Entre la censura y la profesionalización incipiente, los roqueros iraníes no renuncian al ritmo

Entre la censura y la profesionalización incipiente, los roqueros iraníes no renuncian al ritmo

From left to right, Shirin Vaezi, Amir Kharrazi and Amir Shahab, from the group AtriA, after a re-hearsal in their private studio, on 15 September 2018 in Tehran.

(Sara Saidi)

“Si vivieran en Irán, ninguno de los grupos internacionales actuales habría tenido la fuerza para seguir trabajando con las condiciones tan complicadas que se dan en este país. Aquí quienes perseveran son unos verdaderos apasionados”. Amir Kharrazi es mánager de varios grupos iraníes y también organiza conciertos. Este hombre de 36 años, alto y barbudo, se cayó en la marmita del rock y del metal siendo adolescente. Su padre era músico y tocaba el santur persa, un instrumento tradicional iraní de la familia de las cítaras.

Nada que ver con la pasión de su hijo Amir, para quien el rock es un capricho del destino, dado que este tipo de música apenas era accesible en la República Islámica: “Por aquel entonces no había Internet, ni siquiera CD. Se encontraban casetes, y de vez en cuando llegaba a nuestras manos alguna revista de heavy metal. A veces también conseguíamos videocasetes, y así es como pudimos ver por primera vez un videoclip de Iron Maiden”, recuerda.

La llegada del Internet lo ha cambiado todo y ha favorecido el desarrollo de una cierta cultura musical en la República Islámica. En el Café Blues, situado en el centro urbano de Teherán, cerca de la antigua embajada estadounidense, siempre hay música. Allí pueden escucharse ininterrumpidamente temas de los mejores grupos de rock, folk y blues norteamericanos. La música no se para a menos que algún cliente quiera tocar la guitarra o cantar. Y es también allí donde los jóvenes aficionados pueden ensayar.

Amir Shahab Khorrami, fundador del grupo de death metal AtriA, y Shirin Vaezi, la batería del grupo, se encuentran a veces en ese café.

Con una experiencia musical de más de 15 años, Amir Shahab, de 31 años, es todo un veterano. Constata que en su país existe una cierta desconfianza hacia los grupos iraníes: “Si me dices que tal grupo de rock o de metal sueco ha sacado un nuevo álbum, voy corriendo a ver cómo es; pero si se trata de un grupo iraní, voy con pocas ganas”.

Un hecho que confirma Shirin: “Cuando me propusieron formar parte del grupo AtriA, dije varias veces que no, pero ante la insistencia de un amigo en común acabé accediendo a escuchar su música, y lo cierto es que la calidad de su trabajo me sorprendió”.

Este fenómeno, así como el desconocimiento de este género musical, se deben a las restricciones que se impusieron tras la Revolución de 1979. En aquella época se tocaba música rock como si de vender droga se tratara: a escondidas, y casi siempre en una cueva o en un aparcamiento. Incluso ahora, muchas de las actuaciones de los grupos de Irán tienen lugar en la escena underground, es decir que no han sido reconocidos por el Ministerio de Cultura y Orientación Islámica, y los conciertos se organizan de manera ilegal. Este ambiente clandestino se describe en la película Les Chats Persans de Bahman Ghobadi, que salió en 2009.

Efectivamente, en la República Islámica, para constituir un grupo, cualquiera que sea el género musical, hay que personarse en dicho Ministerio y cumplimentar varios formularios. Cada uno de los miembros del grupo tiene que ser aprobado, así como la música, las letras y el estilo de indumentaria de los integrantes. Una vez superada esta etapa, organizar conciertos es harina de otro costal, puesto que a la autorización del Ministerio hay que sumar las de varios organismos más, algunos indirectamente vinculados a los Guardianes de la Revolución.

