Después de 30 años en los buses de Bogotá, temo que la transición justa se nos escapa de las manos

Diciembre de 2021. Esa es la última fecha en la que los buses en los que he trabajado toda mi vida serán eliminados para dar paso a una nueva generación de buses totalmente eléctricos. La ciudad de Bogotá está liderando una “revolución eléctrica” en América Latina. Más de 1.400 buses eléctricos entrarán en funcionamiento dentro de dos años, sustituyendo a miles de buses tradicionales. Esa es también la fecha en la que perderé mi trabajo, a sólo tres años de la jubilación y sin otras alternativas a las que recurrir. Este plazo es el que nos ha llevado a mí, a mis compañeros y a las comunidades a las que servimos a luchar por una transición justa.

Fui conductor de bus durante nueve años, y luego despachador de buses durante casi treinta. Estoy orgulloso de los más de treinta años que he pasado sirviendo a los ciudadanos de Bogotá, proporcionando un servicio público fiable, seguro y asequible, especialmente necesario para las comunidades de clase trabajadora que dependen de él para desplazarse por la ciudad, para ir al trabajo, para ir a la escuela, para llegar a tiempo a las citas médicas y para avanzar con sus vidas.

Diciembre de 2021 se acerca rápidamente. Con mis compañeros de los buses tradicionales, apoyamos que se introduzcan los buses eléctricos. Sabemos que reducirán las emisiones en una ciudad contaminada, que ayudarán a limpiar el aire y que mejorarán directamente la salud de los trabajadores y usuarios. Tenemos demasiadas historias de compañeros de trabajo con enfermedades respiratorias como para oponernos a esta mejora. Sabemos que los buses tradicionales contaminan el aire. Llamamos a estos viejos buses “chimeneas rodantes”.

El cambio climático nos afecta directamente, con días cada vez más calurosos, con inundaciones fuera de control, con condiciones climáticas cada vez más inestables que dificultan la planificación de una jornada de trabajo. Y sabemos que la expansión del transporte público va a ser vital para afrontar la crisis climática.

El problema es que sin una transición justa para los trabajadores que operan los buses tradicionales y para las comunidades que dependen de estos servicios, perderemos nuestros medios de vida y las comunidades perderán servicios públicos fundamentales.

Tal y como está ahora, la electrificación de los buses de Bogotá está llevando a despidos masivos con sólo vagas promesas de que los trabajadores se conviertan en “emprendedores”, donde las operaciones de los buses recaen en unas pocas corporaciones privadas que no reconocen los derechos de los trabajadores; donde las comunidades de las periferias perderán servicios (recuerden que están introduciendo cerca de 1.500 buses pero eliminando más de 4.000); y donde las tarifas suben, haciendo este servicio público inaccesible para muchos.

¿Qué entendemos por una transición justa? Queremos que los trabajadores sigan trabajando en los buses eléctricos. Queremos que los trabajadores más veteranos, próximos a la jubilación, reciban un puente para sus pensiones, reconociendo las décadas de servicio que han prestado a la ciudad. Queremos recibir capacitación laboral para manejar los nuevos buses, aportar nuestros conocimientos y habilidades para ayudar a diseñar las rutas y las operaciones, y contribuir a una ciudad más limpia.

Creemos que la electrificación es una oportunidad histórica para solucionar las carencias del sistema de transporte público actual. Podríamos formalizar y emplear a las miles de trabajadoras informales que se dedican a calibrar los neumáticos, limpiar los buses y proporcionar comida en las principales terminales. Podríamos dar la posibilidad a las trabajadoras que están siendo desplazadas por la automatización en los sistemas de venta de billetes de desempeñar un papel diferente en los buses eléctricos. También podríamos utilizar la electrificación para promover nuestra fabricación local, construyendo y manteniendo los buses en Colombia. Podríamos sacar adelante un operador público que sea un ejemplo en respeto a normas laborales y en calidad de servicios al resto de operadores. Podríamos aprovechar esta oportunidad para democratizar la forma en que se diseñan, construyen y ejecutan los planes de transporte público, incorporando las voces de los trabajadores y usuarios.

Diciembre de 2021 se acerca rápidamente, y se nos acaba el tiempo. Queremos desechar los viejos buses; pero no queremos que los trabajadores también sean desechados.

This article has been translated from Spanish.