¿Cómo afecta la guerra a los profesionales ucranianos que se encargan de menores de edad?

¿Cómo afecta la guerra a los profesionales ucranianos que se encargan de menores de edad?

In this 21 June 2022 photo, a childcare worker at the Lviv Children’s Shelter plays with one of the young boys in her care while two other children play on the floor.

(Vitaliy Hrabar)
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A Maryna Mykolayivna le arden los ojos de llorar. Pone el grito en cielo apuntándolo con rabia al recordar cómo, aquel fatídico 24 de febrero de 2022 en que Rusia invadió Ucrania, el responsable del orfanato en el que trabajaba, en la ciudad oriental de Lusychansk, le ordenó evacuar de inmediato a cinco niños y trasladarlos a otra institución ubicada en Lviv, a más de mil kilómetros de distancia.

“Yo no quería venir”, explica esta educadora auxiliar. “Tengo dos hijas y tres nietos”. Maryna lleva casi ocho meses en la ciudad occidental de Lviv, a apenas 70 kilómetros de la frontera con Polonia. “Extraño mi hogar. Vivo en el orfanato las 24 horas del día porque no puedo alquilar una casa yo sola. Me pagan, pero no lo suficiente. Quien no haya pasado por esto no puede entender lo que estoy viviendo. Estoy a punto de marcharme”.

Mientras habla, se intensifica el griterío de los niños en la sala del Centro de acogida infantil de Lviv. Los once pequeños de entre tres y ocho años también están estresados. El Estado los dejó a cargo de una institución por considerar a sus progenitores incapaces de cuidarles. Ya habían padecido traumas familiares y ahora les ha tocado vivir en estado de guerra.

En el grupo de niños evacuados hay uno de cuatro años llamado Danylko (nombre ficticio). Su madre huyó con él de Kharkiv, al noreste del país, cuando empezaron a caer obuses cerca de su casa. La policía la encontró ebria en un banco de Lviv y llevó a Danylko al orfanato. “¿Conocen a mi mamá?”, nos pregunta con su vocecita cuando llegamos, y rompe a llorar. Hace tres semanas que no la ve. En lugar de acercarse a pedir consuelo a Maryna, su cuidadora, se abraza al cuello de nuestra traductora ucraniana. “Oí las bombas y los disparos. Tenía miedo”, susurra mientras aprieta sus dedos regordetes, incapaz aún de entrelazar las manos. “Cayó algo y se rompieron las ventanas”.

Maryna no le tiende la mano. Su propia angustia ha mermado su capacidad de ofrecer apoyo a los niños, así que Danylko ha aprendido a no acudir a ella en busca de consuelo.

En Ucrania, muchos trabajadores a cargo del cuidado de menores, los propios niños y sus padres o cuidadores viven con un estrés extenuante. Se calcula que unos 240.000 ucranianos han huido de Lviv y los servicios de atención infantil están sometidos a una presión rampante. Los trabajadores intentan prestar estos servicios a la vez que pugnan con sus propios miedos y pérdidas personales.

El personal docente y sanitario capea el estrés y el desconcierto

Los profesores ucranianos comenzaron un nuevo curso académico el 1 de septiembre. Alrededor del 51% de las escuelas y guarderías de todo el país abrieron sus puertas para dar clases presenciales. Las escuelas situadas en territorios más peligrosos, o las que carecen de refugios adecuados, imparten la enseñanza a distancia.

Una encuesta realizada a más de 300 profesores por el programa de formación de educadores Teach for Ukraine, consultada por Equal Times, revela la preocupación que siente el 76% de ellos por su mayor responsabilidad sobre los alumnos. Si las sirenas antiaéreas suenan durante el día, los profesores tienen que evacuar a toda la clase y trasladar a los niños a la seguridad de los refugios designados. Casi una quinta parte de los docentes afirma que el estrés psicológico que les infligen sus circunstancias personales les “incapacita para el desempeño de su trabajo”.

