Cuando el feminismo marca la agenda política

Cuando el feminismo marca la agenda política

En la noche del 14 de junio miles de mujeres, trans y varones rodearon las proximidades del Congreso de los Diputados argentino. Portaban el pañuelo verde que desde hace años se ha convertido en el símbolo de una demanda histórica del movimiento feminista: la legalización del aborto.

(Sub Cooperativa)

El 14 de junio, las argentinas hicieron historia: en una ajustadísima votación (129 votos a favor contra 125) y con un desenlace que mantuvo a la ciudadanía en vilo hasta el final, el Congreso de los Diputados dio media sanción a la ley de despenalización del aborto que, ante la sorpresa de muchos, decidió someter a trámite el presidente liberal-conservador Mauricio Macri. Serán los senadores quienes decidan si se aprueba la ley, pero la sensación en el movimiento de mujeres era de victoria: demostraron que la presión de las calles puede decantar una votación que, durante años, pareció perdida de antemano.

Veintitrés horas ininterrumpidas duró el debate parlamentario, las mismas en las que –con noche de fría vigilia mediante– miles de mujeres, trans y varones se mantuvieron en las proximidades del Congreso, tuitearon a los diputados indecisos y portaron el pañuelo verde que desde hace años se ha convertido en el símbolo de una demanda histórica del movimiento feminista: la legalización del aborto, en un país donde se podrían estar realizando medio millón de abortos clandestinos cada año y donde, según cifras oficiales, murieron 43 mujeres por esa causa en 2015. En América Latina, sólo Cuba y Uruguay permiten a las mujeres acceder a un aborto seguro.

En doce años de kirchnerismo, el movimiento feminista alcanzó logros como la tipificación del feminicidio o la dignificación laboral de las trabajadoras del hogar, pero la legalización del aborto fue territorio vedado.

Cuando el Gobierno de Macri –presidente que acumula animadversión de las feministas desde su llegada al cargo por el retroceso de las políticas públicas contra el feminicidio, la escalada represiva en las manifestaciones feministas o por frases tristemente célebres como aquella de 2014: “A todas las mujeres les gustan los piropos, aunque les digan ‘que lindo culo tenés’”–, anunció que llevaría por primera vez a las cámaras la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, hubo quien le tachó de oportunista, de querer correr una cortina de humo ante el descontento social por las reformas de ajuste estructural y la política de endeudamiento del Ejecutivo.

Era mucho más que eso: el gesto de Macri evidenciaba la fuerza del movimiento feminista en Argentina. Desde la primera manifestación, el 3 de junio de 2015, bajo la consigna Ni Una Menos, este movimiento ha mostrado ser capaz de sacar a las calles a cientos de miles de personas, y también de colocar su agenda en la de la política institucional.

“Hablar únicamente en términos de oportunismo político es despreciar cómo la lucha continuada de las mujeres ha hecho que se vean abocados a tratar el tema. No es sólo una cuestión de agenda: el feminista es un movimiento de transformación radical de la sociedad. Y, en Argentina, es la principal actriz de oposición al gobierno macrista”, apunta Verónica Gago, académica y referente del movimiento Ni Una Menos.

“Que el presidente Macri declare en televisión que es un ‘feminista tardío’ no sólo es un intento grotesco de disputar el término ‘feminismo’, es también la capacidad de haber instalado esta discusión en todos los espacios sociales y políticos”, añade Gago.

Si el feminismo aspira a la transformación radical de la sociedad, lo que ocurre es que, como no puede ser de otro modo, va mucho más allá de demandas como la paridad representativa, la corrección de la brecha salarial o la erradicación de la violencia machista. En Argentina, el feminismo, o más exactamente: los feminismos, se entrelazan con todo tipo de luchas populares: desde la defensa de los territorios frente a proyectos extractivos como la megaminería o el agronegocio hasta el repudio a las restricciones a la migración y a las políticas neoliberales que se evidencian ahora con un nuevo préstamo del FMI.

Por eso, en una demostración de creatividad colectiva, el Vivas Nos Queremos de la primera concentración de Ni Una Menos transmuta en consignas como Ni una Fumigada Menos –en alusión a la fumigación con glifosato sobre los campos de soja–, Ni Una Migrante Menos o Vivas y Desendeudadas nos Queremos.

“Creo que la capacidad actual de los feminismos ha sido ligarse a una conflictividad social; y en cada una de esas luchas, el feminismo actúa como un vector de radicalización de todas las premisas de los conflictos”, sostiene Gago.

La victoria de las argentinas reaviva una histórica reclamación del movimiento de mujeres en todo el continente. Las feministas de Perú, Chile, México y Colombia están comenzando a utilizar el pañuelo como símbolo de esa lucha, en color amarillo, beige o rojo. “En Brasil, la victoria de las mujeres argentinas ha logrado que nos animemos de nuevo a salir a las calles; además, se suma el hecho de que el próximo agosto se votará en Brasilia un proyecto de ley que tiene que ver con la descriminalización del aborto”, explica Helena Silvestre, editora de la revista feminista Amazonas y militante del movimiento por la vivienda Luta Popular.

