Trabajadores mozambiqueños de la Alemania comunista esperan su dinero 40 años después

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En 1978, debido a la severa escasez de mano de obra que hubo durante los años 1970, Alemania del Este llegó a un acuerdo con su aliado comunista Mozambique, a raíz del cual entre 16.000 y 20.000 trabajadores mozambiqueños emigraron a la República Democrática Alemana (RDA).

Aunque se implementaron políticas similares de exportación de mano de obra con otros Gobiernos comunistas de Asia y África, a esta ex colonia portuguesa en apuros se le prometió maquinaria nueva e ingresos extranjeros a cambio de carbón y trabajadores.

La idea era que los trabajadores migrantes mozambiqueños aprendieran también nuevas competencias para contribuir a llenar el vacío que habían dejado los miles de colonos portugueses que habían abandonado el país después de que Mozambique ganara su dura batalla por la independencia en 1975.

Entre estos trabajadores había casi 9.000 hombres y mujeres jóvenes –oficialmente tenían 18 años o más–, pero estos jóvenes adolescentes a menudo pretendían ser mayores de lo que realmente eran para aprovechar lo que les habían vendido como una oportunidad única en la vida.

Fueron enviados a Alemania del Este con el pretexto de que recibirían una educación prestigiosa que les permitiría trabajar en Europa cuando hubieran completado sus estudios y ganar unos salarios con los que en Mozambique nunca hubieran podido ni soñar.

Sin embargo, la realidad fue algo distinta.

“Nosotros ni siquiera sabíamos que había dos Alemanias”, dice Ibraimo Alberto, que en 1981, con 18 años, fue enviado desde un campo de algodón en Chimoio (Mozambique occidental) a la RDA.

“Mi padre era un herborista tradicional. Yo me dedicaba a lavar ropa en una granja propiedad de un colono portugués que me presionó para que me marchara”, dice Alberto, que a sus 53 años de edad es actualmente un célebre ex boxeador, escritor, trabajador social y ciudadano alemán.

“Usted tiene que entender que la situación resultaba desconcertante. Yo era un adolescente procedente del Mozambique rural que volaba sin familia al aeropuerto de Berlin-Schoenefeld”.

Él era uno de los aproximadamente 200 jóvenes migrantes procedentes de Angola, Mozambique, Mongolia y Polonia, dice Alberto. “Fuimos transportados en camiones militares, nos quitaron los pasaportes y nos dejaron en un recinto en Berlín del Este”.

Marcia Schenck, académica doctorada en la Universidad de Princeton (EE.UU.), está terminando una tesis sobre este tema y ha examinado las disputas laborales de los trabajadores migrantes en el sur de África. “Esto fue el principio de lo que yo denomino ‘confusión internacional’. Alemania del Este pensaba que iba a recibir técnicos cualificados, no adolescentes”, explica.

El acuerdo se inscribía en el marco de una política más amplia, tal como lo describe el investigador Bill Paton en su libro Labour Export Policy in the Development of Southern Africa (Política de exportación de mano de obra en el desarrollo del sur de África). De todos los mozambiqueños adultos enviados a la República Democrática Alemana, “sólo un reducido número de repatriados llegaron a encontrar un empleo que se ajustara a la formación que habían recibido en la RDA”.

Las condiciones eran muy duras. La libertad de movimiento estaba restringida y se desaconsejaba mezclarse con los ciudadanos alemanes, al igual que contraer matrimonio interracial. “No se nos permitía viajar hasta que no hubieran pasado cuatro años”, declara Alberto a Equal Times. Tenían que dar cuenta de lo que hacían incluso en sus días libres. “Los domingos había que ir a los clubes juveniles de propaganda comunista. Si nos ausentábamos nos castigaban y además nos consideraban sospechosos”, señala Alberto.

A las chicas mozambiqueñas que se quedaban embarazadas las presionaban para que abortaran, o las obligaban a dar los bebés en adopción y a ellas las deportaban, explica Alberto, que relata su dramática biografía en un libro titulado Ich wollte leben wire die Götter (Yo quería vivir como los dioses).

