En Europa occidental los apicultores temen por su futuro

En Europa occidental los apicultores temen por su futuro

Thirty-two-year-old Moritz Seidler has around 20 beehives in Berlin. As an amateur beekeeper, he is determined not to sell his honey on the cheap, out of respect for the profession.

(Antolín Avezuela)

Frente a la tienda de miel Api Douceur en Giromagny, Francia, se encuentra un curioso contenedor acristalado junto al sendero que tomamos para llegar a las colmenas. Se trata de una máquina expendedora, instalada en 2019 por los propietarios de la explotación apícola. “Como al principio solo éramos dos, no podíamos abrir la tienda con un horario regular. Así que pensamos en instalar este distribuidor para permitir a los que pasan por aquí, o a los excursionistas dominicales comprar su tarro de miel”, relata Flavien Durant, de 31 años, cogerente de la empresa desde 2017 junto a Patrick Giraud. El distribuidor les permite ampliar un poco su clientela e intentar rentabilizar una profesión cada vez más precaria.

Aunque Flavien y Patrick producen una media de 8 toneladas de miel al año, en 2021 solo recolectaron 300 kilos. De las 400 colmenas que tenían al finalizar el invierno, la mayoría no produjo miel. Este año, la mayoría de los apicultores han experimentado la misma suerte. Las previsiones para 2021 fueron de unas 7.000 a 9.000 toneladas de miel recolectada, según la Unión Nacional de Apicultura Francesa (UNAF). En 2020, la producción giró en torno a las 19.000 toneladas.

Esta disminución se debe a condiciones climáticas muy desfavorables. El invierno fue particularmente templado, pero fue seguido por períodos de heladas, frío y lluvia durante toda la primavera hasta el verano.

A principios de junio, Flavien aún no había recogido un solo kilo de miel. Más grave aún, tiene que aportar alimento a sus abejas, que ya han consumido toda la miel de reserva en su colmena. “Es un año en blanco, un año tan malo como no habíamos visto nunca antes”.

Ante esta situación, decidió buscar un trabajo complementario. Actualmente empleado en el sector de la construcción, Flavien espera volver a cuidar de sus abejas en primavera. “Como gerente, es más fácil para mí dejar y entrar de nuevo a la explotación [apícola], lo que me permite preservar a nuestros dos empleados, a quienes realmente queremos conservar”.

El departamento francés del Territorio de Belfort está estudiando actualmente la posibilidad de declarar el estado de “calamidad apícola”, lo que permitiría recibir ayudas. Por el momento, Flavien y su socio han recibido 4.000 euros en concepto de ayudas por heladas de la misma autoridad local. “Para nosotros, los productores que vivimos de nuestra producción, cuando no producimos, la solución es vivir de las reservas. Pero cuando acabas de establecerte, tienes muy pocas reservas”, comenta Flavien.

Laboratorio de un desastre ecológico

Esta situación crítica que viven los apicultores franceses, pero que también se observa en otras partes de Europa, refleja una tendencia más amplia. La producción de miel y la supervivencia de las abejas se han deteriorado en las últimas décadas. La tasa de mortalidad de las abejas melíferas ronda actualmente el 30%. En 1995 era del 5%, según la UNAF. Sin embargo, las abejas contribuyen con aproximadamente 22.000 millones de euros a la industria agrícola europea cada año.

Esta cifra no se debe a la miel que producen, sino a la polinización que ofrecen a los cultivos. Los científicos estiman que uno de cada tres bocados que ingerimos depende de los polinizadores.

Sin embargo, el cambio climático no es el único factor de este colapso. La enorme cantidad de plaguicidas utilizados desde la década de los años 1990 también ha tenido su parte. Numerosos estudios han demostrado la toxicidad de estas sustancias, por ejemplo, el realizado por la Universidad de Maryland en 2016, que también destaca la peligrosidad del efecto cóctel de los plaguicidas.

