Así nos repartiremos el trabajo con algoritmos y robots

Así nos repartiremos el trabajo con algoritmos y robots

An image of a robot waiter, alongside a human waiter, at the Da Bruno Sul Mare restaurant in Marbella, Spain.

(Roberto Martín)

Mide 56 centímetros, pesa 55 kilos. Su cuerpo –una aleación de plástico y aluminio– es capaz de moverse y sortear obstáculos con agilidad. Su rostro –una pantalla LED– saluda, sonríe, canta si se lo piden. Así es Bellabot, el primer camarero robótico. Un modelo importado de China que ya funciona en muchos restaurantes europeos.

El robótico empleado está programado para entregar pedidos, recoger platos sucios, transportar en un solo viaje hasta cuatro bandejas –cuarenta kilos a la vez–, trabajar 24 horas sin agotarse. Más rápido, más eficiente que cualquier otro compañero. Cualquier compañero humano. ¿El fin de los camareros de carne y hueso? No teman. Seguramente, no.

Bellabot es un robot colaborativo, un “cobot”. Una herramienta pensada para apoyar al trabajador en las tareas más mecánicas, tediosas, repetitivas o pesadas de su desempeño diario. Se utiliza en almacenes para transportar mercancías, en fábricas para trabajos en serie, en restaurantes para llevar y traer platos. El cobot ahorra tiempo, evita lesiones, colabora con los humanos. No los sustituye.

El futuro del trabajo –apuntan desde el Foro Económico Mundial– será algo parecido a esto. Al menos, algo más probable que esas alarmantes profecías sobre despidos masivos a causa de los robots. Pocos oficios –dicen– serán cien por cien automatizables. Lo que seguro se automatizarán serán ciertas tareas. Las más físicas, las más reiterativas. Se calcula que el 60% de las profesiones tendrán al menos un 30% de labores automatizables. En el caso de inteligencias artificiales como ChatGPT, se prevé que puedan asumir como mínimo el 10% de algunas tareas relacionadas con el lenguaje.

“Si se dirige bien, va a ser un cambio muy positivo. Se me vienen a la cabeza todos los accidentes laborales que se pueden evitar, toda esa descarga de trabajo físico o mental de la que podemos deshacernos”, explica a Equal Times la antropóloga Bárbara Urban.

“Lo ideal es que los robots se encarguen del trabajo pesado, peligroso, tedioso y las personas que estén con ellos tengan más tiempo para formación, conciliación, trabajar menos, trabajar mejor”. En el caso de los camareros, gracias a Bellabot, éstos podrán reducir los tiempos de desplazamiento y centrarse más en los clientes.

Visto de ese modo, nos acercamos a las puertas de una nueva división del trabajo en la que no se buscará a humanos que compitan contra las máquinas. Se buscará a aquellos que sepan aportar lo que las máquinas no pueden.

Educación de por vida

¿Un consejo para los trabajadores del futuro? José Varela, responsable de Nuevas Tecnologías en el sindicato UGT, lo resume en dos palabras: “Competencias digitales”. Desde las más básicas, “como la gestión de videollamadas”, a las más complejas como el manejo de ciertos programas. “Incluso empezaría a pensar en hacer un pequeño curso de programación”.

Trabajar mano a mano con las máquinas implicará necesariamente conocer su lenguaje. Esto no significa que todos debamos tener un conocimiento exhaustivo –ese solo se exigirá a quienes desarrollen la tecnología–, aunque tampoco bastará con saber usar un Excel. Con la llegada de la Inteligencia Artificial, las tareas administrativas simples –sobre todo de recopilación y procesamiento de datos– correrán el mismo riesgo que las tareas más pesadas. Las harán algoritmos. Esto afectará a muchas más personas de las que se preveía.

“El corazón de las sociedades industrializadas, las clases medias, se han construido fundamentalmente sobre ese tipo de trabajos de media cualificación”, advierte el profesor de Sociología del Trabajo Arturo Lahera. “Todos ellos no tendrán más alternativa que recualificarse”.

Dos conceptos se repiten mucho en el ámbito empresarial: upskilling y reskilling. El primero consiste en actualizarse, aprender nuevos conocimientos y funciones dentro del mismo empleo. El segundo se refiere al reciclaje, al hecho de formarse para acceder a otra profesión. En ambos casos, parece claro que la educación será el eje del trabajo del futuro. Se acabó eso de una etapa de formación y otra de empleo. Desde ahora tendremos el derecho y la obligación de formarnos de por vida.

