De la deforestación al apartheid social, los múltiples paralelismos entre las nuevas capitales de Brasil e Indonesia

De la deforestación al apartheid social, los múltiples paralelismos entre las nuevas capitales de Brasil e Indonesia

This screengrab taken from aerial video footage taken in on 14 August 14 2022 shows Titik Nol Nusantara (Ground Zero Nusantara), the future capital city for Indonesia, in Sepaku, Penajam Paser Utara, East Kalimantan. Located in eastern Borneo, Nusantara is set to replace sinking and polluted Jakarta as Indonesia’s political centre by late 2024.

(Bagus Saragih/AFP)

ANÁLISIS | A pesar de los 17.000 kilómetros que separan a Brasil de Indonesia, ambos países tienen mucho en común, por ejemplo, cuentan con algunos de los bosques tropicales existentes más grandes del mundo. También comparten una similitud particular: en algún momento, durante la era poscolonial, a sus gobernantes se les ocurrió la idea de construir una nueva capital.

Mientras los gobernantes de Brasil pusieron en práctica la idea de construir la capital actual, Brasilia, hace unos 60 años, la nueva capital de Indonesia está siendo construida ahora. En 2019, el parlamento nacional de Indonesia comenzó a poner en práctica la idea al aprobar su construcción en Kalimantan. ¿Qué paralelismos se pueden establecer entre ambos proyectos y, lo que es más importante, qué lecciones se pueden aprender para las luchas sociales de Indonesia y Brasil?

En Brasil, la idea de construir una nueva capital es tan antigua como su independencia de Portugal, en 1822. Las élites poscoloniales argumentaron, entre otras cosas, que Río de Janeiro, que era la capital desde 1763, era un símbolo de la influencia de los colonizadores y que una nueva capital marcaría una ruptura con este pasado colonial. También argumentaron que establecer la capital en el centro del país fortalecería la unidad nacional y traería progreso y desarrollo a toda una nación, donde la mayoría vivía a lo largo de la costa. Las disputas entre las élites acerca de dónde establecer la nueva capital dieron como resultado que Brasilia se construyera recién en la década de 1950, bajo la presidencia de Juscelino Kubitschek.

Indonesia, por su parte, se independizó de los Países Bajos en 1945. Desde entonces, varios presidentes expresaron su deseo de construir una nueva capital, lejos de Yakarta. En 2019, bajo la presidencia de Jokowi-Ma’ruf Amin, el parlamento nacional aprobó un proyecto de ley para reubicar la capital del Estado (Ibu Kota Nusantara – IKN) y construirla en Kalimantan Oriental. Las obras de infraestructura ya comenzaron. Los argumentos utilizados por el gobierno de Jokowi muestran paralelismos con el discurso de los gobernantes brasileños: Indonesia debería tener una nueva capital como parte de su propia historia nueva e independiente. Y como se argumentó con Brasilia, la idea de trasladar la capital de Indonesia a Kalimantan Oriental, en el centro del archipiélago, traería aún más desarrollo a todo el país, ya que la mayor parte de su población y de las actividades económicas se concentran actualmente en la isla de Java, donde se encuentra Yakarta.

Deforestación y energía

En el caso de Brasilia, se destruyó el 73% de la sabana existente –cerrado, en portugués– para dar lugar al establecimiento de la nueva capital, lo que implicó la construcción de edificios gubernamentales, zonas de negocios, residenciales y comerciales, así como la necesaria infraestructura para el transporte. La nueva capital, sin embargo, desencadenó un proceso de deforestación de gran alcance que continúa hasta hoy en día. La construcción de carreteras para conectar a Brasilia con los diferentes estados de la federación jugó un papel crucial en este proceso. Una de las primeras carreteras que se construyó fue la Transbrasiliana, que conecta a Brasilia con la ciudad amazónica de Belém, capital del estado de Pará. Además de la destrucción de una importante superficie de bosque para construir esta carretera de 2.000 kilómetros, su construcción también abrió la parte oriental de la región amazónica, exponiendo a las comunidades, en particular a los pueblos indígenas, y a sus territorios a diferentes formas de violencia y actividades destructivas, en especial la extracción de madera, la ganadería, las plantaciones de soja y de otros monocultivos, las actividades mineras y la construcción de represas hidroeléctricas.

