44 millones de solos

44 millones de solos

Ana vive en una casa llena de habitaciones que no usa. Aquí creció junto a sus padres y sus cuatro hermanos, aquí mismo crió después a sus hijas y cuidó de su marido. Ahora, la vivienda de dos plantas le queda grande, dolorosamente hueca. “Mi marido murió, mis hijas se casaron y se fueron a trabajar fuera. Yo me quedé sola”. Desde entonces han pasado trece años.

Mucho tiempo y muchos metros vacíos para esta mujer de casi 80. Por eso, ella suele moverse casi siempre por el salón, atestado de fotografías. Dice que vive más en el pasado que en el presente. Tanto, que a veces no sabe si es martes o miércoles. Los días le engañan, tan parecidos unos a otros.

Ana encarna como un guante la imagen de la soledad o el estereotipo que tenemos de ella: Mujer, mayor, viuda. Según datos de Eurostat, el 32% de los europeos mayores de 65 –entre ellos dos millones de mujeres– vive como ella, solo. Y eso es un problema de salud pública.

Porque hace tres meses una mujer como Ana se cayó y pasó cuatro horas en el suelo esperando que alguien le ayudara a levantarse.

Porque hace dos meses una mujer como Ana fue encontrada en su casa, momificada. Había muerto hace cuatro años.

Hoy los científicos hablan de la soledad como el que advierte de una dolencia crónica. Dicen que es tan dañina como fumar 15 cigarrillos al día, que mata a más gente que la obesidad. Una "epidemia silenciosa" la ha llamado Cruz Roja, fruto de una sociedad bipolar que al mismo tiempo nos conecta y nos aísla.

En Reino Unido, el informe de la Comisión Jo Cox sobre la Soledad desveló en 2017 que 9 millones de sus habitantes estaban solos y unos 200.000 no hablaban con nadie desde hacía un año. Muchas de esas personas no eran ancianos, sino jóvenes de entre 16 y 24 años, adolescentes.

Por eso, este país ha sido el primero en crear un Ministerio de la Soledad. Una oficina destinada a mitigar esta pena del alma que cada año le cuesta a los británicos 32.000 millones de libras (36.000 millones de euros, unos 41.800 millones de dólares USD) en concepto de gastos sanitarios. Entre el aplauso y la incredulidad surge la pregunta, ¿puede un Estado gestionar un sentimiento?

Estar solo. Sentirse solo

Una de cada tres viviendas en Europa está habitada ahora mismo por una persona sola. Es el modelo de hogar que más ha crecido en la última década aunque, tal y como explica la socióloga de la Universitat de Barcelona Cristina López, el hecho de vivir solo no significa necesariamente sentirse solo.

“Muchos de estos hogares están ocupados por mayores, pero también hay una realidad emergente de personas de entre 30 y 45 años, que entienden que la soledad implica libertad y autonomía. Eligen vivir así”.

Hay gente sola feliz y gente en compañía totalmente desamparada. Porque la soledad es una emoción subjetiva y difícil de medir. Existe un test, el UCLA Loneliness Scale, que suele usarse en estos casos. Se basa en dos preguntas: ¿Con qué frecuencia te sientes parte de un grupo? ¿Cuán a menudo sientes que hay alguien que realmente te comprende?

La soledad no deseada –la dañina– tiene que ver con esto, no con la idea de compartir el baño.

“Los mayores que viven en residencias están todo el día acompañados, por profesionales y por residentes, y aun así muchos sienten una profunda sensación de soledad”, cuenta Regina Martínez, coordinadora del Observatorio de la Soledad.

Desde este organismo alertan del rápido avance de esta melancolía colectiva, pero prefieren no usar el término ‘epidemia’.

“Si lo consideramos una epidemia, solo pondremos en marcha políticas de emergencia y lo que debemos abordar son las causas estructurales”. Martínez menciona varias: los cambios en las familias –cada vez más cortas, cada vez más lejos–, la asfixiante falta de tiempo, las ciudades pensadas para el individuo y no para la comunidad.

