Desplome de remesas vitales para América Latina: otro efecto secundario de la COVID-19

En circunstancias normales, Isaac Cubillan jamás se habría marchado de su país que, para él, lo tiene todo: playas, bellos paisajes, comida deliciosa… Lamentablemente, a pesar de ser uno de los países más idílicos de Sudamérica, Venezuela también es uno de los más volátiles, y con el coronavirus saltando sus fronteras, tiene que lidiar ahora con una crisis en tres frentes: la salud pública, el liderazgo político y una prolongada crisis económica.

El salario mínimo promedio en Venezuela, en mayo de 2020, asciende a 400.000 bolívares mensuales (unos 2,33 dólares USD; 2,12 euros, utilizando el tipo de cambio histórico), complementados con 400.000 bolívares en vales de alimentos. Incluso con dos trabajos y un título en ingeniería química, Cubillan se las veía y se las deseaba para ganarse la vida. Hoy, en cambio, recorre las calles de Buenos Aires como repartidor. Aunque lejos de su vida soñada, es más de lo que podría haber logrado en su país.

El dinero que gana en Argentina le llega para cubrir sus gastos básicos, de alquiler, comida, ahorros y una categoría común a la mayoría de los trabajadores migrantes: las remesas —el dinero que envían a sus familias para mantenerlas—. “Siempre procuro mandar a casa el doble o el triple del salario mínimo venezolano”, dice Cubillan. Aunque sus padres trabajan, sus remesas son críticas para la supervivencia familiar.

Venezuela, donde hace años rebosaba el dinero, gracias al boom del petróleo de los setenta, lleva años siendo de todo menos normal. Sin que haya mediado una guerra ni un desastre natural, la economía venezolana se contrajo casi un 63% entre 2014 y 2019 y arrodilló a la rica nación petrolera. El desplome de los precios del petróleo en 2014, unido a años de mala gestión económica, corrupción y a las severas sanciones impuestas por los Estados Unidos, han provocado una hiperinflación y una escasez crónica de productos de primera necesidad. Una penuria exacerbada por la crisis política que comenzó en 2019, cuando el líder de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, se declaró presidente interino del país, provocando protestas generalizadas y fracturando en dos bandos el apoyo internacional.

Hoy, casi el 90% de los venezolanos vive en la pobreza y su diezmado sistema sanitario deja al país especialmente vulnerable frente al coronavirus. Además, se estima que unos cinco millones de migrantes y solicitantes de asilo han salido de Venezuela desde 2015. Se trata del segundo mayor éxodo de la historia moderna, después de la crisis de los refugiados sirios. A medida que el país se va vaciando, quienes se quedan dependen cada vez más del apoyo económico que reciben de los familiares que viven y trabajan en el extranjero.

Sin embargo, esta fuente vital de ingresos también está sufriendo los embates de la pandemia. A diferencia de crisis anteriores, en las que las remesas aumentaron a pesar de las dificultades, esta vez se prevé que las remesas disminuirán un 20% —unos 110.000 millones de dólares, 99.900 millones de euros— según un informe del Banco Mundial publicado en abril. Por muy necesarios que sean para proteger la salud pública el cierre de las fronteras y los confinamientos, sus consecuencias económicas están siendo catastróficas, en particular para los trabajadores migrantes, más vulnerables a perder su empleo y a que les reduzcan el salario durante una crisis económica.

“Por primera vez, esta crisis ha golpeado por ambos lados al mismo tiempo”, dice Pedro de Vasconcelos, refiriéndose a los obstáculos para enviar y recibir dinero. De Vasconcelos administra el Servicio de Financiación de Remesas, un proyecto en el que participan múltiples donantes —administrado por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, un organismo de las Naciones Unidas con sede en Roma— que busca maximizar las remesas para el desarrollo. “Estamos en un momento muy grave”, dice. Las remesas “son el salvavidas de millones de personas, que de una u otra manera dependen de los flujos que les envían sus seres queridos desde el extranjero”.

La importancia de las remesas

A diferencia de las cuantiosas sumas de dinero que llegan a los países en desarrollo a través de la ayuda oficial o de la inversión extranjera directa, las remesas pueden ser cantidades mínimas —de apenas unas decenas o unos pocos cientos de dólares— pero estas modestas transacciones, con frecuencia realizadas a título individual y a menudo a través de canales informales, agregadas, suman cantidades enormes, que llegan directamente a algunas de las familias más vulnerables del mundo en desarrollo.

Si lo sumamos todo, los migrantes enviaron el año pasado desde todos los confines de mundo, una cifra récord de 554.000 millones de dólares (502.900 millones de euros) a sus familias en los países en desarrollo, según el informe del Banco Mundial. Una cifra que eclipsa la inversión extranjera, a menudo considerada el principal indicador de la evolución de los flujos de recursos dirigidos a los países en desarrollo. Se estima que 800 millones de personas, es decir, una de cada nueve personas en todo el mundo, se benefician de las remesas cada año, según el FIDA.

