Traficantes de bebés de Sudáfrica: “Las madres migrantes necesitan nuestra ayuda”

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Amos Xulu hace el viaje de 857 kilómetros y 20 horas de duración entre Johannesburgo en Sudáfrica y Bulawayo en Zimbabue varias veces a la semana. Hoy, mientras con una mano gira bruscamente el volante de su autobús Scania para meterse en el carril del centro, con la otra da papilla a un bebé.

El bebé no es suyo. Amos es una ‘niñera de carretera’. Se considera un conductor de autobuses emprendedor que complementa sus ingresos cobrando a madres migrantes desesperadas por llevar clandestinamente sus niños nacidos en Sudáfrica a ‘casa’ en Zimbabue. Sin embargo, para los activistas contra la trata de personas, Amos es un delincuente.

Dado tanto el elevado número de migrantes indocumentados en Sudáfrica como la gran proximidad entre las ciudades más grandes de Zimbabue y la capital comercial de Sudáfrica, Johannesburgo, el tráfico transfronterizo de niños migrantes no acompañados se limita principalmente a zimbabuenses, cuyo número asciende a entre uno y tres millones en Sudáfrica.

Según Noah Mhlanga, responsable de comunicación en la oficina sudafricana de la Organización Internacional para las Migraciones los datos imprecisos, las fronteras frágiles y la crisis económica de Zimbabue hacen que “resulte imposible estimar el número de niños transportados clandestinamente entre las fronteras de ambos países”.

Pero está aumentando. Este verano se introdujeron nuevas normas polémicas sobre inmigración para prevenir el tráfico de niños.

Como consecuencia, todos los padres que viajan a y a través de Sudáfrica deben presentar una partida de nacimiento ‘íntegra’, mientras que los padres que viajan solos deben presentar una autorización firmada por el padre que no viaja, junto con una copia de su tarjeta de identidad o pasaporte. Muchos padres extranjeros no pueden satisfacer estos requisitos estrictos, lo que les lleva a buscar medios alternativos ilegales para cruzar la frontera.

Gilles Virgili dirige Children on The Move, un proyecto de Save the Children en Sudáfrica para la protección de los niños migrantes no acompañados en África meridional. Cuenta a Equal Times: “Hay más de 400.000 niños extranjeros que viven en Sudáfrica. Se calcula que el 30% de todos los migrantes en África son niños. Es la mayor proporción en el mundo”.

La mayoría de las madres de estos niños no puede cuidar de ellos en Sudáfrica. Nacer en Sudáfrica es solo garantía de ciudadanía para los niños cuyos padres tienen un permiso de residencia permanente y ese número es un porcentaje mínimo del número total de extranjeros en Sudáfrica.

Según las cifras más recientes, solo se emitieron 6.801 permisos de residencia permanente en 2013, de los cuales el 28,5% fueron concedidos a ciudadanos zimbabuenses.

Por lo tanto, las mujeres que utilizan los servicios de Amos son migrantes precarias, principalmente madres solteras indocumentadas que trabajan por salarios bajos como trabajadoras del hogar, en fábricas, en restauración o en granjas. No pueden permitirse cuidado infantil ni tomarse días libres en el trabajo para acompañar a sus hijos a su país de origen con sus parientes. Como consecuencia, estos conductores de autobús son su única opción.

 

“Los bebés no son cestas de fruta”

Sudáfrica es signataria del Protocolo de las Naciones Unidas para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños y este agosto, también introdujo una nueva Ley para prevenir y combatir la trata de personas. Si es detenido, Amos se enfrenta a un mínimo de cinco años de prisión y a que le confisquen su pasaporte y permiso de conducir. Sin embargo, insiste en que no hay nada perverso en su trabajo.

“Lo que hago es necesario. Los bebés llegan vivos, las madres confían en mí y me pagan”.

Sin embargo, Mhlanga describe la práctica como “inmoral a todos los niveles. Los bebés no son cestas de fruta que se pueden transportar a través de fronteras sin los padres”.

Amos dice que “envía” más de 60 bebés al año, de cuatro meses o mayores, al precio de aproximadamente 3.600 rands (300 dólares) por niño. Otros conductores cobran entre 2.700 rands (aproximadamente 200 dólares) y 5.500 rands (400 dólares).

Por supuesto, las compañías de autobuses prohíben esta práctica, pero cuando un conductor está en posición de ganar su salario mensual en un solo viaje, la tentación es demasiado fuerte.

Las madres proporcionan una dirección de destino, los datos de la persona que recogerá al bebé y un paquete de leche, botellas de agua y comida antes de confiar a sus hijos a personas como Amos. Al llegar a Zimbabue, los conductores verifican el número de tarjeta de identificación o pasaporte del receptor antes de entregar al niño.

Para Winnie Jokwe, una madre primeriza de 24 años, confiar el cuidado de su bebé a un completo extraño era una perspectiva aterradora, pero dice que su única opción fue pagar a un conductor para que llevara a su hijo de seis meses a su madre en Harare, la capital de Zimbabue, en noviembre del año pasado. Llegó sano y salvo.

