China aprovecha la “diplomacia sanitaria” para reforzar su rol en Oriente Medio

China aprovecha la “diplomacia sanitaria” para reforzar su rol en Oriente Medio

The Chinese ambassador to Syria, Feng Biao (right), and the Syrian health minister, Hassan al-Ghabash (second from right), pose in front of a shipment of aid donated by China, including Sinopharm Covid-19 vaccines. Image taken at Damascus International Airport on 24 April 2021.

(AFP/Louai Beshara)

Tal como sugiere un informe de la Federación Internacional de Periodistas, las autoridades chinas han utilizado el estallido de la pandemia de covid-19 como una oportunidad para mejorar su imagen internacional. A través de la donación de material sanitario o la firma de acuerdos de cooperación en el contexto de lucha contra la pandemia, la llamada “diplomacia sanitaria” −en su última versión, “diplomacia de la vacuna”−, China ha ampliado su influencia en diversas regiones del mundo, entre ellas la de Oriente Medio y Norte de África (MENA, por sus siglas en inglés), una zona que Pekín considera clave en su ansiado ascenso a superpotencia mundial.

A principios de 2020, cuando los hospitales de Wuhan estaban desbordados, varios países árabes quisieron mostrar su solidaridad con China enviándole inmediatamente material sanitario. Pero a medida que pasaban los meses y la emergencia saltaba de continente, la dirección de la ayuda fue la contraria. Pekín mandó material de protección y equipos de epidemiólogos a los países de la región más afectados, como Marruecos, que recibió cuatro aviones con ayuda, incluidos respiradores.

Durante el primer trimestre de este año, Pekín logró ganar puntos en la zona con la provisión de vacunas de fabricación propia mientras Europa y EEUU parecían estar solo preocupadas por abastecer a sus propios ciudadanos. Actualmente, la mayoría de los países de la región MENA han recibido algún cargamento de las dos principales vacunas chinas −Sinopharm, Sinovac−, ya sea a través de donaciones o de adquisiciones. Entre ellos, destacan Marruecos, con 9,5 millones de dosis y Egipto, con 4,15 millones.

Este último país, junto con Emiratos Árabes Unidos llegaron a un acuerdo para la producción en su territorio de vacunas chinas con una capacidad anual de 80 y 200 millones, respectivamente, por lo que servirán de nodos (hubs) regionales desde los que se aprovisionará sobre todo al continente africano. Este mes de julio, Marruecos se sumó al grupo, con una capacidad de producción de cinco millones de dosis mensuales. EEUU no quiso quedarse atrás en la “diplomacia de la vacuna”, y en junio Joe Biden anunció la donación de 500 millones de dosis a los países más pobres a través del programa multilateral COVAX, pero sin incluir una transferencia tecnológica.

“China ha mejorado su imagen en Oriente Medio, sobre todo en comparación con los países occidentales. No solo se la ha percibido como más solidaria, sino también más eficiente en la lucha contra la pandemia”, comenta a Equal Times Naser al-Tamimi, investigador del laboratorio de ideas italiano ISPI.

Según diversas encuestas, como el Arab Barometer, la opinión sobre el gigante asiático ya era más positiva que la de otras de grandes potencias mundiales antes de la covid-19. Así, la mitad de los árabes apostaba por estrechar lazos con China, mientras que el porcentaje que opinaba lo mismo sobre EEUU o Rusia no llegaba al 40%. “Entre algunas élites, o algunos sectores específicos, como los movimientos islamistas, existen recelos hacia China, por sus valores o su trato a las minorías. Pero esa idea no llega al grueso de la población”, matiza al-Tamimi.

Uigures y Taiwán (intocables) y el principio de neutralidad

Durante las últimas tres décadas, y a medida que despegaba como potencia, China ha ido reforzando su presencia en la región MENA, sobre todo en el ámbito económico. A menudo, ello ha sido en detrimento de las potencias occidentales. En 2020, el país asiático desplazó a la Unión Europea como primer socio comercial de los países del Golfo Pérsico. Y no fue solo a causa de las transacciones de petróleo −el 44,8% del crudo que compra Pekín sale de Oriente Medio−. A través del ambicioso programa de infraestructuras conocido como la nueva Ruta de la Seda, Pekín ya ha firmado en la región contratos por más de 123.000 millones de dólares (unos 103.500 millones de euros) en los últimos seis años. Solo en Arabia Saudí, dobló sus inversiones en 2019.

