Minifundistas de aceite de palma: trabas para la certificación sostenible

Minifundistas de aceite de palma: trabas para la certificación sostenible
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Pak Dahlan, un campesino de la provincia indonesia de Riau, tardó cinco años en preparar sus tres hectáreas de palma aceitera para que fueran certificadas como sostenibles.

“Fue complejo porque no sólo hay que cambiar las técnicas agrícolas. Hay que cambiar sobre todo la mentalidad de los agricultores”, explica este pequeño productor quien en 2014 presentó una petición ante la Mesa Redonda por el Aceite Sostenible (RSPO, según sus siglas en inglés) junto a otros 200 campesinos de Dosan, el pueblo en el que vive. “Nunca tuvimos una respuesta y la gente se desmotivó porque nos había costado mucho [prepararnos]”, asegura Dahlan.

La Mesa Redonda por el Aceite Sostenible es la principal certificación que existe para una industria que lleva décadas bajo el escrutinio de la opinión pública internacional por su alto impacto medioambiental y social. En la actualidad, la RSPO certifica el 17% del total del aceite de palma producido en el mundo, pero la mayoría –un 85,5%– procede de grandes plantaciones, a pesar de que entre el 30 y el 40% de la producción está en manos de pequeños propietarios como Dahlan.

“Conseguir la certificación para los pequeños propietarios es más difícil que para las grandes empresas. Las empresas pueden dar órdenes y los trabajadores tienen que obedecer. Para nosotros el cambio tiene que venir de nosotros mismos. Y nadie nos ayuda”, se queja Dahlan. La RSPO define a los pequeños propietarios como aquellos productores con menos de 50 hectáreas de tierra plantadas de palma aceitera.

El aceite de palma llegó a Dosan en 2003 gracias a un programa del Gobierno –para reducir la pobreza– por el que se otorgaron parcelas de 3 hectáreas de tierra a cada vecino para que plantaran palmera. “El aceite de palma trajo más dinero, pero también muchos problemas”, dice Dahlan. Se refiere principalmente a los incendios que sufrían cada año durante la época seca.

El aceite de palma ha sido señalado por las organizaciones medioambientales Greenpeace y Amigos de la Tierra, entre otras, como uno de los principales culpables de los fuegos que han devastado Indonesia durante años, unos fuegos a menudo provocados para limpiar rápidamente el suelo para las nuevas plantaciones, pero también no intencionados y originados por el drenaje –de la tierra de turba– necesario para poder cultivar la palma. “La turba seca es como gasolina”, asegura Woro Supartinah, coordinadora de Jikalahari, una red de ONG que lucha contra los incendios en Riau.

 

Concienciación y cambios de mentalidad

Fue uno de estos fuegos, que devastó 11 hectáreas en 2009, el que cambió la mentalidad del pueblo. “Nos dimos cuenta de que incendios y palma estaban conectados y decidimos hacer algo”, explica Dahlan. Escucharon entonces hablar de la RSPO. “Nos dijeron que podíamos conseguir un mejor precio por el aceite si conseguíamos el sello y que muchos de nuestros problemas se acabarían”, continúa este campesino indonesio.

El pueblo se organizó entonces en la cooperativa Bungo Tanjung y empezó a realizar cambios para adaptarse a las ocho categorías de criterios que tienen cumplir los productores para conseguir la certificación y que incluyen desde medidas de transparencia, al respeto a las leyes locales o las buenas prácticas medioambientales, entre otros. “La parte de seguridad laboral fue una de las más complejas, porque el material es caro y hay que concienciar a los trabajadores de que lo usen”, explica Pak Komi Sahar, líder de la cooperativa Bungo Tanjung.

Nadie financió la compra del equipamiento en Dosan y muchos agricultores nunca lo adquirieron. “La carga no debe recaer en los pequeños propietarios, [...] pero el coste de la certificación es relativamente caro”, asegura Mansuetus Darto el coordinador nacional de la Unión de Pequeños Propietarios de Aceite de Palma de Indonesia (SPKS, en indonesio).