Sébastien Guillier sabe algo al respecto. En 2008, perdió la mayoría de sus colonias, probablemente debido al envenenamiento. Hasta entonces, había sido apicultor profesional durante diez años en el departamento francés de Alto Saona.

“En el otoño de 2007, las abejas tenían sed. En los alrededores se habían aplicado tratamientos contra la araña roja en los cultivos de trigo, las abejas bebieron agua en los charcos como suelen hacerlo. La dosis debe haber sido demasiado alta”, recuerda el apicultor.

Existe una categoría de insecticidas en particular cuyo peligro para las abejas quedó rápidamente demostrado: los neonicotinoides. En 2018, la Unión Europea prohibió el uso de tres de ellos. Sin embargo, hoy día, al igual que con otras sustancias prohibidas, los agricultores pueden beneficiarse de autorizaciones de emergencia para utilizar estos productos en determinados cultivos. Los Estados miembros de la Unión Europea tienen la posibilidad de conceder autorizaciones de emergencia por un periodo de 120 días “si existe un riesgo que no pueda ser controlado con otras medidas”, según la Directiva europea que regula estas medidas excepcionales. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha contabilizado 17 permisos desde 2020, que se aplican a cultivos de remolacha azucarera. Pero entre 2018 y 2020, el proyecto periodístico Unearthed de Greenpeace contó al menos 67 permisos de emergencia en los Estados miembros.

Tras sus pérdidas en 2008, Sébastien quiso plantear el problema en el parlamento francés y en los medios de comunicación. Sin mucho éxito: recibió una indemnización pública de 45 euros por colmena. No obstante, la creación de una nueva colonia costaría alrededor de 150 euros, según Sébastien Guillier. Por su parte, también tuvo que encontrar un segundo empleo: es controlador lechero y conserva un centenar de colmenas en el Alto Saona.

En Francia, entre los 70.000 apicultores, solo el 3% eran profesionales en 2019. Los demás son aficionados (92%) o ejercen varias actividades al mismo tiempo (5%). Si el número de apicultores está aumentando en casi todos los lugares de Europa, el modelo sigue siendo el mismo que en Francia: son principalmente “aficionados”. Los apicultores europeos tienen una media de 21 colmenas.

Competencia insostenible

Otro factor de estrés para los apicultores es la competencia de miel más barata procedente del extranjero. Los precios en los supermercados son demasiado bajos para que los apicultores locales puedan ganarse la vida, especialmente aquellos que producen a pequeña escala.

Los productores que mantienen precios muy bajos provienen de Europa oriental, por ejemplo, de Ucrania, pero gran parte también de China. En 2020, un kilo de miel china importada costó a los revendedores una media de 1,40 euros. Los apicultores europeos no pueden competir de ninguna manera con este orden de precios. Su costo medio de producción asciende a 3,90 euros el kilo, según la federación de agricultores Copa-Cogeca. De hecho, el 40% de la miel presente en el mercado europeo es importada.

“Decidí no tratar de competir con estos precios bajos, sino más bien vender mi miel a un precio más sostenible”, señala el apicultor Moritz Seidler, de Berlín.

En ningún caso puede vender su miel por debajo de 14 euros el kilo a empresas, y unos 20 euros a particulares. A su juicio, se trata de predicar con el ejemplo. “No vivo de mis ventas de miel, pero no quiero bajar mis precios por respeto a los apicultores profesionales”, afirma, levantando delicadamente la tapa de una colmena instalada en un rincón de su pequeño jardín en las afueras de la ciudad. Aquí, sus abejas encuentran condiciones ideales: disfrutan de plantas melíferas durante todo el año y casi no encuentran plaguicidas. El apicultor de 32 años posee 20 colmenas, y este año llegó a recolectar unos 750 kilos de miel.

