China mueve ficha y desplaza a Rusia en el ‘Gran Juego’ de Asia Central

China mueve ficha y desplaza a Rusia en el ‘Gran Juego' de Asia Central

The leaders of China, Russia and Mongolia talk during the summit in Samarkand, Uzbekistan, on 15 September 2022.

(Zhai Jianlan/Xinhua via AFP)

China ha desplazado a Rusia como potencia dominante en Asia Central. Lo ha hecho de manos de su diplomacia y su economía. Las infraestructuras de transporte chinas están cambiando el flujo de los intercambios con las economías centroasiáticas, recelosas de la invasión rusa de Ucrania y de las sanciones internacionales a Moscú. El desgaste ruso muestra la debilidad de unas relaciones con Asia Central basadas en la superioridad militar de Moscú. En este contexto, China aparece como una alternativa pragmática y asiática a la coerción europea.

Las dos pasadas décadas vieron cómo Moscú y Pekín alcanzaban cierta entente cordial sobre su papel en Asia Central. Así, China podía expandir su red comercial por esta región, en su mayor parte heredera de la expansión rusa y de la URSS en Asia, y Rusia centraba su atención en el ámbito de la seguridad.

Tras la derrota talibán en Afganistán en 2001, Rusia volvió con cierta fuerza a Asia Central en la esfera de defensa y seguridad, superando los incipientes esfuerzos de Estados Unidos y la OTAN por extender su esfera de influencia. Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar a mediados de la década pasada, tras la anexión rusa de Crimea, el apoyo a los separatistas prorrusos de la región ucraniana del Donbás y la creciente agresividad por parte de Moscú en sus relaciones diplomáticas con los antiguos compañeros de viaje centroasiáticos.

El intervencionismo ruso rompió la confianza centroasiática en Moscú

La invasión y la guerra de Ucrania terminaron por despertar las últimas suspicacias en Asia Central. Poco antes del 24 de febrero, la injerencia de Rusia en el proceso de revueltas que vivió Kazajistán en el mes de enero ya habían apercibido a los gobiernos centroasiáticos de que el papel de guardián que quería asumir Moscú en todo el mundo exsoviético no se limitaba a las maniobras conjuntas periódicas ni a su preeminencia en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC, formada por Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Rusia y Tayikistán) en asuntos de seguridad.

Las protestas de miles de ciudadanos por las subidas del gas licuado en algunas de las principales ciudades kazajas en enero pasado llevaron finalmente al envío de tropas de la OTSC lideradas por Rusia, a la defenestración del expresidente kazajo Nursultán Nazarbáyev del Consejo de Seguridad del país y al reforzamiento de la figura del actual jefe de Estado, Kasim Yomart Tokáyev, oportunamente muy cercano a Moscú.

En Kazajistán y el resto de países centroasiáticos se entendieron estos incidentes y su desenlace como una evidente intervención rusa para reforzar una evanescente presencia.

Las recientes cumbres concluidas en Samarcanda (de la Organización de Cooperación de Shanghái, el 16 de septiembre) y Astaná (Rusia-Asia Central, el 13 de octubre) remarcaron la creciente debilidad de la posición de Rusia en la región.

En el caso de la reunión regional celebrada en la ciudad uzbeka, se subrayó, además, el creciente aprecio que China está cosechando entre los líderes centroasiáticos. Solo Turquía aparecía como un pequeño rival para China en Asia Central gracias al esfuerzo de los diplomáticos y empresarios turcos durante la década de los años noventa.

La consolidación del presidente chino, Xi Jinping, en el XX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, celebrado entre el 16 y el 22 de octubre, ha recordado en los países centroasiáticos ciertos procesos similares vividos en los tiempos en que formaban parte de la URSS. La necesidad de un líder fuerte, como el caso chino, no es visto en Asia Central como una amenaza sino como una apuesta por la estabilidad en una región donde la institucionalización democrática deja mucho que desear.

Si el presidente ruso, Vladímir Putin, fue antaño considerado un posible ejemplo de esa estabilidad para los líderes centroasiáticos, la guerra de Ucrania se ha encargado de pulverizar esa confianza.

La nueva Ruta de la Seda

La retirada de Estados Unidos de Afganistán en agosto de 2021, con la inmediata vuelta de los talibán a Kabul, ha sido el otro gran foco de convulsión en Asia Central en lo que llevamos de década. Esa salida pactada, pero que implicaba cierto descrédito para Washington, fue inmediatamente aprovechada por China para enviar a sus exploradores comerciales a ese país. Sirvió para dejar claro que, al contrario que Rusia o Estados Unidos, el interés chino nunca vendría acompañado por tanques ni helicópteros de combate.

