Cobrar los finiquitos, la batalla más dura para los trabajadores del textil

Cobrar los finiquitos, la batalla más dura para los trabajadores del textil

Tres trabajadores de la quebrada Jaba Garmindo bajo uno de los carteles de protesta.

(Laura Villadiego)

Cuando Saepudin, de 41 años, leyó en el periódico que Jaba Garmindo, la fábrica indonesia en la que trabajaba, había sido demandada por dos bancos supo que algo iba mal. Durante semanas, intentó sin éxito conseguir una explicación por parte de la empresa. Dos meses después, la fábrica dejaría de pagarle, hasta que en abril de 2015 se declaró en bancarrota, dejándole a él y otros dos mil trabajadores en la calle. Cuando la empresa terminó su contrato, le debían cuatro meses de salario y el finiquito por los 19 años que trabajó en la fábrica.

Casi tres años después, los trabajadores de Jaba Garmindo han conseguido cobrar los salarios atrasados, pero no los finiquitos. “Nadie quiere responsabilizarse de pagarnos lo que nos deben”, asegura Saepudin, quien como muchos otros indonesios sólo tiene nombre de pila. El caso de Jaba Garmindo, sin embargo, no es excepcional. El cierre repentino de fábricas se ha convertido en moneda corriente en la industria textil y los trabajadores son rara vez compensados cuando las empresas se declaran en bancarrota.

“Es un gran problema porque en la mayor parte de los países, especialmente del Sudeste Asiático y Latinoamérica, las empresas no tienen un dinero reservado para los finiquitos”, asegura Bent Gehrt, director para el Sudeste Asiático de la organización pro derechos del trabajador Worker Rigths Consortium, quien asegura que en parte eso se debe a que “los márgenes para las fábricas en la industria textil son muy pequeños”.

La mayor parte de los países del mundo reconocen algún tipo de compensación por despidos improcedentes cuya cantidad generalmente depende de los años trabajados en la fábrica. En el caso de Indonesia, la ley reconoce una compensación de un mes sueldo por cada año trabajado hasta un máximo de 9 meses. La ley incluye además una compensación por antigüedad que puede llegar a los diez meses de un salario, que en el caso del textil, rara vez sobrepasa el mínimo establecido por ley. En total los sindicatos calculan que la empresa (Jaba Garmindo) debe a los trabajadores, por lo menos, 5,5 millones de dólares USD (unos 4,45 millones de euros).

Sin embargo, los trabajadores de Jaba Garmindo no tienen una puerta clara a la que llamar.

Las grandes marcas se han negado durante décadas a responsabilizarse por el pago de los finiquitos de los trabajadores cuando sus proveedores cierran, a pesar de que a menudo son responsables directos de la sostenibilidad de las fábricas.

“Las grandes marcas tienen responsabilidad. De la forma en la que trabajan, cambiando de un proveedor a otro, hacen que toda la industria sea muy inestable”, asegura Samantha Maher, coordinadora internacional de Acciones Urgentes de la alianza mundial Clean Clothes Campaign.

En el caso de Jaba Garmindo, a pesar de que la fábrica proveía a varias marcas, la fábrica respiraba al ritmo de su cliente más importante, la marca japonesa Uniqlo, cuenta Tedy Senadi Putra, uno de los líderes sindicales en la fábrica. “Cuando hicieron el primer pedido en 2012, compraron nuevas máquinas y contrataron a más trabajadores”, asegura el sindicalista. Los problemas de dinero de la fábrica también comenzaron cuando Uniqlo empezó a recortar los pedidos. “Uniqlo recortó los pedidos en septiembre de 2014 y el pago de los salarios se retrasó”, cuenta Senadi Putra.

Los trabajadores están reclamando ahora a la marca japonesa que cubra el pago de los finiquitos después de que Jack Wolfskin, otra de las marcas que compraba a la fábrica, diera a los trabajadores 32.227 euros. “Las marcas prefieren que parezca que no tienen ninguna responsabilidad. Pero son las marcas las que más se benefician [del trabajo de esos trabajadores]. Así que deberían estar ahí para asegurarse de que los trabajadores reciben lo que está marcado por ley”, asegura Liana Foxvog, directora de Organización y Comunicaciones del Foro Internacional de Derechos Laborales.

Incluir los fondos para compensaciones en las auditorías evitaría problemas tras el cierre, añade Bent Gehrt del Worker Rigths Consortium. “Cuando las marcas tienen una relación estable con una fábrica o hacen un gran pedido, debería asegurarse que tienen fondos suficientes para pagar las compensaciones”, asegura.

La única salida a la pobreza

Para Sri Paryani, el cierre de Jaba Garmindo cambió su vida de un plumazo tras 19 años trabajando en la fábrica. De la noche a la mañana, toda su familia se quedó sin ingresos ya que su marido también trabajaba allí. “Es muy difícil encontrar otro trabajo. Ya no somos jóvenes”, dice la mujer de 37 años. “Puede llevar años asegurar el pago de los finiquitos. Es un desastre para los trabajadores. Les dejan sin nada mientras esperan y si desafían a la fábrica, pueden ser metidos en una lista negra y que ninguna otra fábrica los contrate”, asegura Foxvog.

Es lo que le ocurrió a Tedy Senadi Putra. Su papel como líder sindical le llevó a perder su trabajo incluso antes de que cerrara la fábrica y su reputación de ’revolucionario’ le ha bloqueado el acceso a cualquier otra fábrica de la zona a pesar de que un tribunal le dio la razón, una vez que Jaba Garmindo ya había cerrado. Sin un salario que entrara en casa, su mujer y sus cinco hijos, el menor de ellos recién nacido, tuvieron que volver a su pueblo de origen, en la isla de Sumatra, para poder sobrevivir.

“Allí vivir cuesta menos”, explica Senadi Putra. Sin embargo, él se quedó en la zona para intentar encontrar un nuevo trabajo y seguir luchando por cobrar las compensaciones. “Tengo muchas deudas. Si me pagaran lo que me deben podría pagarlas y empezar un nuevo negocio”.

Otros trabajadores en el mundo están luchando la misma batalla. En Turquía, los trabajadores de la fábrica Bravo están intentando conseguir que se les paguen salarios atrasados e indemnizaciones después del cierre repentino de la empresa. En Indonesia, 200 trabajadores de la fábrica PT Hansoll-Hyun también se encontraron en la calle de la noche a la mañana sin recibir sus compensaciones. En Camboya, unos 2.000 trabajadores han organizado protestas por el cierre de las 3 fábricas, pertenecientes a la misma empresa, que cerraron a principios de febrero.

Sin embargo, ha habido también algunas victorias. En la misma Indonesia, los trabajadores de la fábrica PT Kizone, que cerró de forma repentina en 2011, consiguieron que tanto Nike como Adidas, esta última tras dos años de presión, cubrieran las indemnizaciones que se les debían.

En Honduras, los trabajadores de Rio Garment consiguieron el año pasado que algunos de los compradores principales de la fábrica, incluido el gigante Gap, pagaran 1,3 millones de dólares (unos 1,05 millones de euros) en compensaciones.

Los trabajadores de Jaba Garmindo no se conformarán con menos. Sri Paryani y su marido trabajaron durante casi dos décadas en la fábrica con el sueño de poder enviar a su único hijo a la universidad. Ahora, la única esperanza que les queda de que puedan hacerlo es recibir las compensaciones que les deben. “Yo no quiero que mi hijo tenga que seguir las órdenes de otra persona para conseguir dinero y vivir sin libertad. Yo no quiero que mi hijo tenga que trabajar en una fábrica”.