Alondra Carrillo: “Vivimos en Chile un momento de fortalecimiento acelerado del autoritarismo y de privación de derechos fundamentales”

Alondra Carrillo: “Vivimos en Chile un momento de fortalecimiento acelerado del autoritarismo y de privación de derechos fundamentales”

“The right wing has taken almost total control of the political agenda and has focused the discussion on insecurity and crime, while the government [from the leftist Gabriel Boric] has abandoned the initiative,” says Alondra Carrillo (pictured).

(Foto cedida por Alondra Carrillo)

La chilena Alondra Carrillo, psicóloga de formación e integrante de la Coordinadora Feminista 8M, fue parte de la Convención Constitucional de Chile elegida en las urnas en 2021. El 4 de septiembre de 2022 se celebró el referéndum sobre el texto constitucional redactado por este órgano –de composición mayoritariamente izquierdista y feminista– y cerca del 62% de los votantes lo rechazó, en un hito que llevó a la decepción de las izquierdas dentro y fuera del país chileno.

Hace menos de un mes, el 7 de mayo, el Partido Republicano, de extrema derecha, conseguía una rotunda victoria en las elecciones en las que se elegían 50 consejeros constituyentes encargados de redactar la nueva propuesta de Carta Magna para el país (que aún vive con la Constitución heredada de la dictadura de Augusto Pinochet, y que el Partido Republicano es partidario de mantener).

¿Cómo explicar el bandazo de la sociedad chilena –desde posiciones de izquierda y el reclamo de medidas sociales profundas– hacia la extrema derecha? La mirada de Alondra Carrillo aporta luz y claves para entender la complejidad de un proceso constitucional histórico. También, de las consecuencias del estallido feminista, que ha penetrado la institucionalidad y la sociedad chilenas.

El estallido social de 2019 en Chile, el país que tantas veces ha sido calificado como “el modelo del modelo liberal”, sorprendió a mucha gente fuera del país. ¿Cómo lo vivisteis quienes estuvisteis involucradas en el proceso?

Nosotras [la Coordinadora Feminista 8M] habíamos levantado unos meses antes, en 2018, la primera huelga general feminista en Chile y una de las primeras vocaciones era irrumpir como una fuerza social transformadora: interrumpir la normalidad neoliberal, abrir un nuevo período histórico caracterizado por un ciclo de movilizaciones en alza que echaran abajo el neoliberalismo e impugnar a los responsables políticos de su administración.

En ese sentido, aunque no nos imaginábamos el estallido en su manifestación particular, sí esperábamos ese despliegue enorme y que pudiese ser en esa clave una interrupción profunda de la cotidianeidad neoliberal. Pocos días antes nosotras estábamos en el Encuentro de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No Binaries de La Plata, en Argentina, mientras se estaba dando la revuelta en Ecuador, y veíamos con mucha esperanza la posibilidad de que el resto de los pueblos se levantaran también. Volvimos a Chile poco antes de la revuelta, y nos encontramos con ese despliegue de fuerza, rabia y creatividad popular que ha sido uno de los momentos más emocionantes y conmovedores de nuestra vida.

En esos años, pareciera que el tiempo histórico se aceleró. En muchos países, se vivió en 2018 una emergencia masiva de los feminismos sin precedentes. ¿Cómo sintetizaría qué ha cambiado en este tiempo?

Creo que una de las cosas más significativas es que el feminismo se ha tornado en una presencia permanente en muchos espacios de la población, aunque no en todos. Hay espacios en que ni siquiera asoma por el horizonte, como sucede en algunos territorios muy precarios y rurales; pero en muchos otros –como las escuelas, espacios de trabajo, los medios de comunicación y las universidades–, el feminismo, su crítica y la forma en que hace visible lo invisibilizado, permite romper la naturalidad con la que se presenta la opresión patriarcal.

En este tiempo ha pasado, también, una pandemia mundial. ¿Cómo afectó la pandemia a la organización política de la Coordinadora Feminista?