Asia Central fue durante el siglo XIX el escenario del llamado ‘Gran Juego’ por las esferas de influencia rusa y británica en esa parte del mundo, con Afganistán como pivote estratégico, pero ampliándose esa rivalidad al antiguo Turkestán conquistado finalmente por el Imperio Zarista. La influencia de Rusia en Afganistán se disparó con su invasión de este país en 1979 y se hundió con su retirada en 1989.

En ese decimonónico Gran Juego o ‘Torneo en las sombras’, como se denominaba en Rusia, tuvo muy poca maniobra China, también terreno de acción de los imperialismos ruso y británico. La revolución comunista en China se centró en el propio país y su único territorio de expansión fue el Tíbet. Caída la Unión Soviética, Pekín habría aún de esperar unos años para decidirse a mirar hacia Asia Central con un interés menos ideológico y mucho más económico. El Gobierno de Pekín asistió en silencio a la guerra contra los talibán en 2001 y dejó que las aguas reposaran antes de empezar a mandar sus embajadas comerciales.

Y fue precisamente el presidente Xi Jinping quien trazó la mejor hoja de ruta hacia Asia Central. La visión de Xi, que acababa de llegar al poder, impulsó en 2013 la iniciativa de la ‘Franja y de la Ruta’.

Este programa apuesta por el desarrollo a gran escala de infraestructuras de transporte, en concreto ferrocarriles y carreteras, pero también puertos (en el este de Asia, Oriente Medio y en Turquía) y zonas económicas especiales. Los ramales terrestre y marítimo de la nueva Ruta de la Seda como vías de comercio mundiales empezaban a ser una realidad, como lo fueron en la Edad Media.

En menos de una década, el órdago chino había sobrepasado todas las expectativas y Pekín había desplazado a Moscú. A Moscú y también a Washington, que de pronto vio cómo China se convertía en un rival muy poderoso para el hegemonismo estadounidense en Eurasia.

Los desastres de la guerra también dañan a China

La invasión de Ucrania ha supuesto la puntilla a la credibilidad rusa en Asia Central, pero la guerra tampoco está beneficiando a China en su estrategia global en esta región. Si bien está aprovechando el descrédito de Moscú para ocupar algunos de los nichos de negocio que aún seguían por inercia en manos de empresas rusas, la crisis económica que ha traído la contienda, con la inflación y los altos precios de los alimentos y los hidrocarburos, perjudica mucho a China. La guerra está desbaratando los negocios chinos en todo el mundo, y en Asia en particular.

Y el desgaste del poder disuasorio y militar del vecino ruso tampoco hace gracia en China, presionada por Estados Unidos en el Pacífico, especialmente en lo que se refiere al apoyo de Washington a Taiwán.

No obstante, en Asia Central están fallando las maniobras de Estados Unidos para aislar a China y reducirla a un mero papel de fabricante mundial de componentes electrónicos. Las cumbres regionales celebradas en Uzbekistán y Kazajistán han puesto de manifiesto el respeto de los países centroasiáticos hacia Pekín y el interés en un socio cercano, que, si bien puede entrañar ciertos peligros por su enorme potencial económico y de seguridad, al menos es una alternativa a la agresividad rusa y estadounidense.

Es cierto que la política de China en su región noroccidental de Xinjiang levanta muchas espinas en Asia Central, por la persecución de los uigures, de origen túrquico como las etnias predominantes en los Estados vecinos.

Las denuncias por Amnistía Internacional y Human Rights Watch sobre masivas violaciones de los derechos humanos en el Xinjiang crecen y causan mucho malestar en los países centroasiáticos.

Pero los gobiernos de Asia Central tampoco se han mostrado muy ortodoxos a la hora de cumplir los acuerdos internacionales sobre derechos humanos y, al fin y al cabo, es el dinero el que permite a esos gobiernos seguir en el poder. Si en otros tiempos, fueron la geoestrategia y la ideología los motores del Gran Juego en Asia Central, en estos momentos predomina el pragmatismo y no hay país más pragmático en Asia que China, para bien y para mal.

En todo caso, y mucho dependerá de lo que ocurra en Ucrania en los próximos meses, la relación entre Moscú y Pekín no tiene por qué verse abocada a la rivalidad, dado el potencial de cooperación entre ambos países, especialmente en el trasiego de hidrocarburos. Como ejemplo, en 2024 se empezará a construir el gasoducto Power of Siberia II, que podrá transportar 50.000 millones de metros cúbicos de gas anuales de Rusia a China.

Hay un hecho que parece irreversible. Aunque se alcance un alto el fuego y un armisticio en Ucrania, no parece que vaya a reanudarse el bombeo de gas y petróleo desde Rusia hacia Europa, al menos no a medio plazo. En estas circunstancias, China se confirma como el principal y prioritario mercado del combustible ruso: el pragmatismo geoestratégico apuntalado por el pragmatismo energético.

This article has been translated from Spanish.