En primera línea del conflicto bélico, las mujeres de Yemen construyen la paz

En el tercer año de guerra, Muna Luqman oyó hablar de un conflicto provocado por la escasez de agua en Al Haymatain, una zona remota de la provincia yemení de Taiz, famosa por los enfrentamientos por este recurso. Dos comunidades habían tomado las armas y se amenazan entre ellas, pero aún no habían empezado a luchar entre sí. Luqman, una activista en pro de la paz y fundadora de Food4Humanity, una organización de la sociedad civil dirigida por mujeres que ofrece socorro de emergencia, formación y programas de medios de subsistencia, envió un equipo de ingenieros para estudiar las posibles soluciones.

A continuación, promovió un proceso de mediación entre 16 representantes comunitarios, que firmaron un acuerdo de paz local y formaron un consejo para prevenir futuros conflictos por el agua. Gracias a los fondos recaudados completamente por mujeres de la diáspora yemení, Food4Humanity reparó la estación de agua local, que ahora provee de agua potable a más de 10.000 personas. A finales de marzo, Luqman medió en otro conflicto relativo al agua en la provincia de Taiz. Según ella, la situación era exactamente la misma. “Demuestra cómo las iniciativas locales, si se unen, pueden tener un gran impacto, especialmente cuando están dirigidas por mujeres”.

Hace 20 años, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 1325, en la que se reconocía el importante papel que desempeñan las mujeres en la consecución de la paz y la seguridad. Sin embargo, en lo que se refiere a Yemen, las Naciones Unidas no han logrado garantizar el papel que deben desempeñar las mujeres en la configuración del futuro de su país. A pesar de la labor crucial de consolidación de la paz que realizan las mujeres en primera línea de la guerra, sus esfuerzos han sido ignorados y no han sido adecuadamente respaldados; además, las mujeres se han visto excluidas de negociaciones de paz decisivas.

El conflicto en Yemen estalló tras una transición política fallida, cuando los hutíes abandonaron un proceso de diálogo nacional en 2014, tomaron la capital, Saná, y derrocaron al nuevo dirigente, Abdo Rabu Mansur Hadi, en el mes de enero siguiente. El Gobierno de Yemen, exiliado en la ciudad portuaria de Adén, pidió a sus aliados, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, que lanzaran una campaña aérea y terrestre para expulsar a los hutíes, lo cual exacerbó el conflicto.

El enfrentamiento entre los rebeldes hutíes y la coalición a favor del Gobierno liderada por Arabia Saudí, y armada y apoyada por Estados Unidos, Reino Unido y Francia, no ha cesado desde entonces.

La guerra, que empezó hace más de cinco años, se ha cobrado la vida de al menos 112.000 personas, ha desplazado a más de 3,8 millones de personas (tres cuartos de las cuales son mujeres y niños), ha hecho que el 8% de la población dependa de asistencia humanitaria y ha llevado a la mitad del país al borde de la inanición, en lo que se considera la peor crisis humanitaria, de sello humano, del mundo.

Las infraestructuras médicas, hidráulicas y de saneamiento han sido un blanco constante durante la guerra y los expertos en derechos humanos de las Naciones Unidas creen que todas las partes del conflicto han cometido crímenes de guerra. Solo la mitad de los establecimientos de salud de Yemen sigue en funcionamiento actualmente, mientras que 17,8 millones de personas carecen de acceso a agua potable para beber y saneamiento, condiciones que han propiciado el brote de cólera de mayor escala y propagación más rápida de la historia moderna.

Yemen ha confirmado recientemente su primer caso de COVID-19 y las organizaciones humanitarias han advertido que el sistema sanitario del país, que se ha visto diezmado, no podrá hacer frente a la pandemia y las consecuencias serán catastróficas. “En Yemen no podemos recomendar a la gente que se lave las manos con agua y jabón porque no hay ni suficiente jabón ni un acceso adecuado al agua”, tuiteó Luqman.

