En los campos de refugiados del Líbano, las mujeres desafían los roles tradicionales convirtiéndose en lideresas de la comunidad

En los campos de refugiados del Líbano, las mujeres desafían los roles tradicionales convirtiéndose en lideresas de la comunidad

Hind Al-Ahamad, a shawish or governor of three refugee camps, overseeing the distribution of water.

(Ethel Bonet)

Hind Al Ahamad es una mujer que rebosa energía e iniciativa. Ha puesto a los niños y niñas del campamento a barrer y recoger los desperdicios a la entrada de las tiendas de campaña y, mientras sigue pendiente de que se cumpla esta tarea, ordena y cuenta las bolsas de pan que inmediatamente distribuirá a cada familia de refugiados, al mismo tiempo discute por teléfono con la compañía del agua porque aún no ha llegado el camión cisterna.

Hind es una de las primeras mujeres shawish, como se denomina a quienes dirigen los campos de refugiados en el Líbano. Se trata de una figura tradicionalmente masculina. No obstante, dada la profunda crisis económica que sufre el país receptor, las dinámicas en los asentamientos están cambiando, y un mayor número de mujeres refugiadas están asumiendo puestos de responsabilidad y liderazgo en sus comunidades.

Para Hind llegar a donde está no le ha sido fácil. Hasta 2018 no había ninguna mujer líder en los campamentos del valle de la Bekaa, al este del Líbano, donde se concentran la mayoría de refugiados, y esto le generaba mucha presión. Primero debía conseguir la aprobación y el apoyo de su esposo, que trabaja en el continente africano (dada la falta de oportunidades en Líbano); después, lograr el respeto de la comunidad refugiada, que tiene una estructura tribal, es decir de pertenencia a la familia y sumisión al líder, siendo éste siempre un hombre. “Cómo mi marido está fuera, mi hijo mayor es quien tiene que dar la aprobación”, elabora Hind. “Cuando vieron [mi familia] que la comunidad estaba contenta conmigo, que me respetaba, y que me gustaba hacer mi trabajo, me apoyaron”, afirma.

“La gente me quiere porque soy honesta y porque me gusta escuchar a la comunidad”, señala Hind, en referencia a que el shawish es visto como una persona autoritaria que es temida por la comunidad. Y que tiene poder decisorio: permite o deniega la entrada de refugiados en un campamento, contrata jornaleros y los paga, y suele tratar a las mujeres con desigualdad.

Hind, por su parte, se preocupa por que las mujeres que trabajan en el campo reciban su paga. Controla las distribuciones de comida y ropa para asegurarse de que la ayuda humanitaria llega a todas las familias por igual, y se asegura de mantener limpio el campamento. Esta lideresa comenzó dirigiendo su campamento, al que ha que ha rebautizado con el nombre de “Jazmín” y lo ha llenado de estas flores para recordar el olor de su jardín en Damasco. Hace unos años fue elegida lideresa de otros dos campamentos vecinos.

Los frenos a los hombres refugiados… abren las puertas a las mujeres refugiadas

Hay que entender primero que la siria es una sociedad patriarcal donde las mujeres, especialmente en el ámbito rural, tienen un papel circunscrito al hogar. “Está socialmente mal visto que la mujer trabaje, ya que esto significa que el hombre no es capaz de cumplir con sus obligaciones como cabeza de familia”, explica Lynn Kseibi, experta siria en temas de desarrollo y género.

En el Líbano se han dado una serie de factores económicos y sociales que han hecho cambiar las percepciones dentro de las comunidades refugiadas, y es que este país es menos conservador, y aquí conviven 18 credos. Por otra parte, el núcleo familiar se ha roto por los desplazamientos forzosos debido a la guerra en Siria, por lo que las mujeres se sienten más libres ya que no tienen el peso de toda la familia, comenta Kseibi.

En muchos casos, las mujeres han llegado al Líbano sin sus maridos –desaparecidos– o son viudas. “Estas circunstancias hacen que ellas se conviertan en cabezas de familia y hayan tenido que salir del ámbito del hogar para trabajar”, añade la experta. Otro factor decisivo ha llegado con las restricciones de movilidad a los refugiados sirios.

En 2015, el gobierno libanés puso fin a su política de puertas abiertas a los sirios al introducir regulaciones de entrada y pautas restrictivas para obtener los permisos de residencia. Estas medidas buscaban disuadir a los refugiados sirios de permanecer en el Líbano. La nueva normativa para los permisos de residencia dividió a los refugiados entre los registrados en ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y los que no lo están, exigiendo a estos últimos tener un patrocinador libanés para permanecer legalmente en el país. Ambos grupos tienen que pagar 200 dólares (178 euros) en cuotas anuales para la renovación de sus permisos de residencia. La incapacidad de los refugiados de hacer frente a la cuota para el permiso de residencia ha obligado al 80% de los sirios a dejar de estar registrados legalmente o, lo que es lo mismo, solo el 20% de los refugiados sirios mayores de 15 años tenían su residencia legal en 2020 y el 89% sobrevive ahora con menos del equivalente a 25 dólares (22 euros) por mes, según ACNUR.