“Necesitamos una actitud de aprendizaje permanente. No podemos pensar que cuando acaba la educación ya está. Lo más probable es que a lo largo de la vida nuestros trabajos cambien. No solo por el cambio tecnológico, el cambio está en todo. Lo hemos visto con la covid”, explica Jordi Serrano del observatorio empresarial Future for Work Institute.

Serrano habla del fin de los trabajadores hiperespecializados, de la necesidad de perfiles híbridos –con conocimientos en ciencias y humanidades–, de los perfiles en T. “El palo horizontal sería tener un conocimiento transversal de varias áreas, el vertical saber mucho en profundidad sobre una en concreto. Necesitamos una combinación de los dos”.

Si existe una generación acostumbrada a lo híbrido esa es la generación Z, la que ahora está saliendo de la universidad. Casos como el de Elsa Arnaiz, presidenta de la organización juvenil Talento para el futuro, licenciada en Derecho y Relaciones Internacionales, máster en Big Data. “Ahora mismo conozco a mucha gente que, siendo de letras, se apunta a cursos de programación y gente de ciencias a cursos de escritura creativa”, asegura.

“De todas formas, creo que si en algo nos vamos a tener que formar constantemente en el futuro es en cuestiones como la creatividad, el liderazgo, el pensamiento crítico, el saber navegar la incertidumbre, las llamadas soft skills (habilidades blandas). Esas son realmente las que debemos adquirir. No tanto actualizarnos en el uso del último software –que también–, sino potenciar todo eso que las maquinas no hacen. Es verdad que las generaciones más jóvenes tenemos ese plus de convivir con la incertidumbre, pero sinceramente no nos preocupa tanto la automatización del futuro, nos preocupa más el desempleo del presente”.

Los perdedores

El concepto de “educación para toda la vida” plantea aún algunas dudas. Si se trata de un derecho, ¿será una educación pública?, ¿podrá acceder cualquier persona?, ¿tendrá lugar dentro o fuera del horario de trabajo? Lo que sí parece claro es que no puede depender solo de los empleados. Empresas y administraciones públicas deberán coordinarse para liderar este cambio.

“Tenemos un problema –señala José Varela de UGT– y es que no se está preparando a la gente para esta evolución. Las empresas no tienen una estrategia definida. Los gobiernos tampoco están haciendo ningún despliegue”. Como explica también Jordi Serrano, “falta una sensación de urgencia”.

Mientras hablamos de robots y algoritmos, todavía casi 3.000 millones de personas en el mundo permanecen atrapadas en la brecha digital.

Por todo esto, ya hay quien habla de los “perdedores” de esta transición laboral. “Debemos tener en cuenta que hay trayectorias vitales que no podrán cambiar de un día para otro. Parte de los trabajadores, sobre todo los menos cualificados, tendrán problemas para recualificarse”, apunta el sociólogo Arturo Lahera. “Habría que plantearse cómo redirigir a estas personas a otros puestos, menos digitalizados, más socialmente relevantes, como los trabajos de cuidados. Sin embargo, ahí nos encontramos con el problema habitual. Éstos siguen siendo trabajos minusvalorados y muy mal pagados”.

Estudios académicos y organizaciones como la Unión Europea o la Organización Internacional del Trabajo advierten de un previsible aumento de la desigualdad laboral, un proceso de polarización entre unos trabajadores muy cualificados y bien pagados y otros –sobre todo aquellos que hoy están en puestos intermedios– desplazados hacia nuevas tareas precarias como los “microtrabajos de clic” o el propio entrenamiento de algoritmos.

“La automatización del trabajo va a afectar más a la calidad del empleo que al volumen”, advierte Varela. El problema no será que las máquinas nos quiten el trabajo, sino que nos desplacen a peores puestos. La manera de evitarlo –añade el portavoz sindical– “es apostar por la formación preventiva”, pero también apelar a la responsabilidad de las empresas, esas mismas que se beneficiarán de toda esta tecnología. En ese sentido, la antropóloga Bárbara Urban pone como ejemplo a Corea del Sur donde las empresas con robots “están aportando ya un impuesto indirecto para fines sociales”.

“El problema al que nos enfrentamos no es tecnológico –aclara el sociólogo Arturo Lahera–, es un debate sobre relaciones laborales, igual que pasó en los años 80 con la deslocalización. Antes de que todo esto ocurra, tendremos que negociar cómo se van a distribuir las ganancias: si seguimos apostando por que se concentren en las empresas, en las rentas del capital, o si éstas se distribuyen y se dedican a pagar mejor a los humanos”.

This article has been translated from Spanish.