Elecciones en EE.UU.: dos estadounidenses diferentes

Opinión

 

Una vez apagados los últimos reflectores de las grandes convenciones de los partidos, los contendientes, el presidente Barack Obama y el republicano Mitt Romney, inician la recta final de los últimos 58 días de campaña presidencial en una carrera de lo más ajustada.

Con más de 20 millones de personas necesitadas de empleo a tiempo completo, el problema primordial es, lógicamente, la economía.

 

La mayoría de los estadounidenses piensa que el país va por la senda equivocada y desaprueba la forma en que Obama ha conducido la economía.

Romney quiere que esta elección sea un referéndum sobre los resultados del presidente. Su mejor argumento es muy simple: "el estado de la economía es lamentable; Obama ha fracasado; necesitamos un cambio”.

La mayoría de los modelos académicos que pronostican el resultado de las elecciones basándose en los datos económicos prevén una victoria de Romney.

Pero Romney es un candidato desafortunado, un camaleón que ha tenido que cambiar de color en toda una diversidad de cuestiones fundamentales para adaptarse al entorno electoral.

Y encabeza una plataforma que trata de vender una vez más las mismas políticas que contribuyeron a llevar a la economía al borde del precipicio: disminución de los impuestos finales a costa de salvajes recortes en las ayudas sociales básicas, más gastos y aventuras militares y la desregulación financiera y empresarial.

De modo que Obama puede sacarle una buena ventaja en caso de que los votantes vean estas elecciones como una opción del rumbo a seguir.

El ex presidente Bill Clinton lo dejó bien claro en su golpe maestro durante la convención:

 "Creemos que ‘todos estamos en el mismo barco’ es una filosofía mejor que ‘¡arréglenselas como puedan!’”, advirtiendo que lo que quiere Romney es una mera “economía con doble efecto de goteo”

(la economía de goteo es aquella que rebaja los impuestos a los ricos con la esperanza de que caigan algunas gotas para los trabajadores, y el primero en popularizarla fue Ronald Reagan).

Los dos partidos también representan cada vez más a dos estadounidenses diferentes.

Los republicanos, como se vio en Tampa, son cada vez más un partido minoritario de votantes “pálidos, masculinos y rancios”, es decir, más viejos, prácticamente todos blancos, varones en su gran mayoría y, naturalmente, más ricos.

La coalición demócrata de Obama es más joven, diversa, desproporcionadamente femenina y cuenta con más votantes de bajos ingresos y un mayor número con títulos de posgrado.

Dado que son pocos los votantes indecisos, el resultado se juega cada vez más en el hecho de la participación: cuál de los dos candidatos tendrá más habilidad para conseguir que su base salga a votar en un puñado de estados clave.

A este respecto, las encuestas no son útiles, y los expertos saben muy poco.

Los activistas demócratas se movilizan ante la amenaza que representa el programa de Romney y de la derecha, pero el electorado más importante a favor de Obama, mujeres jóvenes y solteras así como las minorías, son las que más se han visto afectadas por la economía.

Los activistas de derechas se inflaman ante la posibilidad de “enviar a Obama de regreso a Chicago”, pero los votantes conservadores no quieren ni respetan a Romney.

Las personas de edad, un electorado republicano clave, tienden a votar en mayor porcentaje que el resto de la población, pero cada vez se muestran más preocupados ante los planes que los republicanos prevén para Medicare, el indispensable programa de seguro de salud para las personas mayores.

Los trabajadores blancos de cuello azul no universitarios votan por los republicanos en número cada vez más importante, pero es probable que se lo piensen dos veces antes de elegir a un “buitre capitalista” de Wall Street.

También sin precedentes son las cuantiosas sumas de dinero, en su mayor parte anónimas, que desbordan tanto las campañas como las denominadas actividades "independientes".

Se calcula que estas elecciones costarán 3 mil millones de dólares, en su inmensa mayoría dedicados a anuncios peyorativos que infestan las 24 horas del día durante toda la semana los televisores de los pocos estados indecisos.

Las elecciones estadounidenses son cada vez más costosas y más negativas, pero nunca se había visto este tipo de excesos.

Unos anuncios negativos que tienden a reducir la participación, y a los que no resisten echar mano un candidato de un partido minoritario como Romney ni un presidente candidato que busca la reelección en una economía viciada.

A ello hay que añadir el esfuerzo sin precedentes de los gobernadores republicanos de estados clave como Ohio, Pensilvania y Florida, que marcan las cartas del juego aprobando “reformas electorales”, tales como la exigencia de un documento de identificación oficial, la limitación de los períodos de votación o, la restricción del acceso a las mesas de votación, claramente destinadas a dificultar el voto de los jóvenes, los pobres y las minorías urbanas.

En suma, los Estados Unidos se encaminan hacia una feroz campaña que los enfrentará implacablemente en los próximos dos meses, así como los meses después de que la elección se decida. Cualquiera que sea el resultado, Estados Unidos saldrá de estas elecciones más dividido que antes y los partidos más polarizados que nunca.

 

*Robert Borosage es fundador y co-director de Campaign for America’s Future (Campaña para el futuro de América), un centro progresista de ideas y organización. Asimismo, es presidente fundador y preside el consejo de la mayoría progresista y el Congreso progresista: Progressive Majority y ProgressiveCongress.org, que tratan de elegir y apoyar a los candidatos progresistas a nivel local, estatal y nacional.

 

 

Este artículo ha sido traducido del inglés.