Fracasos y lecciones. Lo que los sindicatos deben aprender de la experiencia en Michigan

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El ataque contra los sindicatos de Michigan por parte de las fuerzas políticas y empresariales de derechas fue rápido y despiadado y tuvo como resultado la supresión de importantes derechos laborales.

Sin embargo, conviene tener en cuenta que de la humillante derrota se pueden sacar lecciones clave a largo plazo para los sindicatos de todo el mundo.

¿Qué consiguió la legislación impulsada por las fuerzas antisindicales?

Eliminar la deducción automática de las cuotas sindicales. Por tanto, ahora los sindicatos ya no pueden contar con el flujo fácil de dinero deducido automáticamente de los salarios.

Los líderes sindicales sienten una justificada inquietud, pues teniendo en cuenta el modo en que funcionan actualmente los sindicatos, parece una tarea abrumadora inscribir a los miembros individualmente y pedirles que autoricen la recaudación de cuotas.

La reacción inmediata ha consistido en declarar una contraofensiva.

“Vamos a tener que estar preparados para contraatacar como nunca antes”, afirmó Lee Saunders, presidente del sindicato del sector público AFSCME en una entrevista en Politico.com.

“Miren a Ohio, donde tienen a un gobernador republicano y los republicanos controlan la Cámara de Representantes y el Senado. Lo mismo ocurre en Wisconsin. Vamos a tener que estar preparados. No solo los sindicatos en esos estados. También vamos a tener que trabajar muy intensamente con nuestros socios de la comunidad. Va a ser una batalla a largo plazo”.

Pero quizá convenga detenerse un momento para preguntarnos: ¿qué tipo de batalla quiere librar el movimiento sindical?

Si solo se lucha para reinstaurar la deducción de las cuotas sindicales, los oponentes de los sindicatos se limitarán a afirmar: “¿Ven ustedes? Lo único que les importa a los sindicatos es la financiación de sus propias instituciones”.

Puede que los sindicatos acaben ganando la lucha, pero no sin antes librar varias batallas muy costosas y agotadoras que resultarían un auténtico polvorín en materia de relaciones públicas.

 

Decadencia

Estoy totalmente a favor de la lucha.

Pero, si el movimiento sindical recupera la deducción automática de las cuotas sindicales, ¿cambiará esa victoria el terreno de juego a la larga? ¿Cómo llegaron los sindicatos a una situación en la que en Michigan (el lugar que vio nacer al sindicato United Auto Workers) el movimiento sindical puede verse atropellado por un político de poca monta como el Gobernador Rick Synder?

Sin duda, el movimiento sindical ha entrado en decadencia debido a un ataque implacable por parte de los empleadores empeñados en enriquecerse y en empobrecer a los trabajadores/as, todo cubierto bajo la falsa retórica del ‘mercado libre’.

Sin embargo, nunca he creído que la brutalidad de los empleadores constituya la única explicación para todos nuestros males.

A principios del siglo XX, los guardias de seguridad, matones y esquiroles de la Agencia Pinkerton espiaron, atacaron y asesinaron a sindicalistas, pero aquella era una época en la que auténticas legiones de trabajadores/as se afiliaban a los sindicatos y en la que los trabajadores/as recorrían 80 kilómetros para asistir a una reunión sindical.

¿Por qué? En parte, por la Gran Depresión y sus secuelas. La gente era sumamente pobre y estaba explotada.

Sin embargo, cabe destacar otro factor.Los líderes sindicales vivían entre las bases. Hablaban a sus miembros individualmente. La gente se afiliaba cara a cara y, en el proceso, les instruían en el tema de la misión, la cultura y la lucha sindicales. Era una lucha cotidiana y compartida basada en la conversación.

Regresemos al año 2012.

Hace casi dos décadas, escribí un libro corto titulado “The Edifice Complex” (“El complejo de los edificios”), en el que argumentaba que los edificios propiedad de los sindicatos en Washington constituían un símbolo de los enormes activos congelados dentro de estructuras de cemento que albergan grandes instituciones demasiado vinculadas al sistema político como para responder a la crisis a la que se enfrenta el movimiento sindical.

No es que los líderes sindicales sean mala gente.

La razón es mucho más prosaica: hay que ocuparse constantemente de cuidar y mantener a los ‘votantes’ existentes.

Sin embargo, hoy en día, la mayoría de los miembros tienen muy poco contacto con su sindicato, excepto en caso de huelga o conflicto de negociación.

Asimismo, demasiado a menudo este gigante institucional, jerárquico y vinculado al sistema, ha sido incapaz de acoger a taxistas, inmigrantes, trabajadores/as del hogar y un grupo inmenso de personas que no encajan en las unidades negociadoras existentes.

El resultado final: los trabajadores/as se distanciaron del sindicato, votaron a candidatos antisindicales o, en el caso de los trabajadores no afiliados, dejaron de considerar al sindicato como el defensor de los derechos laborales al que hay que acudir en caso de problemas.

Por tanto, el descalabro de Michigan ofrece una oportunidad para establecer una nueva conexión con los trabajadores/as.

Vender algunos de esos grandes edificios y destinar los fondos a preparar un ejército de organizadores que inscriban individualmente a los trabajadores/as en las listas de las cuotas sindicales.

También habría que emplear ese rato para entablar conversaciones sobre la misión más general del sindicato.

Conviene que la lucha sea para algo mayor que la deducción automática de las cuotas sindicales.

Creo que merece la pena realizar una oferta pública que consista en un ‘gran pacto’, lo cual hará mucho más para fomentar la salud económica en EE.UU. que el absurdo debate fiscal en curso.

Los sindicatos deberían desafiar a la comunidad empresarial a que haga un trato: el movimiento sindical renunciará a la deducción automática de las cuotas sindicales.

A cambio, las empresas deberán: estar de acuerdo en permitir elecciones sindicales libres y justas (las corporaciones deberán adoptar una neutralidad total; es decir, nada de reuniones cautivas, ni de vídeos, ni de propaganda; deben limitarse a un silencio total); otorgar a los activistas sindicales un acceso total y sin obstáculos para hablar con los trabajadores/as; comprometerse a un arbitraje vinculante para los primeros contratos a los 90 días de haber negociado un primer contrato; aceptar la prohibición del derecho a usar sustitutos permanentes en las huelgas; y no impedir el cumplimiento de las penas obligatorias de prisión ni el pago de las multas por parte de los responsables corporativos que violen los derechos de sindicalización o las leyes de seguridad y sanidad.

Obviamente, las élites empresariales y políticas que gobiernan el país nunca aceptarían este “gran pacto”, pues son conscientes de que provocaría una oleada de nuevos miembros para los sindicatos.

Sin embargo, dejaría en evidencia toda la fachada de las fuerzas antisindicales que alegan estar a favor de la “libertad de los trabajadores/as”. Asimismo, insuflaría nuevas energías a las filas del movimiento sindical.