El abogado que desafía a la justicia birmana

El abogado que desafía a la justicia birmana

Robert Sann Aung, a former political prisoner, is known in Burma as the lawyer who champions lost causes. Yangon, 13 November 2015.

(Guillaume Pajot / Pierre Fourdin)

Robert Sann Aung nos recibe con ropa colgada y pilas de archivos como telón de fondo. La vajilla sucia se acumula en el fregadero de la cocina. El apartamento desordenado sirve también de despacho para este abogado, uno de los más célebres de Birmania [N. de la R.: oficialmente Myanmar].

Desde sus comienzos, Robert Sann Aung, de 63 años, puso su voz ronca al servicio de los derechos humanos. En el país, todo el mundo conoce su espesa cabellera oscura y su mirada inquisidora.

El abogado nunca olvida mostrar a los visitantes su tarjeta de visita. Y precisa: “seis veces antiguo prisionero político”. En efecto, Robert Sann Aung pasó varios años en las cárceles de la junta militar birmana. Entre 1993 y 2012 incluso se le prohibió ejercer.

Muchos de sus clientes han conocido las mismas prisiones, las mismas privaciones de libertad que él. Son periodistas, granjeros expropiados o estudiantes, enfrentados al ejército y la policía. Los defiende como abogado pro-bono. “No les cobro nada. En Birmania, la mayoría de los activistas son pobres”, explica a Equal Times.

Robert Sann Aung tiene en su haber un millar de procesos, de los que 300 tienen un carácter político. Los únicos que cobra son los casos de delitos comunes.

Su vocación se remonta a su infancia, cuando admiraba y preguntaba a su tío juez.

Sus estudios de derecho lo empujaron hacia el sindicalismo y el activismo en unas universidades en plena ebullición. En 1988, cuando las manifestaciones estudiantiles fueron duramente reprimidas por el dictador Ne Win, el joven abogado militaba reclamando el respeto del Estado de derecho. Nunca abandonaría esa senda.

El sexagenario trabaja duro, con ayuda de una decena de aprendices. Cuando el examen de los casos se prolonga hasta tarde, se quedan a dormir en el apartamento de su mentor. “Estoy encantado de trabajar con él”, afirma uno de sus jóvenes ayudantes. “No siempre es fácil, pero se aprende muchísimo”.

 

Una justicia pervertida

Robert Sann Aung es el abogado de las causas perdidas. Poco importan las probabilidades de ganar, continúa defendiéndolas sin descanso. Recientemente, defendió a los reporteros del periódico Unity, encarcelados por haber publicado un artículo sobre una presunta fábrica secreta de armas químicas. También apoyó a los estudiantes detenidos en 2015 tras haberse manifestado contra un proyecto de ley educativa. Defendió asimismo a Gambira, uno de los monjes que lideraron la “revolución azafrán” en 2007, detenido en repetidas ocasiones en los últimos años.

Los dos hombres se conocieron en prisión. “La ayuda de Robert Sann Aung ha sido preciosa”, estima Marie Siochana, la mujer de Gambira. “Estoy segura de que ha hecho todo lo posible en unas circunstancias particularmente difíciles, pero el proceso judicial fue realmente deplorable. Corrompido sería probablemente un término más apropiado”.

Pese a la llegada al poder en 2016 de la Liga Nacional por la Democracia (LND), el partido de la histórica opositora Aung San Suu Kyi, el sistema judicial birmano no ha registrado ninguna reforma y sigue estando bajo el control del ejército.

Décadas de dictadura militar han pervertido su funcionamiento: incompetencia, intimidaciones, sobornos… la tarea resulta colosal. Cualquier reestructuración de la justicia podría de hecho ser bloqueada por el ejército. Los militares conservan una enorme influencia en Birmania. Designan a los ministros del Interior, de las Fronteras y de Defensa, y conservan el 25% de los escaños en el Parlamento, es decir, la minoría necesaria para bloquear cualquier propuesta.

Birmania continúa encarcelando a sus ciudadanos por delitos de opinión. Un simple estado en Facebook puede enviar a alguien a prisión. Es lo que le ocurrió al poeta Maung Saungkha. En octubre de 2015, publicó un poema, uno de cuyos versos decía: “Tengo el retrato del presidente tatuado en mi pene”.

El joven, de 23 años en el momento de los hechos, fue procesado por las autoridades acusado de difamación. Robert Sann Aung se ocupó de defenderlo hasta lograr su liberación. No obstante, el poeta no se hace ilusiones respecto al estado de la justicia birmana. “Aunque Robert Sann Aung sea inteligente y astuto, no puede hacer gran cosa frente a un sistema judicial negligente y corrompido”. Maung Saungkha sigue manteniéndose en contacto con su abogado, que le brinda asesoramiento jurídico.

“En el fondo, me considero a la vez activista y abogado. Son dos maneras de proteger a la población. Defender los derechos humanos, es mi forma de hacer política”, afirma Robert Sann Aung, que sufre regularmente presiones mediante llamadas telefónicas o mensajes en su cuenta Facebook.

“En Birmania, muy pocos abogados tienen el valor de hacerse cargo de casos políticos sensibles debido a las amenazas, el acoso u otras formas de represalias, pero eso no asusta a Robert”, comenta a Equal Times Laura Haigh, investigadora de Amnistía Internacional sobre Birmania.

“Para él, ningún caso resulta demasiado sensible ni demasiado difícil”.

Los defensores de los derechos humanos siguen jugándose la vida en Birmania. El 29 de enero de 2017, Ko Ni, un abogado musulmán conocido por sus ideas a favor de la tolerancia religiosa y consejero jurídico de Aung San Suu Kyi, fue asesinado cuando se disponía a abandonar el aeropuerto internacional de Rangún [N. de la R.: nombre oficial Yangón].

A pesar del peligro, Robert Sann Aung no vislumbra el fin de su lucha. “No me jubilaré mientras sigan produciéndose violaciones de los derechos humanos aquí. Saben, incluso en un país muy civilizado como los Estados Unidos, se producen numerosas violaciones de los derechos humanos, así que no es probable que deje de trabajar. Quizás me jubile a los 90 años… pero ni siquiera entonces es seguro”.

 

This article has been translated from French.