El agua potable, un bien al alcance de pocos en el Líbano

El agua potable, un bien al alcance de pocos en el Líbano

An unlicensed water distributor working for a private company operates in the neighbourhood of Sin el Fil in Beirut. Lebanon the third most threatened nation in the world by drinking water scarcity, according to the World Resources Institute.

(Ethel Bonet)
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Teressa Walid es madre de tres hijos y trabaja como enfermera en el área de epidemiología del Hospital Universitario Rafik Hariri, el mayor centro hospitalario público del Líbano, en las afueras de Beirut. Como la mayoría de los libaneses, está lidiando para sobrevivir en medio de la peor crisis financiera de la historia de este país, que ha provocado un inmenso deterioro de las condiciones de vida –con falta de electricidad, agua potable, medicinas y carburante– y ha llevado a más del 80% de la población a tener que sobrevivir bajo el umbral de la pobreza. Como consecuencia de la explosiva crisis económica, la moneda libanesa ha perdido el 90% de su valor y la inflación se ha disparado a tres dígitos.

“No deberíamos pagar por beber agua, pero nuestro Gobierno nos ha puesto en esta situación. En el Líbano el agua embotellada se considera un bien básico. No hay otra alternativa para el agua potable”, denuncia Walid, mientras espera en la larga cola para recoger sus garrafas llenas en un establecimiento de tratamiento y distribución de este líquido esencial para la vida.

Walid tiene turno de tarde en el hospital, y su marido “trabaja todo el día” para poder pagar los gastos, así que se encarga ella de recoger los bidones con su coche. También podría llamar a la compañía para que se los traigan a casa, pero la factura ascendería a un 25% más por el importe de la gasolina, así que prefiere ir a buscarlos ella misma y ahorrarse un dinero que le ayudará a cubrir otras necesidades básicas.

En el vecindario de Choueifat, en los suburbios del sur de Beirut, donde vive la familia de Walid, llevan semanas sin agua corriente. Los cortes de agua suelen ser habituales en verano, pero no “tan largos y continuos”, se queja. Desde el comienzo de la crisis, los suministros de agua potable per cápita han disminuido drásticamente, en medio de frecuentes apagones, por debajo de los 35 litros diarios considerados como la cantidad mínima aceptable, revela un informe de UNICEF.

Además –agrega Walid, en calidad de enfermera– “no hay un control sanitario del agua de consumo”. De hecho, “no sirve para ducharnos ni para lavar los alimentos. Sale sucia, huele mal y está provocando que nuestros hijos contraigan enfermedades. No tenemos ninguno de nuestros derechos básicos, al menos el Estado debería proveernos de agua potable limpia para poder vivir”, se queja.

La mitad del salario, solo para agua

La inoperancia de este servicio público ha obligado a muchos hogares libaneses a tener que depender de las compañías privadas y de los camiones cisterna para poder tener acceso a agua corriente. Lo mismo sucede con la electricidad, dado que, debido a los cortes de suministro en la red pública, los habitantes del país tienen que recurrir a costosos generadores privados para poder contar con al menos 12 horas de electricidad diarias en sus hogares.

A la inestabilidad financiera hay que sumar la falta de liquidez de las instituciones públicas para importar carburante –del que depende casi toda la producción eléctrica del país, y que se compra en dólares–, lo que ha llevado a la compañía estatal Électricité Du Liban –que controla el 90% de la producción, trasmisión y distribución de la luz en todo el Líbano– a recortar el suministro de electricidad a tres horas diarias.

A su vez, esto afecta a las redes de suministro de agua para consumo humano, tanto en la distribución como en su tratamiento, ya que se necesita electricidad para bombearla y para el funcionamiento de las plantas potabilizadoras. Si bien la falta de carburante es uno de los factores principales que ha acelerado la crisis del agua potable, para Hicham Richani, expresidente del sindicato de compañías potabilizadoras, el origen del problema está en “las mafias del Gobierno que han querido monopolizar el agua”.

El Líbano es un país con abundantes recursos hídricos. Tiene montañas nevadas que alimentan 16 ríos perennes –que discurren sin interrupción durante todo el año– por los que fluye anualmente un caudal de entre un mínimo de 2.151 millones de metros cúbicos y un tope de unos 3.900 millones.

A pesar de ello, tras años de administraciones disfuncionales y de malas políticas sobre el uso y el mantenimiento de las reservas acuíferas, en 2019 era ya la tercera nación más amenazada del mundo por la escasez de agua potable, según el Instituto Mundial de los Recursos Naturales (WRI, en inglés), una ONG radicada en Washington.

“El Gobierno libanés prefirió privatizar el agua dando licencia a varias docenas de empresas embotelladoras, operadas la mayoría por las multinacionales Nestlé y Pepsi, que invertir en infraestructura hidráulica”, lamenta Richani. Con la crisis actual, el no tener más remedio que comprar el agua para beber ha fomentado la aparición de todo un mercado paralelo, con cientos de compañías locales que operan de forma ilegal y ofrecen agua mucho más barata, aunque de poca calidad.

Un estudio de Blominvest Bank de 2016 refleja que el negocio de agua embotellada lleva años siendo un mercado en crecimiento en el Líbano. Sólo hablando de las compañías embotelladoras con licencia, la producción anual es de entre 700 y 800 millones de litros de agua, sin contar las empresas ilegales, con las que la cifra total ascendería a mucho más. El beneficio anual de este negocio ronda los 300 millones de dólares estadounidenses (cifra similar en euros, al cambio actual), y ha ido creciendo año tras año.

