Por una apertura de fronteras a los migrantes

Opinión

En los últimos meses, el Mediterráneo ha sido el escenario de dramáticos naufragios de migrantes y refugiados.

Los últimos casos citan más de 35 muertos.

Más de 3.550 personas murieron ahogadas tan solo en 2015.

En total, al menos 22.000 migrantes han perdido la vida intentando llegar a Europa, desde el inicio de este siglo.

22.000.

Es un drama humanitario terrible e incalificable, derivado en gran parte de la política de control y seguridad en las fronteras.

No obstante, el argumento que ha primado desde hace tiempo en Europa en materia migratoria – si Europa abole el control en las fronteras, se verá invadida por extranjeros – ya no tiene fundamento.

En realidad, la mayoría de esas personas no quieren abandonar su país, y entre los que lo desean, la mayor parte no dispone de los medios financieros necesarios para hacerlo. De manera que muchos de los migrantes que llegan a Francia están altamente cualificados y forman parte de las clases superiores en sus países de origen.

Haría falta que la totalidad de la sociedad y del mundo político en Europa operase una revolución copernicana en cuanto a su manera de pensar, dándose cuenta de que la llegada de migrantes a un país, lejos de constituir un fardo o una catástrofe, puede representar una oportunidad.

Ante todo, la historia nos demuestra que la apertura de fronteras tiene consecuencias que distan mucho de una invasión de migrantes.

Así, cuando la Unión Europea integró, entre 2004 y 2007, a diez antiguos países del bloque del Este, con un nivel de vida considerablemente más bajo que en Europa occidental, los 100 millones de habitantes de dichos países, disponiendo desde entonces del derecho a la libre circulación, habrían podido emigrar en masa hacia el Oeste, algo que no ocurrió: tan solo 4 millones de europeos del Este partieron para vivir fuera de sus países desde 2004 y muchos de ellos en realidad hicieron viajes de ida y vuelta.

La Comisión Europea publicó recientemente análisis mostrando que los migrantes de Europa oriental no han perjudicado en absoluto a la economía de los países de Europa occidental.

Hoy en día, frente a la crisis económica por la que atraviesa Europa y a su declive demográfico (particularmente en Alemania y en Italia), que podría suponer un descenso de la población activa de aquí a 2030, la inmigración podría ser una auténtica ventaja, permitiendo una recuperación de la actividad económica y ayudando a sufragar las pensiones de los nacidos durante el baby-boom.

Al pagar impuestos en sus países de acogida, los migrantes contribuirían además a aliviar la deuda de dichos países.

Los más de un millón de migrantes llegados a Europa desde enero de 2015 pueden encontrar un lugar en los países de la Unión Europea, donde hay numerosas viviendas vacantes: tomemos como ejemplo los pequeños pueblos rurales que se están quedando desiertos y donde podrían contribuir a dinamizar la vida económica y social.

En Estados Unidos, en las ciudades víctimas de la desindustrialización que han ido quedando despobladas, como Detroit, algunos responsables políticos lanzaron iniciativas pioneras para atraer de manera voluntaria a los migrantes: repoblar Detroit gracias a los refugiados sirios es una idea, quizás utópica pero generosa, que emerge de las reflexiones de investigadores americanos.

 

Hacia una ratificación universal de la Convención de la ONU

Para conseguir cambiar las mentalidades y la actitud de la Unión Europea frente al drama de los migrantes rechazados en sus fronteras, convendría seguir lo preconizado por la ONU: en 1990, la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó la “Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares”, un texto muy avanzado y progresista, aunque muy poco conocido.

Este convenio, que entró en vigor en 2003, establece que todos los trabajadores migrantes, tanto si están en situación regular o irregular, tendrán iguales derechos que los nacionales del Estado de que se trate respecto a las libertades fundamentales y ante los tribunales y las cortes de justicia.

Afirma además que no podrán ser objeto de medidas de expulsión colectiva, y que tienen derecho a la misma protección social y a las mismas condiciones de trabajo y de salario que los ciudadanos del país donde se encuentren.

Esta convención es el tratado más ambicioso sobre los migrantes a nivel mundial hasta la fecha. En un momento en que aumenta el número de inmigrantes y se multiplican las violaciones de sus derechos, constituye un elemento jurídico potencialmente de gran utilidad.

Desgraciadamente, la convención no cuenta hasta la fecha más que con 48 Estados parte. Ninguno de los países de la Unión Europea, ni los Estados Unidos, la han ratificado.

Los Estados parte de esta convención son sobre todo países con un alto nivel de emigración, como México o Marruecos, que se han esforzado considerablemente para su aplicación. Estos países de origen de migrantes ven la convención como un medio para proteger a sus ciudadanos en el extranjero. Parece importante, en el contexto actual, promover esta convención y popularizarla, a fin de presionar a los Estados para que la ratifiquen.

A tal efecto, la ONU designó desde 1999 a un Relator Especialsobre los derechos humanos de los migrantes. Y en 1998 lanzaría una Campaña mundial a favor de la ratificación de la Convención sobre los derechos de los migrantes, reuniendo a organizaciones internacionales y ONG.

Asimismo, en 2006, la Asamblea General de la ONU organizó el primer “Diálogo de alto nivel sobre la migración internacional y el desarrollo”, importante conferencia internacional sobre el tema de las migraciones. Un segundo diálogo tendría lugar en 2013. En 2006 igualmente, el Secretario General de la ONU creó el Grupo Mundial sobre Migración, que reúne a varias agencias del sistema de la ONU en torno a esta cuestión.

Conviene por tanto apoyar las iniciativas de la ONU y de sus agencias e ir aún más lejos, reafirmando el derecho a emigrar como un derecho humano – lo que proclama de hecho la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 – y prever una auténtica apertura de las fronteras. Lejos de verse invadida, Europa estaría mucho mejor y conocería un dinamismo importante.

Sería necesario además permitir que los refugiados puedan viajar en avión, cuando la directiva 2001/51/CE de 2001 de la Unión Europea impone sanciones a los transportistas aéreos que lo permitan, lo que revela una privatización inquietante de la protección de los refugiados.

Nadie puede olvidar la foto del pequeño Alan Kurdi, quien murió ahogado y que suscitó una onda de choque a nivel mundial. Poco a poco, la opinión pública empezó a preocuparse por la suerte de los refugiados sirios.

Pero al día de hoy, mientras que Jordania, Líbano y Turquía han acogido a más de cuatro millones de refugiados, Europa, pese a ser mucho más rica, ha encontrado enormes dificultades para ponerse de acuerdo para aceptar a 160.000 de ellos.

Afortunadamente, durante el año 2015 la Unión Europea comenzó a evolucionar respecto a esta cuestión, especialmente a iniciativa de Angela Merkel, que decidió acoger en Alemania a un número considerable de refugiados.

Varios otros países europeos se han comprometido en esta misma vía, como Francia, que acogió a sus primeros refugiados en septiembre de 2015.

Pero es necesario contar además con los reflejos xenófobos de una población que todavía sigue intentando buscar chivos expiatorios frente a las plagas que representan la crisis económica y el terrorismo islamista.

Respecto a los refugiados, la opinión pública europea sigue estando profundamente dividida. Será tarea de las asociaciones, la ONU y los intelectuales progresistas conseguir que cambien las mentalidades.

 

Este artículo ha sido traducido del francés.