Los refugiados hombres son vistos en el Líbano como “una amenaza” para la sociedad libanesa, mientras que las mujeres son vistas como “vulnerables”, explica Kseibi. Esto ha propiciado que las mujeres busquen actividades remuneradas para generar ingresos fuera del hogar, ya que “estaría mal visto que la policía o el ejército detuviese a una mujer refugiada que se encuentra en el país ilegalmente”, insiste Kseibi.

Todas estas circunstancias han llevado a la mujer siria refugiada en el Líbano a tener un papel tanto en la vida pública como en la privada que antes no tenía en Siria. “Este empoderamiento colectivo tendrá enormes consecuencias para la sociedad siria en los próximos años, tanto en términos de impacto en la economía local como en términos de cambios en las normas sociales y los roles de género”, vaticina Kseibi.

Según un informe publicado en ReliefWeb, la mayoría de las mujeres refugiadas encuestadas (el 83 %) sienten que ahora tienen un papel más importante dentro de sus hogares y en la sociedad, y que existe cierta aceptación del liderazgo y la participación de las mujeres en la vida pública.

De hecho, Hind no hace todo el trabajo ella sola. En los campamentos, las mujeres han constituido comités para un mejor funcionamiento de la comunidad. Todo esto no hubiera sido posible sin el papel de las ONG que trabajan en los campamentos para capacitar a las mujeres refugiadas. Pero, como explica Omar Abdala, coordinador general de la ONG local SAWA, “son ellas las que presentan sus proyectos, quieren aprender y tienen mucha iniciativa. Nosotros solo les apoyamos”.

Esta ONG ayuda a financiar con microcréditos pequeños negocios liderados por mujeres dentro de los campamentos. Entre otros, han financiado una panadería que empleó a mujeres refugiadas para que fuesen ellas mismas las que horneasen el pan para su comunidad, y ser así menos dependientes de la ayuda humanitaria.

Sin embargo, debido a la fuerte crisis económica y la alta inflación, la ONG ya no dispone de fondos para poder seguir comprando harina, que desde 2019 ha subido cerca del 18%, ni darles una paga equivalente al valor actual de la libra libanesa, que ha perdido más del 80% de su valor. “Tuvimos que cerrar a finales del año pasado el horno con el que subsistían más de 4.000 familias”, lamenta.

Empoderar a las niñas, “ellas son el futuro de Siria”

Abdala destaca que desde 2018 se han hecho muchos avances para empoderar a las mujeres refugiadas, pero si no se sale “de esta profunda crisis se corre el riesgo de volver al punto de partida”.

Las mujeres representan el 52,5% del total de la población siria refugiada, pero, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), solo el 7% era parte de la fuerza laboral refugiada antes de 2017. En cambio, en el periodo de 2020 y 2021 entre el 19 y 17% de las mujeres sirias se habían convertido en cabezas de familia.

Las mujeres refugiadas, señala Abdala, han descubierto “a través de su trabajo de lo que son capaces, que pueden criar a sus hijos y sacarlos adelante. La experiencia de confrontar la vulnerabilidad extrema y aun así salir adelante es una herramienta de empoderamiento y de resiliencia en sí”, destaca.

Ahora más mujeres refugiadas se cuestionan sobre el impacto negativo del matrimonio infantil, de cómo afecta a la educación y la independencia de las menores.

“Cuando las niñas no van a la escuela, están expuestas a matrimonios precoces que comprometen su desarrollo. También creo que el matrimonio precoz pone a las niñas en riesgo de violencia doméstica. No estaba acostumbrada a verlo de esta manera, pero ahora tengo una perspectiva diferente”, asegura Maha Al Doud, que es shawish en otro campamento, en Bar Elias (Valle de la Bekaa). Como la mayoría de sus compañeras, Maha ha crecido en un ambiente patriarcal pero las circunstancias le han llevado a ser cabeza de familia desde que su marido desapareció en 2011.

“Pertenezco a una generación de mujeres que no ha podido estudiar. En el Líbano las niñas refugiadas tienen la oportunidad de ir a la escuela, pero cuando empezó la pandemia cerraron los colegios”, indica. A Maha le preocupa que con la crisis económica que afronta el Líbano, más niños y niñas dejen definitivamente la escuela y se repitan los mismos modelos patriarcales. De hecho, del total de los 522.000 niños y adolescentes refugiados sirios registrados en edad escolar en el curso 2020-2021, el 30% de los menores (de 6 a 17 años) no ha ido nunca a la escuela, y sólo el 11% de jóvenes (de 15 a 24 años) se han matriculado en secundarias y la Universidad.

Para intentar romper el círculo vicioso de pobreza y organización marcadamente patriarcal, Maha anima a las mujeres del campamento a que aprendan a leer y escribir, atendiendo a sesiones con una maestra voluntaria que ella misma ha buscado. “Saber leer y escribir es un arma de poder para las mujeres. Somos nosotras las que tenemos que empoderar a nuestras hijas porque ellas son el futuro de Siria”, exclama.

This article has been translated from Spanish.