El desafío humanitario de los refugiados centroafricanos en República Democrática del Congo, víctimas de fuego cruzado

El desafío humanitario de los refugiados centroafricanos en República Democrática del Congo, víctimas de fuego cruzado

The family of Étienne, a resident of Ndu in the Democratic Republic of the Congo (DRC), have lunch with that of Victoire, a Central African refugee whom he welcomed on his land in January, after the border populations fled to escape the disturbances caused by armed rebel groups in CAR.

(Nicola Hiexe)

A las cuatro de la tarde de un día de febrero de 2021, Victoire se afana en la cocina improvisada situada entre una casa de ladrillo y una gran tienda de campaña hecha de paja y lonas. Está preparando el koko, un guiso tradicional centroafricano a base de hojas de enredadera, pescado ahumado y pasta de cacahuete; pero su guiso no llevará ninguno de estos ingredientes, apenas un poco de aceite para acompañar a las hojas. “Compré los ingredientes con el dinero que pude traer de Centroáfrica. La persona que nos acoge también nos da alimentos y preparamos una comida para todos”, explica esta joven esbelta y de mirada penetrante.

Victoire encontró refugio en Ndu, República Democrática del Congo, el 3 de enero de 2021, tras huir de su país. “Desde el 25 de diciembre empezaron a circular rumores de que los rebeldes estaban llegando. El domingo, hacia las 5 de la mañana, escuchamos balas por todas partes. Nos asustamos y huimos. Tomamos una piragua para venir hasta aquí. Llegamos a las 11, mi hermano mayor, su mujer, sus hijos y yo”.

Desde 2013, la República Centroafricana (RCA) jamás ha llegado a estar en paz. Los disturbios comienzan cuando la Seleka (“coalición”, en sango), compuesta en su mayoría por musulmanes, se rebela y derroca al presidente François Bozizé. Se forman entonces las “antibalaka”, las milicias de autodefensa, que pasan al contrataque, y el país se sume en una inseguridad extrema. En 2016, Faustin-Archange Touadéra es elegido presidente de la RCA, pero su autoridad estatal no llega más allá de Bangui, la capital. Casi el 80% del país permanece bajo el yugo de grupos armados. En vísperas de las elecciones presidenciales del 27 de diciembre de 2020, se recrudecieron las tensiones.

“El detonante fue la invalidación de la candidatura del expresidente François Bozizé”, explica Thierry Vircoulon, coordinador del Observatorio de África Austral y Central del Instituto Francés de Investigación Internacional (IFRI). Expulsado tras el golpe de Estado de 2013 que le depuso de la presidencia, sobre Bozizé pesa hoy una orden de detención internacional por “crímenes contra la humanidad” e “incitación al genocidio”, lo que permitió al Consejo Constitucional centroafricano rechazar su candidatura.

Ante esta situación, varios grupos rebeldes, que antes eran enemigos, han unido sus fuerzas en los últimos meses para formar la Coalición de Patriotas por el Cambio (CPC), una mezcolanza de grupos partidarios de las antibalaka y de los movimientos musulmanes pro Seleka (como el 3R –de Retorno, Reclamación, Rehabilitación– o el MPC) que están sembrando el terror en todo el país. El 3 de enero, estos rebeldes atacaron varias localidades fronterizas, como el puesto militar del Ejército regular apostado en Bangassou, el pueblo donde vivía Victoire, provocando un desplazamiento masivo de la población.

En menos de dos meses han huido de la violencia 200.000 personas en este país de cinco millones de habitantes, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). 92.000 de ellas se han refugiado en la República Democrática del Congo (RDC), incluidos 15.000 en Ndu.

El aluvión de refugiados está creando bastante presión en esta población de 1.500 habitantes. “El aumento de la población hace que suban los precios en el mercado. Para mantener a mi familia, ahora gasto 5.000 francos CFA al día, mientras que antes gastaba 2.000”, dice Etienne, un joven padre de familia que vive en Ndu [En esta zona fronteriza, los congoleños suelen utilizar el franco CFA además del franco congoleño, nota del editor]. Aunque este labriego no nada en la abundancia, cedió un lugar en su parcela a los refugiados cuando les vio llegar. “No es la primera vez que llegan refugiados a Ndu. Es la tercera vez que los acojo. En 2013, 2017 y ahora en 2021. No recibo dinero de nadie. Son seres humanos y, si llega alguno, hay que hacerle sitio”.