Al igual que en Francia, la mayoría de los apicultores alemanes trabajan según esta pauta: poseen menos de 50 colmenas y no dependen de estos ingresos apícolas. El problema, según Seidler, es la falta de reconocimiento a la profesión. “A los apicultores solo se les paga por la miel, y no por el servicio real que prestan las abejas al polinizar los cultivos, salvo raras excepciones, cuando celebran acuerdos con los agricultores”, lamenta Moritz. A su juicio, la miel debe ser apreciada por el servicio prestado a la biodiversidad, no solo por su sabor dulce.

Reconoce, sin embargo, que la situación está evolucionando en la dirección correcta. “Cuando empecé, era, con diferencia, el más joven de la asociación de apicultores. El más joven después de mí debía rondar los cincuenta años. Yo tenía 13”. El contexto ha cambiado. Además, cada vez hay más personas que se apasionan por las abejas, como lo demuestra el número creciente de apicultores aficionados.

Innovar para mantener la profesión

En el norte de España, en Galicia, los profesionales experimentan preocupaciones similares. Al igual que Moritz, Félix Javier González confía en la alta calidad de su miel y de sus prácticas sostenibles para vencer a la competencia. Biólogo de formación, González tuvo dificultades para encontrar un contrato fijo en el laboratorio para continuar su investigación sobre invertebrados. Un día, un amigo lo invitó a visitar sus colmenas. “Me encantó y vi la posibilidad de aprovechar mis competencias”.

Sus avanzados conocimientos sobre los insectos contribuyeron a su éxito. Desde que compró sus primeras colmenas en 2015, ha aprendido la mejor manera de cuidarlas y producir miel de calidad. Sus abejas permanecen todo el año en el mismo lugar, la mayoría de ellas en las montañas, rodeadas de flores silvestres. Su miel cumple con las normas de alimento orgánico. “Quería asegurarme de que la miel no contenía rastros de plaguicidas. Pero, por supuesto, también es una estrategia de venta. Me dirijo a clientes que consumen productos orgánicos y quieren buena calidad”, explica.

El marketing también juega un papel importante. Para transmitir la imagen de pureza de su miel, la llamó Salvaxe, o “salvaje” en gallego, la lengua hablada en la región donde produce su miel.

“Hay poca intervención en las colmenas. No se las estimula, casi no se aplica ningún tratamiento. Simplemente se colocan las colmenas y se las mantiene vigiladas. Es casi como una miel silvestre”, afirma González.

También apuesta por la innovación. Su catálogo está hecho principalmente de mieles tradicionales, pero está constantemente probando productos novedosos para atraer nuevos clientes. Su mezcla miel-chocolate es la que ha conseguido mayor éxito. Una alternativa más saludable a la clásica pasta de chocolate. “No me puedo quejar, vendo todo lo que produzco. Y podría producir más”, admite. Este joven apicultor tiene 300 colmenas, y produce una media de 4 toneladas de miel cada año.

El camino no siempre ha sido fácil. En los primeros tres años, los gastos fueron superiores a los ingresos. Hoy día, incluso si la apicultura es una actividad más estable que el ejercicio de la investigación científica, no es una panacea. “No es realmente rentable, pero puede ser sostenible”, explica. Su miel se vende por entre 10 y 12 euros el kilo.

Un sector lleno de retos

Al igual que los apicultores de todo el continente, su mayor enemigo es la imprevisibilidad climática de las estaciones. Sin embargo, también teme el creciente número de apicultores aficionados, ya que pueden permitirse vender la miel por debajo de los precios de mercado.

Por último, el cambio climático está empujando a los apicultores profesionales trashumantes, comunes en el sur de España, a desplazarse hacia el norte, creando una competencia para las abejas de González. La trashumancia apícola está muy extendida en Europa, especialmente en el sur, y con razón, ya que permite a las abejas alimentarse lo más posible accediendo a los recursos disponibles desde la primavera hasta el otoño. Sin embargo, no es la forma de vida más cómoda para ellas, ya que los desplazamientos las estresan. Para muchos profesionales, sin embargo, esta es la única manera de aportar suficiente alimento a las abejas.

This article has been translated from French by Patricia de la Cruz