Esas represas, responsables de inundar y, por lo tanto, de destruir extensas zonas de bosque, son la columna vertebral del suministro de energía de Brasilia. La represa de Itaipú, la segunda más grande del mundo en términos de producción de energía eléctrica, asegura el 20% de su suministro, mientras que el 80% restante es abastecido por el sistema FURNAS, que también se basa en grandes represas hidroeléctricas.

Indonesia ha iniciado el proyecto de su nueva capital en un contexto muy diferente a cuando se construyó Brasilia. Desde entonces, la masiva deforestación en todos los continentes ha reducido significativamente el área de bosques (tropicales). En las últimas décadas, los gobernantes de Indonesia, junto a sus élites e inversores así como instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial, han fomentado activamente la destrucción de los bosques en nombre del ‘desarrollo’, en particular en Kalimantan y Sumatra. A esto se agrega que cada año, la crisis climática también genera impactos más graves en los territorios. Frente a la crisis climática, las élites globales, las empresas y las instituciones financieras básicamente reinventaron la economía capitalista dependiente de los combustibles fósiles para presentarla como la llamada economía ‘verde’ o ‘baja en carbono’.

Pero detrás de la nueva imagen reluciente de la economía ‘verde’ se esconde una lógica de expansión capitalista y una mayor explotación de los bosques, sus pueblos y sus territorios, con el objetivo de aumentar las ganancias de las empresas y los beneficios de las élites.

A pesar de que los combustibles fósiles son el principal causante de la crisis climática, es dentro de este marco capitalista que las empresas y los gobiernos formulan la mayoría de las políticas y compromisos relacionados con el clima y los bosques.

Esto ayuda a explicar por qué el gobierno de Indonesia promociona su nueva capital como una ciudad ‘inteligente, verde y forestal’. El gobierno argumenta que la nueva capital (IKN) es parte de la solución a la crisis climática mundial y que ayudará a Indonesia a lograr su objetivo de ‘cero emisiones netas’, utilizando energía renovable para su demanda de electricidad y un sistema de transporte eléctrico a batería.

Sin embargo, las 256.000 hectáreas supuestamente necesarias para construir la nueva capital, que es seis veces el tamaño de la actual capital Yakarta, abarcan zonas de bosque que serán destruidas. Además, el suministro de electricidad ‘renovable’ provendrá de la mayor central hidroeléctrica (PLTA, en bahasa indonesio) del sudeste asiático, aún por construirse, que será alimentada por cinco represas instaladas en el río Kayan, distrito de Peso, Regencia Bulungan, en Kalimantan Norte. Según la ONG activista indonesia JATAM, de Kalimantan Oriental: “Seis pueblos ubicados a orillas del río Kayan sufrirán los impactos de este proyecto hidroeléctrico, Long Lejuh, Long Peso, Long Bia y Long Pelban; así como sitios arqueológicos en los pueblos de Long Pelban, Muara Pangiang y Long Lian. Habrá dos pueblos que serán reubicados o desalojados: los pueblos de Long Pelban y Long Lejuh. Hay sitios importantes para la comunidad indígena Bulungan y tumbas sagradas (Salung) en los pueblos de Muara Pangean, Long Lejuh, Long Pelban y Long Lian, que confrontan las mismas amenazas. También están en riesgo el sitio de patrimonio histórico Lahai Bara en Bulungan y una tumba o lugar sagrado en el pueblo de Long Pelban”.

Por otro lado, la construcción de la nueva capital propiciará una mayor expansión de industrias extractivas destructivas. Además de arena y karst, se necesitan bloques de piedra para la infraestructura de la nueva capital, lo que aumenta la destrucción creada por este tipo de minería en Sulawesi occidental y central. Varias islas y sus pueblos en el lado este del archipiélago también sufrirán la devastación derivada de la extracción de níquel, una de las principales materias primas de la producción de baterías para vehículos eléctricos. Es importante señalar que estas fundiciones de níquel en Indonesia funcionan con centrales eléctricas de carbón (PLTU, en bahasa indonesio).

