En unas semanas decisivas para Argelia, ¿serán los retos sociales y económicos un lastre para el futuro del país?

Durante ocho meses, Argelia ha sido el escenario de un movimiento de protesta sin precedentes en su historia. Desde febrero de 2019, millones de ciudadanos han salido a las calles de todas las wilayas (departamentos) del país. Semana tras semana, cada viernes, los argelinos han salido a manifestar su descontento. El viernes 1 de noviembre marcó la semana 37 con una movilización redoblada. La renuncia, el pasado 2 de abril, del expresidente Abdelaziz Bouteflika, cuya perspectiva de un quinto mandato fue el detonante del movimiento (el hirak, en árabe), no ha resuelto un malestar social cuyas raíces datan de muchos años.

Este quinto mandato fue percibido como una provocación y vergüenza por una juventud que no podía soportar más. En Kherrata, una apacible ciudad en la wilaya de Bejaia, Aghiles, un estudiante de biología de 23 años recuerda la primera marcha, el 16 de febrero, antes de que el movimiento prendiera a nivel nacional:

“Yo y mis amigos habíamos improvisado una marcha pacífica. Estábamos cansados de la ya muy complicada situación social, del creciente desempleo, de un poder adquisitivo cada vez más deteriorado... Y, sobre todo, del insulto que significaba esa nueva candidatura”.

La renuncia de Bouteflika bajo la presión de la calle y especialmente del ejército, que le retiró su apoyo al cabo de 20 años de estrecha colaboración, ha significado un vuelco para los argelinos, un cambio inesperado, especialmente por el carácter pacífico y el civismo de las manifestaciones, que ha despertado la admiración de todo el mundo, y a la que los comentaristas más entusiastas han dado en llamar la “Revolución de la sonrisa”. En el período de transición, el presidente del senado, Abdelkader Bensalah, se convirtió en el jefe de Estado en funciones durante un período de 90 días; se anunciaron elecciones, que fueron anuladas en julio; y, a iniciativa del ejército, se fijaron nuevas elecciones para el 12 de diciembre de 2019.

Argelia se encuentra actualmente en un momento crucial y debe decidir su destino. Aunque las elecciones anunciadas para el próximo mes dividen a la población, su perspectiva no puso en jaque a los mercados, sino todo lo contrario. Ya que, una vez en la calle, los argelinos entendieron que debía exigirse mucho más que un simple cambio de cara del jefe del ejecutivo.

Costo de vida y desempleo por las nubes

Todos los movimientos de la sociedad civil opuestos al antiguo sistema quieren cambios políticos que permitan introducir profundas reformas económicas y sociales. Porque la génesis del descontento ciudadano se remonta a muy lejos. En realidad, para muchos analistas, la cólera contra el sistema político ha sido generada por el malestar social y la frustración de la juventud.

Mientras el Gobierno menciona una tasa de desempleo del 11%, las estadísticas no oficiales estiman que esta tasa asciende al 35%. Este desempleo afecta particularmente a los jóvenes, quienes constituyen la mitad de la población (53% de la población es menor de 30 años). Además, una encuesta publicada en 2016 mostró que poco menos de 4 millones de personas trabajan en el sector informal (en 2010), casi la mitad de la población activa, que de hecho carece de protección social. Desde la caída de los precios del petróleo, en 2014, la economía del país, que depende en gran medida de las exportaciones de hidrocarburos, está sufriendo y la población se ve cada vez más impactada.

En los últimos años, el costo de la vida se ha disparado para la clase media. El salario medio gira en torno a los 30.000 dinares (225 euros, 250 dólares USD), pero se requieren 50.000 dinares (373 euros, 414 USD) para alquilar un apartamento de tres habitaciones en Argel. Según un estudio realizado por la Confederación General de Trabajadores Autónomos de Argelia (CGATA), se ha demostrado que, para vivir dignamente, una familia de cinco personas (las familias numerosas son la norma) necesita que sus ingresos no sean inferiores a 87.000 dinares al mes, es decir, 649 euros, 721 USD. Otro ejemplo es el precio de las frutas y verduras, que ha llegado a aumentar hasta un 100% en un año.

Para Nassira Ghozlane, secretaria general del sindicato nacional autónomo de funcionarios públicos SNAPAP, a todos estos males que dificultan la vida diaria, se añade el desmantelamiento de los servicios públicos, especialmente la salud, la educación y la enseñanza superior. Los residentes médicos (pasantes de medicina), docentes y estudiantes fueron los primeros en encabezar las huelgas y protestas en 2015 y 2016 para denunciar la falta de inversión, la ausencia de consideración y la malversación del erario público. A su juicio, el actual clima de protesta también se gestó en estas luchas sectoriales.

“Hay maestros que trabajan por un salario de 12.000 dinares (90 euros, 100 USD) por mes. Incluso con un doctorado, los investigadores por contrato reciben este mismo salario, y a veces se les paga solo al final del año”, asegura Yamina Maghraoui, presidenta del comité de mujeres del sindicato SNAPAP.

Según un estudio realizado por el sindicato, el 65% de los profesores universitarios se ven obligados a tener empleos alimenticios. “Los trabajadores aceptan trabajar por un salario de 3.000 dinares (22 euros, 25 USD) al mes porque no tienen otra opción”, asegura Ghozlane.

