Cuando los trabajadores se movilizan, como lo han hecho en Bielorrusia, el cambio es inevitable

Los trabajadores de Bielorrusia reclaman democracia. Si bien el presidente Aleksandr Lukashenko –al que los medios de comunicación denominan (con bastante optimismo) “el último dictador de Europa”– gozó en el pasado del apoyo genuino del pueblo bielorruso, no cabe duda de que ahora lo ha perdido. La gota que colmó el vaso fue la ridícula afirmación de que había ganado las elecciones del 9 de agosto, por sexta vez consecutiva, con el 80% de los votos, y las violentas medidas desplegadas posteriormente contra las manifestaciones iniciales de indignación pública.

La huelgas han afectado a empresas que representan conjuntamente más de una cuarta parte de la riqueza de Bielorrusia. Cientos de miles de personas han tomado las calles de Minsk y otras ciudades de Bielorrusia para exigir cambios. Se han enfrentado a la policía antidisturbios y a vehículos militares y han desafiado las amenazas, cada vez más violentas, de Lukashenko.

La represión es patente: cerca de 7.000 personas han sido detenidas, muchas de ellas sometidas a palizas, y se han publicado informes de torturas en las cárceles.

Muchos líderes sindicales y periodistas han sido arrestados, y aunque en su mayoría han sido finalmente puestos en libertad, muchos han sido acusados de participar en manifestaciones no autorizadas.

Incapaz de detener las protestas y, probablemente, de persuadir a la policía para que ataque a su propio pueblo con más violencia de la desplegada hasta el momento, el presidente Lukashenko está tratando de impedir que el resto del mundo vea que el pueblo de Bielorrusia se ha vuelto contra él. En agosto fueron detenidos cerca de 137 periodistas, y a muchos corresponsales que trabajaban para medios de comunicación extranjeros, en particular algunas de las mayores agencias de noticias y organismos de radiodifusión del mundo, se les ha retirado la acreditación de prensa.

Lukashenko también está haciendo afirmaciones ridículas de que existe algún tipo de conspiración extranjera, e incluso de la OTAN, contra él. La realidad que tiene ante sí, y que no se atreve a reconocer, es que el pueblo bielorruso está harto de él y no se va a dejar intimidar ni convencer por mucho que responsabilice a los extranjeros de los disturbios.

Parece ser que se ha llegado a un punto muerto con Lukashenko, que permanece en el poder desde 1994 y que, por lo visto, no tiene intención de dimitir. La líder de la oposición, Svetlana Tikhanovskaya, se ha visto obligada a abandonar el país y marcharse a Lituania, y el pueblo bielorruso sigue manifestándose a favor del cambio sin perspectivas inmediatas de éxito.

Apoyo unificado por parte del movimiento sindical internacional

El mundo político está dividido: la Unión Europea critica a Lukashenko, afirma que apoya la democracia en Bielorrusia y está imponiendo sanciones contra los líderes del régimen (algo que ya hizo en el pasado), mientras que Rusia apoya al fracasado Lukashenko. El movimiento sindical es fuerte y está cohesionado: apoya al pueblo bielorruso en su lucha contra la violencia policial, defiende la democracia y el derecho a la protesta política (en particular recurriendo a la huelga), y defiende la libertad de reunión y asociación.

No cabe duda: cuando los trabajadores empiezan a movilizarse y los sindicatos independientes –como el Belarusian Congress of Democratic Trade Unions (BKDP), miembro de la Confederación Sindical Internacional– empiezan a organizarse, el cambio es inevitable.

Además de las manifestaciones masivas, muchos trabajadores están faltando al trabajo a modo de protesta, y cuando acuden a trabajar lo hacen todo muy despacio y recurren a la huelga de celo (ralentizando la productividad mediante el estricto cumplimiento de la normativa). El presidente del BKDP, Alyaksandr Yaroshuk, informa de que también se están produciendo actos de sabotaje y de desobediencia a las órdenes, no solo por parte de los trabajadores sino también de los ingenieros y el personal técnico y administrativo. Pese a que en estos momentos no se están llevando a cabo grandes huelgas, la producción se está viendo afectada.

Yaroshuk reconoce que “va a llevar tiempo” pero también afirma que “la economía no va a aguantar mucho en estas condiciones, y, de un modo u otro, se va a producir un desenlace”.

La solidaridad es el valor fundamental de los sindicatos desde su creación y se aplica igualmente a la lucha de los trabajadores bielorrusos por la democracia y los derechos humanos.

La Confederación Europea de Sindicatos (CES) ofrece su solidaridad y una plataforma internacional para los sindicatos independientes de Bielorrusia. Estamos en contacto frecuente con el BKDP y seguimos dispuestos a ayudar en todo lo que podamos.

Lo que queremos es que el pueblo bielorruso pueda decidir el futuro de su propio país. Creemos que la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), entre cuyos miembros figuran Bielorrusia, Rusia y los Estados de la UE, es el organismo internacional adecuado para ayudar a resolver la crisis política del país. También pedimos a la UE que examine su iniciativa de Asociación Oriental y su apoyo a Bielorrusia.

¡Poder para el pueblo de Bielorrusia! Un día vencerán. No sé si será mañana o más adelante, pero nosotros vamos a apoyar a los sindicatos independientes de Bielorrusia el tiempo que haga falta.