Hay que desmitificar los resultados electorales en Israel

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Fue el mayor fracaso mediático de la historia.

Durante semanas, los medios de comunicación de todo el mundo habían pronosticado una aplastante victoria de los partidos israelíes de derechas, lo cual reforzaría aún más su control del país, dando más poder a los extremistas políticos.

 

El miércoles a las 6 de la mañana, ya se consideraba al primer ministro en ejercicio Benjamin ‘Bibi’ Netanyahu y a sus socios de coalición como los grandes perdedores de las elecciones.

Según la prensa conservadora del país, no solo había fracasado en su intento de llevar a cabo una campaña efectiva.

Además, la mayoría de los analistas israelíes de izquierdas aseguraron que se había equivocado al determinar el clima político de la nación.

Como ocurre con todos los acontecimientos políticos en Israel, hay que tener cuidado para no traducir estas declaraciones literalmente.

A todos los efectos, Netanyahu seguirá siendo el dirigente del país, aunque su mayoría parlamentaria haya disminuido considerablemente.

Tras haber perdido casi una docena de escaños, su lista conjunta Likud/Israel Beitenu, que lidera junto a su ministro de asuntos exteriores neofascista Avigdor Lieberman (nacido en Moldavia), tendrá que formar una amplia coalición para poder gobernar con eficacia.

Bibi dispone de cantidad de opciones para mantener el statu quo, pues tiene numerosos pretendientes, entre ellos partidos centristas, religiosos y de colonos.

Entonces, ¿cómo podemos explicar las valoraciones negativas que se han publicado sobre la campaña de Netanyahu? En el mejor de los casos, constituyen un reflejo del siguiente hecho: los resultados electorales han conseguido romper el hechizo que atormentaba a israelíes y extranjeros por igual; la idea de que el país había sucumbido a su propia lógica interna como el típico Estado colonial dirigido por una pléyade de ideólogos racistas, militaristas y devotos del mercado libre.

Hoy en día, con un Parlamento dividido a partes iguales entre partidos de derechas y de centro-izquierda (60/60, según los datos disponibles), esta conclusión es razonable y merece la pena explorarla.

Sin duda algo ha ocurrido aquí. La pregunta es si lo que ha ocurrido tiene repercusiones tan profundas.

Si tenemos que responder basándonos en el ganador declarado de estas elecciones (el partido de centro-izquierda Yesh Atid de Yair Lapid) la respuesta es no.

Aunque no cabe duda de que su éxito ha sido notable (19 escaños en el Parlamento para un partido político recién creado), no ofrece ninguna alternativa a las ideas ya presentes en la escena política israelí.

El apuesto Lapid es un antiguo presentador de televisión y columnista de prensa que simplemente ha ofrecido una opción más elegante y atractiva; se trata de un personaje ajeno al mundo político con el que los israelíes urbanitas de clase media se pueden identificar.

Aún así, Lapid podría entrar en un Gobierno de coalición con Netanyahu.

Si los resultados electorales destacan por algo, es por el hecho de que los partidos de centro-izquierda influirán en la estabilidad de la actual clase dirigente.

De ahí el notable cambio en los resultados que en un principio habían pronosticado los medios de comunicación.

Pocos países están tan sometidos como Israel a las fantasías de un autoritarismo al más puro estilo de los del siglo XX.

Y con razón. Las políticas que ha aplicado, en especial el Gobierno más reciente de Netanyahu, recuerdan a las peores políticas nacionalistas del siglo pasado, tanto a las del centro y el este de Europa como a las de Sudáfrica.

Unos resultados tan típicamente democráticos, que manifiestan un grado limitado de pluralismo político y diversidad, no se ajustan a dicho imaginario. De hecho, son desconcertantes.

Aún así, esta es una de las razones por las que el ejemplo israelí es tan difícil de analizar, tanto para la prensa extranjera como para los analistas políticos progresistas.

Es cierto que la angustia moral y económica por la actual dirección política de Israel ha desempeñado un papel importante en las elecciones del martes. Pocos dirigentes políticos han defendido de un modo más implacable la destrucción del sector público y del Estado del bienestar israelí como Benjamin Netanyahu, bien conocido por su thatcheriano punto de vista económico.

Hoy en día, hay más israelíes pobres que nunca. Asimismo, bajo el actual Gobierno, el déficit del país ha crecido hasta límites sin precedentes.

Si se tienen en cuenta las protestas sociales del verano del 2011, no resulta difícil establecer los vínculos. La economía sigue siendo muy importante para los israelíes.

Sin embargo, ninguno de los partidos de centro-izquierda (reforzados por las últimas elecciones) defiende un programa económico serio que se desvíe de un modo real del de Netanyahu.

Por eso el éxito de Lapid es tan significativo.

En el mejor de los casos representa una vuelta a la época en que Israel podía estar en misa y repicando, inmerso en un proceso de paz con colonias, una privatización con un Estado del bienestar, una prosperidad con pobreza. Si tan solo Lapid pudiera especificar un poco sería perfecto.

Quizá Lapid resulta práctico porque, como no tiene una postura ideológica definible, los israelíes podemos proyectar en él todo lo que deseamos y esperamos para el futuro.

Imagino que esa es su gran aportación. Solo eso es una prueba de lo que se ha conseguido avanzar en estas elecciones.

Claramente, todavía nos queda mucho trabajo por hacer.

 

Este artículo ha sido traducido del inglés.