Avances en el mismo sentido se han producido, paralelamente, en otros lugares del mundo. En Polonia, se ha logrado una “aceleración, un aunamiento rápido de fuerzas entre los movimientos de mujeres”, en palabras de Bogna Czałczyńska, del movimiento polaco para la defensa de los derechos de las mujeres. “En un solo año, en el marco de una sola iniciativa de recopilación de firmas, se ha producido un aumento del 18% al 42% en el apoyo a la liberalización de la legislación sobre los derechos reproductivos de las mujeres”, añade.

En Irlanda, por su parte, eslóganes como My body, my choice, Trust women (“Mi cuerpo mi elección”, “Confía en las mujeres”) protagonizaron la marcha del pasado 8 de marzo. Miles de personas pidieron entonces la derogación de la 8ª enmienda de la Constitución –un texto que limitaba considerablemente la posibilidad de recurrir a una interrupción del embarazo– en el referéndum que se celebraría a finales de mayo en el país –y que se saldó a favor de la derogación–.

El primer Consejo de Ministras para España

No es Argentina el único país donde el feminismo se ha consolidado como el movimiento social más pujante. En España, el pasado 8 de marzo este movimiento hizo historia al registrar una participación masiva y sin parangón de la cual tomó nota el actual presidente del país, Pedro Sánchez.

Sánchez, que llegó a la presidencia del Gobierno el pasado 1 de junio, nombró el primer gabinete de la historia de España en el que las mujeres, más allá de la paridad, son amplia mayoría; es más, ocupan algunos de los ministerios ‘duros’ tradicionalmente reservados a los varones, como los de Defensa, Economía y Hacienda.

Cierto es que la titularidad de mujeres no garantiza que sus políticas sean feministas, pero la presencia mayoritariamente femenina es un gesto simbólico de largo alcance que no hubiese sido posible sin la sostenida presión en las calles del movimiento de mujeres.

El 26 de abril, pocas semanas antes de la moción de censura (a Mariano Rajoy, del conservador Partido Popular) que precipitó a Sánchez al poder, las calles de numerosas ciudades españolas fueron tomadas por una multitud que, bajo consignas como Yo sí te creo o No es abuso, es violación, expresaba un contundente rechazo a la sentencia judicial del mediático y polémico ‘caso de La Manada’.

Los tres magistrados, dos ellos hombres, consideraron probado que cinco hombres adultos arrinconaron a una joven de 18 años, para, acto seguido penetrarla por todas partes, uno tras otro; la sentencia concluía, sin embargo, que no era violación, porque, aunque no hubo consentimiento, tampoco había signos de violencia. Muchas españolas se enteraron, a raíz de la sentencia, cómo la legislación española y su jurisprudencia entienden el concepto de violencia cuando se aplica sobre los cuerpos de las mujeres.

La presión en las calles fue tal que, más allá del resultado de la apelación por llegar, la modificación del Código Penal ya está sobre la mesa. Pero, como en Argentina, las feministas españolas aspiran a una transformación social mucho más amplia. “Creo que hoy el feminismo es el único movimiento que puede reivindicarse como tal. Los feminismos lanzan un órdago a todo: a la economía, la ecología, el consumo, la organización política, la forma de entender la sexualidad”, afirma la ecofeminista, ingeniera y antropóloga Yayo Herrero.

Un proceso de paz con perspectiva de género

También en otros países de América Latina el feminismo ha ganado en visibilidad, capacidad de movilización e incidencia política. En Colombia, la presión del movimiento feminista permitió que el reciente acuerdo de paz entre el Estado y las FARC asumiera la perspectiva de género.

“El movimiento de mujeres reconoció y documentó las consecuencias que tuvo este conflicto sobre las comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas, subrayando las múltiples formas en las que el cuerpo femenino fue convertido en botín de guerra a través de la tortura, la violación y el feminicidio”, explica la economista feminista Natalia Quiroga Díaz.

Las mujeres negras, indígenas y campesinas han sido las más afectadas por el ensañamiento de los militares y paramilitares con los cuerpos de las mujeres:

“Generalmente estos hechos no se visibilizan en los registros generales y no son debidamente atendidos para que se haga justicia, hay total impunidad. Por eso decidimos hoy romper el silencio”, afirmaron las Mujeres Indígenas del Norte del Cauca en una declaración de 2011.

¡Que el cuerpo de las mujeres no siga siendo usado como botín de guerra!, ha sido una de las consignas del movimiento de mujeres. No es para menos: según datos de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos en 2005, el 52% de las mujeres desplazadas en el marco del conflicto armado ha sufrido maltrato físico y el 36% ha sufrido violencia sexual.

Los colectivos de mujeres lograron visibilizar la existencia de una estrategia sistemática de violencia contra las mujeres tanto por parte de la insurgencia como del Estado y sus paramilitares. Es más: lograron que la perspectiva de género se incluyera en los Acuerdos de Paz, en relación a cuestiones como la mayor dificultad que encuentran las mujeres para reclamar sus derechos sobre la tierra.