Después de unas inundaciones catastróficas, Pakistán expone argumentos a favor de las reparaciones climáticas

Después de unas inundaciones catastróficas, Pakistán expone argumentos a favor de las reparaciones climáticas

People wade through a flooded area in Sewan Sharif, southern Sindh province, Pakistan on 6 September 2022. Monsoon rains and melting glaciers in Pakistan’s northern mountains have brought floods that have affected 33 million people and killed at least 1,300, including 458 children.

(Farhan Khan/Anadolu Agency via AFP)
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Este año, Pakistán ha sufrido un verano despiadado. A partir de junio, unas inundaciones de una intensidad sin precedentes empezaron a arrasar el país. En septiembre, una tercera parte de Pakistán estaba inundada, más de 1.300 personas habían muerto y se calcula que hasta 30 millones de personas se habían quedado sin hogar. No se espera que las aguas se retiren hasta dentro de seis meses, lo que supone una enorme pérdida de terrenos agrícolas. Además, el país todavía está sufriendo las repercusiones del aumento de los precios del combustible, una inflación descomunal, una crisis energética y una inseguridad alimentaria generalizada, agravados por la guerra en Ucrania.

La comunidad internacional ha ofrecido su ayuda: la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha liberado 10 millones de dólares estadounidenses de su fondo para contingencias relacionadas con emergencias para financiar las actividades de ayuda humanitaria. El Banco Mundial ha anunciado que aportará 350 millones de dólares, el Programa Mundial de Alimentos 110 millones y otros países, como Estados Unidos, los Emiratos Árabes Unidos, Turquía y China, han ofrecido millones en concepto de donaciones. Sin embargo, la cifra final está muy lejos de llegar a los 10.000 millones de dólares que el Gobierno de Pakistán asegura que se necesitan para reconstruir las regiones afectadas.

Asimismo, la percepción de la injusticia está cada vez más extendida por el país. Pakistán es responsable de menos del 1% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y, sin embargo, es uno de los países más vulnerables ante los efectos del cambio climático. Un número cada vez mayor de activistas medioambientales y trabajadores humanitarios de Pakistán está exigiendo el pago de reparaciones climáticas como una forma de hacer que rindan cuentas los grandes contaminadores del ‘Norte global’. Lo que pretenden es rebatir el discurso típico de la beneficencia que silencia el problema en cuestión: la justicia climática. Como concepto, las ‘reparaciones climáticas’ constituyen una vía para una amplia variedad de ideas y críticas que pretenden relacionar la justicia climática con otros tipos de injusticias, tanto económicas como sociales.

Lleva siglos gestándose

Pakistán es especialmente vulnerable ante el cambio climático, no solo por su frágil economía e infraestructura, sino también por su geografía. El país está situado en una región que es la más afectada por dos grandes sistemas climáticos: uno que puede provocar sequías y olas de calor y otro que produce las lluvias monzónicas. En las últimas décadas, ambos sistemas se han vuelto cada vez más inestables y la escalada en su intensidad coincide con lo que anuncia la ciencia climática.

Pakistán también “alberga la mayor concentración de glaciares [más de 7.200], más que cualquier otro lugar del mundo a excepción de las regiones polares”, explica Ammar Ali Jan, historiador, activista y miembro del consejo de la Internacional Progresista, una organización que tiene como objetivo unir a la izquierda mundial.

“Esta crisis lleva siglos gestándose y parte del problema puede atribuirse a la criminal ineptitud e indiferencia de nuestro propio Estado”, denuncia Ali Jan.

“Incluso en el apogeo de estas inundaciones, el país estaba distraído con las impresionantes luchas políticas entre los militares, el líder destituido Imran Khan y el nuevo Gobierno dirigido por Shabaz Sharif. Todo el espectáculo era grotesco si se tiene en cuenta que una tercera parte del país estaba inundada”.

Sin embargo, Ali Jan cree que la verdadera causa de esta crisis es la culminación de unos procesos históricos globales que han cuajado en una emergencia aparentemente repentina. “Uno de los problemas de una crisis climática inducida a nivel mundial es que resulta muy difícil de narrar. No hay héroes ni villanos evidentes porque los procesos que se desarrollaron en los siglos XIX y XX ahora están entrando en un punto crítico”. Este tipo de desfase temporal y espacial entre cuándo y dónde se liberaron las emisiones y cuándo y dónde ocurrieron las inundaciones permite todo tipo de interpretaciones erróneas. Por ejemplo, muchas personas afectadas por las inundaciones no las relacionan con las actividades humanas.