El rock, culto al diablo

Amir Kharrazi ha experimentado muchas dificultades a lo largo de su carrera, y no es el único. Se dan casos de grupos que obtienen la autorización para organizar un concierto y ponen en marcha la venta de entradas, y en el último momento se lo anulan sin razón, con unos formularios imposibles de cumplimentar, etc. Por otra parte, los músicos de rock o metal siguen estando considerados por una parte de las autoridades como adoradores del diablo.

Así pues, “el headbanging (agitar la cabeza), que es el ADN del metal, está prohibido”, lamenta Amir Kharrazzi. Este mánager aguerrido recuerda también un póster de AtriA que hubo que modificar para apaciguar a las autoridades: “El póster representaba una guitarra de la que salían llamas. Pues nos dijeron que las llamas podían hacer pensar en el diablo y que por tanto había que quitarlas”, explica.

Según él, lo que las autoridades temen es la ideología más bien contestataria sobre la que se basa el rock: “A diferencia de quienes van a ver un concierto pop, los aficionados del rock son más intelectuales, hay una línea de pensamiento, y eso les da miedo”, piensa.

Amir Shahab Khorrami, por su parte, es profesor de guitarra eléctrica desde hace 10 años. Calcula que el 95% de los músicos de rock y de metal de Irán se ganan la vida dando clases. Si son conocidos, tendrán muchos alumnos. De lo contrario se las tendrán que apañar para llegar a fin de mes: “Es frustrante, porque en lugar de practicar y desarrollar nuestra música, cuando damos clase lo que hacemos es repetir continuamente lo básico, y eso, con el tiempo, nos hace perder facultades. En cualquier otro país nos podríamos haber ganado la vida gracias a nuestros conciertos”.

No obstante, este joven acaba de obtener hace unos meses la autorización para expedir un diploma técnico y profesional reconocido por el Ministerio de Trabajo. Toda una novedad, puesto que “cuando estudiamos música en la universidad, no se puede elegir como instrumento principal ni la guitarra eléctrica ni la batería”, precisa Shirin Vaezi. En la cuarta planta de un edificio muy elegante del centro de Teherán la academia Khosh Honar abre sus puertas a todos los apasionados de la música. Esta academia tiene la particularidad de otorgar desde hace varios meses un diploma equivalente a una licenciatura. Los cursos se ajustan a un método internacional y, para que los músicos de provincias también puedan beneficiarse, existe la posibilidad de seguir los cursos por Internet.

Así pues, Amir Shahab tiene alumnos de Mashhad, en el este de Irán, de Ahvaz y de Baluchistán, en el sur. “Los músicos de provincias tienen desgraciadamente menos posibilidades. Organizar conciertos es prácticamente imposible, puesto que, además de la autorización del Ministerio de turno, les hace falta la del imán de los viernes, la autoridad religiosa. Este diploma puede ser por tanto una esperanza para ellos”.

El escenario internacional, un sueño lejano

Los músicos iraníes necesitan estar muy motivados para poder alcanzar su objetivo de subirse a un escenario o darse a conocer fuera de sus fronteras: “Estamos en el fondo del mar. Es sumamente difícil llegar a la superficie, y ahí es donde empieza la verdadera competencia”, lamenta Amir Kharrazi. Amir Shahab también se queja de que los jóvenes aficionados no puedan practicar con más frecuencia en un escenario: “Las escuelas de música nos permiten organizar conciertos sujetos a sus autorizaciones, pero suelen ser conciertos de experimentación, en una pequeña sala, a los que únicamente pueden acudir familiares y amigos cercanos, y donde las condiciones acústicas no permiten realmente practicar en condiciones”.

De momento el único escaparate que tienen los músicos de rock iraníes son las redes sociales: “No tenemos músicos que salgan por la tele, así que nadie sabe que existimos”, protesta Salman Kerdar, director de la academia de música Khosh Honar.

La juventud de hoy en día, que constituye el 70% de la población, es consciente de ser la generación sacrificada, de ser la generación que se habrá pasado la vida luchando para que los que lleguen después puedan tener derechos.

