Esto es lo que de verdad nos urge: libertad, seguridad y un salario digno para los trabajadores de la industria textil

Existen sobrados motivos para indignarse por las recientes revelaciones del diario The Guardian: mujeres trabajando por 35 peniques (0,45 dólares USD) la hora, empalmando turnos de 16 horas, intentando cumplir unos objetivos de producción que ascienden a miles de piezas al día y soportando las agresiones verbales y el acoso de sus supervisores. Según el rotativo británico, las trabajadoras de la fábrica donde se están produciendo camisetas de las Spice Girls –para recaudar fondos para la ONG inglesa Comic Relief– tienen que hacer frente a unos salarios de miseria y a unas condiciones laborales inhumanas.

De hecho, sobran motivos para indignarse por los salarios y las condiciones laborales en Bangladés en general. Existen numerosas pruebas de que en una gran parte de las más de 4.500 fábricas de ropa del país se está llevando a cabo una explotación despiadada. La mayoría de los 4,4 millones de trabajadores que hacen funcionar la industria de la confección en Bangladés sufren graves carencias, a pesar de que trabajan en las fábricas durante largas jornadas.

Estas afirmaciones se basan en datos sólidos, a diferencia del prometedor panorama que nos están intentando vender algunos destacados políticos y propietarios de fábricas. Parafraseando la respuesta al artículo del periódico The Guardian que se publicó en el principal diario de lengua inglesa de Bangladés, el Daily Star: los corresponsales y activistas occidentales están describiendo una imagen exagerada de la explotación y las malas condiciones laborales, pero no hablan de todas las que trabajan felizmente detrás de las máquinas y celebran con alegría sus nuevas vidas llenas de abundancia.

Dichas afirmaciones solo se pueden alegar si uno está muy alejado de la realidad que supone vivir con un salario de miseria. Tras un prolongado proceso de revisión del salario mínimo en Bangladés, que resultó ser sumamente problemático, en diciembre se aprobó un nuevo salario mínimo mensual para los trabajadores de categoría más baja de la industria textil que asciende a 8.000 takas (aproximadamente 95 USD).

Dicha cifra constituye la mitad de la cantidad que habían acordado los sindicatos bangladesíes y está muy alejada de cualquier cálculo creíble de un salario digno. Si se tienen en cuenta la inflación y otros factores relevantes, la revisión prácticamente no ha logrado obtener resultados tangibles.

Por supuesto, existen trabajadores que ganan cantidades superiores al sueldo mínimo, pero eso no significa que sean capaces ni mucho menos de garantizar una vida digna a sus familias ni a ellos mismos. Por ejemplo, los propios datos de H&M sobre los salarios en las fábricas de sus proveedores ubicadas en Bangladés demuestran que las trabajadoras que producen su ropa ganan de media una cantidad superior al sueldo mínimo, pero que nunca conseguirán un salario digno si la empresa sigue con las mismas políticas que aplicó entre 2015 y 2017. Asimismo, cabe destacar que H&M tiene el mismo proveedor que las Spice Girls, Interstoff Apparels, lo que significa que sus datos sobre los salarios medios ocultan el hecho de que una buena parte de sus trabajadores reciben unos salarios mucho más bajos.

Las grandes marcas deberían asumir el liderazgo

En Ropa Limpia nos hemos centrado en H&M para nuestra campaña #TurnAroundHM, basada en el compromiso que firmó la empresa de pagar un salario digno concreto, porque estamos de acuerdo con los empleadores de Bangladés en una cosa: las marcas de ropa, es decir, los compradores de los artículos que producen los trabajadores y trabajadoras de la industria textil, deben desempeñar un importante papel en el cambio de la industria. En primer lugar, los precios que pagan por los artículos y sus prácticas de compra en general determinan en gran medida la capacidad de los empleadores para pagar unos salarios decentes.

Hasta la fecha, las principales marcas de moda más poderosas se han negado a tomar medidas directas que aumentarían de inmediato los salarios de los trabajadores en sus propias cadenas proveedoras y que taparían los agujeros en los presupuestos de sus trabajadores.

Sin ningún lugar a dudas, hoy en día la explotación generalizada de la mano de obra barata está firmemente integrada en el modelo empresarial de las grandes marcas de ropa. Para adoptar medidas decisivas, las marcas deberían hacer un mayor uso de sus márgenes de beneficio y asignar una mayor porción de sus ganancias a los salarios de sus empleados, cuyo duro trabajo es el que produce las camisetas, los jerséis, los vaqueros y el resto de los artículos que llenan las estanterías de sus vistosas tiendas.

Sin embargo, aunque denuncian el mismo asunto fundamental que los activistas, los empleadores en Bangladés se han negado a presentar los desgloses detallados de los costes de una sola pieza de ropa y no han explicado claramente lo que supondría el pago de un salario digno para los precios que cobran por sus productos.

Otra cosa que han estado haciendo los empleadores con la ayuda de la policía es acosar gravemente a los trabajadores que se han atrevido a alzar la voz por sí mismos y por sus familias devastadas por la pobreza.

En la práctica eso se ha traducido en la agresiva, y con frecuencia violenta, represión del derecho fundamental de los trabajadores a protestar y organizarse. En las protestas del pasado enero tras la aprobación de un irrisorio nuevo salario mínimo, la policía utilizó gases lacrimógenos, balas de goma y cañones de agua, debido a lo cual el conflicto se saldó con un trabajador muerto y más de 50 personas heridas.

Decenas de trabajadores han sido detenidos y ahora se enfrentan a denuncias falsas que podrían conllevar prolongadas condenas de prisión. Los propietarios de las fábricas han despedido e incluido en listas negras a miles de trabajadores por haber participado en las protestas.

Las que conservaron sus puestos de trabajo ya han regresado a las máquinas de coser. Ahora trabajan duramente para impulsar una industria que constituye más del 80% de las exportaciones totales de Bangladés y que está estrechamente ligada a la élite política.

A principios del presente mes, la campaña Ropa Limpia envió a dichos propietarios de fábricas y al gobierno bangladesí una clara señal de que el mundo está observando y exige un cambio.

Mediante campañas en línea (#WeStandWithGarmentWorkers #FreedomSafetyLivingWage) y protestas en embajadas de Bangladés, activistas, sindicalistas y consumidores exigieron unos salarios dignos, unas fábricas seguras y el fin de la represión contra los trabajadores textiles.

Ya es hora de que todos transformemos nuestra indignación colectiva en medidas concretas.

Todos tenemos que rechazar las promesas vagas de que vendrán mejores épocas en un futuro todavía indeterminado.

Todos tenemos que exigir a los gobiernos, los empleadores y las marcas que hagan lo que les corresponde para garantizar ahora mismo unas condiciones laborales dignas y seguras en todas las fábricas de ropa.