Argentina construye su nueva crisis bajo el ala del FMI

Argentina construye su nueva crisis bajo el ala del FMI

El presidente Mauricio Macri (derecha) pidió en 2017 que se lo juzgase por su éxito o fracaso en reducir la pobreza. Este 2019 es año electoral. La pobreza pasó de un 28,2% a un 35% en el último año y medio. En 2018 Macri cerró con el FMI –dirigido entonces por Christine Lagarde (izquierda)–, el mayor préstamo de la historia del Fondo: 56.300 millones de dólares (por tres años).

(ADGN)

Es año electoral en Argentina y casi todo habla de crisis.

Los candidatos oficialistas compiten por distanciarse del presidente –primero no peronista tras más de una década–, y su plan de ajuste.

La Justicia decide si encarcela por corrupción a quien lo antecedió en la presidencia, y la oposición peronista aduce una persecución política.

El FMI admite que subestimó la crisis, aunque sigue sosteniendo la gestión económica. El riesgo país, indicador cuya mención se reserva a países en problemas, se difunde con la regularidad del pronóstico del tiempo, mientras las constantes salidas de divisas evidencian que la creciente deuda externa financia fugas de capital a un tipo de cambio insostenible.

La recesión se siente, y la oposición convocan a resistir el programa económico. El Gobierno transmite fe en que el rumbo actual –ajuste, flexibilización laboral, apertura económica, desgravación a empresas– finalmente logrará confianza en los mercados. La derecha también critica al Gobierno, tildándolo de lento, inoperante y de ser una versión light del anterior, su principal adversario electoral.

Pero en diciembre, justo luego de su inexorable derrota electoral, el Gobierno restringirá el acceso a fondos bancarios, acentuando drásticamente la crisis. Habrá protestas y represión. Poco después, el peronismo –nuevamente en el poder– cesará los pagos de la deuda y avanzará en sentido diametralmente opuesto, sin el FMI.

El año es 2001. Pero lo ya ocurrido guarda un paralelismo notable con la Argentina de 2019. Y de otras épocas caracterizadas por marchas y contramarchas neoliberales e intervencionistas que suelen desembocar en crisis. Una recurrencia digna del país que engendró a Jorge Luis Borges y su obsesión literaria con el eterno retorno.

Crisis argentina, modelo 2019

La crisis actual se construyó sobre errores y decisiones cuestionables del Gobierno de Mauricio Macri, asumido en 2015, y su programa “neoliberal” –ajuste, desregulación, apertura, reducciones impositivas a grandes intereses económicos–, análogos a los que causaron la crisis de 2001, el default y la friolera de cinco presidentes en dos semanas, sostienen críticos como Demián, un psicólogo de 38 años, agobiado por la deserción de pacientes que no pueden pagar sus costos.

Los macristas difieren en cuál Gobierno es responsable (de la situación actual): para Laura, de 45 años, esposa de un abogado corporativo, la “herencia” recibida del gobierno “populista”, “corrupto” e “intervencionista”, de Cristina Kirchner (2007 – 2015) originó la crisis.

Asimismo, la disyuntiva entre macrismo y kirchnerismo, está cruzada por controversias viscerales como la legalización del aborto –rechazada en 2018–, el matrimonio igualitario –aprobado en 2010 –o la existencia de subsidios a los pobres –acusados de ineficientes o de ser utilizados políticamente–, todos ellos rechazados por Laura y mayoritariamente el macrismo, y apoyados por Demián y en general el kirchnerismo. Así, el escenario político se divide desde hace años en corrientes que basan sus apoyos en el rechazo al opuesto, al punto de que se lo llama “grieta”, y separa amistades y familias.

Para los menos, fuera de esa dicotomía, los errores los cometieron ambos gobiernos. Hoy, una austeridad recesiva y simultáneamente inflacionaria. Ayer, distorsiones regulatorias que convertían una experiencia progresista real, parcial o simulada –según quién opine– en insostenible. Es el caso de Martín, de 48 años, investigador en la Universidad de Buenos Aires, que ve las energías de macristas y kirchneristas orientadas a la confrontación en vez del desarrollo.

En cualquier caso, la foto, es implacable. El desempleo retornó a más de 10%, luego de 13 años, uno de cada tres argentinos es pobre, y la actividad industrial cayó en el primer trimestre.

Sindicatos como la CTA-Autónoma ven un agravamiento social deliberado para reducir salarios, derechos y poder de negociación de los trabajadores. Proponen como terapia de choque, y como hiciera el socialismo francés en 2000, reducir la jornada laboral, mayor democracia sindical y reversión del ajuste.

El desempleo, la recesión, y el ajuste procíclico (que va en el mismo sentido de la recesión y la amplifica), conviven desde hace años no con la deflación que la teoría económica pronostica ante tales desequilibrios, sino todo lo contrario: la inflación interanual de mayo fue de un 57%. Para la mayoría de los pensionados, como Rosa, de 89 años, que ejerciera como docente secundaria durante 40 años, sus haberes representan menos de la mitad de la canasta básica de consumo.

El Gobierno enlaza la inflación a la insuficiencia de reformas neoliberales, pero es significativa la correlación de aquella con los aumentos de tarifas de servicios públicos, con elevadas tasas de interés –ambas bajo control de la política económica– que encarecen la producción y el consumo, y con aumentos de precios excesivos en sectores investigados por prácticas no competitivas, como supermercados.

En los primeros tres años de la presidencia Macri, los aumentos en las tarifas de servicios públicos estuvieron más de 10 veces por encima de la inflación y la devaluación, con la excusa del “atraso tarifario” que el sector ha sufrido.

