El delta del Mekong intenta no asfixiarse por el cambio climático y el desarrollo descontrolado

El delta del Mekong intenta no asfixiarse por el cambio climático y el desarrollo descontrolado

Un técnico lanza una red para controlar la calidad de las gambas que crecen en la piscifactoría Green Farm, en Soc Trang, en el delta del Mekong.

(Laura Villadiego)

La Green Farm parece a primera vista una piscifactoría de gambas cualquiera. Las 35 hectáreas del recinto están separadas en 46 depósitos de agua de entre 1 y 1,5 metros de profundidad, aireados por un sistema de turbinas que gira las 24 horas del día. Dentro de las piscinas, las gambas se separan por especie y tamaño, mientras que algunos depósitos permanecen vacíos mientras se limpian.

Sin embargo, las gambas de la Green Farm no crecen de la misma manera que las de la mayor parte de las piscifactorías vecinas que salpican el delta del Mekong, al sur de Vietnam. En la Green Farm no se pueden usar antibióticos, no se pueden liberar aguas residuales sin tratar y la empresa tiene que trazar el origen de las materias primas del alimento suministrado a las gambas, entre muchas otras condiciones exigidas por la certificación de sostenibilidad del Aquaculture Stewardship Council que la empresa obtuvo en septiembre de 2016.

Los duros requisitos, y sus costes más elevados, suponían, sin embargo, una necesidad para la supervivencia de Stapimex, la empresa propietaria de Green Farm, en un sector que está sufriendo con dureza el efecto del cambio de los patrones climáticos en la región y de la contaminación acumulada durante décadas por los excesos de diversas industrias. “Queríamos algo que fuera sostenible a largo plazo”, explica Nguyen Dang Khoa, gestor de calidad de la empresa. “Si inviertes más dinero, también puedes ganar más”, asegura.

Desde su nacimiento, el Mekong ha depositado los sedimentos arrastrados durante sus más de 4.000 kilómetros de recorrido en su desembocadura, haciendo de ésta una de las regiones más fértiles y con mayor biodiversidad del mundo. Conscientes de ello, los vietnamitas han concentrado buena parte de la producción nacional en la región, con un 50% de la producción de arroz y el 70% de su acuicultura, por ejemplo, y, en conjunto, un tercio del PIB, según datos del Banco Mundial. Entre las decenas de brazos en los que se parte el Mekong en su desembocadura, viven además más de 18 millones de personas, una quinta parte de la población del país.

Tras 1986, cuando Vietnam se abrió al exterior, la producción agrícola y ganadera y la acuicultura en la región se intensificaron, y los pesticidas, fertilizantes y desechos de las granjas acabaron en las aguas del Mekong; también los residuos de los hogares.

“La mayor parte de la contaminación en el delta procede de la agricultura y las ciudades”, asegura Huynh Quoc Tinh, gestor de proyectos de acuicultura de WWF Vietnam. La región es además una de las zonas del mundo más vulnerables al cambio climático.

Así, según un informe de WWF de 2009, los efectos del cambio climático ya podían sentirse entonces, con temperaturas medias más altas, lluvias más concentradas y violentas y eventos climáticos extremos más frecuentes, así como el aumento de la salinización por la intrusión de agua del mar.

Además, el desarrollo descontrolado ha pasado factura al delta y está poniendo en riesgo la propia supervivencia de la región. Así, la alta concentración de granjas de gambas ha provocado brotes de enfermedades y una alta mortalidad de los crustáceos, mientras que las presas que están siendo construidas en los países vecinos por los que también discurre el Mekong, especialmente Laos y China, están afectando a la cantidad de sedimento y, por tanto, de nutrientes en el suelo.

El año pasado, el fenómeno meteorológico ‘El Niño’ provocó la peor sequía en el delta del Mekong en el último siglo, incrementando la salinidad, y 400.000 hectáreas de cultivo sufrieron importantes pérdidas de fertilidad, mientras que más de 25.000 no pudieron ser labradas.

