Carne, impuestos y sostenibilidad del sistema alimentario global

Parte de la comunidad científica se refiere a la época geológica actual como la del Antropoceno debido a las consecuencias que las actividades humanas tienen en los ecosistemas terrestres. En junio del año pasado, la revista Science publicó un estudio sobre una de esas actividades: la producción de alimentos, y concretamente la de carne. “El más bajo de los impactos de los alimentos de origen animal normalmente supera el de sus sustitutos vegetales, proporcionando nueva evidencia sobre la importancia del cambio de dieta”, concluía.

No se trata solo de reducir los gases de efecto invernadero derivados de la producción de alimentos –26% del total–, sino de salvar el sistema alimentario global futuro. “Con las dietas y prácticas de producción actuales, alimentar a 7.600 millones de personas está degradando los ecosistemas terrestres y acuáticos, agotando los acuíferos e impulsando el cambio climático”, afirmaba el texto.

El incremento de la producción y consumo de carne en las últimas cinco décadas está en el punto de mira. Si en 1961, una población mundial de 3.000 millones de personas demandaba 71,36 millones de toneladas de carne; en 2014, una de poco más de 7.000 millones reclamaba 317,85 millones de toneladas. En cuanto al número de animales sacrificados durante ese intervalo histórico, el de cerdos ha experimentado el mayor crecimiento: de 400 millones se ha pasado a cerca de 1.500 millones, según la FAO. China es su mayor productor mundial, seguido de Estados Unidos, Alemania, España y Brasil.

Boom cultural y económico de la carne

“Después de la Segunda Guerra Mundial se produce el boom cultural de la carne. Un modelo extendido al resto del planeta donde todas las clases medias y altas quieren imitar a los países europeos que ponen la carne como el plato principal de cualquier comida”, explica a Equal Times Florent Marcellesi, eurodiputado de los Verdes. “Salíamos de un periodo de fuertes hambrunas y la carne se identifica con el alimento que podía acabar con ellas: era la modernidad”.

“Significaba dejar la guerra atrás y apostar por un modelo donde la gente es fuerte, en una visión de la sociedad de valores muy masculinos y competitivos”, señala.

La profesora de Sociología y Justicia Alimentaria de la Universidad Willamette de Oregón, Anne DeLessio-Parson, también ha observado esa relación consumo de carne-masculinidad y apunta que, “históricamente, la vaca representa para los seres humanos riqueza y conquista de tierras –como la de América– a través del imperialismo. Y así se va desarrollando hasta los sistemas de hoy en día, muy industrializados y crueles para los animales (…). Hay una resistencia a superar la barrera cultural por la cual la carne se ha convertido en algo muy importante para muchas personas y la cultura es muy resistente al cambio”, nos dice.

Pero también es un negocio gigantesco. Por ejemplo, en EEUU, la industria cárnica y avícola generó 894.000 millones de dólares USD (unos 782.000 millones de euros), algo menos del 6% del PIB de la potencia económica, según un estudio de 2012; en España, exportadora de cerdo, vacuno y bovino, el negocio cárnico ha movido 22.168 millones de euros en 2018, lo que representa un 2% de su PIB, según la Federación Empresarial de Carnes e Industrias Cárnicas.

“Tras la guerra, para garantizar la seguridad alimentaria del continente, Europa apostó por un modelo de monocultivo que pone la proteína animal en el centro de la producción”, relata Marcellesi. “La actual Política Agrícola Comunitaria financia la agroindustria. Pero hablamos de agrobusiness, no de ganadería local”, puntualiza.

La tasa sobre alimentos contaminantes en la agenda política

La idea de un impuesto a la carne se asoma con timidez a la agenda política desde la Cumbre de Paris de 2015. La investigación de la Universidad de Oxford y del International Food Policy Research Institute (Instituto de Investigación de Políticas Alimentarias) de Washington es la primera que menciona una “tasa global a alimentos contaminantes”.

Reconociendo lo “sensible” que es subir el precio de los alimentos, su propuesta era hacerlo como parte de una política de salud pública. Un sistema de compensaciones económicas minimizaría el desabastecimiento de alimentos o muertes prematuras por bajo peso en los países más afectados, en África subsahariana y sudeste asiático principalmente.