 

Un trabajo penoso

Al igual que muchos otros, Alberto tuvo que soportar años de trabajo agotador en Berlín del Este y en la ciudad oriental de Schwedt (cerca de la frontera con Polonia).

“Mi trabajo consistía en cortar animales muertos en pedazos en un matadero de ganado porcino. Otros fueron enviados a las minas de carbón o a trabajar en los ferrocarriles. Yo trabajaba todos los días de seis de la mañana a cinco de la tarde. De nueve a doce de la noche iba a clases de alemán”, explica.

Alberto, que no estaba realmente entrenado para este tipo de trabajo, sigue teniendo los brazos llenos de cicatrices de los cortes y magulladuras que se hizo aprendiendo a manejar las cuchillas eléctricas para cortar el cuello de los cerdos.

“Cortar por primera vez carne de cerdo con tijeras eléctricas en Alemania era sumamente peligroso”, dice. “Yo lo único que quería era estudiar ciencias del deporte”, que es lo que le habían prometido cuando se preparaba para viajar a Alemania. Pero a su llegada le dijeron que estaba allí para trabajar en una fábrica.

“Estábamos furiosos y queríamos regresar de inmediato a Mozambique”, dice. Pero les presionaron para que se quedaran. “Nuestro Gobierno nos amenazó con meternos 15 años en la cárcel si nos escapábamos de Alemania del Este”.

Incluso el actual Embajador de Alemania en Mozambique, Philipp Schauer, reconoce lo difícil que fue la vida para estos trabajadores migrantes. “Los trabajadores tienen toda la razón al decir que el trabajo era demasiado duro. Porque lo era”.

En los documentos ponía que los trabajadores migrantes iban a recibir 1.000 marcos al mes –el mismo salario que recibían los trabajadores de Alemania del Este–. Pero en realidad no les pagaban más que 300 marcos, puesto que el resto era enviado al Gobierno de Mozambique. Se les prometió que les guardarían el dinero y que recibirían una suma total de cerca de 5.000 USD cuando regresaran a su país. Pero eso nunca sucedió.

Una de las hipótesis es que los funcionarios del Gobierno se apropiaron de las decenas de millones que se les debía a los trabajadores. Otra hipótesis es que el dinero se reinvirtió para apoyar al entonces nuevo banco nacional, el Banco de Moçambique. En cualquier caso, a día de hoy, la mayoría de los trabajadores migrantes que regresaron a Mozambique no han recibido ni un céntimo más que lo que se les pagó cuando se encontraban en la RDA.

Eso es lo que le sucedió a Alberto, quien en 1985 regresó a Mozambique junto con decenas de trabajadores, esperando recibir el resto de su salario. El Gobierno se negó a pagarles. Las autoridades, que se enfrentaban a una de las guerras más turbias de África, les dijeron a los repatriados que regresaran a Alemania.

“Un ministro provincial me dijo: ‘Tu dinero está llegando de Alemania del Este. Si llega, te lo guardaremos. Pero aún eres joven. Regresa a Alemania; todavía necesitamos nuestros contratos con ellos’. Así que dijimos: ‘De acuerdo, regresemos, sigamos trabajando’”.

Aunque la mayoría de los repatriados son ahora demasiado pobres y están demasiado cansados y demasiado hastiados para seguir reclamando su dinero, al visitar la capital de Mozambique, Maputo, puede verse todos los miércoles en el centro de la ciudad una multitud de personas protestando, reclamando al Gobierno que les pague el dinero que les debe. Han estado allí desde 1991. Siguen esperando.

 

Deportación tras la unificación alemana

En 1991 Alemania del Este y del Oeste se unieron y el comunismo empezó a decaer en todo el mundo. “La presencia de estos trabajadores se convirtió en una especia de bochorno diplomático a los ojos de los anfitriones”, dice Schenck.

Miles de trabajadores fueron deportados de Alemania del Este a Mozambique, en algunos casos en contra de su voluntad. “Pero a mí me dejaron quedarme porque era un buen boxeador”, dice Alberto. “Me entregaron un documento en el que ponía que podía boxear en Alemania pero que no podía votar. Estuve boxeando hasta el año 2000 y gané muchos trofeos”.

