Nuevos retos para el movimiento sindical egipcio

Artículos

Las huelgas que han tenido lugar en Egipto este mes de febrero, y que obligaron a renunciar al Gobierno de Hazem el-Beblawi, deberían haber sido un punto de inflexión para el movimiento sindical.

Por primera vez desde que el presidente Mohammed Morsi, de la Hermandad Musulmana, fue destituido de su cargo en julio de 2013, el país ha experimentado huelgas masivas en los servicios públicos y las industrias estatales: se declararon en huelga los trabajadores y las trabajadoras de la industria textil, la limpieza y el transporte público, al igual que los del servicio postal y sanitario y los miembros del sistema judicial.

También ha habido huelgas en el sector privado. El Centro para el Desarrollo Socioeconómico El-Mahrousa registró más de un millar de plantones, paros y manifestaciones en los que participaron 250.000 trabajadores durante el mes de febrero, cuando en enero apenas pudieron contarse 50 (y menos de 400 en marzo). En general, durante el primer trimestre de 2014, el Centro registró 1420 protestas laborales.

La importancia de esta protesta va más allá de las cifras: el contexto también es importante. Entre enero y mayo de 2013, el movimiento sindical se había mostrado particularmente activo suscitando la movilización de cientos de miles de trabajadores para luego disminuir tras la caída de Morsi.

A partir de entonces, el malestar se dejaba sentir de forma esporádica y era violentamente reprimido por el régimen implantado por el golpe de julio. Las manifestaciones eran disueltas y se acusaba a los trabajadores en huelga de pertenecer a la Hermandad Musulmana.

Esta campaña de intimidación fue tan eficaz que después de la publicación de una hoja de ruta con miras a una nueva Constitución y las elecciones presidenciales y legislativas, los principales sindicatos dieron por escrito garantías de apoyo al nuevo régimen y convinieron en contribuir a la “lucha contra el terrorismo” al renunciar a la acción de huelga.

La Federación Sindical Egipcia (ETUF, por sus siglas en inglés), controlada de facto por el Estado, estampó su firma, al igual que los principales sindicatos independientes: la Federación de Sindicatos Independientes Egipcios (EFITU), creada durante la revolución de 2011, y el Congreso Democrático del Trabajo.

El nombramiento del presidente de la federación independiente EFITU, Kamal Abu Eita, como ministro de trabajo fue blanco de críticas internas, ya que durante la represión de las huelgas por parte de las autoridades, se mantuvo en silencio.

 

Romper la barrera ideológica

De ahí la importancia que reviste el que a principios de este año se haya reanudado la lucha. El movimiento sindical logró romper la polarización que había enfrentado al Estado contra los Hermanos Musulmanes.

Por primera vez, las protestas de la población apuntaban al Gobierno sin implicación alguna con la Hermandad Musulmana, aun cuando las autoridades siguen pretendiendo, de forma poco convincente, afirmar lo contrario.

Las protestas se produjeron precisamente en los sectores que se habían declarado en huelga contra Morsi en 2012 y 2013. El movimiento de los trabajadores puso de relieve el fracaso del nuevo Gobierno para resolver los problemas económicos y sociales, así como sus intentos de evadir sus responsabilidades parapetándose en la “lucha contra el terrorismo’.

La reivindicación más importante de estas protestas es el salario mínimo. Esta política ya ha sido aplicada, pero de una manera tan partidista y parcial que los trabajadores la consideran más una provocación que una conquista genuina.

El pasado mes de septiembre, el salario mínimo se fijó en las 1200 libras egipcias (168 USD) exigidas por los trabajadores desde 2008, pero solamente tenían derecho a recibir este salario mínimo los funcionarios públicos. Según la Agencia Central egipcia de Estadísticas, apenas un tercio de los seis millones de funcionarios de Egipto recibía antes menos de este salario mínimo.

Egipto cuenta con 24 millones de empleados del sector público, que incluyen no solamente a los que trabajan directamente para el Estado, sino también a los que trabajan para los entes estatales, tales como el servicio de correos, los ferrocarriles y el transporte público.

