En estos oscuros días para el periodismo en Afganistán hay que apoyar a aquellos que intentan arrojar luz

En estos oscuros días para el periodismo en Afganistán hay que apoyar a aquellos que intentan arrojar luz

Un combatiente talibán pasa delante de un mural en una calle de Kabul el pasado 15 de septiembre. Desde que los talibanes tomaron el control de Afganistán en agosto, decenas de periodistas han sido atacados, detenidos y amenazados por oficiales talibanes. Miles más han intentado desesperadamente salir del país.

(AFP/Bulent Kilic)

Las enormes heridas y desgarros en la espalda y las piernas de Nemat son la prueba de que, a pesar de sus promesas, los talibanes no han cambiado. Siguen viendo al periodismo independiente como un enemigo.

¿Cuál fue el delito de Nemat? Haber informado sobre las protestas de las mujeres en las calles de Kabul. “Me golpearon con una fuerza tan extrema que realmente pensé que era el fin de mi vida”, confesó Nemat a la cadena CNN.

La experiencia de Nemat no es un caso aislado. Cada vez son más los periodistas que denuncian haber sido atacados, detenidos y amenazados por los talibanes. Los continuos registros domiciliarios han llevado a los periodistas críticos a esconderse y buscar refugio. A muchas mujeres periodistas se les ha prohibido trabajar, mientras que miles de trabajadores de los medios de comunicación afganos reclaman visados y buscan desesperadamente la forma de poder huir del país.

La financiación extranjera para los medios de comunicación ha vencido y, ante una crisis económica cada vez más grave, los ingresos por publicidad han desparecido.

Las dificultades financieras y las estrictas reglas de control de los talibanes sobre el trabajo de los periodistas han provocado el cierre de dos tercios de los medios de comunicación del país. El desempleo entre los periodistas se estima que ronda del 70 al 80%.

La historia de Nafisa (nombre ficticio) es muy común. Trabajaba como reportera en un canal de televisión local en una zona con fuerte presencia talibán. La emisora se centraba en la promoción de los derechos humanos y, en particular, de los derechos de las mujeres. Desde que empezó a reportar fue objeto de múltiples advertencias y amenazas de muerte de grupos terroristas y de líderes talibanes locales.

“Me avisaron por teléfono del secuestro, no solo de mi persona, sino también de mi familia. Además de las amenazas, también me atacaron. En 2020 colocaron bombas en la puerta de mi casa, pero afortunadamente pudimos solucionarlo con los artificieros. Fue un intento fallido, pero no se detuvieron. La segunda vez pusieron una bomba en el arcén, donde me alcanzaron. Mi coche quedó completamente destrozado pero conseguí escapar de la muerte. No han parado hasta ahora. Durante mucho tiempo los talibanes me sometieron a acoso sexual, intimidación y amenazas de tortura”, comentó en conversaciones con la Federación Internacional de Periodistas (FIP).

“En muchas ocasiones impidieron que mis hijos fuesen al colegio. Los persiguieron y les amenazaron, diciendo: ‘Si atrapamos a tu mamá y a tu papá, los mataremos’. Mis hijos estaban aterrorizados, lloraron, se preocuparon y dijeron que ya no querían ir a la escuela”, añadió.

Nafisa nos enumeró una larga lista de ataques que le han provocado problemas de salud mental y física.

“Me he vuelto más temerosa, deprimida y obsesiva. Casi todos los días tengo pesadillas y temo que un día los talibanes vengan a matarme a mí y a mi familia. Me siento realmente impotente y desesperada por no poder vivir como los demás y no poder hacer nada por mi familia. Estoy muy preocupada por el futuro de mis hijos”, confesó.

Ahora que los talibanes controlan todo el país, Nafisa vive escondida. Tiene que cambiar de lugar regularmente y no puede trabajar. “Mi familia y yo estamos en peligro. Lo que dicen y lo que hacen los talibanes son cosas totalmente opuestas. Dicen una cosa a los medios de comunicación, pero en la práctica hacen lo contrario”, aseguró.