Es cierto que hay personas que, por su carácter, tienden a ser más solitarias. Un estudio con gemelos demostró que la soledad puede ser hasta en un 50% hereditaria. “Pero, sean como sean, existe una necesidad común y es que todos necesitamos hablar cada día”, explica Pedro Marijuan. Desde hace años dirige una investigación sobre el sociotipo. Esto es, sobre la forma en que nos relacionamos. “Nuestra naturaleza es social, si falla ese aspecto falla toda la persona. Es igual que si intentaras aguantar sin comer o beber”.

Y, sin embargo, cada vez hablamos menos. O lo hacemos menos cara a cara. Somos capaces de seguir a un total desconocido en las redes, pero nos invade la inquietud al subirnos al ascensor con el vecino.

“Las redes sociales son una forma diferente de comunicarnos, pero no genera la misma satisfacción. Al final es un tipo de relación muy superficial”, afirma Francisca Expósito, catedrática de psicología en la Universidad de Granada. Según ella, la soledad no es la ausencia de relaciones, sino la falta de relaciones significativas. “No tener a alguien con quien conectar es la soledad que más dolor causa”.

La enfermedad tabú

Se considere o no una epidemia, lo que sí resulta incontestable es que la soledad crónica enferma: eleva los niveles de cortisol –la hormona del estrés–, aumenta el riesgo de ictus y cardiopatías, afecta al sistema inmunitario, propicia la aparición de depresiones y demencias.

La psiquiatra Laura Rico lo ha comprobado en países tan distintos como Finlandia, España o Polonia. “El riesgo de mortalidad aumenta un 26% en las personas que se sienten solas y el mayor riesgo lo tienen los hombres, porque tardan más en avisar. Cuando el hombre reconoce que está solo ya es demasiado tarde”.

Es el efecto del tabú, de entender el abandono como un fracaso personal o de aceptarlo con la misma resignación con la que se afronta el dolor de huesos. “Por eso, el hecho de que en Reino Unido se le dé visibilidad es importante. Hace más fácil que las personas que se sientan solas se dirijan a los servicios públicos a pedir ayuda, que no genere vergüenza”, defiende Regina Martínez.

Para otros, sin embargo, la idea del nuevo ministerio, cuyo nombre parece extraído del universo orwelliano de 1984, solo es una operación de marketing. “Este es un problema que se contrarresta con relaciones sociales fluidas y libres. Todo lo que sea burocratizar es aún peor”, señala Pedro Marijuan.

En todo caso, el ejemplo británico se extiende. En Holanda el gobierno ha anunciado 26 millones de euros para un plan contra el aislamiento que contempla, por ejemplo, la creación de un censo de mayores que vivan solos. La idea es detectar a tiempo los casos de riesgo, evitar que sigan muriendo personas sin nadie que las llore.

En España existen asociaciones dedicadas al voluntariado. Gracias a una de ellas, la Fundación Harena, Ana tiene a María, una estudiante que acude a visitarla dos horas por semana, alguien que le habla y que le escucha, que le quita el miedo a salir de casa. “Paseamos, jugamos a las cartas. Ella me da alegría y yo le doy experiencia”, cuenta esta mujer de 80 años.

Como destaca el Observatorio de la Soledad, “para combatir este problema hace falta una transformación profunda y transversal a todos los niveles: administraciones, asociaciones y a nivel individual”.

Desde luego, un Estado no puede forzar la afinidad entre las personas, pero sí fortalecer las relaciones comunitarias, mejorar el acceso a la vivienda y al empleo, hacer campañas de prevención, reforzar los servicios médicos de atención primaria, eliminar las barreras arquitectónicas que convierten las casas en prisión. Es la única forma de evitar un futuro como el de esos cuadros tristes de Hopper.

Hoy el 6% de los europeos –jóvenes, mayores, hombres, mujeres– reconocen que no tienen a nadie a quien contar sus problemas. No es un fracaso personal, son 44 millones de solos.

This article has been translated from Spanish.