Francia debe “reconocer la singularidad de los pueblos autóctonos de Guyana”, dice el portavoz y activista Christophe Yanuwana Pierre

Francia debe “reconocer la singularidad de los pueblos autóctonos de Guyana”, dice el portavoz y activista Christophe Yanuwana Pierre

Christophe Yanuwana Pierre, activista de Juventud Autóctona de Guyana, in 2018, cerca de Saint-Laurent-du-Maroni.

(Cindy Biswane)

Christophe Pierre es un francés muy apegado a la memoria de sus antepasados. No a la de los galos, sino a la del pueblo kali’na, los amerindios de Sudamérica. Los “suyos”, como él los llama. A sus 25 años, Christophe es una de las figuras más mediáticas y carismáticas del movimiento indígena de la Guayana Francesa, un departamento francés de ultramar. Como él, miles de autóctonos viven en este territorio de la costa caribeña, enclavado entre Surinam (al oeste) y Brasil (al sur), controlado por Francia desde su colonización en el siglo XVII. Criollos, bushinangés, metropolitanos, camboyanos y otras comunidades completan este mosaico humano que sacudió al poder central parisino durante la huelga y el bloqueo histórico en la primavera de 2017. Durante casi un mes, la Guyana se paralizó para hacer un llamamiento al Estado y denunciar su abandono en materia de servicios públicos y de infraestructuras.

Fundador y portavoz de la Jeunesse autochtone de Guyane (Juventud Autóctona de Guyana, JAG), fundada en 2017 y activa sobre todo en Saint-Laurent-du-Maroni, al oeste del departamento, Christophe Pierre participó, con sus camaradas, en el movimiento de protesta. Capaz de unirse a otras comunidades para luchar por causas globales, el joven defiende también su propio combate por el reconocimiento de su pueblo. Los amerindios representan menos del 5% (entre 6.000 y 10.000 personas) de la población de Guyana. Sin tregua, la JAG está enfrentándose al consorcio ruso-canadiense Nordgold-Colombus (dos multinacionales mineras), que planea establecerse en las tierras donde viven los pueblos amerindios. En enero, el Comité para la eliminación de la discriminación racial de la ONU emplazó a Francia a que suspendiese el proyecto hasta que el consentimiento de los autóctonos no hubiese tenido lugar “de conformidad con sus instituciones y sus procesos de decisión propios”.

¿Qué es la JAG y cuál es su objetivo?

Es un movimiento. Su objetivo es que se reconozcan y respeten los derechos de los pueblos autóctonos. Lo resumimos en tres puntos: aprender, compartir y proteger. Todas nuestras acciones deben cumplir estos criterios. Somos una organización joven y debemos aprender de nuestros mayores. Se trata incluso de reaprender, porque la colonización ha dañado enormemente nuestra identidad cultural, al igual que la maquinaria capitalista occidental y su sistema de consumo han aplastado nuestra espiritualidad. [Los planes de estudio de] la Educación Nacional y de la Iglesia también han contribuido a la aniquilación. Debemos reaprender nuestra Historia y los valores que transmite nuestro pueblo, reapropiarnos de ellos. Compartir también es importante, porque las diferentes naciones de la Guyana ya están aisladas entre sí, pero también de otros países de América del Sur, e incluso más allá del continente.

Se trata por ello de compartir con los demás componentes de la sociedad guyanesa, porque tenemos mucho que aprender unos de otros. La ignorancia es la base del desprecio. Nuestro movimiento, aunque muy activo en la zona occidental, está presente en toda la región. Al principio recorrimos toda la Guayana Francesa para contactar con el conjunto de las comunidades amerindias. Primero adoptamos la forma de grupo de reflexión. Ahora que hemos reflexionado lo suficiente, es el momento de actuar. Tardamos mucho tiempo en estar operativos. Sin embargo, debemos proteger a nuestros pueblos y nuestras tierras.

¿Cuáles son sus reivindicaciones concretas?

Tenemos una plataforma de reivindicaciones autóctonas, no sectoriales. No se trata sólo de cuestiones relacionadas con la educación, la seguridad, la salud o la cultura. Muchos en la Guayana Francesa denuncian que nosotros, los amerindios, estamos comunitarizados. Pero el problema es que nadie nos ha defendido en el pasado, sólo nosotros podemos hoy ser nuestros portavoces. Nadie más que nosotros puede representarnos. Una de nuestras exigencias es la restitución de 400.000 hectáreas de tierras expoliadas por la colonización. En su momento se aplicó el principio de terra nullius, es decir, “tierra vacante y sin dueño”.