De ahí que, si en lo político se cuestionan las prioridades de este Gobierno –que parecen beneficiar los intereses económicos concentrados– en lo económico se cuestiona la disrupción macroeconómica que genera un descenso de la demanda y de la producción.

De hecho, que la inflación argentina se origina en parte importante en los aumentos de tarifas es reconocido por el Banco Central, institución bajo control del gobierno macrista, y cuya actuación y autoridades recientes se subordinan de modo creciente al FMI. Pese al diagnóstico de inflación (del BC) por causas no ligadas al “recalentamiento de la economía”, se aplican ajustes monetarios y fiscales –apropiados para ese inexistente escenario– con tasas de interés que hoy son las mayores del mundo. Como el ajuste fiscal, estas tasas acentúan la recesión, y encarecen los costos para la demanda y la producción, contribuyendo, al igual que los tarifazos, al actual escenario de “estanflación”, anomalía que combina recesión e inflación.

Un FMI que retorna y un peronismo que ya retornó

El FMI objetó, para luego aceptar, esta política monetaria. En un tango repetido, su flamante extitular, Christine Lagarde, reconoció haber errado en la estimación y el diagnóstico de la crisis, aunque sin cuestionarse demasiado las políticas aplicadas; tampoco su efecto recesivo o el aumento de la pobreza desde la firma del acuerdo. Casi un calco de la leve autocrítica por la crisis de 2001, ocurrida bajo “el monitoreo cercano y la asistencia” del Fondo y con las mismas políticas aplicadas, bajo su presión.

En efecto, respecto de la crisis argentina, y en una repetición del camino que condujo a la crisis de 2001, el FMI impulsa o convalida políticas de austeridad en contextos recesivos, y tipos de cambio no competitivos, promoviendo así mayor recesión y endeudamiento.

En 2003, en el Gobierno de Néstor Kirchner, Argentina abandona la tutela del Fondo, y experimenta varios años de crecimiento elevado, más de la mitad de sus superávits fiscales desde 1900 y la cancelación de la deuda con organismos multilaterales. El propio FMI reconoce que sus programas de reformas incrementan la desigualdad y la recesión, pero nada de esto modifica a la fecha las políticas ya fallidas que impulsa, denuncia la Confederación Sindical Internacional.

En 2007, Néstor Kirchner es sucedido por Cristina Kirchner, su esposa, pero también política de larga trayectoria, que es reelecta en 2011. Los errores del kirchnerismo en su segunda fase –distorsiones de política cambiaria y comercial, falsificación de estadísticas–, conducen a la reaparición de inflación y devaluación elevadas, y la caída del crecimiento y los excedentes fiscales, problema denunciado e irónicamente agravado por el macrismo hoy en el poder.

De cara a las elecciones de este año, si los indicadores socioeconómicos son la principal debilidad del macrismo, la del poderoso peronismo opositor –liderado por su corriente más progresista, el kirchnerismo gobernante de 2003 a 2015– reside, según sus críticos y las resoluciones judiciales (que ya llevaron a 10 ex altos funcionarios a prisión y podrían hacer lo propio con la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner), en altos niveles de corrupción organizada.

Sus defensores aducen una compleja trama de persecución política, similar a la aparente respecto del expresidente Lula Da Silva en Brasil, también investigada en la Justicia.

Mostrando mayor iniciativa política que el Gobierno, Cristina Kirchner, se postuló a vicepresidente y aprovechó para salvaguardar la fórmula (candidaturas a presidente y vicepresidente) de su eventual prisión y unir al peronismo dividido, dejando la candidatura a presidente a Alberto Fernández, exjefe de gabinete suyo, quien luego se alejara hacia el peronismo crítico.

Un acto de “humildad” no emulado por Macri, de quien se especuló que pudiera dejar su puesto a María Eugenia Vidal, gobernadora de su partido en la crucial provincia de Buenos Aires, y más popular que él. Macri va por la reelección, asociado a la crisis actual y sus propias sospechas de corrupción, e incorporó a Miguel Pichetto, ahora exlíder del bloque peronista en el Senado, como candidato a vicepresidente. Macri, según la encuesta de Rouvier, marcha, con 35,2% de intención de voto detrás de Fernández, con 39,6%, para la primera vuelta, en octubre, aunque en la casi segura segunda vuelta, en noviembre, se pronostica un empate técnico similar al que en 2015 llevó a Macri al poder

De este modo, el peronismo, también cultor del eterno retorno hasta el punto de que “Volveremos” fue su muletilla durante 25 años de proscripción ya ha vuelto. Los 3 binomios presidenciales principales lo incluyen.

En efecto, aparte de que el grueso del partido peronista se encolumna detrás de Fernández y Cristina, y de que Macri es secundado por un notorio peronista, el lejano tercero en las encuestas, Roberto Lavagna, peronista y exministro de Economía, bajo 2 presidentes, que administró exitosamente la salida de la crisis de 2001 dando paso a la mayor serie de años de crecimiento consecutivo y superávit fiscales desde 1900, se postula por una coalición de partidos progresistas, con radicales y peronistas disidentes, como la opción para unir y sin denuncias de corrupción, pero es poco visible en la prensa. Casi como la izquierda. Para algunos, como Sergio, un periodista de 45 años que pide reserva de su apellido los medios y la corrupción no son factores irrelevantes en la construcción de la polarización.

Más espacio recibe José Espert, economista mediático de discurso agresivo que impulsa la agenda de grandes intereses económicos, con una campaña inflamatoria “de sentido común” que explota las redes sociales.

Posiblemente persista la polarización, pero en un contexto de crisis y desprestigio simultáneo de ambos lados de la grieta, todo puede suceder. Se puede volver de todo, menos del ridículo, decía Perón, aunque Argentina puede estar testeando su capacidad de retorno.