El Sahel vive un auténtico desarrollo económico y social, más allá de los conflictos

El Sahel vive un auténtico desarrollo económico y social, más allá de los conflictos

A group of women returning from the fields in the Maradi region of Niger in August 2018.

(Luis TATO/AFP)

El Sahel continúa siendo presa de conflictos recurrentes, pero en los países de la región (a saber, Burkina Faso, Camerún, Gambia, Guinea, Malí, Mauritania, Níger, Nigeria, Senegal y Chad) se aprecian innegables dinámicas positivas de desarrollo económico y social. Valorar estas tendencias favorables, así como las vulnerabilidades persistentes, resulta crucial para comprender mejor la evolución del desarrollo en la región e identificar los desafíos por venir. Los países del Sahel muestran un claro avance en materia de desarrollo humano.

Medidos según el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de las Naciones Unidas, los esfuerzos de los Estados sahelianos en pro del desarrollo son notables. Su IDH ha aumentado considerablemente, una media desde los años noventa del 1,9% anual –tres veces la media mundial–.

Entre las dimensiones del desarrollo captadas por este índice destaca la salud de la población, que ha mejorado de manera evidente: la esperanza de vida ha pasado de 49 años de media en 1990 a 61 años en 2018.

La renta per cápita también ha aumentado de forma clara (alrededor de un 67% con respecto a 1990) y, paralelamente, la tasa de pobreza extrema ha disminuido (del 75% en la década de los noventa al 41% en 2018). Es decir, el crecimiento de la riqueza ha beneficiado también a los más pobres.

A pesar de ello, los países de la región se mantienen rezagados en la última clasificación del IDH (la mayoría de ellos se sitúan entre los treinta últimos). De ahí la necesidad de seguir reforzando los sistemas de salud de la región, que siguen siendo muy frágiles –en particular el acceso a la atención materna– y combatir los fenómenos recurrentes de la subalimentación (que afecta a una de cada cinco personas en el Sahel) y la malnutrición (que padece un tercio de los niños menores de cinco años).

En términos de riqueza, la región sigue concentrando a los países de renta baja cuyos avances frente a la pobreza ha puesto en jaque la crisis de la covid-19.

La educación y el empoderamiento de las mujeres siguen siendo un auténtico reto

Por encima de todo, no se deberán de escatimar esfuerzos en el ámbito educativo. Los indicadores de educación han caído considerablemente en la región: sólo uno de cada dos jóvenes está alfabetizado (frente a una media de más de tres de cada cuatro en África) y sólo uno de cada tres estudiantes termina la enseñanza secundaria.

Se constatan graves carencias de acceso a la educación en la región y, con carácter general, a los servicios básicos, en un contexto de fuerte crecimiento demográfico (más del 3% anual). Sin olvidar que el aumento de las tasas de escolarización ha ido de la mano de un descenso en la calidad de la enseñanza.

Es preciso mejorar la situación de las mujeres en la economía. A pesar de que las mujeres son una fuerza viva en el Sahel y desempeñan un papel central para la seguridad alimentaria y la resiliencia de las sociedades, sigue habiendo profundas desigualdades de género que frenan su empoderamiento.

La región posee la tasa de fertilidad media más elevada del mundo (5,5 hijos por mujer y 6,7 en Níger). Como resultado, el Sahel podría duplicar su población en 25 años, lo que obligará a las autoridades a intensificar sus esfuerzos para satisfacer las crecientes necesidades de la población.

El Sahel es una de las regiones más dinámicas de África, pero la transformación estructural de sus economías es lenta.

El PIB saheliano se cuadruplicó entre 1990 y 2020 y, en la última década, la región presenta una de las tasas de crecimiento económico más altas de África (alrededor del 4,8% anual de media desde 2010).

Varios factores explican este dinamismo: el buen comportamiento de algunos sectores clave y una pluviometría favorable, las elevadas inversiones y los efectos de recuperación en algunos sectores, el aumento del precio de materias primas extractivas clave para la región (como el oro), la existencia de zonas menos expuestas a los problemas de seguridad y un nivel de endeudamiento moderado (56% del PIB en 2020, frente al 66% del conjunto de África).

A pesar de ello, la estructura de las economías sahelianas ha cambiado poco desde los años noventa. El sector servicios sigue representando casi la mitad del valor añadido y, la industria, menos de un cuarto. El sector agrícola, en cambio, sigue siendo imprescindible; representa alrededor del 30% del valor añadido desde los años noventa y da empleo a más de uno de cada dos sahelianos por término medio.

El desarrollo de la agricultura es, por tanto, crucial para hacer frente a los grandes desafíos de la región: el desafío de la diversificación y la transformación económica, el desafío alimentario en un contexto de fuerte crecimiento demográfico, el desafío social en territorios cuya fragilidad social y nivel de pobreza exigen la creación de empleo y de valor añadido, además del desafío medioambiental.

En este contexto, los países del Sahel siguen siendo muy dependientes del exterior. Dado que su base exportadora no está muy desarrollada y las necesidades de importación son elevadas, los países sahelianos tienen, de media, importantes déficits por cuenta corriente (en torno al 8% del PIB entre 2017 y 2019).

Para cubrir estos déficits resulta crucial movilizar la ayuda exterior. El Sahel es, de hecho, la región africana que más ayuda oficial al desarrollo recibe en proporción al PIB (7% de media) y las transferencias de su diáspora también son constantes (6% del PIB). Por otra parte, el bajo nivel de inversión extranjera directa (menos del 4% del PIB) refleja, como era de esperar, un entorno poco propicio para los negocios.

Frente a los conflictos, el gran reto de la gobernanza

El Sahel es presa de conflictos recurrentes desde 2012 que tienen devastadoras repercusiones humanas, políticas, económicas y sociales.

Los conflictos también pesan sobre las finanzas públicas, debido a la reducción de la base fiscal y al aumento del gasto militar (casi el 9% del gasto total, el nivel más alto de África), que se produce a expensas del gasto social y de desarrollo, lo que acentúa aún más la fragilidad económica debida a los conflictos.

Aparte de las dificultades socioeconómicas que padecen las poblaciones sahelianas, estos conflictos son el resultado, en gran medida, de la insuficiente presencia del Estado en amplias zonas del territorio. La capacidad de los Estados sahelianos para prestar servicios públicos básicos y controlar sus territorios es, en general, muy limitada.

El número de funcionarios del Estado con respecto a la población oscila entre 3 y 10 por cada 1.000 en Chad, Burkina Faso, Senegal, Malí y Níger, frente a los 160 de Noruega, por ejemplo. Por ello, las medidas para reforzar la gobernanza resultan fundamentales.

Las dinámicas que están en marcha en el Sahel y los avances en materia de desarrollo muestran que la región no puede ser reducida únicamente a una zona de crisis. Pero para facilitar una paz y un desarrollo duraderos en los países de la región, se deberían priorizar al menos cinco palancas de cambio: la prevención y la contención de los conflictos violentos; la mejora de la gobernanza; el empoderamiento de las mujeres y las niñas; el apoyo a los jóvenes, y el impulso a la estructuración de los sectores agrícolas, al desarrollo del sector privado y a la capacidad emprendedora.

This article has been translated from French by Eva López Cabello

Este artículo se publicó inicialmente en The Conversation el 24 de octubre de 2021.