Bangladés ya vive con las consecuencias del cambio climático

Bangladés ya vive con las consecuencias del cambio climático
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“¿Cómo íbamos a volver a nuestro pueblo? Allí ya no queda nada”. Noyom Tara toma aire y mira hacia la calle a través de la puerta entreabierta de su casa, un único cuarto de chapa en un suburbio de Daca, la capital de Bangladés, en el que malvive junto a su marido y su hijo. “Un río pasa por donde estaba nuestra casa. Lo hemos perdido todo. Ahora solo hay agua y más agua”, dice con voz entrecortada mientras se lleva las manos a la cara.

De aspecto frágil, a sus 40 años –aunque aparenta muchos más– Noyom lo ha perdido todo y ha tenido que empezar de cero cuatro veces. Como su marido y su hijo, nació en la aldea de Morol Kamdi, una zona rural al sur del país, en una casa que “tenía de todo. Cosechábamos nuestro propio arroz y teníamos vacas y patos. Vivíamos toda la familia junta, con mis suegros. La vida era feliz”. Sin embargo, en algún momento hace diez años la bucólica estampa comenzó a hacer, literalmente, aguas. Poco a poco, el río junto al que estaba construida su casa fue erosionando la orilla, tragándose la tierra a su paso.

El día en el que finalmente el agua llamó su puerta, Noyom y su familia decidieron desmontar la casa y trasladarse unos metros más al interior. De poco les sirvió porque el río, paciente pero inexorable, seguía tragándoselo todo a su paso en cada crecida. Al cabo de poco más de un año, ya no quedaba un palmo de tierra en toda la aldea sobre el que mantenerse de pie.

“La erosión nos afectó a todos los vecinos de la zona. Nos preguntábamos qué hacer, a dónde ir. Estábamos aterrorizados”. Resignados, desmantelaron la casa por segunda vez y se mudaron a otra zona, más al norte, donde creían que estarían a salvo del agua. Se equivocaban. Por tercera vez en poco tiempo, el río volvía a reclamarlo todo. Desesperados y sin fuerzas para volver a pasar por lo mismo otra vez vendieron la chapa del tejado y las ventanas –lo único que les quedaba de valor– y volvieron a migrar, pero esta vez a la ciudad, a Daca.

Bangladés es uno de los países más densamente poblados del mundo –161 millones de habitantes en 2018 (según el Banco Mundial–. Casi un tercio de su población total vive a lo largo de la costa y una gran parte del país se encuentra prácticamente al nivel del mar. En la región de Sundarbans –en la bahía de Bengala, al sur del país– la subida del nivel del mar –1,5 veces superior a la media global– junto con la erosión fluvial, están sumergiendo aldeas enteras y provocando el desplazamiento forzoso de millones de personas que, impotentes, ven cómo sus casas se hunden bajo el agua. Como tantas cosas en Bangladés, las cifras son impactantes: casi 700.000 personas al año perdieron su hogar durante la última década, mientras que alrededor de entre 10 y 13 millones de personas se verán obligadas a desplazarse antes del año 2050.

El impacto ecológico derivado de la actividad de los habitantes de los Sundarbans es mínimo y, sin embargo, todos son especialmente conscientes de las consecuencias del cambio climático: es una realidad que llega con cada marea alta. “Solo tuvimos tiempo de ir a por nuestra hija pequeña y salir corriendo antes de que se hundiera la casa”, cuenta Shaheen. Detrás de ella, donde antes estaba su casa –y las de otras nueve familias–, descansan atracadas tres barcas. Hace tan solo una semana desde que sucedió el desprendimiento (momento en el que se visitó a esta familia y se tomó la foto) y todavía se ven las grietas en la tierra. “No tenemos dónde ir. No nos queda dinero. No sé qué va a ser de nosotros, lo hemos perdido todo”.

Al igual que ya hicieron Noyom y su familia, la mayoría de los afectados por el cambio climático acabarán buscando refugio en Daca. Todavía no hay consenso sobre si se les puede llamar, o no, refugiados climáticos pero la realidad es que cada año más de 300.000 personas llegan a la ciudad huyendo de algún tipo de desastre medioambiental.