Pero la Green Farm no está sola en esta lucha contra los efectos de este desarrollo intensivo en el delta del Mekong y cada vez más empresas intentan obtener certificados de sostenibilidad o mejorar sus prácticas.

“El hecho de que algunas granjas estén adoptando estándares sostenibles está también afectando a granjas no certificadas que siguen el ejemplo”, asegura Huynh Quoc Tinh, de WWF.

La propia Stapimex compra gambas no certificadas a pequeños productores de la zona para alimentar sus fábricas de procesado. Según el gestor de calidad de la empresa, aquellos proveedores empezaron a mejorar sus prácticas a raíz de la apertura de Green Farm.

Otra de las industrias en proceso rápido de reforma, criticada por su alto impacto medioambiental, es la del polémico panga, un pescado blanco y de sabor suave cuyo consumo se popularizó en Europa durante la década pasada.

La demanda hizo proliferar las granjas en el delta para alimentar al principal exportador mundial de este pez. “En los últimos años, la industria y las autoridades se han dado cuenta del impacto medioambiental y de la calidad del agua de las granjas de pescado”, explica To Thi Tuong Lan, vicesecretaria de la Asociación de Vietnam de Exportadores y Productores de Pescado (Viet Nam Association of Seafood Exporters and Producers, VASEP). “Por eso hemos mantenido la producción de panga en 1,2 ó 1,3 millones de toneladas, para concentrarnos en la calidad del pescado y en el desarrollo sostenible de la industria”.

Una gestión del agua inclusiva

En los años 90, el tranquilo pueblo de Vam Nao, en la ribera del río con el mismo nombre, vivió una revolución. El río, uno de los brazos en los que se parte el Mekong, había permitido a la comunidad plantar hasta entonces dos cosechas anuales de arroz, básicas para la supervivencia de la zona, pero escasas para asegurar comida para todos los aldeanos. El río proporcionaba, sin embargo, otra de las bases de su alimentación, el pescado. En su política de incrementar la productividad agrícola del delta, el gobierno financió un nuevo sistema de irrigación en Vam Nao que permitió a los aldeanos incrementar sus cosechas anuales a tres y plantar verduras.

Sin embargo, los pesticidas contaminaron tierras y agua, y la cantidad de pescado se redujo drásticamente, hasta en un 90% entre la década de 1990 y 2013, según datos del Centro para la Conservación de Recursos Acuáticos y para el Desarrollo (Center for Water Resources Conservation and Development, Warecod). Además, el uso de diques, necesarios para inundar los campos de arroz, afectó los ciclos migratorios. “Ha estado bloqueando la migración de peces que montan el río para desovar antes de volver al delta”, explica Vu Hai Linh, investigador de Warecod.

Debido a la escasez de recursos, los conflictos entre comunidades por el uso del agua se hicieron cada vez más frecuentes y, en un país fuertemente centralizado, las decisiones se posponían semanas o meses a la espera de una respuesta de las autoridades.

Tras años de frustración, el gobierno empezó a ceder mayores competencias a las comunidades a partir del año 2000 a través de los Sistemas de Irrigación Participativa.

“Ahora colaboran y las comunidades locales ya no están sometidas de forma pasiva a las autoridades locales”, dice Vu Hai Linh. Los aldeanos soltaron además 20 toneladas de peces para recuperar las poblaciones originales, mientras que los campesinos han recibido asesoramiento sobre prácticas agrícolas y ganaderas sostenibles.

Sistemas similares, explica Vu Hai Linh, están empezando a expandirse en la región y pueden ser una de las claves de un desarrollo más sostenible en el delta. “Ahora [las comunidades] tienen más canales para que se escuche su voz durante la toma de decisiones”, dice el investigador. Y eso “es importante porque las comunidades locales tienen una larga historia y conocimientos sobre su propio río y la gestión de la irrigación”.