En los mataderos de la República Democrática del Congo no solo se sacrifican animales

En los mataderos de la República Democrática del Congo no solo se sacrifican animales

Una vez sacrificadas, los cadáveres de las vacas se exhiben a la entrada del matadero, donde son vendidos a minoristas que, a su vez, los distribuyen a los consumidores de la ciudad.

(Moïse Makangara)

En el suelo de este antiguo edificio de la época colonial se amontonan las vísceras de las vacas sacrificadas, mezcladas con una gran cantidad de sangre coagulada. Nada más entrar en el edificio, el ruido de los cuchillos y el bramido de las vacas impactan a los visitantes. En este matadero situado en el distrito de Ndendere se sacrifican la mayoría de las vacas cuya carne es consumida por los habitantes de Bukavu, una ciudad situada al este de la República Democrática del Congo (RDC). Los que se encuentran cerca de la vaca antes de su muerte terminan cubiertos de sangre. Las incesantes patadas que el animal da en su lucha entre la vida y la muerte no sirven de nada frente al cuchillo que se le ha introducido en medio de la cabeza.

El matadero público “Ruzizi 2” está situado a orillas del río Ruzizi, frontera natural entre la RDC y Rwanda, y es el mayor matadero de la provincia de Kivu del Sur. Allí creció Mugisho Biringanine, un carnicero de 28 años que vive a las afueras de Bukavu.

Con el traje ensangrentado y cuchillo en mano, Mugisho espera su turno. Desde la mañana no ha sacrificado ni una sola vaca, algo poco habitual para este joven que lleva 15 años acudiendo al matadero. “Espero que antes de que finalice la jornada tenga algo con lo que alimentar a mis hijos hoy”, señala con preocupación. Cuando tenía apenas 13 años, su madre, vendedora de carne, le inició en el oficio. Dos años después Mugisho dejó de estudiar y se dedicó por completo a su trabajo de carnicero. No tiene contrato de trabajo, sino que cobra por faena. “Este trabajo me permite vivir. Si mato una vaca y la despellejo, el jefe me regala un trozo de carne y me da 10 dólares USD”, explica este padre de cinco hijos. Anteriormente esos ingresos le permitían alimentar a su familia y financiar la educación de sus hijos.

Un sindicato sin medios

Al igual que Mugisho, un centenar de carniceros conseguían ganarse la vida con este trabajo, pero desde que el Gobierno congoleño autorizó la importación de carne producida en Ruanda, Mugisho y sus colegas están atravesando momentos difíciles.

“Antes los ruandeses nos suministraban vacas. Nosotros nos ocupábamos de sacrificarlas y abastecíamos de carne a las familias de la ciudad. Pero hace algunos años nos dimos cuenta de que los ruandeses habían empezado también a vender carne proveniente de su país, lo que está afectando a nuestras actividades. Más del 80% de los carniceros han cesado su actividad”, explica Dunia Mukubaganyi, vicepresidente de la asociación de carniceros del matadero público “Ruzizi 2”.

Desde entonces, el sindicato del cual él es uno de los dirigentes se ha quedado sin miembros. “Nuestra asociación contaba con más de 100 miembros, pero ahora solo quedan unos 15. Todos los demás han dejado de trabajar, puesto que la competencia desleal ha destruido su negocio”, señala. En tanto que pequeños comerciantes, los miembros del sindicato pagan anualmente la patente, un impuesto que todos los comerciantes que no pueden inscribirse en el registro mercantil abonan al Estado.

La organización, creada hace más de 10 años, aboga por los carniceros. Pese a las múltiples cartas dirigidas a las autoridades del sector, su lucha contra la competencia de los carniceros extranjeros, que no pagan el impuesto de sacrificio y pueden ofrecer precios más bajos, no ha dado ningún resultado. “Las autoridades nos han abandonado. Pagamos impuestos, pero no estamos protegidos. Todos nuestros miembros se están volviendo pobres”, denuncia Mukubaganyi. Faltan recursos para poner en marcha iniciativas que permitan proteger a los carniceros.

“Al principio aportábamos 0,5 dólares semanales a nuestro fondo. Cuando algún miembro enfermaba o tenía problemas, nuestro sindicato le ayudaba a pagar la factura o a afrontar otros gastos”, recuerda Mugisho.

“La competencia ha destruido nuestro sindicato. Las autoridades se han dejado corromper por los empresarios extranjeros. Eso supone una amenaza incluso para el Estado, porque los importadores no pagan el impuesto de sacrificio. Además es imposible proteger a los consumidores, puesto que las condiciones de sacrificio en el extranjero no están controladas”, lamenta Dunia Mukubaganyi. Para evitar la quiebra colectiva, el sindicato pide a sus afiliados solidaridad. “Si algunos solían sacrificar dos vacas, les pedimos que reduzcan la cantidad para que todos podamos ganar algo de dinero”.