Cuando lleguen, habrán perdido sus tierras heredadas a lo largo de generaciones y generaciones, su ganado y su forma de vida. Pero sus penurias, lejos de terminar aquí, comenzarán un nuevo episodio. Daca es una ciudad al borde del colapso y la tercera menos vivible del planeta, solo por detrás Damasco (capital de Siria) y Lagos (Nigeria). Con una población superior a los 20 millones de personas –Daca tiene más población que las siguientes tres mayores ciudades del país– es incapaz de acoger a nadie más. Sin el apoyo del Gobierno, la mayoría de estos refugiados climáticos terminan viviendo en barrios marginales y trabajando en régimen de semiesclavitud en alguno de los miles de talleres y fábricas distribuidos por toda la ciudad.

Es el caso de Jahangir. Ha sido difícil dar con él porque trabaja de sol a sol todos los días del año, ya sea en la fábrica de ladrillos o tirando de su vehículo-taxi de dos ruedas (rickshaw). Su madre, una anciana de 83 años, trabaja limpiando platos en un hotel de lujo. Su hogar –y el de los otros 10.000 vecinos de la aldea– desapareció bajo el agua en 2017. Cuando se quedó sin tierras, casó a su primera hija por unas 300.000 takas (poco más de 3.000 euros, unos 3.290 USD). Poco después, cuenta, se vio en la necesidad de casar a la otra. No es un caso aislado, un informe de la ONG de derechos humanos Human Rights Watch relaciona las altas tasas de matrimonio infantil de Bangladés (la cuarta en el mundo) con las consecuencias del cambio climático (especialmente de la erosión fluvial). Muchas de las familias afectadas sienten la necesidad de casar a sus hijas porque no las pueden mantener: “cada día pienso en suicidarme”, dice Jahangir entre calada y calada de un cigarrillo. “Pero es un pecado grave”.

 

An aerial view of Kalabogi island (also known as Jhulantapara), in the Sundarbans delta area of Bangladesh. In recent years, much of Kalabogi has been swallowed up by the erosion of the River Shibsha’s ever-rising tide, forcing hundreds of families to relocate to a different region. In this picture, we can see the location where Shaheen’s house, together with those of nine other families , used to be before they were destroyed by river erosion.

Photo: Ignacio Marín

 

A man jumps from his boat to one of the few strips of land left in Kalabogi. Across Bangladesh, riverbank erosion alone triggers the displacement of between 50,000 and 200,000 people every year.

Photo: Ignacio Marín

 

The loss of arable land has meant that most people from Kalabogi are now dependent on edible resources from the river (mainly fish, but also crabs and shrimps) which, at the same time, are already stressed.

Photo: Ignacio Marín

 

A group of villagers work to build an embankment a few metres deeper inland than the previous one. The former embankment collapsed during the last monsoon season, allowing salty water to flood the rice paddies. This ruined the harvest, the main source of food and income for many families. This year, there will be less arable land available for the same number of families – and that’s only if the new embankment manages to withstand erosion.

Photo: Ignacio Marín

 

A boat arrives at Dhaka’s Sadarghat Ferry Terminal. Every day, thousands of people arrive in Dhaka fleeing river erosion and flooding. Dhaka is the third least livable city in the world according to The Economist. With a population of about 20 million people, it is already a city on the verge of collapse, and the provision of basic services such as sanitation and water is a huge challenge.

Photo: Ignacio Marín

 

A boy collects garbage at the Islambag informal settlement in Dhaka. Most of the internally-displaced people who reach Dhaka end up living is slums like this one. According to the International Organization for Migration (IOM), about 70 percent of slum dwellers in Dhaka have experienced some kind of environmental disaster.

Photo: Ignacio Marín

 

Noyom Tara in her house in Dhaka, a single room in which she lives with her husband and son. Noyom and her family had to move to Dhaka after river erosion swallowed their land.

Photo: Ignacio Marín

 

A man lies down in the single room where he now lives together with his wife and son. He currently works as a rickshaw puller, but his struggle with depression makes it very hard for him to go to work each day. He and his family come from Morol Kamdi (the same town as Noyom Tara), an area affected by river erosion. Like Noyom, he used to have a good life but he has been struggling ever since his family were forced to flee to Dhaka.

Photo: Ignacio Marín

 

A boy stands by the Buriganga river, in the Islambag informal settlement in Dhaka. With no government assistance, families that once were financially independent and owners of cattle and land now find themselves struggling to survive.

Photo: Ignacio Marín
This article has been translated from Spanish.

La publicación de este reportaje ha sido posible gracias a la financiación de Union to Union, una iniciativa de las uniones sindicales suecas LO, TCO y Saco.