Shirin viene de una familia de músicos. A los 11 años cayó por casualidad en sus manos un CD de Marylin Manson: “¡A partir de ese momento ya no pude escuchar otra cosa!”, escribe. Esta joven aprendió a tocar la batería a los 20 años y se convirtió en una de las pocas mujeres (si no la única) que tocan la batería en Irán. “Cuando empecé a trabajar como ingeniero civil, apenas tenía tiempo para practicar y tampoco podía tocar en casa. Así que cogía el coche para desplazarme y poder tocar durante media hora en casa de un amigo. Así estuve durante varios años, hasta que decidí dejar mi trabajo y dedicarme de lleno a mi pasión”, cuenta.

Con AtriA tuvo la oportunidad de tocar en un concierto en el extranjero. En septiembre de 2017 tocaron en Dubái junto a un grupo de metal finlandés llamado Kalmah. “Es muy triste, porque mis padres no me apoyaron, y mi país tampoco; y me he dado cuenta de que tengo que irme fuera y oír gritar mi nombre para comprender lo que valgo”, se lamenta Shirin. Esta joven añade que, incluso en el extranjero, siempre tienen que tener cuidado con lo que hacen: “[Las autoridades iraníes] podrían increparnos a nuestro regreso”.

¿Juntos y solidarios? ¡Todavía no!

Lo cierto es que todos coinciden en que el año pasado fue uno de los mejores años para el rock iraní. Concretamente gracias a la organización del festival ShabShanbeha (las “noches del sábado”), un evento insólito desde la Revolución de 1979: “Todos los sábados, salvo los días de festividades religiosas, al menos cuatro grupos pueden tocar en el escenario, cuando lo normal es tener que hacer lo imposible para conseguir las autorizaciones”, afirma Amir Shahab.

Como sucede en muchos otros ámbitos en Irán, la música está vinculada a la política. Amir Kharrazi considera que la situación responde a un ciclo: ocho años de reformistas con una apertura en el cine, el teatro y la música, seguidos de ocho años de conservadores que vuelven a censurarlo todo. Por otra parte, como explica Selman Kerdar, “el rock utiliza un lenguaje crudo”, y en la República Islámica cualquier tema social está relacionado de alguna manera con la política.

En consecuencia, varias de sus canciones han sido rechazadas: “Una vez elegí un poema del período mongol y compuse una canción con él. El poeta de la época recordaba al soberano mongol que se ocupara de su pueblo, cuyas condiciones de vida se estaban degradando. Pues por lo visto mi canción no fue autorizada porque recordaba demasiado la situación actual”, explica.

Otra inquietud considerable que afecta al rock de Irán es la falta de solidaridad entre los grupos. “Todo el mundo trata de obstaculizar, cuando podríamos subir los peldaños juntos. En Irán no tenemos realmente un espíritu de equipo”, se queja Amir Shahab. Este músico dedica por tanto una parte de las clases que imparte a concienciar a sus alumnos sobre la importancia de respetar el trabajo de los demás. Porque aquí, cuando un grupo sobrepasa los límites, todos los demás pagan las consecuencias. “Cada vez que un concierto de rock o de metal es anulado porque no se han respetado las líneas rojas, se anulan o prohíben seguidamente por lo menos otros veinte conciertos”, constata. Eso es también lo que sucedió con el festival ShabShanbeha, que no se ha vuelto a celebrar debido a una serie de incidentes de este tipo que se produjeron el año pasado.

Shirin explica que a pesar de todos estos esfuerzos que se están haciendo para restablecer el rock en Irán, no puede hablar con orgullo de su profesión: “Pienso que la mayoría de la gente no conoce este género musical y lo percibe desde una óptica negativa de corrupción, alcohol, adoración al diablo, e incluso prostitución... Así que al final prefiero decir que hago pop para poder ser más respetada”, lamenta la joven.

This article has been translated from French.