“El estrés ha transformado y complicado la interacción entre alumno y profesor”, explica Solomiya Boikovych, directora del proyecto Teach for Ukraine y cofundadora de Ptashenya Kindergarten (una guardería privada de la región de Lviv). La dinámica de las aulas ha cambiado mucho debido a las vivencias de los alumnos en la guerra.

“Algunos proceden de los territorios afectados y otros han perdido a familiares o a sus padres”, dice. La escuela a distancia también supone un desafío porque resulta más difícil enseñar de forma eficaz a través de una pantalla, señala Boikovych. Al mismo tiempo, los profesores están lidiando con sus propios traumas. “Pueden ocurrir tantos imprevistos”, dice.

En Lviv, Maria Yatseyko, presidenta de la sección de Lviv del Sindicato de Trabajadores de la Educación y la Ciencia de Ucrania, afirma que los profesores “no se quejan” e “intentan que las cosas sigan funcionando”. Subraya que muchos siguen dando clase a distancia cuando su escuela es alcanzada o destruida por misiles rusos. Hasta el 27 de septiembre, 2.260 centros educativos del país habían resultado dañados y 291 totalmente destruidos.

Yatseyko explica que, durante las vacaciones escolares, los educadores de la región de Lviv trabajaron incansablemente como voluntarios para acoger a unos 17.000 desplazados internos que vivían en las escuelas. Se convirtieron en cocineros y consejeros. “Les ayudábamos en todo, les dábamos consejos, les entregábamos ropa y zapatos”, dice.

El personal sanitario trabaja en unas condiciones igualmente difíciles. En mayo, la Organización Mundial de la Salud afirmó haber verificado 200 ataques a estructuras sanitarias en Ucrania. Esta amenaza obligó a la doctora Zoryana Salabay, directora de una unidad de bebés prematuros del hospital regional de Lviv, a trasladar a toda la unidad al sótano. Los recién nacidos que necesitan cuidados intensivos son demasiado frágiles para ser trasladados cuando suenan las sirenas de los ataques aéreos. “A los diez días de haber estallado la guerra bajamos al sótano el oxígeno y el resto del equipo, el agua, la ventilación especial...[.]”, explica. “En estos momentos, todos nuestros bebés, médicos y enfermeras permanecen todo el tiempo abajo, donde están más seguros”.

Las condiciones en el sótano son de hacinamiento. En la sala de cuidados posintensivos hay 14 cunas de plástico alineadas en las paredes. Las madres, que duermen en la planta superior, se pasan el día de pie junto a sus bebés, en bata y zapatillas; apenas hay espacio para unas cuantas sillas. El aire está viciado y cargado, a pesar del ventilador y el resplandor de los tubos fluorescentes es intenso. El personal del hospital ha bloqueado con sacos de arena la luz natural que entra por las ventanas que hay en lo alto de la habitación, por si se producen explosiones.

“Están traumatizadas”

Anastasiya (que no dio su apellido) es una de esas madres. Huyó de Kharkiv con su marido y sus dos hijos tras varias semanas refugiados en el sótano. “El bombardeo se hizo insoportable”, explica. Las complicaciones en su embarazo empezaron a las 30 semanas. Su hija nació seis semanas antes de lo previsto mediante una traumática cesárea. Ha sobrevivido a los problemas respiratorios y a una infección, pero continúa demasiado débil para darle el alta.

A Anastasiya le cuesta describir sus sentimientos. “Se quedan calladas”, dice Salabay, refiriéndose a las madres. “Nuestras enfermeras las escuchan contar su historia”, añade. “Pero también a ellas les cuesta trabajar en estas condiciones impropias para ayudar a los bebés y apoyar a las madres y a los padres. Están traumatizadas”.

Su equipo carece de apoyo psicológico específico, pero Salabay las anima a compartir sus pensamientos y sentimientos. “Algunas tienen a su marido luchando en operaciones militares en el este”, añade.