Apartheid social

Cuando el gobierno de Kubitschek comenzó a construir la ciudad de Brasilia, impulsó con fuerza el argumento de que la nueva capital representaba una tierra de sueños y oportunidades. Propagaba la idea de que todas las personas, independientemente de la clase en la que nacieran, compartirían el mismo espacio. Así, cumplir el sueño de una nueva capital significaría también cumplir el sueño de una nueva sociedad igualitaria.

Nada estuvo más lejos de la verdad. Para empezar, la construcción de Brasilia destruyó y redujo los territorios y la vegetación de la sabana, del que dependían para su supervivencia las comunidades quilombolas y los pueblos indígenas, que han ocupado la región desde tiempos inmemoriales. Nueve años después de la inauguración de la capital, cerca de 79.000 personas vivían en 14.600 tiendas de campaña alrededor de Brasilia. En un intento por detener la migración de más trabajadores atraídos por las supuestas oportunidades que les ofrecería Brasilia, el gobierno comenzó a sacar a la gente de estos campamentos y a instalarla en una zona que luego se convirtió en una nueva unidad administrativa llamada Ceilândia. Éste fue un proceso comparable a las prácticas de segregación racial del régimen del apartheid de Sudáfrica.

Actualmente, comparada con las 26 capitales de los otros estados brasileños, Brasilia es la más desigual. En 2018, los habitantes de Lago Sul, un barrio elegante lleno de mansiones, atracciones turísticas y restaurantes caros, disfrutaban de una renta media de 7.654,91 reales brasileños. Mientras tanto, en el barrio Estrutural, a sólo 15 km de distancia de Lago Sul, la renta media era de 485,97 Reales, lo que significa casi 16 veces menos que en Lago Sul. A diferencia de Lago Sul, para la gente de Estrutural el día a día implica una lucha por la supervivencia.

Con medios de transporte deficientes y costosos para llegar a sus lugares de trabajo, enfrentan todo tipo de problemas para satisfacer sus necesidades básicas, como alimentos a precios accesibles, acceso al agua, a energía, saneamiento, servicios de salud, etc.

Aunque aún se encuentra en su fase inicial, la construcción de la nueva capital de Indonesia en Kalimantan parece seguir un curso similar. Está destruyendo y reduciendo los espacios de vida del Pueblo Indígena Balik y otras comunidades de la zona, en particular las que habitan en el llamado Anillo 1, la zona más importante de la nueva capital, reservada para altos funcionarios gubernamentales y otras élites. El Anillo 2 y el Anillo 3 estarán destinados al comercio y a la industria respectivamente, y a los barrios residenciales. Hasta ahora, en lo que será el Anillo 1, las mujeres indígenas Balik, cuyas vidas y medios de subsistencia están entrelazados con el río Sepaku, se han visto especialmente afectadas por las obras de construcción iniciales. Se destruyeron campos, huertos y tumbas ancestrales. Su conocimiento ancestral de los techos de nipa tejida está condenado a desaparecer por la destrucción de las zonas donde crece dicha palma, si continúa el proyecto de establecer represas en los ríos para atender el futuro abastecimiento de agua de la capital.

¿Quién paga la cuenta?

La única cifra oficial que indica cuánto costó la construcción de Brasilia fue una estimación realizada en 1960 por el entonces Ministro de Hacienda de Brasil, Eugênio Gudin. El monto asciende a 1.500 millones de dólares (USD), lo que equivale hoy a una cifra aproximada de 13.000 millones de dólares, cerca de 70.000 millones de Reales brasileños.

Esto parece una cantidad relativamente pequeña. Sin embargo, en comparación con el producto nacional bruto (PNB) de 1960, la construcción de Brasilia consumió el 10% del presupuesto nacional. Esto representaría hoy en día cerca de 140.000 millones de dólares o 750.000 millones de Reales, una cantidad mucho más significativa. Esta cifra, sin embargo, todavía no brinda la imagen completa, ya que muchas de las obras de construcción se llevaron a cabo después de 1960.

Con una cuenta de tal envergadura surgió otro problema: el gobierno brasileño simplemente no tenía suficiente dinero para pagarla. La ‘solución’ adoptada fue crear más dinero. Esto, a su vez, contribuyó a una de las tasas de inflación más altas en la historia del país, lo que provocó aumentos considerables en los precios de los alimentos y de otros productos básicos. También contribuyó a un período de inestabilidad política que fue precursor del golpe militar de 1964, con el cual se instauró una dictadura que duró hasta 1985.