La pandemia significó muchas cosas. Por una parte, sin duda, impidió que nos pudiéramos encontrar presencialmente, con lo que eso supone para la organización política. Pero también ha supuesto un empobrecimiento aún mayor, el deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población y la instalación del miedo como un régimen afectivo que hasta ahora sigue vigente y es muy útil para los sectores en el poder, puesto que la tendencia de salida de esta crisis ha sido un giro autoritario de las sociedades contemporáneas. La pandemia no es sólo una situación sanitaria, sino [que ha traído consigo] una reorganización a escala mundial de nuestras condiciones de vida y de trabajo.

En nuestro país, el empleo femenino ha venido siendo destruido como efecto de la crisis sanitaria, en un contexto inflacionario como resultado de algunas medidas económicas con las que se combatió la crisis, como el retiro de los fondos privados de pensiones de las y los trabajadores.

Sin embargo, hemos sabido retomar la oportunidad de encontrarnos: este año hicimos un quinto Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias que Luchan, que fue la tercera ocasión en que nos encontramos presencialmente tras dos años de encuentros virtuales. En este contexto de precariedad se ha reforzado esta estructuración organizativa más estable, con dificultades pero también con señales de estabilidad en un contexto de inestabilidad generalizada.

¿Qué lectura hace del ‘no’ al texto constitucional en el plebiscito de septiembre de 2022? Una de las interpretaciones que más se ha extendido es que el texto, por su radicalidad, no conectaba con los sentires mayoritarios del pueblo chileno. ¿Está de acuerdo?

Creo que las formas de explicar el resultado del plebiscito de forma sencilla son siempre engañosas.

El resultado del plebiscito expresa una situación política extremadamente compleja; es además la primera votación en Chile con voto obligatorio e inscripción automática, lo que constituye la radiografía más completa que tenemos de nuestro pueblo [votó más del 85% del padrón electoral, más de trece millones de personas]. El hecho de que el voto fuera obligatorio, frente a las anteriores votaciones del proceso, habla de que hay cuatro millones de personas que no participaron de la definición de los momentos previos pero sí del momento final, sin que muchos de ellos tuvieran oportunidad de acercarse de veras al texto, pues hubo trabas generalizadas a que el texto se diera a conocer entre la población.

Se ponen en juego muchas cosas en el plebiscito: se despertaron ciertos temores instalados en la población, como el temor a perder la propiedad sobre los fondos privados de pensiones, que desplazó absolutamente la discusión sobre el sistema de pensiones que necesitamos para garantizar pensiones dignas para todos; o el temor a perder la propiedad de la vivienda, que desplazó la discusión sobre la crisis habitacional que hoy vivimos. También el temor a los efectos de la plurinacionalidad, que se presentó como una disolución de la identidad nacional, en un país en que la propiedad y la nación se han constituido como pilares subjetivos para amplios sectores de la población que encuentran ahí las únicas claves de certidumbre en un contexto de incertidumbre generalizada.

Este relato de que el texto era demasiado radical, más que ser explicativo y comprensivo, es más bien útil a preconceptos sobre lo que estaba puesto en juego y lo que representa la propuesta.

Así que es indispensable contar con un análisis del proceso que no vuelva a depositar la responsabilidad de la derrota en los ‘sospechosos de siempre’. Para entender qué fue lo que la población rechazó ese 4 de septiembre, hay que atender a la falta de un programa económico de los sectores de izquierda para la superación del neoliberalismo; la imposibilidad de producir un relato general que resultara fácilmente aprehensible y persuasivo frente a la enorme campaña de desprestigio que se desplegó en contra del texto; y las consecuencias imprevistas y contradictorias de las medidas con las que se enfrentaron las precariedades de la pandemia.

¿Cuáles son los aprendizajes que se desprenden de aquel proceso? ¿Cómo tramitar la desilusión que conllevó el ‘no’ al texto constitucional para el movimiento feminista y, en términos generales, el movimiento social?

La desilusión que se pudo haber producido en el movimiento feminista a raíz del resultado del plebiscito es una cuestión importante para entender la distancia con la que el movimiento mira un nuevo proceso en que los partidos han acordado la exclusión deliberada del movimiento social. Pero también creo que hoy es importante pensar en la situación anímica del movimiento en relación con las condiciones extremamente complejas y difíciles que estamos enfrentando.

