¿Qué vale una mujer? Salarios y democracia en Camboya

 

Durante dos semanas, los trabajadores de la confección de Camboya, en su mayoría mujeres, llevaron a cabo una huelga coordinada para exigir un salario mínimo de 160 USD al mes, provocando la parálisis de la fuerza vital económica del país.

En comparación con las tácticas intimidatorias adoptadas en el pasado, el Gobierno había demostrado en este caso una moderación extraordinaria al permitir que se llevara a cabo la concentración pacífica en Phnom Penh, la capital del país.

Después, la tarde del viernes 3 de enero de 2013, una unidad del comando militar especial abrió fuego contra los manifestantes utilizando fusiles de asalto AK-47, dejando un balance de cinco muertos y otros muchos heridos, entre los que al parecer hay personas que no estaban participando en la protesta.

Un grupo local de defensa de los derechos ha calificado lo sucedido como “el incidente más violento contra la población civil perpetrado por el Estado desde hace 15 años”.

Un periódico internacional del país ha titulado su video de la exclusiva de los hechos “Democracy Unraveling” (la democracia se descompone).

Sin embargo, lo que no se ha mencionado es el cambio súbito que se ha producido en la ponderación de género entre los manifestantes de primera línea durante las violentas confrontaciones.

El movimiento sindical y salarial de Camboya ha estado dominado por una imagen de mujeres decididas y desafiantes, las cuales representan el 80 % de la mano de obra de las fábricas de confección. No obstante, en cuestión de un día, a medida que iban transcurriendo los acontecimientos la imagen se transformó en otra en la que aparecen hombres jóvenes lanzando piedras y cócteles molotov contra las fuerzas de seguridad armadas y que son brutalmente golpeados antes de efectuarse arrestos masivos.

Si bien la ofensiva del viernes es el peor incidente que ha sufrido el importante sector de la confección del país, no es la primera vez que estos trabajadores han sido víctimas de un uso excesivo – e impune – de la fuerza por parte del Estado o de agentes del Estado por el hecho de reclamar mejores condiciones de trabajo.

El caso es que, a pesar de todo, estos incidentes, protagonizados en su mayoría por mujeres trabajadoras, rara vez reciben cobertura internacional.

Y los manifestantes casi nunca responden con una resistencia armada (considerando como armas potenciales los palos, las piedras y los cócteles molotov caseros), como lo hace desde luego la policía.

Hay diferentes testimonios en cuanto a la cronología de los hechos y a lo que provocó la confrontación, pero lo que está claro es que cualquier comportamiento violento por parte de los manifestantes, por mínimo que sea, parece satisfacer los intereses de un Gobierno determinado a sofocar lo que se está convirtiendo rápidamente en una grave amenaza para el Primer Ministro Hun Sen, en el poder desde hace casi 30 años.

El portavoz del Consejo de Ministros, Phay Siphan, defendiendo la ofensiva perpetrada por los soldados, ha dicho en sus declaraciones: “Esto no es una manifestación... esto es una rebelión.”

 

Mujeres en primera línea

Desde el punto de vista del Estado, las rebeliones – y los disturbios – pueden ser reprimidos de manera justificada; únicamente las asambleas pacíficas no violentas están protegidas por la normativa internacional en materia de derechos humanos.

Por eso, y por toda una serie de razones, una acción estratégica no violenta permite que se dupliquen las posibilidades que tiene un movimiento de lograr sus objetivos.

Las mujeres podrían tener un papel exclusivo que desempeñar cuando la ira y la tensión aumenten.

Por lo general las mujeres suelen ser menos propensas a recurrir a la violencia, incluso cuando se ven confrontadas a una fuerza excesiva, y tienden más a fomentar el diálogo y otras tácticas difusas.

Poder contar con mujeres en primera línea y con mujeres que ocupen puestos de liderazgo es una estrategia acertada en todo movimiento pacífico a favor de la justicia social, y es además un principio fundamental de los movimientos democráticos motivados por la inclusión y la igualdad.

Para el movimiento sindical que existe actualmente en Camboya, la participación y el liderazgo de las mujeres tiene un sentido lógico, puesto que las trabajadoras representan la mayor proporción de los manifestantes.

Y las mujeres pueden hacer mucho para recalibrar la lucha con miras a que se aplique unas tácticas más efectivas y menos agresivas.

