico. Leslie es negro y recibe una pensión de unos 1.000 USD al mes (unos 900 euros). En Estados Unidos, con esos ingresos, está clasificado como pobre.

¿Qué espera Leslie de los dos candidatos, piensa que ayudarán a la gente en su situación? Espera poco, y, aunque pueda parecer curioso, espera menos de Hillary Clinton que de Donald Trump. “Los Clinton son presa de los lobbies. Reciben dinero de instituciones financieras para escribir discursos. Todo el sistema está podrido de arriba a abajo”, afirma. Trump le interesa “porque no es un político”, porque “no se le puede comprar”, porque “ha creado muchos empleos en Atlantic City a lo largo de los años” y “es hábil con su dinero”.

Para nadie es un secreto que Estados Unidos es el país con más desigualdades del mundo occidental. Un 13,5 % de su población vive por debajo del umbral de la pobreza, según el último informe de la Oficina del Censo de Estados Unidos: algo más de 43 millones de personas en 2015.

Aunque esta cifra denota una cierta mejora con respecto al año anterior, continúa siendo muy elevada para un país industrializado y, ni Hillary Clinton, ni Donald Trump han convertido en una prioridad la corrección de esta vergonzosa estadística.

Sus discursos, concentrados íntegramente en la promesa de la creación de empleos, no dejan casi resquicio a las ayudas a los desempleados o a otros imperativos específicos en un país que dificulta sobremanera la vida de los pobres, como ocurre con el acceso a una vivienda o a un crédito.

La Oficina del Censo de los Estados Unidos fija el umbral de la pobreza en función de la situación familiar y los ingresos de las personas. Para una pareja de dos niños, por ejemplo, lo establece en 24.036 USD al año (unos 21.853 euros).

En cambio, las últimas estadísticas son positivas desde la perspectiva de la recuperación económica y el aumento del nivel de vida. Son las mejores cifras desde la recesión de 2007.

Los ingresos medios por familia subieron un 5,2% entre 2014 y 2015. Por primera vez, desde 1999, los tres indicadores de pobreza, cobertura sanitaria y salarios han aumentado en paralelo.

Pero la recuperación ha dejado en la cuneta a los estadounidenses pobres. El Índice de Gini, una herramienta que sirve para calcular las desigualdades nacionales, no deja de crecer año tras año. Desde la primera medición, en 1993, ha aumentado un 5,5%.

 

La vivienda: el mayor problema

Los candidatos “no condenan de verdad el nivel de pobreza excepcional en el que está hundido el país”, afirma Matthew Desmond, profesor de Sociología en Harvard, en un artículo publicado en el New York Times. “En los debates presidenciales, no vemos ningún diálogo serio a propósito de esta cuestión. Somos la democracia más rica del mundo, pero con el mayor número de pobres. Debería estar en el núcleo de los programas”.

Para Desmond, el aumento progresivo del salario mínimo por hora, de 7,25 à 12 USD (de 6,6 a 11 euros), prometido por Hillary Clinton, no será suficiente para frenar esta tendencia tan marcada.

Desmond dedica sus obras a los desahucios, un problema específico de los Estados Unidos que está gangrenando los barrios pobres. Ha publicado un libro, Evicted (Desalojados) en el que describe la espiral de los créditos con tipos de interés peligrosamente altos, como única opción de préstamo; la falta de viviendas asequibles, y una porción cada vez mayor del presupuesto de las familias pobres para la vivienda.

La amenaza pende sobre millones de familias americanas, que no llegan a fin de mes. El caso del condado de Atlantic City es, en este sentido, excepcional: en 2015, fue el lugar de Estados Unidos con más casas embargadas por los bancos.

Desmond explica que en el siglo pasado los desahucios eran algo muy inusual y recibían impresionantes demostraciones de apoyo del vecindario.

En las ciudades estadounidenses hay hoy escuadrones de la policía dedicados en exclusiva al desahucio de familias cuyo domicilio ha sido embargado por los bancos.

Se ha implantado un sector tan floreciente como implacable: el de las empresas de mudanzas especializadas en desalojos o los bufetes de abogados encargados de detectar una eventual bancarrota personal en el pasado de los inquilinos, para aumentarles el interés de un crédito.

“Las familias tienen cada vez menos posibilidades de pagarse un techo en los Estados Unidos”, destaca Desmond. “Durante décadas nos hemos concentrado en los empleos, la asistencia pública, la educación parental, las tasas de encarcelamiento. Son problemas graves. Pero falta algo fundamental. La vivienda es un generador fundamental de pobreza en este país”.

 

Un país a dos velocidades

Estados Unidos padece otro problema de peso: la desintegración económica de regiones enteras está dividiendo económicamente al país. Las costas y las atractivas megalópolis producen y recoger los frutos del crecimiento; los campos, el medio oeste, los Apalaches, no se han recuperado desde la recesión y se hunden económica y estructuralmente.

El consumo de heroína y antidepresivos se han convertido, en varios estados, en un grave problema de salud pública. De hecho, suele ser ahí donde Trump obtiene sus mejores resultados.

Es complicado hablar del programa de Donald Trump para ayudar a los pobres, porque el empresario funciona a base de eslóganes. A mediados de septiembre, en una reunión en el hotel Waldorf-Astoria de Nueva York, prometió crear 25 millones de empleos, pero no dio la receta.

También habló en julio de aumentar el salario mínimo a 10 USD (9 euros), para contradecirse repetidamente a posteriori. En su último discurso en Detroit, dedicado a la economía, ni siquiera lo mencionó. No obstante, si los discursos de Trump se calibran para la clase media, su programa de reducción de impuestos, según él mismo desveló, beneficiará a los estadounidenses más ricos.

Hillary Clinton, en cambio, tiene un programa económico detallado y fiscalmente muy complejo. Se centra en la clase media, con la esperanza de que su apoyo repercuta sobre los pobres. Desea ampliar las ayudas sociales para garantizarles la sanidad, el cuidado de los hijos y la educación.

Si bien Heather Boushey, directora de la ONG con sede en Washington dedicada a la igualdad y el crecimiento Washington Center for Equitable Growth afirmó en el New York Times que “Hillary Clinton tiene, hoy por hoy, el programa más audaz y progresista de todos los partidos”, gran parte de la izquierda piensa que Clinton debería afrontar el problema de la pobreza del país de una manera más clara y directa.

Por su parte, Leslie afirma que no votará, porque ya “ha dejado de creer en el bipartidismo”.

 

Este artículo ha sido traducido del francés.