“Desde 2012 hemos estado luchando para que se den más licencias y pueda haber más competencia en el mercado, pero el asunto de las licencias ha quedado como una riña personal entre el Ministerio de Salud y el de Industria que no se resuelve”, explicó Richani. Para el veterano sindicalista, la crisis del agua potable se resume en dos palabras: “simplemente, inaccesible”.

Debido a la espiral inflacionaria en el país, el precio del agua embotellada ha aumento drásticamente en comparación al año pasado, por lo que ya le cuesta al consumidor libanés de tres a cinco veces más que hace un año, según UNICEF. Según los cálculos de esta agencia de las Naciones Unidas, comprar agua embotellada de calidad para una familia de cinco miembros –que necesitaría tomar unos dos litros de agua al día por persona–, le costaría al año 6,5 millones de libras libanesas (unos 4.300 dólares/euros).

En otras palabras, teniendo en cuenta que el salario medio de un libanés oscila ahora entre las 900.000 y el millón de libras locales (entre 600 y 660 dólares/euros), esa familia necesitaría emplear algo más de la mitad de un sueldo sólo para beber.

Como resultado, muchas familias que ya no pueden pagar los cerca de 5 dólares que cuesta un bidón de 12 litros de agua embotellada a compañías con licencia, ahora la compran en establecimientos sin licencia a 1 ó 2 euros, aunque al hacerlo ponen en riesgo la salud de los suyos.

UNICEF recuerda, en su último informe sobre la crisis del agua en el Líbano, que la agencia de la ONU “hace un año ya advirtió de que el sistema de abastecimiento de agua estaba en su punto de ruptura”. En efecto, indicó, “mientras que hasta ahora se ha podido evitar un colapso total de las redes públicas de suministro de agua, la crisis no se ha resuelto y millones de personas se ven afectadas por la limitada disponibilidad de agua limpia y segura”.

Migración, crisis climática y falta de tratamiento de aguas residuales

Además de los daños colaterales de la crisis energética y de la mala administración pública de las reservas de agua, otros elementos han contribuido al estrés hídrico. Cabe recordar que el Líbano acoge desde hace más de una década a cerca de un millón y medio de refugiados sirios, por lo que, con el aumento de la población refugiada, ha crecido también la demanda y el consumo de agua. Con todo, la población refugiada sólo hizo aumentar un leve 6% el estrés de agua nacional (un indicador que mide la necesidad que se produce cuando la demanda de este bien fundamental es superior a la cantidad disponible), aunque su llegada al país sí coincidió con un aumento de un 20% del consumo de agua para uso doméstico.

Factores como el cambio climático y la sequía también han contribuido a la escasez de agua. Los recursos acuíferos renovables que hay disponibles en el Líbano han caído por debajo del umbral de estrés hídrico de 1.000 metros cúbicos per cápita al año, advierte un estudio del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). De hecho, según datos de 2017, la disponibilidad de agua se situaba ya entonces en torno a los 704 metros cúbicos per cápita al año, por lo que el Líbano se enfrenta a importantes desafíos para garantizar el suministro potable.

A eso se suman las zonas donde, por la falta de control de las aguas residuales, toneladas de basura y de desechos industriales son vertidos al mar y a los ríos del país, con la consiguiente polución de los recursos disponibles. Uno de los ejemplos más dramáticos está en el río Litani –en la región de la Bekaa–, que es el más largo del Líbano y constituye una fuente esencial para el desarrollo socioeconómico del país desde la construcción de la presa de Qaraoun, en 1959.

Ahora, sin embargo, “los niveles de contaminación son tan altos que el agua embalsada no es apta para el cultivo”, lamenta Yousef Antoun, director de la Autoridad del Río Litani, una institución pública que actúa de forma autónoma para implementar proyectos de irrigación, suministro para el consumo humano y generación de electricidad. La cuenca superior del Litani recibe, cada año, alrededor de 45,5 millones de metros cúbicos de vertidos domésticos y otros 3,7 millones de metros cúbicos de vertidos industriales, que se descargan al caudal sin ningún tipo de tratamiento.

Antoun advierte de que “es urgente una mejor planificación para la explotación responsable de los recursos hídricos, ya que los altos niveles de polución en el agua han puesto en riesgo la biodiversidad, la producción agrícola y la salud de la población libanesa”.

A pesar de que en 2016 el Gobierno central anunció un ambicioso plan de en torno a 800 millones de dólares –financiado en parte por préstamos del Banco Mundial, y otros donantes como USAID o la ONU– para limpiar la contaminación del Litani y el lago Qaraoun, ha habido “muy poco progreso en la implementación de estos proyectos”, reconoce Antoun.

“Poco más podemos hacer si no hay un control de las inspecciones de las fábricas”, se queja Azhara Yousef, técnica de laboratorio de una planta de tratamiento a orillas del Litani. “El agua del río llega muy contaminada. Aquí le bajamos 1.000 puntos el nivel de toxicidad, pero si no se frenan los vertidos residuales, después se vuelve a contaminar”, asiente con gesto de resignación.

Mientras siguen sin vislumbrarse soluciones a corto plazo para esta crisis, las consecuencias socioeconómicas están siendo catastróficas. Para muchas de las familias que viven bajo el umbral de la pobreza en todo el país, conseguir una ración de agua se ha convertido en una batalla diaria.

This article has been translated from Spanish.