In 1991, Alberto se casó con una alemana y seguidamente decidió terminar sus estudios. Se convirtió en trabajado social y finalmente, en 1994, obtuvo la nacionalidad alemana.

Bernado Maffuse, uno de sus compañeros, que ahora tiene 59 años, no tuvo tanta suerte: él y otros 500 mozambiqueños de su grupo fueron deportados.

“En 1991 dejé a mis dos hijos en Leipzig, no los he vuelto a ver jamás, y eso me consume por dentro”, explica Maffuse a Equal Times. “A nuestra llegada a Mozambique no pudimos disponer de nuestro dinero. ‘Su dinero está todavía llegando de Alemania’, decían las autoridades de su país”. Maffuse y a sus compañeros llevan 25 años escuchando la misma monserga.

El ministro de Trabajo de Mozambique no ha querido responder a ninguna pregunta de Equal Times, pero según un artículo publicado por IPS News en 2012, existen documentos que demuestran que el Gobierno de la RDA pagó directamente al Gobierno de Mozambique 74,4 millones USD en concepto de salarios, además de 18,6 millones USD en concepto de contribuciones a la seguridad social.

Desde entonces Mozambique ha realizado unos cuantos pagos puntuales (de entre 370 y 550 USD cada uno) a algunos de los repatriados, pero se trata de cantidades muy inferiores a los miles de dólares que se les debe a cada trabajador.

Suez Madolo es un abogado especializado en derechos humanos que está asesorando a diez trabajadores repatriados con la ayuda de la central sindical nacional de Mozambique, la Organizacao dos Trabalhadores de Mozambique. “Algunos trabajadores no recibieron más que 500 USD a su llegada al aeropuerto de Mozambique y les hicieron romper los documentos de reclamación. A algunos de ellos les mintieron y les dijeron que su familia ya había reclamado los salarios”, declara. Cada uno de sus clientes está reclamando un mínimo de 8.000 USD.

 

Rabia y vergüenza

Los trabajadores repatriados como Maffuse, que ahora tienen unos 50 años, y decenas de los cuales ya han fallecido, siguen viviendo actualmente en un limbo en Mozambique. Separados de los hijos que tuvieron en Alemania, muchos han sucumbido al alcoholismo, están abatidos por la pobreza y no han conseguido librarse de la profunda vergüenza de cara a la comunidad por no poder denominarse ni alemanes ni mozambiqueños. Localmente se les denomina magermans, que significa los que vinieron de Alemania.

El Embajador Schauer coincide en que la vuelta a casa de estos trabajadores “fue muy difícil. No se sienten bienvenidos”.

Las élites políticas de Mozambique reaccionan enérgicamente contra quienes denuncian este asunto. Hay gente que ha sido encarcelada, y el Gobierno ha reprendido recientemente al propio Embajador Schauer por intentar hablar del tema en el principal semanario independiente de Mozambique, Savana.

Un ilustre catedrático de Política de una de las universidades más destacadas de Mozambique, a quien se le preguntó su opinión, se negó a hacer comentarios al respecto. “Es un tema demasiado comprometido”, dijo el profesor, que pidió que no se mencionara su nombre. “El mes pasado fui rigurosamente amonestado por hablar de este tema. Lo siento, pero no me siento seguro ayudándoles”, dijo, refiriéndose al caso, todavía no resuelto, del asesinato del destacado activista de los derechos humanos, el profesor Gilles Cistac, en 2015, a las puertas de un restaurante de Maputo –un acto que demuestra lo peligroso que puede resultar ser demasiado abierto en Mozambique–.

Sin embargo, Alberto, que el año pasado recorrió el país con la delegación del ministro de Asuntos Exteriores alemán, está decidido a seguir luchando a pesar de los “consejos” de las autoridades. El Gobierno de Mozambique me dijo: ‘No podemos procesar su solicitud. Usted es ahora alemán negro, es demasiado tarde’”. Pero mientras los magermans de Mozambique sigan vivos, la lucha por la justicia continuará.

 

Este artículo ha sido traducido del inglés.