Y quizás lo más importante, estas pequeñas cantidades de dinero suelen llegar como un reloj. Sean cuales sean las circunstancias, “ayudo a mi familia enviándoles dinero dos o tres veces al mes, para que puedan comprar los alimentos que necesitan para sobrevivir”, dice Cubillan.

Para hacernos una idea de la importancia de este flujo de dinero que recorre el mundo desde el trabajador migrante hasta su familiar, debemos pensar en qué se utiliza este dinero. Para Vasconcelos, las remesas pueden ser entendidas como la forma de ayuda al desarrollo más personal, porque se usan “para poner comida en la mesa, sacar a la gente de la pobreza, pagar facturas o comprar medicinas”.

Garantizar que las remesas puedan enviarse a la familia de manera fácil y barata es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas y del Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular (también llamado Pacto Mundial para la Migración). Conocidos también como la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, los ODS son un ambicioso intento de salvar el planeta y proteger a sus habitantes más vulnerables a través de 17 objetivos y 169 metas mensurables.

El Objetivo 10 de los ODS, que pretende reducir las desigualdades, incluye la reducción a menos del 3% de las comisiones que se cobran por la transferencia de las remesas. El Pacto Mundial para la Migración no llega a establecer un objetivo específico, pero entre sus 23 objetivos pide explícitamente que se promueva “una transferencia más rápida, segura y barata de las remesas y que se fomente la inclusión financiera de los migrantes”.

Sin embargo, el costo del envío de remesas sigue siendo elevado, por razones que van desde la limitada competencia en el mercado hasta obstáculos regulatorios y falta de transparencia. Según el informe del Banco Mundial, el precio medio de enviar 200 dólares (182 euros) era del 6,8% del costo total en el primer trimestre de 2020, más del doble del objetivo del ODS.

Una crisis dentro de otra

El desplome de las remesas nos indica también lo devastadores pueden llegar a ser los daños provocados por el coronavirus. Durante una crisis, los migrantes suelen seguir enviando dinero a sus hogares. De hecho, son los momentos en los que “[la cantidad de remesas enviadas] básicamente sube. ¿Por qué? Porque las familias las están apoyando... La inversión más importante de los migrantes es la inversión en sus seres queridos”, dice De Vasconcelos.

Las remesas suelen ser resilientes, como pudimos observar durante las crisis financieras de 2008 y 2009, cuando las remesas mundiales dirigidas a los países en desarrollo sólo disminuyeron en torno al 6%, mientras que la inversión extranjera directa se redujo en un 40% y la deuda privada y los flujos de capital cayeron un 80%. Sin embargo, el Banco Mundial predice que en 2020 veremos la mayor disminución de remesas de la historia reciente, algo que repercutirá no sólo a los migrantes y sus familias.

Dado que América Latina es hoy el epicentro de la pandemia, el agotamiento de las remesas es uno de los factores que podrían contribuir a una contracción económica sin precedentes de la región del 5,3%.

Esta crisis conducirá a estas economías ya frágiles y con un enorme peso de la economía informal, a “la mayor contracción de la actividad económica en la historia de la región”, según una declaración de abril de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). “Para encontrar una contracción de magnitud comparable hace falta retroceder hasta la Gran Depresión de 1930 (-5%) o más aún hasta 1914 (-4,9%)”.

En paralelo a la disminución de la demanda de servicios turísticos y al desplome de los precios de las materias primas, la CEPAL cita la reducción de las remesas como uno de los cinco factores que contribuyen a dicha contracción regional sin precedentes. Podría seguirle un efecto de cascada, ya que la CEPAL prevé que habrá 29 millones más de personas en situación de pobreza, un aumento del desempleo desde el 8,1% en 2019 hasta el 11,5% y un efecto directo en la capacidad de los hogares para satisfacer sus necesidades básicas.

Para mitigar este impacto, el Banco Mundial y varios organismos de las Naciones Unidas lanzaron un llamado mundial a la acción para apoyar a los migrantes y el flujo de remesas. Entre las medidas propuestas figuran la declaración de los proveedores de servicios de remesas como un servicio esencial, la reducción de los costos de las transacciones y la aprobación de políticas de protección social que incluyan a los migrantes.

Maltrecha por las sanciones internacionales, la economía venezolana ya estaba derrumbándose. Se prevé que el PIB del país se reduzca un 10% adicional y que la tasa de inflación alcance el 500.000%, según las estimaciones del Fondo Monetario Internacional para 2019. El doble revés que supone la pandemia y el desplome de los precios del petróleo deja a sus ciudadanos más necesitados de las remesas que nunca.

Para los venezolanos que trabajan en el extranjero, como Cubillan, dejar de enviar dinero a casa no es una opción. “No puedo ni pensar en dejar de enviar dinero a mi familia, porque no me sentiría bien conmigo mismo y mucho menos en estos tiempos de incertidumbre”.