Iryna Trokhym, directora de la ONG Women’s Perspectives, afirma que las personas que ofrecen apoyo a menores y a familias traumatizadas adolecen de la formación adecuada. “Nadie se ha estado preparando para prestar servicio a gente que huye de la guerra”, afirma. “Hoy todos atienden a personas con traumas, pero casi nadie tiene la preparación para ello”.

Trokhym afirma que atender las necesidades psicológicas de la población resulta más difícil porque los ucranianos no están acostumbrados a acceder a la ayuda psicológica.

“Muchas ONG que trabajan con mujeres de diferentes zonas de Ucrania lamentan sus dificultades para proporcionar apoyo psicológico a las mujeres, porque estas no entienden en qué puede beneficiarlas”, afirma Trokhym, que piensa que el mejor apoyo que los psicólogos pueden ofrecer a los niños es la terapia artística.

“Es muy raro que una madre entienda que su hijo necesita apoyo psicológico individual o terapia directa”, explica. “Tenemos que trabajar principalmente en grupos”.

Women’s Perspectives ofrece alojamiento a personas desplazadas internas. Una de ellas, Iryna Lytvynova, huyó con sus dos hijos de Kramatorsk (una ciudad situada en zona del Donetsk no ocupada por Rusia) después de vivir en el sótano durante un mes. Huyeron en tren días antes de que un mortífero ataque con misiles rusos impactara en la estación de Kramatorsk, el 8 de abril, y matara a 60 civiles. A pesar de esta estremecedora experiencia, Lytvynova considera que hablar con un psicólogo “no sirvió de nada”. “Está bien”, dice de su hijo de dos años. “Esperamos la paz para poder recuperar nuestras vidas”.

Un trabajo extraordinario

John R. Weisz, profesor del departamento de Psicología de la Universidad de Harvard, afirma que quienes trabajan con menores en Ucrania están prestando una ayuda “extraordinaria” en circunstancias extremas. Hace poco visitó a los refugiados ucranianos en Polonia, dentro de un equipo internacional de psicólogos que investiga cómo apoyar la salud mental de los niños refugiados. “Algunos adultos padecen una intensa agitación emocional, pero son capaces de trabajar con los menores sin transmitírsela”, dice. “A otros puede resultarles muy difícil comportarse de manera normal y útil, debido lo que están pasando”.

Weisz afirma que el impacto que el trauma de los adultos tendrá en los menores a su cargo dependerá de la forma en que puedan sobreponerse a sus sentimientos cuando estén con los niños. Pero señala que los niños tienen también un amplio abanico de recursos para afrontar el trauma.

“Algunos son increíblemente resilientes”, dice. “Hay niños que desarrollan síntomas de depresión; otros de hipervigilancia y de ansiedad. Uno de los desafíos será el número significativo de niños que tendrán síntomas de estrés postraumático –flashbacks, recuerdos que preferirían no revivir– y necesitamos intervenciones para esos síntomas”.

Weisz coincide con Trokhym en el desinterés de los padres ucranianos por la psicoterapia. Sugiere que la mejor solución son los servicios virtuales de autoayuda, sobre todo por el buen nivel de conocimientos tecnológicos y de acceso a internet que tienen los ucranianos. Dado el número de personas que necesita apoyo psicológico, esta forma de llegar a la población resulta viable desde el punto de vista económico y práctico.

Los contenidos en línea pueden ayudar incluso a los niños más pequeños, dice Weisz. Cita, por ejemplo, la popularidad que están teniendo los episodios doblados al ucraniano de Barrio Sésamo, el programa infantil estadounidense. “Las madres ucranianas quieren que sus hijos tengan algo que les entretenga y les distraiga de pensar en la guerra”, dice.

En el orfanato conseguimos distraer a Danylko con unos Lego. Sonríe a la nave espacial que ha construido y la hace volar sobre su cabeza. Pero cuando ve que nos marchamos, vuelve a preguntar con solemnidad: “¿Conoces a mi mamá?”

La realización de este artículo ha contado con el apoyo financiero de la beca del Dart Center de la Escuela de Periodismo de Columbia.