Egipto: donde el dolor económico choca con la movilización social

 

Niños de la calle y mujeres de mediana edad de las empobrecidas barriadas decrépitas de El Cairo se abren paso entre los puestos de ropa improvisados de la plaza de Talet Harb, en el centro ciudad, pregonando cigarrillos y pañuelos de papel a cada momento en el que el tráfico se detiene.

Los conductores de taxi, a la búsqueda desesperada de algún pasajero, se enredan en embotellamientos, y mientras los intensos enfrentamientos entre miles de egipcios confrontados a jóvenes enmascarados y policías antidisturbios estallan varias manzanas más allá, el vocerío de las ofertas comerciales que cantan con ritmo los vendedores informales, satura la plaza.

La economía del turismo se sigue desmoronando, las reservas egipcias de divisas continúan menguando y la libra no deja de bajar.

El desempleo está creciendo y el plan de austeridad y rescate del FMI, constantemente pospuesto, amenaza con eliminar las subvenciones estatales al pan y a los combustibles, lo que hará que los precios se disparen.

Para los trabajadores y los desempleados egipcios, el dolor de este proceso se ha agravado a raíz de las demandas pendientes de pan y justicia social de la revolución de 2011. Y a medida que el hambre aumenta, se tiene la inquietante sensación de que lo peor está por llegar.

“Antes de que [el Presidente Mohamad] Morsi fuera elegido, yo solía ganar 130 libras egipcias (19 USD) al día”, dice Ziyad, un fornido chófer de taxi de El Cairo que me lleva de Talet Harb al exclusivo barrio de la isla de Zamalek.

“Ahora gano 30 libras (4 USD) al día y tengo mujer y dos hijas jóvenes que mantener”, me explica al tiempo que esquiva los enfrentamientos callejeros y circunvala el antiguo edificio calcinado del PND – sede del partido del derrocado dictador Hosni Mubarak que fue incendiado por los manifestantes durante la revolución de 2011. “Pero así es la democracia...”, suspira Ziyad. “Lo único que podemos hacer es que Morsi no salga reelegido la próxima vez.”

 

“Incredulidad en la democracia”

Las protestas masivas de la oposición contra Morsi, que lidera el brazo político de la Hermandad Musulmana (el Partido de la Libertad y la Justicia), han polarizado el país, además de paralizar periódicamente El Cairo.

Desde el inicio de las protestas el 25 de enero –fecha que marca el segundo aniversario de la revolución–, la última ronda de disturbios en Egipto desde los dieciocho días de insurrección popular estuvo centrada en el descontento constitucional por el mayor poder islámico y militar, los derechos individuales y la reforma policial.

Pero a pesar de que el derrumbamiento de la economía es una de las principales preocupaciones de los egipcios y que el descontento con la crisis es sumamente obvio entre los manifestantes de la oposición, las reivindicaciones por los derechos socioeconómicos siguen sin incluirse en la agenda política.

 “El mayor miedo que hay en Egipto en estos momentos es que la incredulidad en cuanto a que la democracia puede satisfacer las demandas socioeconómicas, aumente. Es peligroso”, dice Mazen Hassan, catedrático en la Facultad de Economía y Ciencias Políticas de la Universidad de El Cairo.

Sentado en su oficina, que da a una agitada zona comercial cinco pisos más abajo, el catedrático de ciencias políticas afirma categóricamente que el bloque islamista en el poder y los líderes de la oposición – el Frente de Salvación Nacional (FSN) – no se centran en la economía porque tienen unas cuantas diferencias.

“La oposición no tiene realmente un argumento sólido en contra [de Morsi, con respecto a la crisis económica]. No tienen unas ideas más fuertes en términos de planificación de la economía”, dice Hassan.

Este es el sentimiento que ha impulsado a los sindicatos independientes de Egipto, una fuerza social decisiva en el FSN, a dar a los líderes de la oposición un ultimátum para que atiendan las reivindicaciones económicas de los trabajadores o, de lo contrario, se queden sin su apoyo.

Recuperado de la fogosa conferencia de prensa del 16 de febrero, en la que los dirigentes sindicales independientes bombardearon al Gobierno por las devastadoras consecuencias de la subida de los precios, de los sueldos de miseria y de la austeridad, el presidente de la Federación de Sindicatos Independientes de Egipto, Kamal Abou Aita, expresa su creciente desilusión con los líderes de la oposición.

“Las élites [de la oposición] siguen formulando demandas políticas, pero no nuestras demandas”, explica desde las oficinas de la Federación, en el corazón del abarrotado y decapitada barrio de clase trabajadora de Sayeda Zeinab, en El Cairo.

“Sólo formulan demandas sobre libertades generales, sobre cuestiones liberales de la élite.”

 

Movilización

Abou Aita, un hombre de mediana edad con mostacho negro, fue alguien importante en la organización de los primeros sindicatos independientes de Egipto tras el derrocamiento de Mubarak, y también una figura clave en la movilización de los trabajadores durante la revolución.

En representación de un amplio sector transversal de trabajadores y trabajadoras – desde pilotos y enfermeras, hasta campesinos y empleados de fábricas – Abou Aita dice que la situación para los egipcios está peor ahora que durante la dictadura, porque las políticas económicas no han cambiado.

Aunque las huelgas generales y la movilización obrera paralizaron el país y fueron el último clavo del ataúd del antiguo régimen, las reivindicaciones económicas de los trabajadores se han puesto de lado desde el comienzo de la transición en Egipto.

“[Morsi] tiene que aprovechar el apoyo que se le está dando a las empresas e invertirlo en servicios sociales y en la creación de salarios mínimos”, señala Abou Aita, afirmando que el Gobierno no ha cumplido las promesas de la revolución con las que lograron hacerse con el poder.

Dándole una larga calada al cigarrillo y reclinándose en la silla, debajo de un póster francés que reivindica los derechos de la mujer para atender al cuidado de los hijos, Abou Aita extiende su receta de miembro para terminar con la creciente pobreza, con la desigualdad y con la marginación económica.

“No queremos el préstamo del FMI ni sus políticas de Ajuste Estructural. Queremos reformas a la legislación laboral. No queremos esta Constitución, porque no ofrece garantías a los trabajadores. Queremos la nacionalización de las fábricas.”

No obstante, ninguna fuerza política ha adoptado completamente estas demandas y Abou Aita dice que los trabajadores no tienen en estos momentos la capacidad para convocar una nueva serie de huelgas generales como en 2011.

En consecuencia, advierte de la posibilidad de que estallen revueltas espontáneas masivas por el pan, como sucedió en 1977 – una posibilidad que aumenta a medida que el hambre crece.

Esta realidad que se cierne sobre el país es lo que estremece a Hassan.

“A fin de cuentas, ahora la gente, sobre todo en El Cairo, está especialmente movilizada y no se le puede infringir sin más este tipo de dolor [económico] con semejante nivel de movilización social”, añade.

De vuelta en el callejón cerca de los cafés de shishas que rodean las plazas de Talet Harb y Tahrir, varios jóvenes flacos van de mesa en mesa intentando vender con agresividad paquetes de chicle a los activistas que fuman y preparan su próximo paso contra Morsi.

“La revolución de 2011 postergó una revolución impulsada por el hambre”, dice Abou Aita.

“Ahora la gente se da cuenta de que no se ha logrado nada, y los vendedores de las calles –a quienes organizamos– dicen que va a estallar una nueva revuelta porque ahora no hacen más que hablar de política, no de economía."

 

Este artículo ha sido traducido del inglés.