Los salarios de los trabajadores del sector privado han disminuido Representan una paga media máxima semanal de 300 libras egipcias (42 USD), con lo cual una importante proporción de la fuerza laboral gana menos del mínimo exigido por los sindicatos. La introducción del salario mínimo fue pretexto para dar rienda suelta al alza de los precios, penalizando aún más a aquellos cuyos ingresos no aumentaron.

El movimiento sindical consiguió captar la atención, pero los resultados no han sido los esperados. El Gobierno de el-Beblawi fue seguido por otro en el que predominan los ministros del antiguo régimen.

Cuando el nuevo primer ministro, Ibrahim Mehleb, visitó Mahallah, una importante ciudad industrial al norte de El Cairo, pidió a la gente tener paciencia: “El Estado no tiene una varita mágica para resolver todos los problemas de los trabajadores.”

La ministra de Empleo, Nahed Ashry, una veterana del gobierno de Mubarak conocida por su indefectible apoyo a los empresarios, ha sido criticada por los sindicatos con sede en Suez. Los trabajadores de Cristal, una empresa que emplea a 1.400 trabajadores en Shubra al-Kheima (Gran Cairo), condenaron su partidismo durante la huelga convocada en mayo para protestar por la aplicación de un acuerdo firmado bajo su predecesor.

Desde la accesión al poder del nuevo Gobierno, la represión ha aumentado y numerosos dirigentes sindicales han sido detenidos y acusados de delitos contra el orden público, incitación a la violencia y violaciones a la seguridad nacional.

Los representantes de los trabajadores postales fueron arrestados en redadas, golpeados y torturados. Después de una huelga para exigir aumentos salariales en una fábrica de cerámica, propiedad de un miembro del antiguo Partido Nacional Democrático de Mubarak, las fuerzas de seguridad intimidaron y amenazaron a los trabajadores para forzar a dimitir a 25 de sus dirigentes.

Sin embargo, el peor incidente tuvo lugar en la empresa Egyptian Propylene and Polypropylene Company en Puerto Said: como lo exige la ley, tres representantes de los trabajadores se presentaron a la comisaría de policía para notificar la organización de una sentada para exigir mejores condiciones de trabajo y el pago de los salarios atrasados que se les debían. Una vez allí, fueron arrestados y mantenidos en detención durante cuatro días. En cuanto fueron liberados se unieron a sus compañeros en huelga, quienes protestaban por su encarcelamiento.

 

Tendencia a prohibir las huelgas

No es nada nueva la brecha que existe entre la talla del movimiento sindical y sus modestas victorias. El movimiento sindical ha impulsado el proceso revolucionario, pero sin lograr un cambio positivo duradero en el equilibrio del poder.

Antes de la revolución de enero de 2011 el movimiento sindical se mostró especialmente activo, y consiguió convocar a huelga a casi dos millones de trabajadores. Asimismo, desempeñó un papel determinante en la caída del régimen de Mubarak al ocupar los sitios clave, mantener como rehenes a funcionarios estatales y convocar a una huelga general.

Sin embargo, desde la salida de Mubarak, ha sido torpedeado sin descanso con el pretexto de que las huelgas perjudican a la revolución. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que se hizo del control en febrero de 2011, legisló con el fin de ilegalizar la huelga y poder llevar a todo líder de huelga ante los tribunales militares.

Esta actitud siguió predominando bajo el gobierno de Morsi, con la misma falta de éxito.

Los trabajadores se encuentran ahora incluso más descontentos. En 2012 el número de huelgas fue superior al registrado en los últimos 10 años anteriores a la revolución, según un informe del Centro para los Derechos Económicos y Sociales de Egipto. Y hubo más huelgas en los primeros cinco meses de 2013 que en todo el año anterior, de acuerdo con un estudio realizado por el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo.

Los manifestantes también tienen que lidiar con la prudencia de sus propias centrales sindicales. Los sindicatos han optado por sofocar las ansias de acción de los trabajadores en huelga, en lugar de apoyar las reivindicaciones de sus miembros.