En 2016 la OMS diseñó una política fiscal para la dieta y la prevención de enfermedades no contagiosas con una política de precios que combinaba una tasa en el espectro más amplio de productos poco saludables con la subvención de frutas y verduras. A la hora de aplicarlas, la regresividad es clave, ya que cuanto más bajos son los ingresos de una persona, mayor es su gasto en alimentos según la Ley de Engel. Esta es mayor si se aplica en alimentos básicos –lácteos– que en alimentos no esenciales específicos con versiones más saludables en el mercado –bebidas azucaradas–.

“Desarrollar políticas en EEUU va a ser complicado. Podríamos dejar de subvencionar el grano para los animales, algo que hace que la carne sea muy barata en el súper”, comenta DeLessio-Parson.

De hacerlo, la investigadora es consciente de que “serían los sectores más vulnerables los que más sufrirían las consecuencias (…). El principal problema que tenemos ahora es el sistema económico; tenemos mucha desigualdad y pobreza”, subraya.

Mientras China ofrece directrices a sus ciudadanos (gramos de carne a consumir por persona y por día, por ejemplo), Dinamarca ha intentado dos veces gravar la carne. En 2011 se convirtió en el primer país del mundo en imponer un impuesto a las grasas saturadas que desaparecía un año después de su aprobación. Entre las causas de su fracaso: la influencia de sus detractores y la ausencia de legitimidad entre la opinión pública. En 2016, el Consejo Danés de Ética, instó en un informe a aprobar un impuesto climático al vacuno que se topó con la oposición de las industrias agrícola y alimentaria danesas. Desde el partido del gobierno se desechó por su “efecto limitado” en un país que en 2014 produjo 1,79 millones de toneladas de cerdo.

“Gobernanza y pacto social” para las transiciones ecosociales

La progresiva urbanización del mundo, tal y como recoge la Nueva Agenda Urbana de Hábitat III en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenibles de Naciones Unidas, es clave en este fenómeno que además concentra el consumo de recursos en las ciudades. Aunque éstas solo ocupan el 2% de la tierra total, representan el 70% del PIB mundial, consumen más del 60% de la energía, producen el 70% de las emisiones de gas y generan el 70% de los residuos, según la ONU.

“Urbanización creciente y desconexión total del campo, van de la mano; hay una visión de superioridad de la ciudad sobre el campo”, explica Marcellesi. “Un mundo más sostenible sería un mundo menos urbanizado, lo que no quiere decir menos civilizado”, matiza, “pero que sepa poner de nuevo la naturaleza en la ciudad. (…) Tenemos que volver a equilibrar la ciudad con el campo y revalorizar el campo como una pieza clave para un futuro sostenible”, subraya el europarlamentario.

Una bioregión –como el anillo verde de Ontario que contiene la expansión de la ciudad; o el sector agrícola del área metropolitana de Viena, que ya ocupa el 17% de la superficie urbana–, el nuevo marco territorial que integra ciudad, rural y naturaleza, es la respuesta de las políticas de transición ecosociales ante el cambio climático. Como recalcaba el primer informe sobre dieta y cambio climático en Reino Unido, el de Chathan House, es crucial que estas sean “políticas en las que todos ganen” o que aúnen “gobernanza y pacto social”, señalan investigadores del Foro Transiciones.

El reto de su transición radica en que “requieren renovación de relato, valores y lógicas de desarrollo que solo se podrán proyectar desde un amplio acuerdo social e institucional”, añaden. La creciente oposición de ciudadanos empobrecidos a políticas o impuestos en la que “no todos ganan” –como la de los chalecos amarillos– es un claro ejemplo.

Más allá de futuribles gravámenes a la carne o del viraje a dietas (más) sostenibles, la tecnología también será clave en la redefinición de un sistema alimentario futuro, resiliente. En 2050 nuestro planeta albergará 9.000 millones de habitantes. Con empresas como Hampton Creek Foods, Beyond Meat e Impossible Foods, entre otras (que replican productos de origen animal empleando únicamente ingredientes del reino vegetal), en Silicon Valley comienza a hablarse de la tecno–comida como la próxima disrupción tecnológica de la actual revolución industrial.