“Creo que por eso, cuando narramos estos hechos, es muy importante identificar a los culpables”, explica a Equal Times. “Veinte empresas de combustibles fósiles son las responsables de más de un tercio de todas las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero en el último medio siglo y dichas empresas sabían que las cosas se iban a poner muy feas. Hace casi 40 años, sus propias investigaciones revelaron que los combustibles fósiles estaban relacionados con el cambio climático, pero decidieron ocultar los datos para fomentar la desinformación. Estas empresas deberían ser sancionadas por el daño que han provocado”.

“Deberían pagarnos a nosotros, y no al revés”

La mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero a nuestra atmósfera se liberaron después de 1988, mucho después de que Exxon descubriera los efectos devastadores derivados del consumo de los combustibles fósiles. Si dichas empresas hubieran sido francas entonces, quizá hubiéramos podido hacer la transición hacia las fuentes de energía sostenibles antes y de un modo más fácil. Ali Jan considera que sería apropiado recaudar una parte de las reparaciones haciendo que estas empresas rindan cuentas por habernos engañado.

Sin embargo, también es consciente del papel que han desempeñado los Estados al allanar el camino a las empresas y acelerar la actual crisis. “Pakistán es una antigua colonia británica y su subdesarrollo tiene su origen en esta historia de extracción y explotación. Por norma general, el denominado ‘Norte global’ ha utilizado las grandes empresas y los diversos instrumentos financieros a su disposición para prolongar una crisis de deuda”.

Desde que los paquistaníes tienen memoria, el país ha estado en manos del Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyos programas de ‘ajuste estructural’ han implantado políticas desreguladoras y una mayor carga fiscal para los productos básicos como el combustible y la energía. “Pakistán solo puede pagar su deuda a costa de millones de sus propios ciudadanos”, explica.

Según la Campaña del Jubileo para la Cancelación de la Deuda, los países pobres gastan cinco veces más en el pago de su deuda externa que en proyectos para proteger a sus ciudadanos de las consecuencias del cambio climático.

Gran parte de esta deuda la asumieron gobernantes corruptos y dictadores del ‘Sur global’, muchos de los cuales fueron apoyados por el ‘Norte global’ durante la Guerra Fría y la llamada guerra contra el terrorismo. Como afirma Farzana Faruk Jhumu, una activista medioambiental de Bangladés: “Deberían pagarnos a nosotros, y no al revés”.

El ‘Sur global’ también necesita fondos para financiar iniciativas ecológicas, pero en 2019 el 71% del financiamiento climático estaba basado en préstamos. Los préstamos tienen intereses, lo que significa que los países del sur acaban pagando dinero que les falta al ‘Norte global’ para poder mitigar las consecuencias desastrosas de las emisiones producidas por ese mismo norte. Ni que decir tiene que esto aumenta aún más la brecha de desigualdad entre el norte y el sur. El movimiento a favor de las reparaciones en forma de cancelación de la deuda rechaza el financiamiento climático porque sería un favor o un préstamo y en realidad lo considera un derecho.

“Hay muchas catástrofes que pueden suceder después de las inundaciones”

Muzammil Khakar –un activista estudiantil afincado en Lahore y coordinador del partido progresista y de base Haqooq-e-Khalq– es originario del distrito de Killa Abdullah, una remota localidad fronteriza de Baluchistán. Durante las recientes inundaciones perdió las tierras de cultivo de su familia y parte de su casa sufrió daños estructurales. “Resulta difícil transmitir la magnitud de la crisis a la que se enfrentan nuestros pueblos. Las explotaciones agrícolas han desaparecido justo antes de la temporada de cosecha, por lo que los agricultores han perdido los ingresos de todo un año. No hay electricidad para bombear agua. Las enfermedades transmitidas por el agua se están propagando. En estas zonas aisladas todavía no hemos visto a ningún trabajador humanitario; todos los trabajos que se están llevando a cabo, los estamos haciendo nosotros mismos. Hay muchas catástrofes que pueden suceder después de las inundaciones”.