Creado en 1958, este matadero fue originalmente un proyecto de la Compagnie d’élevage et d’alimentation du Katanga (ELAKAT), una empresa de cría y alimentación, y contaba con equipos modernos para el sacrificio, un laboratorio dotado de tecnología punta, cámaras frigoríficas, etc. En aquella época, la estructura, que era una iniciativa privada, estaba organizada de otra forma: los animales sacrificados procedían de Katanga, al sureste del país. “Todo eso ya es historia. A día de hoy no tenemos laboratorio ni instrumentos para realizar exámenes que garanticen que la vaca sacrificada no esté enferma”, explica Justin Cibalinda, veterinario y subdirector del matadero, sitio que se hizo público en 1971, tras la independencia de la RDC –momento en que se nacionalizaron muchos sectores de la economía–.

“Nosotros observamos únicamente los síntomas antes del sacrificio y después del mismo. Si tras el examen no constatamos ninguna lesión, concluimos que la carne es apta para el consumo. Aquí no disponemos siquiera de un microscopio”, lamenta Cibalinda.

Estas condiciones de trabajo ponen en peligro la salud de los consumidores, al exponerles a enfermedades e intoxicaciones que pueden ser mortales para aquellos de salud frágil. “La calidad de la carne que se consume en la ciudad de Bukavu es precaria y expone a los consumidores, así como al rebaño de esta región, a una serie de riesgos sanitarios”, señala un estudio realizado por investigadores de la universidad local, titulado Evaluación de los riesgos sanitarios asociados a los bovinos sacrificados en el matadero público de Bukavu.

Según el estudio, que se basó en el análisis de al menos unas 800 vacas en 2012, más del 22% de los animales fueron sacrificados durante la gestación, lo que dio lugar no solo a una carne no apta para el consumo, sino también a una violación de la ética y el bienestar animal.

Expuestas a parásitos, como moscas y garrapatas, las vacas estudiadas eran portadoras de microbios, entre los que predominaban los estróngilos y las tenias. Diez años más tarde, nada ha cambiado en el matadero.

El presidente de la Ligue des consommateurs des services au Congo-Kinshasa (LICOSKI), una asociación que defiende los intereses de los consumidores en la RDC, también expresa su preocupación: “Las vacas se sacrifican en el suelo, lo cual expone la carne a riesgos de infección. Hemos sido testigos de casos en los que se han sacrificado vacas que eran portadoras de enfermedades. Debido a la falta de cámaras frigoríficas, la carne se conserva mal, lo que provoca intoxicación alimentaria”, explica Janvier Makombe.

Según él, varios consumidores de carne vendida en el mercado local han tenido síntomas de intoxicación tras su consumo. “Una persona desarrolló graves lesiones en la piel después de comer carne mal conservada. Todos los días vemos que se vende carne no apta en el mercado. Algunas carnes llegan al mercado habiendo cambiado ya de color”, afirma.

Además de los consumidores, los carniceros están constantemente en peligro en este matadero. Al carecer de equipos de protección en el trabajo, se exponen a sufrir accidentes, a raíz, entre otras cosas, de las patadas de las vacas, que pueden provocar lesiones graves e incluso discapacidad. Además de las patadas, la vaca puede herir al carnicero con los cuernos en un intento de protegerse. Por último, tocar a las vacas sin protección los expone a diversos tipos de enfermedades e infecciones de las que son portadores los animales.

Deficiencia de los servicios estatales

En cualquier caso, el negocio no desaparece. Cada día se sacrifican en este lugar cerca de 25 vacas. “La carne se considera un alimento básico. El consumo de carne está aumentando cada día en la ciudad”, explica Justin Cibalinda, el subdirector. A falta de un estudio al respecto, resulta imposible determinar la cantidad que se consume a diario. Sin embargo, una cosa es cierta: en Bukavu se vende regularmente un número considerable de vacas. Cada día, más de 100 vacas cruzan la frontera congoleña. Mientras que algunas son sacrificadas in situ, otras son transportadas a localidades situadas a veces a unos 100 kilómetros de la ciudad.

Mientras que antes la carne que se consumía en Bukavu procedía de Katanga y de pueblos de Kivu del Sur, ahora procede de otros países africanos. “Los intermediarios compran vacas en países como Etiopía, Sudán, Uganda y, a veces, Senegal y vienen a vendérnoslas aquí”, explica Cibalinda. Según este antiguo granjero, la violencia bélica en las aldeas congoleñas ha empobrecido a los ganaderos locales, que ahora no pueden abastecer de vacas a la ciudad como antes.

Los servicios estatales, que disponen de escasos recursos, no pueden controlar la calidad de la carne que se consume en la ciudad.

La Oficina Congolesa de Control, institución encargada de controlar la cantidad de los productos vendidos en el mercado, no tiene oficina aquí. Para llegar a fin de mes, los funcionarios se ven obligados a recurrir a la caridad de los carniceros. “La mayoría de los funcionarios no reciben un sueldo. Si un carnicero es generoso, nos da algo de dinero o un trozo de carne después del control. Vivimos gracias a eso. Ni siquiera tenemos batas de veterinario”, se lamenta el subdirector del matadero público, que es funcionario.

Sin embargo, no pierde la esperanza. “Espero que algún día tengamos un laboratorio y cámaras frigoríficas para proporcionar un mejor servicio a los consumidores. Espero que se me escuche y que pueda disponer de los medios necesarios para realizar de forma adecuada mis actividades”, concluye.

Este artículo ha sido traducido del francés por Guiomar Pérez-Rendón