Para las mujeres que libran esta lucha es mucho lo que está en juego, no sólo en tanto que trabajadoras sino también como mujeres. Lo que a primera vista es una demanda de incremento salarial y de mejores condiciones de trabajo, es fundamentalmente una oportunidad para que se reevalúe en un sentido más amplio el valor social de las mujeres. Las mujeres tienen que ser necesariamente el símbolo de esa lucha.

La industria de la confección es un elemento fundamental de la emergente economía de Camboya, y marcas como H&M, Gap, Levi’s y Nike son algunos de los principales clientes con los que cuenta este sector.

Las trabajadoras camboyanas constituyen literalmente el principal segmento económico del país, por lo que tienen en sus manos un poder inmenso.

Pero, al mismo tiempo, estas mujeres representan también uno de los sectores más oprimidos de Camboya.

A nivel mundial, la historia laboral de las mujeres pone de manifiesto un patrón para este tipo de trato, que se ha venido repitiendo en todos los países a lo largo de décadas.

La “feminización” de una industria facilita la desvaloralización del trabajo que realiza su mano de obra, puesto que las mujeres son universalmente víctimas de la discriminación salarial basada en el género.

Scholar Cynthia Enloe sostiene que el trabajo que realizan las mujeres en este tipo de contextos no es simplemente “más barato” en comparación con el de los hombres, sino que está agresivamente “degradado” con el fin de maximizar los beneficios en el mercado mundial.

Este tipo de prácticas se toleran —es más, se aprovechan— porque el abuso y la explotación de las mujeres están normalizados en las sociedades del mundo entero.

 

Un trabajo barato, degradado y explotado 

Hay un refrán camboyano que dice que “el hombre es como el oro, la mujer como una tela blanca”, lo que demuestra hasta qué punto las mujeres están por lo general desvaloralizadas frente a los hombres.

Un informe publicado hace poco por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) cuantifica económicamente dicha desvaloralización en términos de salarios, revelando la existencia de una brecha salarial de 25 USD mensuales entre las mujeres camboyanas que trabajan en fábricas y sus homólogos hombres – la mano de obra femenina es por lo tanto “barata”.

El salario mínimo en Camboya, fijado por el Gobierno en 80 USD al mes, se sitúa muy por debajo del nivel recomendado por la alianza Asia Floor Wage (Campaña por un Salario Digno en Asia) de 281 USD al mes – por lo que se puede decir que la mano de obra femenina está “degradada”.

Los directivos de las fábricas, por su parte, sostienen que sus clientes multinacionales les presionan para que mantengan los sueldos bajos, a pesar de un aumento del 22% en la producción que sitúa el valor de las exportaciones de artículos de confección en los 5.070 millones USD para 2013 – la mano de obra femenina es objeto de una “explotación” global y manifiesta.

Pero parece que las camboyanas ya no están dispuestas a seguir siendo cómplices de semejante explotación.

Al reclamar sueldos más altos puede decirse que están rechazando también el estatus de “ciudadana (mundial) de segunda clase” al que hace alusión el refrán, un estatus infravalorado y excesivamente condicionado por la discriminación de género.

Pero al actuar así se arriesgan a que se les apunte con el cañón de un fusil.

En una reunión a la que asistí hace poco en Phom Penh, sobre los abusos basados en el género, una activista decía: “¡Sí, hay violencia contra las mujeres! ¡Es una violencia perpetrada por el Gobierno, que utiliza su ejército y su policía, equipados con armas y porras, contra los manifestantes pacíficos desprovistos de armas!”

La igualdad de derechos – no los palos y las piedras – es la mejor protección en semejante situación.

No hay excusa que justifique el uso de una fuerza excesiva e ilegal por parte del Estado.

Pero desde el viernes pasado, el movimiento sindical de Camboya – que anteriormente se caracterizaba por una acción no violenta encabezada por mujeres – se alza sobre lo que podría convertirse rápidamente en una espiral descontrolada de violencia.

Los hombres tienen una función importante que desempeñar en la lucha de los trabajadores y trabajadoras del sector de la confección.

Pero tomar las riendas del movimiento y transformarlo en una resistencia armada será condenar de facto su gran potencial para lograr los incrementos salariales deseados y las mejoras en el estatus y el valor de las mujeres en una sociedad pacífica y democrática.

 

Este artículo fue publicado originalmente en openDemocracy 50.50.

 

Este artículo ha sido traducido del inglés.