Él acoge a Victoire y a su familia. Se alojan once en una gran tienda de campaña, de unos quince metros cuadrados, hecha a matacaballo con lonas, paja y madera, en la parcela de Etienne. Un refugio improvisado abierto, bajo el cual hace un calor sofocante durante el día y frío por la noche. No son los únicos en esta situación. La mayoría de los recién llegados se alojan en “comunidades de acogida”, de forma gratuita o no. Una iniciativa fomentada por los jefes tradicionales, los responsables comunitarios y las administraciones de los pueblos.

Un desafío humanitario

La presencia de refugiados centroafricanos lleva a la comunidad internacional a interesarse por la vida cotidiana de los habitantes de estos territorios aislados, con infraestructuras decrépitas. Los congoleses, que también viven en un territorio incomunicado debido a la falta de infraestructuras de transporte, están a veces tan desamparados como los propios refugiados. En Yakoma, otro de los enclaves que está sufriendo una fuerte presión migratoria debido a la crisis centroafricana, no es raro ver a congoleños colarse en la fila de los refugiados que esperan pasar el registro biométrico que lleva a cabo el ACNUR, con la esperanza de obtener la misma ayuda que los recién llegados.

Esta realidad ha llevado a ACNUR a adaptar su respuesta a la crisis migratoria. “Si al proporcionar alimentos a los refugiados vemos que los congoleños también los necesitan, se los proporcionamos”, explica a Equal Times Liz Ahua, representante regional de ACNUR en la RDC. “Las comunidades de acogida se beneficiarán de los proyectos que ponemos en marcha, como las escuelas. También podemos rehabilitar un centro de salud para adaptar su capacidad de acogida”.

Mientras esperan a que se materialicen las distintas iniciativas, los modestos habitantes de Ndu, a menudo sólo pueden ofrecerles una habitación en su casa o un lugar en su parcela, aunque sin acceso a agua corriente y potable. Muchos refugiados centroafricanos han montado allí su cobijo improvisado, pero el hacinamiento, unido a la degradación de las condiciones de vida, favorecen la aparición de enfermedades.

Papy Lege es el director médico del hospital de Ndu. En los últimos dos meses ha visto triplicarse el número de consultas en su centro. “No hay mosquiteras, así que tratamos muchos casos de malaria. Vemos muchas parasitosis, debido a la dificultad que tiene la gente para conseguir agua potable, sin contar que no siempre tienen acceso a letrinas. Además, vemos muchos resfriados, porque a fuerza de dormir en tiendas de campaña se acaban enfriando”. Por si esto fuera poco, se cierne sobre ellos la amenaza de la pandemia de coronavirus.

“La gente está hacinada y es imposible respetar las medidas de distanciamiento. No hay muchos lugares para lavarse las manos, casi nadie tiene mascarilla. Basta un solo caso para que la enfermedad se extienda”, explica con preocupación a Equal Times, aunque ni él lleva mascarilla por falta de suministros.

Para hacer frente a esta afluencia de pacientes recibe ayuda de organizaciones internacionales como ACNUR y UNICEF, pero sobre todo del equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) de Bangassou. Desde que la situación al otro lado de la frontera se ha estabilizado, cruza diariamente el río Mbomou para abastecer de medicamentos y mano de obra al hospital de Ndu.