En un inicio, el interés casi único del régimen chino en la región era garantizar el flujo de petróleo necesario para sostener su voraz crecimiento, pilar también de la política exterior estadounidense en la zona desde hace décadas. Pero recientemente, Pekín ha ido ampliando sus intereses y objetivos, como demuestran la apertura de centros culturales chinos en casi todos los países MENA y la firma con varios países −Argelia, Emiratos Árabes, Egipto o Irán− de acuerdos de partenariado estratégico, que incluyen una coordinación también en asuntos de política internacional. “Una de las razones por las que los líderes de la región ven con buenos ojos a China es que, a diferencia de las potencias occidentales, no está interesada en cuestiones internas, como el respeto de los derechos humanos, o en dar lecciones de democracia”, explica Bechir Jouini, un experto tunecino en Relaciones Internacionales.

Para Pekín, el principio de no injerencia interna es sagrado, y eso se debe aplicar en ambas direcciones. Para los gobiernos de la región MENA, ello implica ignorar una cuestión sensible: la durísima represión de la minoría uigur, de religión musulmana. “China utiliza su poder económico para condicionar la posición de los países de Oriente Medio en la cuestión uigur, sobre la que [éstos] guardan total silencio. Incluso Turquía, que tiene lazos lingüísticos con los uigures, ha cambiado ahora su posición, y ya no denuncia la opresión como antes”, explica a este medio Zumretay Arkin, responsable de las campañas del Congreso Mundial Uigur. “Además, como casi todos los gobiernos de la región son dictaduras, les va bien esta alianza porque Pekín les cubre las espaldas en la ONU”, añade.

El otro tema que las autoridades chinas consideran como “interno” es su relación con Taiwán, isla que considera de soberanía china. El no reconocimiento de la independencia de la isla forma parte de una condición sine qua non para la firma de acuerdos de cooperación con China, incluida la participación en el proyecto de la nueva Ruta de la Seda.

La otra idea central de la política china en la región es la promoción del desarrollo económico como herramienta para superar los conflictos de tipo político, y alcanzar así la estabilidad política. Este planteamiento le ha permitido mantener estrechas relaciones al mismo tiempo con países en conflicto, como Israel y Palestina, o Irán y Arabia Saudí. Este último caso es paradigmático. Junto a Argelia, los principales aliados en la zona de Pekín son Emiratos y Arabia Saudí. Sin embargo, ello no ha impedido que las relaciones con Irán sean también profundas. Durante la etapa más dura de las sanciones estadounidenses, la economía iraní pudo sostenerse gracias a la importación china de petróleo. Además, entre 1981 y 2019, China ha sido el segundo proveedor de armas a Teherán después de Rusia. Este año ambos países firmaron un acuerdo multisectorial para un plazo de 25 años que pondrá en situación de privilegio a las empresas chinas.

De momento, la penetración china no ha supuesto un retroceso en cuestiones como los derechos laborales o los estándares medioambientales, bastante limitados en la región, algo que hace ya tiempo han aprovechado algunas multinacionales europeas para deslocalizar sus fábricas. “El desembarco chino no provocó recelos por una pérdida de derechos, pero, durante algunos años, sí lo hizo por la pérdida de opciones de empleo por la llegada de mucha mano de obra china para la construcción de infraestructuras” y otras obras, apunta al-Tamimi. Por ejemplo, para edificar la Gran Mezquita de Argel, la tercera más grande del mundo, llegaron a desplazarse al país magrebí unos 4.000 trabajadores chinos. “Ahora los diplomáticos chinos se esfuerzan mucho en resaltar la responsabilidad social corporativa de sus empresas en estos países”, añade. Es decir, que sin entrar en la repercusión sobre la mano de obra local, los representantes de Pekín difunden el mensaje del impacto positivo de las inversiones chinas para la economía y los lugareños.

Aunque con perfil bajo, en los últimos años el régimen chino ha ido adoptando un mayor protagonismo en cuestiones políticas y de seguridad en la región MENA. Por ejemplo, cuenta con una base militar cerca del Golfo Pérsico, en Yibuti. Algunos expertos como Karim Sadjadpour, del laboratorio de ideas Carnegie, cuestionan que, a medida que el gigante asiático se consolida como superpotencia, pueda mantener su política de neutralidad mucho más tiempo. En Occidente preocupa sobre todo su control de algunas infraestructuras clave en la zona, como puertos o la red de 5G, instalada en varios países por Huawei. Además, un informe del Congreso de EEUU alerta de la posible transferencia de tecnologías de control a través del programa de la nueva Ruta de la Seda.

“Hay una competición entre las potencias tradicionales en la zona, como Francia, con China. No es fácil generalizar al analizar qué pasará en el futuro, porque hay países con lazos más o menos fuertes con China y Occidente. Pero si hubiera una petición occidental de aplicar un bloqueo económico a China, no creo que los países árabes la siguieran. Los intereses creados son ya demasiado fuertes”, sentencia el experto Jouini.

This article has been translated from Spanish.