Indonesia ya es un país muy endeudado. ¿Quién pagará la cuenta de este megaproyecto, cuyo costo se estima en unos 32.700 millones de dólares? El gobierno se ha comprometido a cubrir ‘solo’ el 20% del costo, mientras que el resto lo pagarán los inversores. El gobierno afirma que hay numerosos inversores interesados. Sin embargo, lo más probable es que inviertan en el marco de asociaciones público-privadas, para lo cual el gobierno debe desempeñar el papel de ‘gerente de marketing de ventas’, proporcionando incentivos y exenciones fiscales para garantizar los beneficios y las ganancias de los inversores. En última instancia, el costo lo pagará el pueblo de Indonesia.

Parar IKN, la nueva capital para recolonizar el país

Hasta el día de hoy, y desde hace más de 60 años, la comunidad quilombola que fue desalojada para la construcción de Brasilia sigue luchando por demarcar al menos una ínfima parte de lo que fueron sus territorios. De igual manera, el Pueblo Indígena Balik que enfrenta la construcción de la nueva capital de Indonesia, continúa alzando su voz.

Dahlia es una bailarina de una comunidad Balik de la zona donde está prevista la nueva capital. Ella dice: “No puedo imaginar lo que pasará cuando el proyecto esté listo para ser implementado”, (...), “Nadie quiere escuchar nuestras voces. Quiero llorar y gritar. Me siento colonizada a pesar de que estamos en un país libre e independiente”.

Un sorprendente paralelismo entre las historias de las nuevas capitales es cómo ambos proyectos solo refuerzan un Estado colonial, a pesar de que sus promotores afirmen lo contrario. Ambos proyectos dominan y destruyen los espacios de vida y territorios de las comunidades del bosque en función de intereses económicos y políticos. Y ambas capitales también promueven políticas de apartheid social.

Sin embargo, ambas historias también dejan de manifiesto el papel de las luchas sociales como una forma de detener y revertir una historia de colonialismo y otras opresiones estructurales que incluyen el racismo, el capitalismo y el patriarcado.

Detrás de los discursos de los presidentes y la falsa propaganda sobre las nuevas capitales, las comunidades de ambos países son las protagonistas de las luchas por la defensa y la recuperación de sus tierras, ríos y bosques, de los que depende su cultura e identidad.

Cuando a partir de 1964 la dictadura militar de Brasil ‘abrió’ el país para asegurarles ganancias a las élites brasileñas y, en particular, a las internacionales, su proyecto era ‘matar’ la cultura y la identidad de los pueblos indígenas y de otras comunidades tradicionales, integrándolos por la fuerza a la sociedad más grande, llamada ‘moderna’. Pero los pueblos indígenas continuaron resistiendo. En 1980 se fundó la primera organización indígena en el estado amazónico de Acre, llamada UNI, y unas 500 más la siguieron en los años posteriores. Junto con otros movimientos sociales, su resistencia se hizo tan fuerte que derrocó a los militares en el poder. Una nueva Constitución sentó las bases para reparar una pequeña parte de la deuda histórica con las comunidades indígenas y tradicionales. Sin embargo, el hecho de que hoy en día el 26% del territorio amazónico esté controlado por pueblos indígenas no se debe solo a esa nueva Constitución. Es resultado, sobre todo, de las luchas sociales que continúan presionando a una estructura estatal que sigue gobernando en favor de poderosos intereses privados y que conserva numerosas huellas coloniales.

El gobierno de Indonesia aún se encuentra en la etapa inicial de construcción de su nueva capital y, por lo tanto, aún existe la posibilidad de cancelar el proyecto. Como muestra el ejemplo de Brasilia, construir una nueva capital no tiene nada que ver con construir un país independiente y romper con la época colonial. Los pueblos indígenas tienen la clave para entender lo que implica la ruptura con el pasado colonial. Esto incluye un cambio fundamental en la relación del Estado con las personas que habitan los territorios y con los territorios mismos. Una relación en la que hay que dejar de escuchar a los ricos inversionistas nacionales y extranjeros. Ése podría ser un primer paso real hacia la descolonización del país.

This article has been translated from French.