Un estudio publicado en 2012 por WWF, uno de los principales impulsores de la RSPO, aseguraba que el coste medio que supone a los pequeños propietarios acceder a la certificación varía desde 1,19 dólares USD por hectárea hasta los 34,66 USD (en lo que a formación y monitoreo se refiere). Por su parte, el principal beneficio derivado de la certificación, según el estudio, no es el aumento en el precio que buscan los agricultores de Dosan, sino el incremento de la productividad por la mejora en las prácticas agrícolas. Así, los pequeños productores obtienen de media rendimientos del 50%, en parte por el uso excesivo de pesticidas y fertilizantes, mientras que las grandes plantaciones consiguen extraer una media del 80 al 90% del potencial máximo de la planta.

Otro estudio publicado el pasado mes de octubre por el Proyecto Sensor, financiado por la RSPO, aseguraba que los pequeños propietarios, sobre todo los independientes, se encuentran con numerosos problemas adicionales, como la falta de organización o de conocimientos para adaptarse a los principios de la certificación, sobre todo en la gestión de los Altos Valores de Conservación . “He oído que podemos ganar más, pero no sé muy bien cuáles son los beneficios del sello. Necesito más información”, asegura Zamzami, un agricultor de 39 años que como los demás en el pueblo tiene tres hectáreas de aceite de palma. “Si alguien nos enseñara, lo haría”, continúa.

 

“Nos arriesgamos a que nos den la espalda”

Durante la reunión anual que la RSPO celebró a principios de noviembre en Bangkok, la capital tailandesa, la expresión “pequeño productor” fue una de las más repetidas en los discursos y debates organizados por el sello. “Debemos aceptar que los pequeños propietarios necesitan más ayuda, recursos y tiempo. O nos arriesgamos a que den la espalda a la RSPO”, aseguró Carl Bek-Nielsen, copresidente de la RSPO en su discurso de apertura de la reunión.

Ante las dificultades, la certificación puso en marcha en 2013 el “Fondo de Apoyo para Pequeños Propietarios RSPO ” que ofrece financiación para adaptarse a los principios o para pagar los costes de auditoría, entre otros. Hoy, más de 160.000 pequeños propietarios han recibido la certificación.

“Los números demuestran que es posible. Somos conscientes de que si dejamos a los pequeños propietarios fuera estamos obviando la mitad de la cadena de producción”, aseguró a Equal Times Julia Majail, responsable del programa de pequeños propietarios de la RSPO.

Majail asegura además que una de las nuevas estrategias de la organización, el enfoque jurisdiccional por el que se certificarán regiones enteras en lugar de productores individuales, beneficiará a los pequeños productores.

En la última reunión, la organización aprobó, adicionalmente, exonerar temporalmente a los pequeños productores de cumplir los procedimientos para nuevas plantaciones .

Muchos de esos pequeños agricultores han conseguido adaptarse, sin embargo, gracias a la ayuda de las grandes empresas a las que suministran. “La ayuda de la empresa fue fundamental porque ellos nos dieron la formación”, asegura Amin Rohmad, líder de la cooperativa Sapta Tunggal Mandin, el grupo más grande de pequeños propietarios con la certificación cuya producción es comprada en su totalidad por el gigante Wilmar.

“La certificación puede ser como un martillo para los pequeños productores”, asegura Johan Verbug, asesor sobre cadenas de producción en favor de los pobres , de Oxfam. Para Verbug, la RSPO debería tener una estrategia más abierta en la que el objetivo no fuera necesariamente obtener el sello sino implementar mejores técnicas agrícolas. “El principal beneficio que van a obtener [los pequeños productores] no va a ser el precio [asociado a la certificación], porque fluctúa mucho, sino mejoras en la producción”, asegura el experto.

Dahlan, por su parte, es consciente de que aún le queda un largo camino por recorrer, pero no se echa para atrás: “mientras sepa que podemos conseguir mejores condiciones de vida con la RSPO, lo seguiré intentando”.