El cultivo de algas, una oportunidad de desarrollo para las comunidades pobres de Asia

El cultivo de algas, una oportunidad de desarrollo para las comunidades pobres de Asia

A woman collects seaweed from the beach in Bula, Philippines.

(Biel Calderón)
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Las playas de Bula, un pequeño distrito de pescadores al sur de Filipinas, están continuamente cubiertas por una capa de varios centímetros de algas. Pero, al contrario que en las playas turísticas de otras partes del país, la presencia de algas no supone ningún inconveniente para los habitantes de la zona. Es, de hecho, su forma de vida.

Muchas comunidades costeras de países en desarrollo han visto en las algas una forma de escapar de la pobreza gracias al creciente interés de los mercados internacionales por esta materia prima, que crece con mayor brío en las zonas cálidas del planeta, donde se concentran buena parte de los países en desarrollo del mundo.

“Las algas pueden ser hasta cuatro veces más productivas en Indonesia que en Japón”, asegura Joni Jupesta, doctor en Ciencia de Gestión y Tecnología que estudia el uso de las algas en Indonesia. Según este experto, el proceso de fotosíntesis es más eficiente en esa zona del globo debido al grado de incidencia de los rayos del sol. “Por eso cada vez más comunidades en la zona ecuatorial las producen”, continúa.

Así, países asiáticos como Indonesia, Filipinas y Malasia, se han unido a los tradicionales productores de algas –como China, Japón y las dos Coreas–, en la lista de principales productores mundiales de algas, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO en sus siglas en inglés). En otras partes del mundo, otros países en desarrollo, como Marruecos o Tanzania, también están impulsando industrias en el sector, asegura la organización internacional.

En Bula, las algas llegaron como una salvación a los duros años en los que el mar, antes lleno de atunes, ya apenas daba para vivir.

Un cambio de regulación en 2010 que obligaba a modificar todos los aparejos de pesca fue la estocada final. “Suponía una inversión muy elevada cambiar todo nuestro material para seguir pescando”, asegura Leony D. Gempero, secretaria de la Asociación de Productores de Algas de Bula.

En la búsqueda de soluciones, escucharon de otra comunidad en Zamboanga, a unos 600 kilómetros de Bula, donde las algas habían sustituido a los barcos de pesca. “Decidimos probar aquí y vimos que la temperatura del agua era propicia para el cultivo y que las algas crecían rápidamente”, explica Gempero. El agua era la única forma que tenían de cultivar algo, porque, tierra adentro, ninguno tenía terrenos.

Euginia Agui decidió unirse al grupo de cultivo de algas que acababa de formarse en el pueblo desde el primer momento y aprender ella también a producirlas. Así, junto a su marido, montó una sencilla estructura con tubos de plástico, cuerdas y redes donde proteger a las algas hasta que crecieran. Ahora, cada mes tiene una cosecha que puede vender en el mercado local o, en ocasiones, exportarla a países como Japón o Corea del Sur. “Con las algas el ingreso está asegurado. Con la pesca, puedes salir a pescar y volver sin nada”, asegura Agui.

No es la única ventaja. “Prefiero las algas porque es más seguro. No tenemos que adentrarnos en alta mar donde no sabemos qué puede pasar”, asegura la cultivadora. Su marido, sin embargo, aún sigue yendo a pescar de vez en cuando “porque le gusta”. Ella ya no le acompaña como solía hacer antes, y prefiere quedarse en Bula cuidando de las algas.

Como Agui, otras 90 familias del distrito viven ahora del cultivo de tres tipos diferentes de algas. “El número ha crecido rápidamente durante los últimos años porque muchas familias han visto las ventajas y hemos hecho formaciones sobre cómo cultivar las algas”, asegura Leony D. Gempero. Ahora, ayudan a otras comunidades cercanas a iniciarse también en la industria y a desarrollar nuevos productos que comercializar. “La mayoría lo seguimos vendiendo sin procesar, pero ahora también fabricamos galletas, mermelada y fideos”, explica Gempero.

Una industria al alza

Los clientes para las algas que crecen en Bula están prácticamente asegurados. Los mercados internacionales han mostrado un interés creciente por esta materia prima durante los últimos años y, según la FAO, “la producción mundial de plantas acuáticas cultivadas, en la que predominan considerablemente las algas marinas, aumentó su volumen de 13,5 millones de toneladas en 1995 a algo más de 30 millones de toneladas en 2016”.

En términos monetarios, la industria alcanzó los 9.900 millones de dólares (8.850 millones de euros) en 2018 y se espera que crezca un 7% anual hasta 2024, según un informe de la consultora Report Linker. El crecimiento ha venido fundamentalmente de la mano de la alimentación, especialmente de suplementos nutricionales que son cada vez más utilizados como sustitutos de productos de origen animal, como carne o pescado, asegura la consultora. Hay además un incremento en su uso con fines farmacéuticos, incluyendo el desarrollo de tratamientos para el cáncer.

Si la industria alimentaria y la farmacéutica son los principales destinos de las algas que se producen en Bula –desde donde son enviadas para procesamiento en fábricas cercanas, o directamente a Japón para su consumo allí–, otro de los destinos que se abre es el de los biocombustibles.

“Las algas pueden ser una alternativa interesante a otros biocombustibles y pueden convertirse en un recurso para estas comunidades”, asegura Jupesta. Por ejemplo, a diferencia de otros biocombustibles, las algas no compiten de forma directa por el suelo con cultivos alimenticios o con bosques nativos, asegura Jupesta. La llamada primera generación de biocombustibles, basados en cultivos como la caña de azúcar o la palma aceitera, despertó mucha controversia debido a la deforestación resultante por el auge de esta industria.

Según un estudio sobre el uso de algas como biocombustibles para mejorar la vida en países en desarrollo, este sector podría aliviar además la dependencia energética en regiones con condiciones climáticas óptimas. “Las condiciones favorables de producción que se encuentran en muchos países en desarrollo han generado una gran especulación sobre las posibilidades [de la producción de algas] para reducir las importaciones de petróleo, estimular las economías rurales, e incluso hacer frente al hambre y la pobreza”, asegura el informe. Sin embargo, muchos de estos países no cuentan con los recursos humanos necesarios ni han implementado las políticas necesarias para que esto pueda convertirse en una fuente energética prioritaria, apunta el informe. “Ningún gobierno en el Sudeste Asiático está apostando en serio por este sector”, añade Jupesta.

Algunos científicos también defienden su uso como herramienta de secuestro de carbono para mitigar las emisiones de efecto invernadero que están provocando la actual emergencia climática. Y, a diferencia de la reforestación, las algas no compiten por el suelo con cultivos alimenticios, por lo que no afectaría su producción al precio de los alimentos.

Sin embargo, aunque la posibilidad de cultivar sin tierra se ve a menudo como una de las principales ventajas de las algas, Jupesta alerta de que también puede tener sus inconvenientes. “El mar es más difícil de controlar. No es como la tierra, no hay propietarios. Así que te pueden robar más fácilmente”, asegura el científico.

De momento, en Bula no han tenido ese problema y las algas se custodian en comunidad. “Aquí colaboramos todos para que el negocio vaya bien”, asegura Gempero. “Las algas nos han dado un futuro”.

This article has been translated from Spanish.