Cuando regresó a su tierra para ayudar, descubrió que los productos agrícolas que se habían salvado se estaban pudriendo en interminables atascos de tráfico. Baluchistán es una provincia pobre con una infraestructura sumamente frágil. Se trata de una región muy militarizada, en parte debido a los movimientos separatistas de la zona y en parte al proyecto de desarrollo del Corredor Económico entre China y Pakistán que tiene como objetivo construir una ruta comercial para conectar a la industria china con los puertos de la costa de Baluchistán. El proyecto ha sido criticado por constituir una “fuerza centralizadora de la política paquistaní” que arrebata a Baluchistán cualquier grado de autonomía política a la que tiene derecho y la despoja de sus propios recursos.

Como muchas carreteras se volvieron intransitables debido a las inundaciones, el resto de los caminos se convirtieron en cuellos de botella para los agricultores que intentaban desesperadamente llegar a los mercados lejanos. Esto no augura nada bueno para un país que ya padece una crisis alimentaria. “El 40% de los niños paquistaníes menores de cinco años están malnutridos. Sin ayuda humanitaria ni medios de subsistencia para mantenerlos sanos y con el tipo de inseguridad alimentaria a la que nos vamos a enfrentar pronto, nos espera un futuro muy poco halagüeño”, se lamenta Khakar. “No es justo que nosotros tengamos que pagar el precio de los excesos de las élites mundiales. Aquí no hay nadie que nos ayude”.

Khakar advierte que las reparaciones también deben incluir una transmisión de conocimientos tecnológicos y educación. “Nuestras zonas llevan demasiado tiempo privadas de educación: necesitamos escuelas, investigación y desarrollo, así como empleos con salarios justos y autonomía política para decidir qué hacemos con nuestros recursos”.

Quién heredará la tierra

Las anteriores inundaciones en Pakistán revelaron que aunque las catástrofes afectan a todo el mundo, los grupos marginados son los que asumen las mayores cargas. Las mujeres que viven en zonas rurales –que suelen casarse jóvenes y estar embarazadas– tienen menos probabilidades que los hombres de tener habilidades para sobrevivir, como por ejemplo, saber nadar, navegar o incluso leer y escribir. Después de las anteriores inundaciones se descubrió que tanto las tasas de mortalidad materna como las de los matrimonios infantiles habían aumentado.

Jahan Zuberi, una comadrona y trabajadora de ayuda humanitaria, viajó hace poco a Dadu –una de las zonas más afectadas por las inundaciones en Sindh– para brindar asistencia médica a madres embarazadas. “Antes de las inundaciones, la atención sanitaria en las zonas rurales era pésima. En algunas regiones, las mujeres caminaban una o dos horas a pie para obtener asistencia médica, daban a luz en casa con una dai (partera) sin formación o acudían a hospitales del gobierno que a menudo carecían de medicamentos o personal. Las inundaciones han eliminado el poco acceso que había a la asistencia médica, aumentando la tasa de mortalidad materna e infantil”, denuncia Zuberi.

Para esta comadrona, la cuestión de las reparaciones climáticas es importante porque “no se puede hablar del cambio climático sin hablar también de las intersecciones de clase, el capitalismo, el patriarcado, las mujeres y los derechos de las minorías”. Cualquier reparación que se canalizara a través de las instituciones estatales probablemente se distribuiría en función de las divisiones y desigualdades internas. Para que las reparaciones tuvieran sentido, Pakistán también tendría que enfrentarse a su propia historia dolorosa mediante una justicia redistributiva y derechos humanos, especialmente en lo que respecta a las mujeres y las minorías étnicas.

“Sí. Pakistán aporta bajas emisiones de CO2, pero las diferentes bases que sostienen el cambio climático están vivitas y coleando aquí. El Gobierno no está haciendo nada especial para regular el crecimiento ni reducir su aportación a la destrucción del medio ambiente”, asegura Zuberi.

Los lugareños y activistas cerca de las regiones glaciares del país llevan años dando la voz de alarma sobre el deshielo, pero sus advertencias se han recibido con indiferencia y en ocasiones incluso con ira. Activistas como Baba Jan e Iftikhar Karbalayi, apodados ‘los prisioneros climáticos’ de Pakistán, han pasado años en prisión, enfrentándose a acusaciones de terrorismo. ¿Su delito? Organizar una campaña que exigía indemnizaciones para los desplazados durante las inundaciones de 2010 y 2011.