Dos semanas después de que el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, hiciera un llamamiento mundial en favor del alto el fuego para frenar el avance de la pandemia, la coalición liderada por Arabia Saudí declaró un alto el fuego unilateral de dos semanas a partir del 9 de abril en un intento por prevenir la propagación de la COVID-19. Las Naciones Unidas han pedido al Gobierno yemení y a los hutíes que cesen inmediatamente las hostilidades, pero no está claro si estos últimos observarán la tregua.

La doble carga de la escasez de agua y la guerra

Desde el inicio de la guerra, la violencia de género ha aumentado en un 63%, mientras que las familias que se ven sumidas en la pobreza recurren cada vez más al matrimonio infantil como estrategia de subsistencia ante las dificultades económicas. Un estudio elaborado por el UNICEF reveló que dos tercios de las niñas se casan antes de los 18 años. La violencia de género es solo una de las formas en la que las mujeres se ven desproporcionadamente afectadas por el conflicto, lo cual intensifica los patrones preexistentes de discriminación; las mujeres también están más afectadas por la inseguridad alimentaria, el estrés, el declive de los servicios de salud, las malas condiciones de saneamiento e higiene, así como un acceso limitado al agua.

Los roles y responsabilidades tradicionales de género en torno al agua, en particular, representan amenazas adicionales para la salud y la seguridad físicas de mujeres y niñas en Yemen.

Sus necesidades e interacciones también son diferentes, según explica Leonie Nimmo, coordinadora de proyectos e investigadora asociada del observatorio de conflicto y medioambiente Conflict and Environment Observatory, con sede en el Reino Unido, que ha estudiado el impacto del conflicto en los recursos hídricos en Yemen.

Las mujeres y las niñas se encargan de recoger agua, a menudo de fuentes distantes, lo que las expone a un mayor riesgo de violencia y lesiones. Las mujeres y las niñas son las que necesitan más agua potable y saneamiento. Además, las mujeres corren un mayor riesgo de fallecer como consecuencia de enfermedades durante el embarazo, la lactancia o en caso de malnutrición, o por su función de cuidadoras. Por consiguiente, según Nimmo, es esencial que en las intervenciones relacionadas con el agua se integre el impacto en función del sexo y se tenga en cuenta la situación sobre el terreno; además, es fundamental ser consciente de las normas sociales, ya que “de lo contrario, no serán eficaces ni funcionarán”.

El acceso al agua potable es fundamental para reducir la pobreza, romper el ciclo de la violencia y mejorar la salud y el bienestar de las mujeres y niñas yemeníes. Más aún cuando se prevé que el cambio climático seguirá aumentando la presión en los recursos hídricos de Yemen y se ha descubierto que la degradación ambiental conduce a o agrava la violencia de género.

Al frente de la consolidación de la paz

Según Rasha Jarhum, fundadora y directora de Peace Track Initiative, una organización con sede en Canadá cuyo objetivo es la localización y feminización de los procesos de paz en Oriente Medio y África septentrional, en particular en Yemen, las mujeres yemeníes se han puesto al frente de la consolidación de la paz en las comunidades, sin dejarse intimidar por los retos desproporcionados a los que se enfrentan.

Las mujeres han negociado el cese del fuego, han abierto corredores humanitarios, han suministrado ayuda y han mediado en conflictos sobre tierras y recursos hídricos, entre otros. Por otra parte, su labor en el terreno infunde confianza y permite conocer las necesidades de las comunidades, cuya comprensión es indispensable para la consolidación de la paz. Para Luqman, las mujeres están más interesadas en compartir la responsabilidad, mientras que las partes en conflicto en las que predominan los hombres se centran solamente en el reparto de poderes.

Luqman dice que en Yemen, uno de los países del mundo con mayor escasez de agua, siempre ha habido conflictos por este recurso; se calcula que unas 2.500 personas fallecen cada año como consecuencia de conflictos relacionados con el agua en el país.

Sin embargo, gracias a su experiencia como mediadora en el conflicto de Taiz se dio cuenta de que el agua no tiene por qué ser solamente una causa de conflicto –también puede ser una oportunidad para consolidar la paz– y Food4Humanity puso en marcha Water4Peace, una iniciativa que empodera a las mujeres y los jóvenes para sacar a sus comunidades del conflicto y la pobreza mediante el suministro de agua potable a la que puedan acceder fácilmente, programas de sensibilización y proyectos generadores de ingresos. “A través del agua, les damos un incentivo para la paz en lugar de la violencia”, dice.