“Tenemos que cambiar de paradero todos los días para escondernos de los talibanes, ya que están controlando y buscando a aquellos que han hablado en su contra y a las mujeres que han aparecido en la radio y en televisión. Vivir así es muy duro”, resumió.

Ahora es el momento para la solidaridad

Otra periodista de televisión que cubrió la guerra entre los talibanes y las fuerzas gubernamentales confirmó los temores de Nafisa.

“Trabajaba como reportera de televisión, pero tras la caída del Gobierno y la llegada de los talibanes no tuve más remedio que dejar mi trabajo y esconderme en casa por miedo. Teniendo en cuenta la inseguridad en Afganistán y la brutalidad de los talibanes contra los periodistas, siento que estoy en grave peligro. Siendo una mujer periodista que siempre ha estado delante de la cámara y perteneciendo al grupo minoritario de los Hazara, mi vida está en grave riesgo. Estos días me quedo en casa por miedo a que me reconozcan, me capturen y me maten a tiros”, señaló.

Desde que los talibanes tomaron el control de Afganistán en agosto, tras el colapso del Gobierno afgano y la salida del país del hasta entonces presidente Ashraf Ghani hacia Emiratos Árabes, la FIP no ha dejado de recibir testimonios como éstos, así como peticiones de ayuda urgente.

Mientras que la respuesta de los gobiernos ha sido a menudo deplorable, la solidaridad de los sindicatos de periodistas de todo el mundo ha sido inspiradora: han presionado a las autoridades para que otorgaran visados humanitarios de emergencia, han ayudado a organizar las evacuaciones, han recaudado fondos para ayudar a dar un refugio seguro y ayuda financiera para los que han huido del país, y han ofrecido oportunidades de trabajo para los periodistas exiliados.

Cientos de donaciones han llegado a nuestro fondo especial de solidaridad.

Lo que hemos podido hacer es increíble gracias a la generosidad de los miembros de nuestros sindicatos afiliados. Sobre el terreno, nuestros afiliados locales −la Asociación Afgana de Periodistas Independientes y el Sindicato Nacional de Periodistas de Afganistán− están canalizando la ayuda de emergencia a los más necesitados y están defendiendo a los detenidos ante las autoridades, ofreciendo una única vía de esperanza para tantos periodistas desplazados internamente.

Pero esto es solo una gota en el océano, ya que nos encontramos frente a una crisis tanto humanitaria como de los medios de comunicación de enorme magnitud.

La FIP no puede expedir visados, no tiene los aviones para evacuar a aquellos que lo necesitan. No podemos financiar el número necesario de refugios seguros ni proporcionar el nivel de fondos necesario para ayudar a la supervivencia de los medios de comunicación. Por ello, los gobiernos tienen que dar un paso al frente. Hay que flexibilizar los restrictivos planes de visados, enviar fondos humanitarios urgentemente y reorientar la ayuda al desarrollo de los medios de comunicación para ayudar a mantener un periodismo crucial para el futuro del país.

Son días muy oscuros para el periodismo en Afganistán. Los talibanes no aceptan la disidencia y solo quieren medios de comunicación oficiales que reproduzcan su propaganda. El periodismo independiente tiene la capacidad de ofrecer luz ante tanta oscuridad. A pesar de las amenazas, hay periodistas valientes que siguen trabajando, esforzándose por que el nuevo poder en Afganistán rinda cuentas. Necesitan nuestro apoyo para seguir haciéndolo.

En estos momentos es cuando los ciudadanos entienden que el periodismo independiente es fundamental. La FIP y sus afiliados seguirán ayudando a los que están en peligro a marcharse, pero también seguiremos apoyando a tantos como sea posible para que permanezcan haciendo su trabajo sobre el terreno. El periodismo no es un delito.

Este artículo ha sido traducido del inglés.