Aunque el Gobierno paquistaní ha planteado la cuestión de la cancelación de la deuda y las reparaciones, el ex ministro del Interior de Sindh, Manzoor Wassan, ha comparado las zonas afectadas por las inundaciones en Khairpur con la ciudad italiana de Venecia.

Ante tal indiferencia por parte de las autoridades políticas, todavía queda una cuestión no resuelta para la que existe una división de opiniones entre los activistas de la justicia climática: ¿estarían las reparaciones sujetas a auditorías por parte de las instituciones internacionales de control o tendrían los Estados afectados plena autonomía en todo lo relacionado con los fondos? Independientemente del mecanismo que se elija, Zuberi cree que “tiene que haber un movimiento más notorio en el país para conseguir que el Gobierno rinda cuentas”, de modo que las autoridades corruptas e ineptas no puedan derrochar los recursos ni arrebatar a los ciudadanos el poder de tomar decisiones.

Las reparaciones no son un argumento nacionalista

Después de las inundaciones, los paquistaníes están sufriendo humillaciones difíciles de imaginar y aunque los trabajadores humanitarios están haciendo lo que pueden, no es suficiente dada la magnitud de la destrucción a la que se enfrentan. “Los dinosaurios de la política [es decir, los personajes que los ciudadanos esperan ver en este tipo de catástrofes] apenas se dejan ver”, asegura Ali Jan. “Los gobernantes han mostrado a los ciudadanos que no les importan sus vidas. Pero los jóvenes progresistas han ocupado este vacío e intensificado el trabajo de ayuda humanitaria de base. Espero que dichos jóvenes salgan a la luz como los nuevos líderes comunitarios y los artífices de un futuro justo”

Ali Jan, Khakar y Zuberi creen que estas historias demuestran que las reparaciones climáticas no son solo un argumento estratégicamente necesario para reconducir la atención del mundo hacia la crisis climática y sus vínculos con el colonialismo, el capitalismo y el patriarcado, sino también un mecanismo apropiado para la rendición de cuentas y la justicia.

Sin embargo, también son conscientes de que los activistas y los ciudadanos tienen mucho trabajo por hacer en muchos frentes, tanto a nivel local como internacional. “La comunidad internacional debe seguir hablando sobre este tema y no olvidar lo que está pasando aquí en Pakistán. Espero que pueda abrir un debate más amplio que incluya medidas complicadas y cambios por parte de los gobiernos y las empresas”, confía Zuberi.

Ali Jan advierte que las reparaciones deben basarse en la solidaridad internacional; es decir, una lucha conjunta contra las élites mundiales que se niegan a escuchar las advertencias de la ciencia climática.

“No estamos planteando un argumento de norte contra sur; las reparaciones no pueden conceptualizarse dentro del marco nacionalista. Se supone que tienen que abordar una crisis mundial. Necesitaremos que los progresistas de todo el mundo presionen a sus gobiernos, señalen a los principales emisores para que rindan cuentas y exijan justicia climática”, subraya.

“Queremos unir a la gente en pro de una causa común: salvar el planeta y sancionar a los contaminadores que no solo están provocando estragos aquí en el ‘Sur global’, sino también empujando al ‘Norte global’ hacia la destrucción, el militarismo y el refuerzo de sus fronteras”, continúa.

Puede parecer una tarea descomunal, pero no es imposible. En septiembre, Dinamarca rompió “un tabú de los países más ricos del mundo” y pagó 13,3 millones de dólares estadounidenses en concepto de reparaciones a comunidades afectadas por las catástrofes climáticas en lugares como la región africana del Sahel. No es mucho, pero es un comienzo. Todavía queda por ver si otros países le seguirán o si las reparaciones se convertirán en una forma de comprar el derecho a rebasar los límites de emisiones. Aun así, las reparaciones pueden servir para encauzar al mundo hacia una comprensión más profunda de lo que significa la justicia climática para los habitantes de Dadu en Sindh o del distrito de Killa Abdullah en Baluchistán.

“Hoy en día, ser realista significa pensar de forma radical”, concluye Ali Jan. “Los que creen que el statu quo es sostenible o que podemos resolver nuestros problemas dentro del marco actual del sistema, esos son los utópicos. No nosotros”.