Nimmo coincide en que el agua es fundamental para consolidar la paz. “Cualquier proceso de paz que no aborde el problema del agua no será sostenible ni justo”.

Sin embargo, las mujeres yemeníes se enfrentan a numerosas amenazas en el desempeño de su labor, incluidas agresiones físicas, detención arbitraria, violencia de género y sexual, confesiones forzadas, tortura y difamación. “La situación actual en materia de derechos humanos de la mujer es la peor que hemos vivido en Yemen”, dice Jarhum.

No habrá paz sin participación de las mujeres

Un creciente número de investigaciones muestra que la participación de las mujeres en los procesos de paz da lugar a mejores resultados: es más probable que las partes alcancen y ejecuten un acuerdo y que la paz sea más duradera, ya que la inclusión de las mujeres permite adquirir una perspectiva diferente del conflicto, diversifica el espectro de voces escuchadas y aumenta la legitimidad percibida del proceso.

Los esfuerzos de consolidación de la paz de las mujeres yemeníes se empezaron a reconocer hace poco, gracias a su labor de promoción internacional. El punto de inflexión, según Luqman, fue cuando mujeres yemeníes lograron la liberación de 600 detenidos, mientras que no se había liberado a ninguno a través del proceso liderado por las Naciones Unidas. “La población empezó a escucharnos cuando empezó a ver los resultados que podían obtener las mujeres”.

Para Luqman, el problema es la forma en que está establecido el proceso, el cual excluye completamente a las mujeres y no considera a las mujeres una prioridad, algo que señaló en su informe de 2019 para el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas: “Estamos frustradas porque […] se continúa ridiculizando el papel de la mujer en el establecimiento de la paz, y las mujeres, que son las verdaderas artífices de la paz, siguen siendo excluidas de los procesos de alto el fuego y de paz”.

Jarhum, que también presentó un informe al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se muestra de acuerdo y cree que la exclusión de las mujeres también tiene su origen en la imagen unidimensional de las mujeres yemeníes como víctimas que transmiten los países del hemisferio norte para recaudar fondos y obtener el apoyo de donantes. Explica que esta victimización empaña el trabajo que realizan las mujeres cada día en el terreno y crea la percepción errónea de que las mujeres yemeníes no están, en general, cualificadas. “Tenemos que apoyarlas sin que parezcan víctimas pasivas”.

También entra en juego el doble rasero arraigado en el patriarcado global. Jarhum explica que el listón para las cualificaciones de los hombres está bajo, pero que cuanto se trata de la participación de las mujeres, estas tienen que cumplir criterios muy exigentes y, a menudo, muy difíciles de reunir.

Asimismo, las negociaciones de paz dirigidas por las Naciones Unidas no están garantizando la misma representación para las mujeres, ya que solo se les permite asumir una función consultiva. Luqman dice que las mujeres yemeníes no quieren ser meramente consultadas: “Queremos estar presentes en las negociaciones porque las decisiones que se toman nos afectan a todos”.

El enviado especial del secretario general para el Yemen, Martin Griffiths, dijo a Jarhum que, aunque solicitará que las delegaciones negociadoras incluyan a mujeres, no impondrá una cuota. Sin embargo, Jarhum cree que los agentes nacionales no cumplirán sus compromisos de incluir a mujeres si no se impone: “La comunidad internacional y el enviado tienen que ejercer presión”.

Ante estos obstáculos, y muchos otros, Jarhum dice que las mujeres yemeníes están hartas de esperar una invitación para participar en las negociaciones de paz: “Vamos a reivindicar el espacio y enviar a nuestra propia delegación”.

La experiencia vivida por las personas más afectadas por la guerra, y aquellas que más trabajan para que esta acabe, ha llevado al entendimiento palpable de que no se puede lograr una paz justa en Yemen sin la participación de las mujeres.

Como Luqman destacó en su informe para el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas: “Ya no hay excusa para seguir excluyendo a las mujeres, salvo un proceso de paz mal diseñado”.