Los sindicatos han estado dominados desde 1957 por la federación nacional, la ETUF, fundada por el presidente Nasser. Totalmente controlada por el Estado, no ha participado en lo más mínimo en el desarrollo del movimiento sindical. A menudo ha condenado a los huelguistas y a las manifestaciones.

La creación de sindicatos independientes en 2008 puso fin al monopolio de la ETUF. Las nuevas organizaciones procedían de comités de trabajadores de base que unieron sus fuerzas y se encontraron en una posición lo suficientemente fuerte como para ganarse la confianza de los trabajadores. La elección de la plaza Tahrir de El Cairo, el epicentro de la revolución de 2011, para fundar la federación EFITU tuvo un gran valor simbólico.

 

Divisiones internas

Esta tendencia hacia una mayor autonomía incrementó su fuerza, pero las esperanzas duraron poco. Pronto las disensiones surgidas entre los líderes de la EFITU provocaron su división, la cual llevó a la creación del Congreso Democrático del Trabajo.

La competencia por representar a todos los trabajadores egipcios en los organismos internacionales y las negociaciones con el Estado aumentó las tensiones. En ese entonces, el llamado a apoyar al nuevo régimen encabezado por Abdel Fattah al-Sisi provocó nuevas disensiones internas.

Aprovechando sus vínculos con el Estado, la federación oficial, la EFTU, pudo fortalecer su posición. Las secciones locales de los sindicatos independientes (y algunas veces del sindicato oficial) se activaron en el sector del transporte público, los ferrocarriles, los servicios postales y en Mahallah, mientras que las centrales sindicales se mantuvieron en la retaguardia.

En sus altas instancias, la tendencia observada en el seno de los sindicatos es la de un estancamiento burocrático, pérdida de ímpetu y la desconexión con las preocupaciones de las bases.

Al prestar su apoyo al nuevo régimen y renunciar a la acción de huelga, los líderes de los sindicatos independientes corren el gran riesgo de convertirse en meros calcos de sus homólogos de la federación oficial.

La debilidad de sus organizaciones sindicales, explica el curso de los acontecimientos políticos en Egipto después de la revolución. Durante el levantamiento en Túnez, la Unión General del Trabajo de Túnez (UGTT), después de los titubeos iniciales, respondió a la presión de sus bases y tomó opciones políticas decisivas.

Nada similar ha ocurrido en Egipto, donde el enorme número de trabajadores que se movilizaron antes y después de la revolución no pudo ejercer una influencia duradera, ni tampoco aportar una verdadera alternativa al antiguo régimen.

Desde la investidura del mariscal Abdel Fattah al-Sisi como presidente de Egipto el 8 de junio, ha quedado claro que el Gobierno no tiene ninguna intención de mejorar la suerte de los trabajadores. Al-Sisi recurre a la retórica populista pidiendo a la gente levantarse temprano, trabajar duro y olvidarse de todas esas nimiedades de reivindicaciones “sectoriales”.

Al mismo tiempo, ha optado por una austeridad radical. Ha exigido que se examine de nuevo el presupuesto público con el fin de reducir la deuda pública a través de recortes en los subsidios a la energía y nuevos impuestos.

El precio del combustible se ha disparado y los aumentos se han distribuido de forma desigual: el costo del gas natural ha aumentado en un 175 por ciento para los vehículos de transporte público, pero solamente el 30-40 por ciento para las fábricas. El combustible de baja calidad destinado a los taxis y los coches ha aumentado en un 75 por ciento, pero el combustible de mayor grado subió solamente un 40 por ciento.

La consecuencia ha sido un alza descontrolada en el precio de los gastos de transporte público y de los productos manufacturados. Los taxistas, por su parte, han dejado de trabajar. Se avizoran nuevas olas de protesta.

 

Este artículo fue inicialmente publicado en Le Monde Diplomatique. Copyright © 2014, Le Monde Diplomatique. Reproducido con la autorización de Agence Global.

 

Este artículo ha sido traducido del inglés.