Vivimos un momento de fortalecimiento acelerado del autoritarismo, de la privación de derechos fundamentales y garantías y la instalación de un aparato de persecución, en un marco en que la derecha ha tomado una iniciativa casi total de la agenda política y ha centrado la discusión en la inseguridad, la delincuencia, y el Gobierno ha abandonado la iniciativa. Hemos visto la aprobación de legislaciones que incluso la ONU ha salido a denunciar por ser extremadamente peligrosas, como la ley “Naín-Retamal”, que otorga una legítima defensa privilegiada a los policías, una ley de gatillo fácil, que priva de derecho a la población migrante de forma injustificada y que hace equivalente migración y delincuencia; que va a ser utilizada contra nosotras cuando debamos salir a las calles porque las condiciones de vida siguen empeorando.

¿Qué opinión le merece el Gobierno actual de Gabriel Boric?

Nosotras llamamos a votar por el Gobierno de Gabriel Boric para evitar que llegara la ultraderecha de José Antonio Kast, pero nunca depositamos nuestras expectativas en este Gobierno, que decidió presentarse ante la ciudadanía como un Gobierno feminista, ecologista, un Gobierno que ha ratificado el TPP-11 que se encuentra a puertas de ratificar el acuerdo de modernización del acuerdo entre Chile y la Unión Europea. Un Gobierno que renunció a la paridad en el gabinete ministerial y cuyos últimos nombramientos no hacen sino consolidar una cierta dirección política.

Saltando casi dos décadas atrás –para comprender la salud de la que goza la movilización estudiantil–, su llegada a la política está marcada por la participación en el movimiento estudiantil y, en particular, en la llamada “Revolución pingüina” de 2006, en la que participó siendo estudiante de secundaria. ¿Cómo vivió aquellas movilizaciones?

En 2006, los estudiantes mayores que yo [del Colegio Latinoamericano, fundado por retornados del exilio, militantes del Partido Comunista y personas de izquierda durante la dictadura] habían levantado una serie de asambleas, desde las que nos vinculamos a los cordones de asambleas secundarias del sector sur de Santiago. Fue para mí la primera experiencia de movilización política, de conocer lo que era la organización estudiantil. Comenzó con una reivindicación muy particular, relativa al transporte, pero después derivó en una movilización contra la ley orgánica de educación impuesta por la dictadura cívico-militar.

¿Qué vínculos tiene aquel movimiento estudiantil con el estallido social de 2019?

El movimiento estudiantil de 2006 y luego en 2011, [unido a] las movilizaciones por HidroAysén [el proyecto hidroeléctrico en la Patagonia], contra el subcontrato, los feminismos, [en conjunto] despuntan una serie de conflictividades que se relacionan con el funcionamiento del neoliberalismo y su despliegue permanente en nuestro país, como una estructura que garantiza el poder y el enriquecimiento para un pequeño sector de nuestra sociedad, que se apropia de la riqueza social y dictamina a partir del legado institucional impuesto por la dictadura y administrado por los gobiernos de la transición, frente a la precarización creciente de la mayoría de la población. Así como los otros movimientos sociales que emergen en los últimos 30 años, el movimiento estudiantil resulta de las conflictividades sectoriales que surgen del funcionamiento del neoliberalismo.

¿Según usted, sigue vigente el movimiento estudiantil chileno?

No es lo que fue: gran parte de las organizaciones que tuvieron mucha fuerza en esos años hoy están debilitadas o ya no existen, como la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, que fue una de las más dinámicas y movilizadas en esos años en que muchas nos formamos políticamente al calor de esa lucha. Hay un importante sector feminista al interior del movimiento secundario [o de enseñanza secundaria] que ha sido muy relevante y que este 8 de marzo ocupó las calles, pero como tal, el movimiento estudiantil no tiene la fuerza que tuvo en esos años.

This article has been translated from Spanish.