“Hago la colada en una fábrica de Johannesburgo”, dice a Equal Times. “No tengo los documentos necesarios. Cuando me quedé embarazada, mis jefes redujeron mi salario a la mitad y amenazaron con despedirme si me tomaba la baja por maternidad”.

Winnie dice que no hay trabajo en Zimbabue y que no puede permitirse perder su empleo en Sudáfrica. “Gano 840 rands (aproximadamente 70 dólares) a la semana. No puedo permitirme gastar 2.400 rands (200 dólares) en cuidado infantil”.

Themba Gwaza, un coordinador de divulgación social en el Zimbabwe Refugees Relief Consortium (organización de ayuda a refugiados zimbabuenses), dice que estos trabajadores migrantes están atrapados entre la espada y la pared.

“Los jefes crueles en Sudáfrica explotan la miseria de madres jóvenes indocumentadas. Las penalizan por quedarse embarazadas o pedir la baja por maternidad; saben que la ley no favorece a los trabajadores migrantes en situación irregular".

Mhlanga comparte esta opinión: “El método más eficaz para poner fin a esta práctica es formular leyes que impidan a los empleadores despedir o acosar a mujeres migrantes embarazadas con impunidad”.

 

Situación desalentadora

Glenda Soko, 22, trabaja en una cafetería. Ha estado enviando mensajes a un conductor de autobús a través de la popular plataforma de redes sociales, WhatsApp. El conductor promete llevar a la hija de Glenda a Zimbabue para que se quede con su abuela.

“Mi empleador me dio una bofetada por quedarme embarazada. Si paro de trabajar para dar el pecho a mi hija perderé mi puesto. Incluso si conservo mi trabajo y mi hija crece aquí, puede ser deportada. No puede ir a la escuela aquí”.

Glenda comprende los riesgos: accidentes de carretera, enfermedad durante el viaje y muy de vez en cuando los bebés acaban en servicios sociales o albergues benéficos si la policía detiene al conductor. Todavía no se han registrado asesinatos.

Para Kenneth Qobi, otro conductor de autobús que transporta bebés entre Sudáfrica y Zimbabue, el bienestar de los niños es muy importante. “Durante el viaje, aceptamos a los bebés de extraños como si fueran nuestros”, dijo a Equal Times. “Cuando lloran jugamos con ellos hasta que se quedan dormidos”.

Los conductores transportan un máximo de dos bebés por viaje. Los otros pasajeros, la mayoría de ellos también migrantes indocumentados, suelen no interferir con la práctica.

Virgili dice que la corrupción es la razón por la que el tráfico de bebés continúa floreciendo. “Muchos niños mayores con los que trabajamos indican que cruzan las fronteras irregularmente sobornando a funcionarios”.

Según Kenneth, en las barreras de peaje y los controles de carretera de la policía los conductores de autobús ni siquiera se molestan en ocultar el llanto de su mercancía humana. Simplemente pagan sobornos de hasta 50 rands (3,60 dólares) y continúan su viaje.

Cuando Equal Times se puso en contacto con el Servicio de Policía de Sudáfrica, este se negó a hacer comentarios.

 

Llegada segura

Los autobuses hacen una parada para ir al aseo en una cafetería en la frontera entre Sudáfrica y Zimbabue. Los pasajeros mayores bajan del autobús para utilizar el aseo, pero conductores como Kenneth y Amos se quedan dentro, dando pastillas a bebés diabéticos, bebidas a los que tienen sed y juguetes que tintinean a los que lloran del cansancio.

“Recibimos tantas llamadas de madres y abuelas preocupadas durante el viaje”, dice Kenneth. “Pero lo entiendo; su bebé lo es todo”.

Después de 20 horas en la carretera, el autobús de Amos llega a la terminal central de autobuses de Bulawayo.

Vendedores de todo tipo se pasean por debajo de las ventanas del autobús. Cuando los pasajeros bajan, recogen sus bolsas y se reúnen con amigos y familiares contentos; es un momento difícil.

Abuelas y parientes nerviosos recogen a sus pequeños parientes, normalmente por primera vez. Los conductores de autobús estudian detenidamente los documentos para asegurarse de entregar el bebé a la persona correcta. Al mismo tiempo, los parientes firman declaraciones juradas improvisadas como prueba de la llegada segura del bebé.

La sociedad civil trabaja duro para parar la migración de niños no acompañados. “Colaboramos con operadores de autobuses y camiones para prevenir la migración insegura. Es difícil hacer un seguimiento, pero también organizamos formaciones de desarrollo de capacidades con funcionarios de inmigración y fronteras”, dice Virgili.

Neo Goche, presidente de la Zimbabwe International Bus Operators Safety Association (Asociación para la seguridad de los operadores internacionales de autobuses de Zimbabue), dice que sus miembros son penalizados y los conductores deshonestos son despedidos si se les atrapa ‘enviando’ bebés. "Es una mancha en nuestra profesión".

Sin embargo, Amos escribe tarjetas con nombres para algunos de los bebés que transportará durante el lucrativo periodo de Navidad y resume su trabajo: “¿Traficantes? No, no somos traficantes. Solo ayudamos a madres desamparadas”.

 

Este artículo ha sido traducido del inglés.