Adiós a los gases de efecto invernadero: la transición energética sin sobresaltos de Suecia

Objetivo: Cero carbono. Durante la 70ª Asamblea General de Naciones Unidas celebrada en 2015, el primer ministro Stefan Löfven anunció que Suecia se convertiría en una de las primeras naciones del mundo en abandonar las energías fósiles y que, a partir de 2050, el país ya no emitiría gases de efecto invernadero. Un plazo que finalmente se adelantaría en cinco años tras la adopción de una ley sobre el clima el 15 de junio de 2017.

Suecia, que dejó de lado el petróleo tras las crisis petroleras de 1973 y 1979, se ha convertido ya en el país europeo que más recurre a las energías renovables. En 2014 éstas representaban el 53% del consumo energético total del país.

Además de una fuerte fiscalidad medioambiental que fomenta la transición, Suecia ha sabido sacar partido de sus importantes recursos naturales. Más de la mitad de su territorio está cubierto de bosques, cuya materia orgánica, transformada en bioenergía, se utiliza principalmente para la calefacción urbana y la producción de electricidad.

Sus numerosos lagos y ríos alimentan más de 2.000 centrales hidroeléctricas, que aseguran más de la mitad de la producción nacional de electricidad. El lugar que ocupan la energía eólica y la solar todavía es reducido, pero Suecia está a punto de iniciar la construcción de la mayor granja eólica terrestre de Europa en el norte de su territorio.

Dentro de la combinación energética, la energía nuclear sigue ocupando un lugar importante y garantiza cerca del 40% de la producción eléctrica del país.

El debate respecto a la energía nuclear, que dividió al país durante muchos años, se ha ido apagando progresivamente. La producción de energía nuclear no es tan rentable como las energías renovables y resulta caro mantener las instalaciones más antiguas.

De hecho, cuatro reactores –de los 10 que tiene el país– deberán desmantelarse de aquí a 2020. El futuro de los otros seis es aún incierto. Pero los sindicatos se muestran confiados frente a los cierres de dichas instalaciones y sus posibles consecuencias para los trabajadores.

Desde las primeras manifestaciones del declive industrial, que afectaron particularmente el sector naval o la industria textil, Suecia ha venido adoptando buenas prácticas, gracias en gran parte a una eficaz colaboración entre los distintos interlocutores sociales. En caso de restructuración, los obreros pueden contar con la asistencia de los consejos de seguridad para el empleo, que los acompañarán a todos los niveles en la reconversión.

Estos consejos, establecidos tras las pérdidas masivas de empleos tras la crisis petrolera de 1973 y establecidos en virtud de los convenios colectivos, se financian por medio de las cotizaciones patronales.

Por otro lado, con una tasa de trabajadores sindicalizados que ronda el 70% y la obligación de que las empresas con más de 25 empleados incluyan en su consejo de administración al menos a dos trabajadores sindicalizados, los obreros tienen realmente voz e influencia.

“Disponemos de varios años para anticipar los cambios que afectarán al sector nuclear, pero la cuestión de la formación resulta esencial desde ya mismo”, explica Johan Hall, responsable de estudios en la central sindical sueca Landsorganisationen Sverigen (LO), donde se ocupa, principalmente, de las cuestiones climáticas y energéticas.

“Mantenemos un diálogo permanente con las empresas para convencerlas de ofrecer regularmente nuevas formaciones a sus empleados. Aunque tengamos intereses distintos, las propias empresas reconocen que capacitar a sus asalariados redundará en su beneficio a largo plazo”, añade.

Otros sectores afectados por la transición energética no deberían registrar perturbaciones económicas importantes. Las fábricas metalúrgicas, por ejemplo, no están condenadas al cierre, simplemente deberán invertir en nuevos procesos que no emitan gases de efecto invernadero.

Por el contrario, el sector energético debería ofrecer nuevas oportunidades de empleo, principalmente para trabajadores cualificados.

Según la asociación Energiföretagen, que agrupa a más de 400 empresas del sector, el 29% de ellas prevén que se incrementen sus plantillas durante un período de tres años y la contratación de unos 3.200 técnicos e ingenieros durante ese mismo período.

El Instituto Real de Tecnología (KTH), una gran escuela de ingenieros en Estocolmo, propone una decena de licenciaturas y masters sobre el tema del desarrollo sostenible, precisamente para preparar a esos futuros empleados.

“La transición energética ocupa un lugar preponderante a nivel de la investigación y la educación, y nuestro interés por estos sectores va en aumento desde hace una década”, constata Göran Finnveden, profesor y vicepresidente para el desarrollo sostenible en KTH.

Las empresas empiezan también a implicarse. Son ya cerca de 300 las que se han sumado a la iniciativa Fossil-free, establecida por el gobierno para acelerar la transición hacia el 100% de energías renovables.

Svante Axelsson es el coordinador nacional. “Desde el Acuerdo de París sobre el clima aprobado por 195 delegaciones en diciembre de 2015, las mentalidades han cambiado”, señala.

“Antes, las empresas consideraban la transición energética como una carga que estaban obligadas a asumir en parte. Hoy en día, ven auténticas oportunidades comerciales y un modo de conquistar nuevos mercados”.

Según Lars Andersson, responsable del sector de energía renovable en la Agencia Sueca de Energía, su acción es fundamental. “Cuando las empresas se ocupan de una nueva problemática, sus reflexiones crean un efecto de bola de nieve”. Citando el ejemplo del sector del automóvil, que se está interesando considerablemente en todas las alternativas al motor a combustión.

Volvo, miembro de la iniciativa Fossil-free, es el primer constructor mundial que ha decidido abandonarlos. El constructor sueco construirá exclusivamente modelos eléctricos o híbridos a partir de 2019.

Un avance importante en la transición energética si tenemos en cuenta que el sector de transportes, responsable del 24% de las emisiones de CO2, sigue siendo uno de los más importantes desafíos que afrontar.

Este artículo ha sido traducido del francés.