No son los únicos que lo atraviesan en piragua. Desde el 16 de enero, la MINUSCA (Misión multidimensional integrada de las Naciones Unidas para la estabilización de la República Centroafricana) y las FACA (Fuerzas Armadas Centroafricanas) han recuperado el control de la ciudad de Bangassou. De hecho, cada vez más centroafricanos se atreven a hacer la travesía en sentido contrario, para conseguir alimentos o para seguir trabajando, como esta monja congoleña que lleva once años al frente de un hospicio en la República Centroafricana. “Me fui el 25 de diciembre, hacia las cuatro de la tarde. Los rebeldes Seleka debían venir por el Gobierno, a atacar Bangassou. Me dieron miedo los saqueos, ya que aquí no tenemos dinero”. Desde hace tres semanas cruza el río todos los días para seguir trabajando. Según ella, Bangassou se ha convertido en una ciudad fantasma. “Apenas queda gente allí. Las tiendas están cerradas y no hay mercado”. No es la primera vez que vive estos conflictos, pero esta vez es diferente para ella: “En 2013, fueron los Seleka. Saquearon nuestra iglesia y, por su culpa tuvimos que permanecer escondidos en el bosque durante cinco días. En 2017, fueron los antibalaka. También nos saquearon. Pero hoy están unidos. No salimos de nuestro asombro, no se sabe por qué se han aliado, así que preferí huir”.

Una guerra subsidiaria, silenciosa y devastadora

La población local tiene poca información sobre el tema porque probablemente es víctima de fuego cruzado. Nathalia Dukhan, experta en la República Centroafricana de la ONG estadounidense The Sentry, afirma en un informe publicado antes de las elecciones que “la mayor amenaza para la paz y la seguridad hoy no son las divisiones étnicas y religiosas que vemos en la superficie, sino la guerra subsidiaria –silenciosa pero devastadora– que alimentan actores pro franceses y pro rusos”.

La República Centroafricana es un país rico en diamantes, oro y uranio, además de una antigua colonia francesa. Hasta 2016 conservaba un fuerte vínculo lingüístico, además de militar y económico, con la antigua potencia colonial. Hasta octubre de 2016 Francia no puso fin a la Operación Sangaris, una intervención militar de estabilización que inició en 2013. El presidente Touadera, sintiéndose desamparado, recurrió entonces al grupo paramilitar ruso Wagner y empezó a otorgar concesiones mineras a empresas rusas.

Con motivo de las elecciones presidenciales del 27 de diciembre se desplegaron tropas de refuerzo. Según el informe de The Sentry, estas tropas “dieron apoyo a grupos armados acusados de graves abusos contra civiles”. Del otro lado, el informe señala, sin detallar, que “ciertas redes militares francesas han activado a actores regionales y nacionales, incluidos grupos armados, para intentar impedir la reelección de Touadéra y colocar al frente del Gobierno a dirigentes políticos favorables a los intereses franceses”.

Juegos de poder muy alejados del día a día de los refugiados centroafricanos, cuya principal preocupación es encontrar comida y agua. Si se reanudaran las hostilidades en la RCA, Ndu sólo sería abastecida por la RDC.

Aunque sólo se tardan diez minutos en piragua desde Ndu en llegar a la República Centroafricana y a otros pueblos a orillas del río Mbomou, las principales ciudades congoleñas son más difíciles de alcanzar. Desde Yakoma o Gbadolite, los aeródromos más cercanos, los camiones tienen que atravesar la selva ecuatorial, además de arena, ríos y puentes rudimentarios a punto de derrumbarse.

Unas condiciones que requieren logística e imaginación a toda prueba, como hacer atravesar las camionetas sobre piraguas o pedir a los habitantes que construyan un puente sobre la marcha, con unas cuantas tablas, y aguantar la respiración mientras cruzan. Por no hablar de la falta de iluminación de las carreteras, que obliga a viajar solo de día. No es raro que los camioneros se queden atascados en el barro y tengan que hacer noche allí. Estas condiciones empeoran cuando empieza la temporada de lluvias, a mediados de marzo. Las viviendas no son estancas y se inundan con rapidez, las carreteras se vuelven intransitables y los suministros, inciertos.

Aunque las agencias de la ONU y las ONG internacionales se movilicen ¿qué ocurrirá si los refugiados y los congoleños se quedan sin nada que llevarse a la boca?

This article has been translated from French.