Así se da marcha atrás al trabajo infantil asociado a la pobreza por la covid-19

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Cuando la pandemia de covid-19 impuso los primeros confinamientos en Uganda, María (nombre ficticio) era una estudiante de primaria de 12 años. Pero en cuestión de semanas estaba trabajando en una cantera, machacando rocas con un martillo durante siete horas al día. Su escuela había cerrado y el salario de su padre como vigilante nocturno se había reducido. Su familia tenía dificultades para comprar comida, y María comprendió que no tenía más opción que ponerse a trabajar para ayudar a su familia a sobrevivir.

María contó a los investigadores que a menudo se lesionaba las manos con el martillo y que a veces se mareaba trabajando bajo un sol abrasador. Su sueldo era de apenas 1,11 USD semanales, y, si su empleador no estaba contento con el tamaño de las piedras, le pagaba aún menos.

Además del cierre de las escuelas, que está afectando a 1.400 millones de niños, el impacto económico sin precedentes de la pandemia de covid-19 ha abocado a infinidad de niños al trabajo infantil en condiciones peligrosas y de explotación. Los padres han perdido su trabajo debido al cierre de empresas, han perdido el acceso a los mercados debido a las restricciones de transporte y han perdido clientes debido a la desaceleración económica, a raíz de todo lo cual se han visto obligados a enviar a sus hijos a trabajar.

En enero y febrero Human Rights Watch, Friends of the Nation (Ghana) e Initiative for Social and Economic Rights (Uganda) entrevistaron a decenas de niños de Ghana, Nepal y Uganda para estudiar el aumento del trabajo infantil y la pobreza durante la pandemia.

Prácticamente todos los niños mencionaron un descenso de los ingresos familiares debido a la pandemia, y muchos señalaron que sus familias tenían dificultades para comprar alimentos. Una niña de 14 años de Ghana nos contó que el negocio de pesca de sus padres perdió clientes y que, cuando las escuelas cerraron, ella y sus hermanos dejaron de tener acceso a los almuerzos escolares gratuitos. “Si no trabajo, la vida será muy dura para todos nosotros”, explicó.

Hablamos con niños que trabajan en hornos de ladrillos, fábricas de alfombras, minas de oro, canteras, pesquerías y en la agricultura. Algunos trabajan como mecánicos, conductores de bicitaxis o en la construcción, mientras que otros venden artículos en la calle. Muchos describen largas jornadas laborales y trabajos peligrosos. En las minas de oro, los niños cargan pesados sacos de minerales, respiran el polvo y los humos de las máquinas de procesamiento y manipulan mercurio tóxico para extraer el oro del mineral. En las canteras, los niños señalan que a veces se lesionan con las piedras que salen despedidas, en particular con afiladas partículas que se les meten en los ojos. Algunos mostraron a nuestros investigadores cortes sufridos al limpiar los campos con herramientas afiladas o por los bordes de los tallos de caña de azúcar.

La mayoría de los niños cobran muy poco, y algunos explican que su empleador suele pagarles menos de lo prometido. Sin embargo, muchos consideran que no tienen más remedio que seguir trabajando. Una niña de 15 años, que trabaja 11 horas diarias por menos de 2 dólares USD, declaró: “Necesito el trabajo, necesito el dinero, por poco que sea”.

Es hora de aumentar las ayudas en efectivo

A pesar de estas preocupantes conclusiones, el incremento del trabajo infantil no es una consecuencia inevitable de la pandemia. En las dos últimas décadas, los países han realizado notables progresos en la reducción del trabajo infantil. Entre 2000 y 2016 el número de niños que trabajan se redujo en aproximadamente 94 millones, lo que supone un descenso de casi el 40%. En muchos de los países que lograron reducir el trabajo infantil los Gobiernos proporcionaron ayudas en efectivo a las familias con hijos, gracias a las cuales pudieron satisfacer sus necesidades básicas sin tener que recurrir al trabajo infantil.

Las prestaciones en efectivo para las familias con hijos son una poderosa herramienta política. Diversos estudios han demostrado que son muy eficaces para reducir los índices de pobreza, aumentar la escolarización, mejorar la salud de los niños, reducir el trabajo infantil y hasta reducir la violencia doméstica. En muchos casos incluso pequeñas asignaciones han producido beneficios significativos. Pero, a pesar del evidente impacto de las mismas, aproximadamente 1.300 millones de niños –en su mayoría de África y Asia– no están cubiertos por ninguna ayuda.

La mayoría de los países han proporcionado ayuda económica en efectivo a las familias con hijos como parte de su respuesta de emergencia a la covid-19. Pero, en la mayoría de los casos, la asistencia ha sido a corto plazo o ha consistido en un único pago. Para muchas familias la ayuda del Gobierno (si es que han recibido alguna) ha sido demasiado escasa para proteger a sus hijos del trabajo peligroso y la explotación.

Los Gobiernos tienen la obligación de garantizar un nivel de vida adecuado a los niños, respetar su derecho a la educación y protegerlos del trabajo infantil. Mediante la ampliación de las prestaciones por hijos los Gobiernos pueden conseguir que los niños estén más protegidos y aliviar los efectos, inmediatos y a largo plazo, de la pandemia sobre sus derechos.

María quiere dejar la cantera, volver a la escuela y llegar un día a ser enfermera. Si los Gobiernos adoptan decisiones políticas acertadas su sueño podrá hacerse realidad.

Este artículo ha sido traducido del inglés por Guiomar Pérez-Rendón