Al no ser considerados seres humanos, los pueblos autóctonos no fueron tomados en cuenta cuando Francia se autoproclamó dueña de este territorio. Pero eso es un robo, simple y llanamente. Estas tierras devueltas deben estar bajo la soberanía autóctona. Es complicado, porque el derecho francés no nos reconoce como pueblo. Según la Constitución francesa, sólo hay un pueblo: el pueblo francés. Otra reivindicación es, por lo tanto, la ratificación por parte de Francia del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que reconoce la singularidad de los pueblos autóctonos y la preservación de su identidad e instituciones. La Comisión Nacional Consultiva de Derechos Humanos ha presentado acertadamente un argumento favorable, al afirmar en un informe que este convenio no es necesariamente inconstitucional. Depende de cómo se aplique. Después de todo, ya se ha reconocido al pueblo kanak, en Nueva Caledonia. Y pertenece a Francia hasta ahora.

¿Cómo se concilia la identidad amerindia en el marco nacional del Estado francés? ¿A qué autoridad dirigen sus reivindicaciones?

Nos dirigimos a todas las autoridades, a todas las instancias decisorias. Ya sea el poder descentralizado o la autoridad central. Nuestro reconocimiento y ratificación del Convenio 169 sólo puede negociarse con París, con el presidente de la República. Pero la construcción de un colegio, por ejemplo, concierne a la Colectividad Territorial de Guyana (CTG). Por supuesto, como ciudadano francés, guyanés, la CTG me representa a través de su presidente. Pero como pueblo autóctono, como joven kali’na, me representa la jefa de mi aldea. Sólo pueden representarnos las autoridades consuetudinarias y el organismo representativo que nosotros hemos elegido. Así lo disponen el derecho internacional y los países que han ratificado la mencionada Convención. Soy guyanés, pero este es un componente de mi identidad.

Mi pueblo es el pueblo kali’na, que vive en la desembocadura del río Maroni y en las sabanas. Cuando voy a Haut Maroni, sigo estando en la Guayana, pero estoy en el territorio de los wayanas, no es mi hogar allí. Es aquí, en el oeste de la Guyana, donde me siento en casa. Tengo 25 años, no llevo mucho tiempo en este territorio, pero como kali’nas, llevamos aquí desde hace miles de años. Mis antepasados, es decir, mis raíces, están aquí. Los no autóctonos no tienen la misma conexión espiritual que nos une a esta tierra, al bosque, al río. No llegamos a través de la esclavitud, aunque también la hayamos padecido, porque tenemos el mismo colonizador. Por otro lado, nunca diría que somos los auténticos guyaneses, en absoluto. De hecho, no se trata de averiguar quién es guyanés “auténtico” y quién no.

La huelga de 2017, en la que participaron la JAG y otras comunidades amerindias, exigió, entre otras cosas, una mayor inversión del Estado francés en el territorio. ¿No es una contradicción recurrir a la “potencia colonizadora” para exigir un mejor trato y aspirar a emanciparse de ella?

Hay problemas urgentes. Nosotros, los amerindios, padecemos un doble agravio. Por un lado, no se nos reconoce como pueblo autóctono y, por otro, a pesar de que somos franceses, no se respetan nuestros derechos como ciudadanos. Nuestro derecho de acceso a la educación, la salud, etc. En estos temas, nos unimos al resto de la Guyana. De todos modos, hay un deber de reparación. La historia de la Guayana Francesa comienza con nuestra casi extinción. Nosotros, los amerindios, ya estamos en un mundo postapocalíptico. ¿Quién reconoce nuestra contribución como pueblo autóctono? La cocina guyanesa, el chocolate, los pimientos, el tabaco, todo eso viene de aquí. Los investigadores se han basado en nuestro conocimiento para averiguar qué fármacos provienen de la Amazonia.

Este territorio alberga el 50% de la biodiversidad francesa. Una riqueza que es el resultado de 15.000 años de gestión forestal respetuosa por parte de nuestros antepasados. Todo esto merece un reconocimiento. Estamos de acuerdo en tener más escuelas y más profesores, pero ¿para enseñar qué Historia? Hitler y Napoleón, claro. Pero también es importante que se conozcan las masacres y las guerras de resistencia en la Guayana.

La JAG es una de las organizaciones que se oponen al proyecto minero llamado “La Montaña de Oro”, una mina a cielo abierto de 82 km². ¿Por qué?

En menos de cien años de “departamentalización” de este territorio, podemos comprobar lo que esta llamada sociedad moderna ha hecho con nuestro territorio. ¿Cuántas especies están en vías de extinción? ¿Cuántos miles de kilómetros de cursos de agua están contaminados? ¿Cuántos parajes han sido devastados? Es salvaje. Sé que no se puede hacer una tortilla sin romper huevos, pero ¿por qué destrozar todo el gallinero? Denunciamos esta desmesura. Son nuestros hijos los que comen hoy pescado con mercurio y los que seguirán sufriendo las consecuencias de esta explotación, no los de otras personas.

¿De qué sirve destruir el ecosistema aquí para llevarse el oro que luego permanecerán en cofres cerrados en Europa? Según nuestra filosofía, ser respetuoso con la tierra significa desaparecer sin dejar rastro. Pero esta sociedad occidental está obsesionada con la idea de dejar huella en la tierra, de ser eterna.

Este artículo ha sido traducido del francés.