En el sector de la salud, la indigencia del sector público es notoria. “Sabe usted que a veces no hay jeringas, ni alcohol, ni hilo quirúrgico. Trabajamos en condiciones muy difíciles, y luego el ciudadano descarga su ira contra nosotros creyendo que es el médico quien no hace su trabajo. Hay veces que nos agreden cuando les decimos que no hay alcohol ni compresas”, relata a Equal Times el Dr. Amine B., un médico residente. A pesar de que la atención médica es gratuita en el sector público, aquellos que pueden costeárselo acuden al sector privado o se van al extranjero, como lo ha hecho el expresidente de la República, Abdelaziz Bouteflika, quien se ha hecho atender en Francia y Suiza, lo que ha sido muy criticado por los argelinos.

Determinación colectiva

Tahar Belabbes es uno de los líderes que ha estado luchando durante años en el movimiento social. Ha organizado, dirigido e iniciado varios movimientos de huelga de personas sin empleo desde 2013 con el Comité nacional para la defensa de los desempleados, principalmente en el sur del país. “Nunca perdí la esperanza. Siempre he luchado para que el joven argelino sea digno, encuentre un trabajo y viva decentemente. ¿No ve a todos estos cientos de jóvenes que se echan al mar para llegar a la otra orilla?, inquiere el activista, refiriéndose a los denominados haragas. “Arriesgan su vida por una vida mejor. ¿Por qué no dársela aquí?”.

La economía argelina sufre de su fuerte dependencia del sector del petróleo y el gas, que aporta el 75% de su ingreso presupuestario, así como de la falta de desarrollo de otros sectores, tales como la agricultura o los servicios, que podrían ofrecer más puestos de trabajo. En las manifestaciones del martes, las que reúnen a los estudiantes, la decepción es la misma para todos: la enseñanza superior es asequible, muchos optan por seguirla (el número de estudiantes se ha multiplicado por cuatro en 20 años), pero las salidas son escasas. Una realidad aún más flagrante para las mujeres jóvenes.

“Si no conoces a alguien que ya trabaje en una empresa, prácticamente no tienes ninguna posibilidad de ser contratada”, afirma Sara, una estudiante de derecho en Argel.

Los estudiantes y los desempleados se unieron a las primeras marchas, junto con las familias de bajos ingresos y los profesionales del sector público, brindando al movimiento una inesperada diversidad social. “Son protestas en su estado más puro, encabezadas por jóvenes inexpertos y sin ningún marco partidista”, afirma el sociólogo Nacer Djabi. De hecho, la determinación colectiva se forjó al margen de la implicación de los partidos y más allá de las reivindicaciones socioprofesionales de cada grupo. “Siempre tuvimos reivindicaciones sociales, pero ante la obstinación del poder, llegamos a una conclusión, más bien a una convicción: este poder nunca cederá. La única solución es, pues, el cambio político”, explica Tahar Bellabes a este medio.

“El hirak es nuestra esperanza. Debe continuar hasta la satisfacción de nuestras reivindicaciones. El desempleo está en aumento y el país está en recesión económica, pero que esto no nos desanime. Y la solución no la va a dar el diálogo ni las elecciones. La solución es dar total satisfacción a las reivindicaciones. Un período de transición, una nueva constitución y un nuevo sistema”, agrega.

“Si no se obtiene el cambio ahora, después será demasiado tarde”

La necesidad de unidad del movimiento y el rechazo de concesiones en cuanto a un cambio profundo del sistema son sentimientos compartidos por Rachid Malaoui, presidente de CGATA y SNAPAP, para quien la situación es más grave de lo que parece y en la que ya no es hora de hablar de reivindicaciones sociales en una campaña electoral rechazada mayoritariamente por el movimiento. “Tenemos que resolver la cuestión política y luego sentarnos a hablar de nuevo y tomar decisiones en el ámbito social. Si no se obtiene el cambio ahora, después será demasiado tarde”.

Recuerda que, en un episodio anterior, en 2011, “el poder distribuyó dinero público para calmar el descontento de la población, y lo consiguió”. Cuenta con los medios materiales y financieros si quiere comprar el silencio de los líderes o satisfacer temporalmente las demandas sociales. Pero ahora las arcas están vacías”. De hecho, como lo recuerda el profesor universitario Abderrahmane Mebtoul, Argelia, debido a la coyuntura económica mundial con respecto a los precios de la energía, “corre el riesgo de encontrarse en suspensión de pagos para fines de 2021, principios de 2022, con incidencias muy graves en el plano económico, social y político”.

Bajo la égida de la Confederación de Sindicatos Autónomos (CSA), 28 sindicatos convocaron a una huelga general el 28 de octubre, que fue relativamente bien seguida (en algunas wilayas, hasta el 75%).

“Los argelinos no pueden ni quieren sufrir más humillaciones. Quieren vivir en una Argelia democrática y de justicia social. La riqueza nacional debe distribuirse equitativamente. El clientelismo y la corrupción deben desterrarse para siempre”, afirma Boualem Amoura, presidente del sindicato nacional de trabajadores de la educación y la formación, Satef, y miembro muy activo de la CSA.

“Han saqueado el país, como ladrones”, “queremos compartir los ingresos”, se escucha regularmente en las consignas de las manifestaciones.

A un mes de las elecciones, los candidatos llevan a cabo una campaña inaudible. El Gobierno quiere celebrar elecciones a toda costa. Y las detenciones contra los manifestantes y las figuras de la oposición se intensifican. “El régimen no soportaría un tercer aplazamiento de las elecciones”, escribe el periódico El Watan. Efectivamente, el organismo independiente responsable de la organización de las elecciones asegura que el escrutinio será transparente y determinante para el futuro del país, pero su presidente no es otro que el ex ministro de Justicia de Bouteflika. De ahí el rechazo de esta instancia por parte de los manifestantes, que probablemente boicotearán las urnas. Las próximas semanas serán decisivas para el futuro del país.

This article has been translated from French.